jueves, febrero 02, 2006

12. Verdad

VERDAD

Fecha: 2 de febrero de 2006

TEMAS:
Verdad, Conciencia.

RESUMEN:
1. El hombre moderno se empeña en conocer la realidad que le rodea, tanto la física, como al mismo hombre, con métodos que corresponden a una forma unilateral de racionalidad. El hombre puede conocer la verdad cuando acepta que la verdad existe y no le pertenece, cuando reconoce al Creador como Señor de la verdad, del bien y del mal. El hombre conoce la verdad por medio de la ley natural escrita en su corazón que le dice lo que es bueno y lo que es malo. Es la voz de la conciencia que cada hombre debe seguir y preocuparse de formar y cultivar.

2. El hombre tiene capacidad para conocer la verdad, pero antes tiene que entender que la razón humana es limitada y por sí sola no puede conocer la verdad, sino que necesita de la ayuda de la fe que se reconoce no como un límite a la razón humana, sino como una ayuda, como una luz nueva en el entendimiento de la verdad.

3. La verdad también tiene un contenido moral que suscita y exige un compromiso coherente de vida: comporta el cumplimiento de los mandamientos divinos de tal manera que se puede tener por cierto que quien deliberadamente no quiere cumplir los mandatos divinos no está en la verdad y, por no estar en la verdad, es falso.

4. El obrar del hombre es moralmente bueno no tanto cuando su intención es buena, o sus deseos son sinceros, sino cuando sus elecciones están conformes con el verdadero bien del hombre y expresan la ordenación de la persona hacia su fin último que es Dios. La fe también nos muestra que sólo Dios es Bueno y de esta manera nos remite a la primera tabla de los mandamientos divinos que exige reconocer a Dios como Señor único y absoluto y darle culto solamente a Él porque es infinitamente santo.


SUMARIO: 1. La verdad se conoce.- 2. Para ser libres.- 3. Donde está la verdad.- 4. La sorpresa.-

1. La verdad se conoce

Para medir la anchura de mi mesa de trabajo necesito un metro. Con este aparato consigo saber si es ancha o estrecha y conozco su medida exacta. Para medir mi capacidad de aventura no me sirve un metro. Es que no me sirve para nada absolutamente. Sin embargo, los hombres, que somos bastante tercos, nos seguimos empeñando en conocer lo espiritual con métodos de conocimiento de lo material. Y resulta que el metro no vale para lo espiritual, por mucho que me empeñe.

El hombre moderno se empeña en conocer la realidad que le rodea, tanto la física, como al mismo hombre, con métodos que corresponden a una forma unilateral de racionalidad y olvida que no tendría razón para conocer si Dios no se la hubiera dado. Luego será Dios quien mejor conoce al hombre. Mejor incluso que las propias razones del hombre que siempre serán limitadas.

La capacidad de conocimiento intelectual distingue radicalmente al hombre de los animales, donde la capacidad de conocer se limita a los sentidos. Este conocimiento intelectual hace al hombre capaz de discernir, de distinguir entre la verdad y la no verdad. El hombre tiene dentro de sí una relación esencial con la verdad que determina su carácter de ser transcendente[1].

El hombre puede conocer la verdad cuando acepta que la verdad existe y no le pertenece, cuando reconoce al Creador como señor de la verdad, del bien y del mal. El hombre conoce la verdad por medio de la ley natural escrita en su corazón que le dice lo que es bueno y lo que es malo. Es la voz de la conciencia que cada hombre debe seguir y preocuparse de formar y cultivar.

Y esta ley natural es la Palabra de Dios que se confirma con la Revelación del Evangelio. Cuando Jesús dice «Yo soy la Verdad, el Camino y la Vida» no hace sino ratificar que sólo Dios es Bueno, sólo Él es el dueño del bien y del mal.

Por esto, si existe la obligación de cada hombre de seguir la voz de su conciencia y el derecho a ser respetado en la búsqueda de la verdad, existe aún antes la obligación moral, grave de cada uno, de buscar la verdad y de seguirla una vez conocida[2].

2. Para ser libres

El hombre es tentado continuamente a apartar su mirada del Dios vivo y verdadero y dirigirla a los ídolos, cambiando la verdad de Dios por la mentira. De esta manera su capacidad para conocer la verdad queda ofuscada y se debilita su voluntad para someterse a ella. Acaba buscando una libertad ilusoria fuera de la misma verdad porque no deja de ser una libertad falsa, es decir, lo contrario de la libertad: la esclavitud.

Al prohibir al hombre comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, Dios afirma que el hombre no tiene ese poder, sino que participa de él solamente por medio de la luz de la razón natural y de la revelación divina que le manifiestan las exigencias de la misma verdad y dónde se encuentra el bien y el mal[3]. El hombre tiene capacidad para conocer la verdad, pero antes tiene que entender que la razón humana es limitada y por sí sola no puede conocer la verdad, sino que necesita de la ayuda de la fe que se reconoce no como un límite a la razón humana, sino como una ayuda, como una luz nueva en el entendimiento de la verdad.

Si Dios es el dueño del árbol de la vida, solamente la libertad que elige a Dios conduce a la persona a la verdad, a su verdadero bien. Podemos decir que la libertad es auténtica en la medida que realiza el verdadero bien. Sólo entonces ella misma es un bien[4].

Pero el hombre descubre que su libertad está inclinada misteriosamente a traicionar esta apertura a lo Verdadero y al Bien y que, con demasiada frecuencia, prefiere de hecho escoger bienes contingentes, limitados y efímeros. Y es el mismo Cristo quien manifiesta que el reconocimiento honesto y abierto de la verdad es condición indispensable para conseguir la auténtica libertad: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32).

Además hay que tener presente que una palabra no es acogida auténticamente si no se traduce en hechos, si no es puesta en práctica. La verdad también tiene un contenido moral que suscita y exige un compromiso coherente de vida: comporta el cumplimiento de los mandamientos divinos de tal manera que se puede tener por cierto que quien deliberadamente no quiere cumplir los mandatos divinos no está en la verdad y, por no estar en la verdad, es falso.

Se impone una distinción de carácter específicamente ético. Es la distinción entre el bien honesto, el bien útil y el bien deleitable. Sólo cuando la acción que realizo es honesta y son honestos también los medios que utilizo el fin pretendido puede considerarse honesto y bueno. El bien honesto es cumplir los mandatos de Dios incluso por encima de mi propia utilidad o provecho y hasta de mis propios sentidos, apetencias o satisfacciones intelectuales o sensuales.
Es inaceptable la actitud de quien hace de su propia debilidad el criterio de la verdad sobre el bien, de manera que se pueda sentir justificado por sí mismo, incluso sin necesidad de recurrir a Dios y a su misericordia. Porque si el hombre redimido todavía peca, esto no se debe a la imperfección de la Redención de Cristo, sino a la voluntad del mismo hombre de sustraerse a la gracia que brota de la Redención[5].

La verdad es necesaria para ser libre porque sólo la verdad nos hace libres. El hombre se tiene que fiar del Creador, confiar que los límites de la criatura son, en realidad, las luces y la iluminación de la razón: definen la ley de la libertad del hombre.

3. Donde está la verdad

La historia del hombre se desarrolla en la dimensión horizontal del espacio y del tiempo. Pero, al mismo tiempo, está como traspasada por una dimensión vertical. En efecto, la historia no está escrita únicamente por los hombres, junto con ellos la escribe también Dios[6]. Dios no abandona al hombre, sino que le muestra la verdad constantemente en todo tiempo y lugar. El obrar del hombre es moralmente bueno no tanto cuando su intención es buena, o sus deseos son sinceros, sino cuando las elecciones de la libertad están conformes con el verdadero bien del hombre y expresan la ordenación de la persona hacia su fin último que es Dios. En esta tarea la verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre que de esta manera es ayudado a conocer y amar al Señor.

La felicidad del hombre no está en hacer lo que sus deseos le dictan en cada momento, sino en aprender a desear lo que debe hacer, en querer la misma verdad sobre el hombre. Lo propio de la fe cristiana en el mundo de las religiones es que sostiene que nos dice la verdad sobre Dios, sobre el mundo y sobre el mismo hombre. La fe cristiana es la fe verdadera por ser la fe auténtica, del mismo Dios. De alguna manera la fe protege la razón de la superstición y del miedo, a la vez que invita a reconocer la existencia del misterio. La fe ayuda a la razón a percatarse de sus límites, pero también le ayuda a recuperar la confianza en la grandeza de sus posibilidades[7].

Y forma parte, y parte esencial, de la verdad del hombre la existencia del pecado original. Las ciencias humanas, como todas las ciencias experimentales, parten de un concepto empírico y estadístico de la «normalidad». La fe nos enseña que esta normalidad lleva consigo las huellas de una caída del hombre desde su condición originaria, es decir, que está afectado por el pecado original.

La fe también nos muestra que sólo Dios es Bueno y de esta manera nos remite a la primera tabla de los mandamientos divinos que exige reconocer a Dios como Señor único y absoluto y darle culto solamente a Él porque es infinitamente santo. Sólo Dios es el Bien supremo, la base inamovible y la condición insustituible de la moralidad. Así el Bien supremo y el bien moral se encuentran en la verdad: la verdad de Dios Creador y Redentor y la verdad del hombre creado y redimido por Él[8].

Es necesario que el hombre moderno se dirija de nuevo a Cristo para obtener de Él la respuesta a lo que es la verdad y el bien y también la respuesta a lo que es la mentira y el mal. Nadie es bueno sino sólo Dios. Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien porque Él es el mismo Bien.

4. La sorpresa

Porque para el hombre moderno la mayor sorpresa —la mayor perplejidad para el científico— es que «no es el poderío que redime al hombre, sino el amor... ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte!... El Dios que se ha hecho Cordero nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres»[9].

La verdad sobre el hombre no procede de una declaración humana, sino del mismo mensaje de Dios que se hace hombre y nos revela cuál es la verdadera dignidad de la persona humana. Nuestra actitud de tolerancia y respeto al prójimo, no importa cuál sea su raza o condición es tributaria de esta revolución cristiana[10]. La ley de Dios no es solo una colección de conductas prohibidas, sino que representa el valor inviolable de todo hombre, su verdadera dignidad. Más aún. No se queda en prohibir el mal, porque no hacer el mal no es semejante a no hacer nada. Nada es no hacer nada, ni el bien, ni el mal. No hacer el mal es equivalente a hacer el bien. Porque no existe un territorio neutro entre el bien y el mal, más bien existe una fina y delgada frontera que delimita lo bueno de lo malo de manera que si no haces el bien te estás acercando peligrosamente al mal.

Y en la verdad del hombre también se encuentra el amor que Dios le tiene. «Nuestro Padre del cielo no nos quiere por el bien que hacemos: nos ama gratuitamente, por nosotros mismos, porque nos ha adoptado para siempre como hijos suyos»[11]. Y esto es tan así que en la vida de los santos se puede comprobar que Dios no elige a los capaces, sino que concede su gracia a los elegidos.

La primera y fundamental verdad del hombre es que es creado por Dios, a su imagen y semejanza, y de una determinada manera y modo de ser. Como unidad de alma y de cuerpo. Mediante el cuerpo el hombre participa del mundo material, sensible, contingente. Mediante su espíritu el mismo hombre supera la totalidad de las cosas y penetra en la estructura más profunda de la realidad porque puede conocer las cosas como las conoce el Creador[12]. El hombre por tanto, tiene dos características muy diversas: es un ser material, vinculado a este mundo mediante su cuerpo; y un ser espiritual abierto a la trascendencia y al descubrimiento de una verdad más profunda por medio de su inteligencia que le hace partícipe de la luz de la inteligencia divina.

La verdad del hombre nos dice que está abierto a la trascendencia, al infinito y a todos los demás seres creados. Nos dice que el hombre existe como un ser único, irrepetible: existe como un «yo». La verdad del hombre nos dice que cada hombre existe como una historia única, distinta de las demás, irreductible ante cualquier intento de limitarlo a pobres esquemas de pensamiento o a sistemas de poder.

«La Iglesia conserva la memoria de la historia del hombre desde sus comienzos: de su creación, de su vocación, de su elevación y de su caída. En este marco esencial discurre toda la historia del hombre, que es la historia de la Redención. La Iglesia es la madre que, a semejanza de María, guarda en su corazón la historia de sus hijos, haciendo propios todos los problemas que les atañen»[13].




Felipe Pou Ampuero

[1] Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, www.interrogantes.net
[2] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, Vaticano, 6 de agosto de 1993, n.34.
[3] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, Vaticano, 6 de agosto de 1993, n.41.
[4] Juan Pablo II, Memoria e identidad, Vaticano, 2005, p. 58.
[5] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, Vaticano, 6 de agosto de 1993, n. 104.
[6] Juan Pablo II, Memoria e identidad, Vaticano, 2005, p. 189.
[7] Mons. Javier Echeverría. Nuestro Tiempo, junio 2005, n. 612, p.34.
[8] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, Vaticano, 6 de agosto de 1993, n. 99.
[9] Benedicto XVI, Homilía en inicio de ministerio petrino Vaticano, 24 de abril de 2005.
[10] Marcello Pera, Presidente del Senado de Italia. “La crisis del relativismo en Europa”, ABC, 2 de mayo de 2005.
[11] Jacques Philippe, La libertad interior, Ed. Rialp, 2002, p. 151.
[12] Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. Librería Editrice Vaticana, 2005, n. 127.
[13] Juan Pablo II, Memoria e identidad. Vaticano, 2005, p. 186.

lunes, enero 02, 2006

11. Relativismo

RELATIVISMO

Fecha: 2 de enero de 2006

TEMAS: Relativismo, Verdad.

RESUMEN:
1. Para el relativista la verdad no existe, sólo existen las opiniones mayoritarias, porque cualquier opinión es igual de válida y verdadera que su contraria. Pero no es verdad que todas las opiniones merezcan el mismo respeto. Quienes merecen el mismo –y todo el respeto– son las personas, pero no sus opiniones.

2. No todas las culturas tienen el mismo valor ético. Hay culturas como la europea, con raíces cristianas, que ha transmitido al resto del mundo el valor de la dignidad del hombre, del bien común, de la ayuda solidaria, del intercambio de bienes, del respeto de las demás culturas y religiones. Y existen otras culturas bárbaras que no tienen ningún respeto por nada de lo ajeno y extraño y menos valores éticos que no sea el aniquilamiento del contrario y del inferior.

3. Toda sociedad necesita de la verdad, de los valores y de las ideas verdaderas. No todas las opiniones valen lo mismo, pero sí es posible que todas tengan algo o mucho de verdad. La que más se acerca a la verdad es la más verdadera, que no única. Por esto todas las opiniones valen, aunque no todas valen lo mismo.

4. No solamente es verdad aquello que se puede comprobar con las leyes empíricas, quedan fuera de esta comprobación muchas realidades que superan los mismos sentidos y que sirven para explicar la misma existencia del hombre. Porque la verdad existe. Y en este sentido hay que reconocer que la verdad no es nada opinable.

5. Por medio de la figura del árbol de la ciencia del bien y del mal, la Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y sobre el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios. El hombre no es el dueño del bien y del mal, no es el dueño de la verdad. Con mayor motivo, la autoridad civil –que es una reunión de hombres, no lo olvidemos– no puede decidir lo que es bueno y lo que es malo.

SUMARIO: 1. La mayoría.- 2. La verdad existe.


1. La mayoría

En la vida social de los hombres hay muchas cosas que son por sí mismas opinables. Tanto da que se decida de una manera como de otra: el color de los autobuses urbanos puede ser verde o rojo, o hasta azul. Cualquier color es bueno y todos son válidos. En algunos casos habrá que tener en cuenta otras circunstancias. Si se trata de un país nórdico será conveniente, aunque no necesario, que el autobús tenga un color llamativo y visible, un verde chillón, por ejemplo, para que todo el mundo lo vea bien.

Por fuerza de vivir la democracia y de creer en ella como el mejor sistema político de los posibles, se va imponiendo el principio de que todas las opiniones valen lo mismo. Por tanto, nada valen en sí mismas sino que sólo valen en función de los votos que las respaldan[1]. Esto supone negar la existencia de una verdad universal, válida para cualquier tiempo, lugar y cultura. ¿Dos más dos son cuatro? Supongamos que la mayoría vota a favor de cinco. ¿Quién se equivoca? Se equivoca la mayoría, claro está.

Porque cuando alguien niega que exista una verdad absoluta y universal no está discutiendo las matemáticas, ni las leyes físicas –las cosas caen hacia abajo–, sino que realmente está adoptando un concepto propio de lo que es la verdad y el bien: para el relativista la verdad no existe, sólo existen las opiniones mayoritarias, porque cualquier opinión es igual de válida y verdadera que su contraria.

Sin embargo, este postulado relativista hace agua por muchos sitios. Si no existe la verdad, tampoco debería ser cierto el propio principio relativista. Por qué va a ser verdad que no existe la verdad. Eso dependerá de la opinión mayoritaria. De modo que pudiera darse el caso que en Murcia sí existiera la verdad y en Cartagena no. Pero no es así. Para el relativista la verdad no existe nunca ni aunque la mayoría opine que sí existe la verdad. Pocas opiniones son tan dogmáticas como las opiniones relativistas[2].

La ciencia no es relativa, ni los científicos son relativistas. Ningún científico piensa que su opinión vale lo mismo que cualquier otra. Busca la verdad y si cree que está en ella intenta convencer a los demás de su descubrimiento. Por el contrario, los demás colegas intentan demostrar los errores del contrario y sólo el que supera las críticas de los demás por tener mejores razones es el mejor científico.

No es verdad que todas las opiniones merezcan el mismo respeto. Quienes merecen el mismo –y todo el respeto– son las personas, pero no sus opiniones. Por el contrario, tenemos la obligación grave de ayudar a los demás a mejorar sus opiniones, a sacarles de su error, de su ignorancia, de su engaño. Y también tenemos la obligación de mejorar nuestras opiniones, de acercarnos a la verdad, de salir de nuestros errores, de nuestra ignorancia, de nuestras inercias.

No todas las culturas tienen el mismo valor ético. Hay culturas como la europea, con raíces cristianas, que ha transmitido al resto del mundo el valor de la dignidad del hombre, del bien común, de la ayuda solidaria, del intercambio de bienes, del respeto de las demás culturas y religiones. Y existen otras culturas bárbaras que no tienen ningún respeto por nada de lo ajeno y extraño y menos valores éticos que no sea el aniquilamiento del contrario y del inferior. No hay que tener ningún complejo triunfalista para sostener que la cultura europea transmitida por hombres y mujeres reales, heroicos y defectuosos a la vez, es claramente mejor que otra cultura que no respeta al contrario y sostiene que la mejor solución es su muerte, eso sí muerte santa: dicen. Para un relativista todas las culturas son igualmente buenas porque todas tienen una parte de verdad. Pues no. El hecho de que todas tengan una parte de verdad no quiere decir que todas sean iguales[3].

Porque cuando no se trata de elegir el color del autobús sino que se trata de la verdad misma, la verdad no depende de la mayoría de las opiniones. Si muchos, incluso todos, dijeran que la raza judía no tiene derecho a vivir no estarían en la verdad. Lo único cierto es que estarían todos equivocados. «Es un deber de la Humanidad proteger al hombre contra la dictadura de lo coyuntural convertido en absoluto y devolverle su dignidad, que justamente consiste en que ninguna instancia humana puede dominar sobre él, porque está abierto a la verdad misma»[4].

Y es que la verdad es la verdad, no puede depender de la opinión mayoritaria, porque entonces sería cambiante, variable, histórica. Eso son las modas, las opiniones, las corrientes de pensamiento. La verdad es absoluta, definitiva, total. La verdad es superior al mismo hombre porque no depende del hombre sino que es la misma verdad la que hace al hombre verdadero cuando su vida se ajusta a la misma verdad de todo lo creado.

Toda sociedad necesita de la verdad, de los valores y de las ideas verdaderas. La abolición de la esclavitud, de la tortura, del abuso de la infancia, del tráfico de drogas, el crimen del aborto, los derechos humanos, no han sido el resultado de una votación por mayoría para saber si estamos a favor o en contra. La dignidad del hombre y de la mujer no se ha votado ni se puede votar porque es verdadera, no puede ser sino el resultado de una proclamación. La aparente terquedad con que se alzan determinados valores humanos innegociables responde a una profunda verdad[5].

Supongamos por un momento que los relativistas tienen razón y que la verdad no existe: todas las opiniones tienen su parte de verdad, por tanto, todas son igualmente verdaderas, por tanto, será mejor (más verdadera, aunque ninguna lo sea porque la verdad no existe) la opinión más votada. Será mejor porque es mayor el número de votos, no porque sea de mejor calidad la opinión. Llegamos a la cantidad, al número de votos. Y yo pregunto: ¿si no existe la verdad, por qué debemos elegir por votos? Mejor y más rápido elegir por la fuerza. Yo soy más fuerte, tengo más cañones y, por tanto, tengo la mejor opinión. Y quien me convence de que no tengo la razón si la verdad no existe. ¿Por aquello de la no-violencia? Pero no quedamos en que no existe la verdad, es igualmente verdadera la violencia que la paz.

El totalitarismo nace de la negación de la verdad en sentido objetivo. Si no existe una verdad trascendente al hombre y a la misma sociedad y hasta trascendente al mismo poder, tampoco existe ningún principio seguro que garantice las relaciones justas entre los hombres[6]. Porque si una sociedad no reconoce que existe una verdad que le trasciende triunfa la fuerza del poder y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propia opinión sin respetar los derechos de los demás. “La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar”[7].

En una organización democrática la noción de la verdad debe estar en el centro de la vida pública. Si no existe la verdad no es posible el debate, porque cualquier discusión deja de ser un proceso de búsqueda de la verdad y se transforma en una tramoya de poder. Llegamos así a entender que si no existe la verdad, si todas las opiniones valen lo mismo, pierde su sentido el pluralismo democrático[8]. Todas las opiniones no valen lo mismo, pero sí es posible que todas tenga algo o mucho de verdad. La que más se acerca a la verdad es la más verdadera, que no única. Por esto todas las opiniones valen, aunque no todas valen lo mismo.

Pero el tema de la verdad es más personal y menos político. También, y sobre todo, existe la verdad sobre el hombre. No todas las opiniones sobre el hombre y la persona valen lo mismo. Hay opiniones acertadas y equivocadas. Y también existe una opinión sobre el hombre que es verdadera porque conoce la verdad del hombre. Pero antes de decidir cuál es la verdad del hombre es necesario decidir si la verdad existe. Porque si decido que la verdad no existe no buscaré ninguna verdad inexistente sobre el hombre.

La democracia y la cultura democrática son propias de la solución de las cosas públicas. Para elegir el color del autobús sirve la mayoría de las opiniones. Para decidir la suerte del pueblo judío no sirve la opinión de la mayoría. Y ¿por qué? ¿Dónde está la verdad? ¿Por qué la vida del pueblo judío es la decisión verdadera y su exterminio está mal? ¿Qué instancia superior al hombre dice qué es la verdad?

No solamente es verdad aquello que se puede comprobar con las leyes empíricas, queda fuera de esta comprobación muchas realidades que superan los mismos sentidos y que sirven para explicar la misma existencia del hombre: el amor, la felicidad, la satisfacción, el espíritu de entrega a los demás, el bien común...

El relativismo de nuestro tiempo –hijo de la Ilustración– tiene como punto de partida la desaparición de Dios de la vida tanto pública, como de la personal de cada uno. «Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas... adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da la medida para discernir lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad»[9].

El hombre moderno ha renunciado a la búsqueda de la verdad. La cuestión de la verdad queda aparcada y se funciona con un sucedáneo que busca solamente el «sentirse bien con uno mismo» como si a esto se redujera la existencia del hombre. La pregunta de Pilatos: ¿Qué es la verdad?, emerge también hoy desde la triste perplejidad de un hombre que a menudo ya no sabe quién es, de dónde viene ni adónde va. «La ley de Dios es siempre el único verdadero bien del hombre»
[10].

Las reglas fundamentales de la vida social comportan unas exigencias determinadas a las que deben atenerse tanto los ciudadanos como los poderes públicos puesto que el poder no es superior a la Verdad, sino que, al igual que el mismo hombre, queda limitado por ella.

2. La verdad existe

Porque la verdad existe. Y en este sentido hay que reconocer que la verdad no es nada opinable. La verdad es terca y se impone contra toda opinión y hasta contra la misma mayoría más absoluta de todas. Es más, la verdad es categórica: lo contrario de la verdad es la mentira. Te pongas como te pongas: dos más dos son cuatro. Porque la verdad es eso: la verdad, no es una simple opinión y además existe.

Una cosa es pretender tener siempre la razón y otra cosa distinta es decir que existe una verdad universal sobre el bien y el mal que todos debemos procurar conocer y descubrir. Y en este proceso es evidente que las opiniones que más cerca están de la verdad son más verdaderas que sus contrarias que están más alejadas de la verdad. Aunque los más alejados tendrán algo de verdad. Hay que reconocerlo. No se puede decir que la verdad no exista, ni que dé igual una verdad que otra, ni que la verdad se vaya a componer entre las opiniones de todos sacando un promedio. Pero sí debe aceptarse que muchos otros tienen parte de la verdad y que yo no tengo toda la verdad.

«Hay formas de comportamiento que nunca pueden servir para hacer recto y justo al hombre, y otras, que siempre pertenecen al ser recto y justo del hombre»[11]. Y el hombre tiene inteligencia para conocer la verdad y para discernir lo verdadero de lo falso. Y tiene libertad para poder elegir la verdad y desechar la mentira. Pero la razón humana también está sometida a la verdad puesto que no puede disponer qué es verdad y qué es mentira. La razón descubre la verdad, pero no la crea, no la inventa, no la decide. La autonomía de la razón no puede significar la creación por parte de la misma razón de los valores y de las normas morales[12]. Existe un falso concepto de la autonomía de las realidades terrenas: el que considera que las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin hacer referencia al Creador[13].

Por medio de la figura del árbol de la ciencia del bien y del mal, la Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y sobre el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios. Pero también nos dice que la verdad existe y que existe el bien y el mal, es decir, la ley divina y la norma moral que obliga al hombre a cumplirla para estar en la verdad. El hombre que niega los límites del bien y del mal, la medida interna de la Creación, niega la verdad. Vive en la falsedad, en la irrealidad[14].

El hombre no es el dueño del bien y del mal, no es el dueño de la verdad. Con mayor motivo, la autoridad civil –que es una reunión de hombres, no lo olvidemos– no puede decidir lo que es bueno y lo que es malo. No tiene ese poder. Llegar a pensar que todo lo que emana de la autoridad civil resulta bueno y justo, es el caldo de cultivo propio del Estado Ético de los fascismos. Es lamentable, por no decir trágico, que a los gobernantes se les ocurra inmiscuirse en asuntos que no les compete
[15]. ¡Cuánto mejor sería que se dedicaran a decidir el color de los autobuses urbanos!


Felipe Pou Ampuero

[1] Jaime Nubiola. La dictadura del relativismo. www.Scriptor.org
[2] Alfonso Aguiló Pastrana. ¿Por qué una opinión va a ser mejor que otras? Mundo Cristiano, mayo 2004, p. 45.
[3] Marcello Pera, Presidente del Senado de Italia. “La crisis del relativismo en Europa”, ABC, 2 de mayo de 2005.
[4] Card. Joseph Ratzinger, Conferencia en el Primer Congreso Teológico Internacional. Madrid, 16 de febrero de 2000.
[5] Alfonso Aguiló Pastrana. ¿Por qué una opinión va a ser mejor que otras? Mundo Cristiano, mayo 2004, p. 46.
[6] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, 6 de agosto de 1993, n. 99.
[7] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, 6 de agosto de 1993, n. 99.
[8] Jaime Nubiola. La dictadura del relativismo. www.Sriptor.org
[9] Card. Joseph Ratzinger. Homilía en la Misa por la elección del Papa. Vaticano, 18 de abril de 2005.
[10] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, 6 de agosto de 1993, n. 84.
[11] Card. Joseph Ratzinger, Conferencia en el Primer Congreso Teológico Internacional. Madrid, 16 de febrero de 2000.
[12] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, Vaticano, 6 de agosto de 1993, n.40.
[13] Const. Gaudium et Spes, n.36.
[14] Card. Joseph Ratzinger, Creación y Pecado, Eunsa, Pamplona, 2005, p. 97.
[15] Alejandro Llano Cifuentes, Control mental y objeción de conciencia. Alfa y Omega, 2 de junio de 2005.

sábado, diciembre 03, 2005

10. Fidelidad


FIDELIDAD
Fecha: 26 de noviembre de 2005

TEMAS: Fidelidad, Amor.

RESUMEN: La fidelidad viene determinada por los valores y las metas a los que el hombre quiere ser fiel. El mantenimiento de la fidelidad exigen al hombre y a la mujer una disposición de fondo a unos actos concretos de renuncia que sacrifican lo accesorio para guardar y proteger lo principal. Ser fiel significa superponer la voluntad de querer al desgaste del primer amor producido por el tiempo y la rutina. La fidelidad cuenta con los propios defectos del otro y con sus propios aciertos. Por todo ello, la fidelidad implica necesariamente el perdón y la comprensión que se alcanzan sólo con amor. ¿Por qué es preciso amar siempre al otro cónyuge, incluso cuando muchos motivos, aparentemente justificados, inducirían a dejarlo? La respuesta más radical presupone ante todo el reconocimiento del valor objetivo y esencial del vínculo matrimonial. Y es que la fidelidad matrimonial no se tiene, sino que se conquista, se construye cada día y la conseguida no vale para el día siguiente. El matrimonio fiel tiene un valor propio que es la fidelidad de los esposos querida y vivida como un regalo diario.

SUMARIO: 1. Ser fiel.- 2. El compromiso.- 3. Ser infiel.- 4. A pesar de todo... fiel.- 5. Fidelidad conyugal.- 6. El amor.

1. Ser fiel
Dice Paulo –jurista romano– que «no quedamos obligados por la forma de unas letras, sino por la declaración que aquéllas expresan»
[1]. Porque es verdad que un hombre cuando se quiere obligar queda obligado por sí mismo, por su sola voluntad, sin tener que escribir ni firmar nada. Todo eso será un formidable elemento de prueba para recordar el hecho o para compeler a cumplirlo, pero los hombres quedamos obligados por nuestra sola voluntad.
Es fiel quien cumple la palabra dada. Pero no se es fiel a secas porque no existe la fidelidad por sí misma, vacía de contenido. Se es fiel a algo o respecto de algo o de alguien. De manera que la fidelidad viene determinada por los valores y las metas a las que el hombre quiere ser fiel
[2]. Se puede ser fiel a la esposa o al equipo de fútbol, o a ambos. A diferencia de otras virtudes que tienen una materia específica, la fidelidad no se presenta tanto como un valor en sí misma, sino más bien como la permanencia de unos valores y la adhesión de la persona a los mismos.
Pero aun siendo fiel a algo o a alguien, tampoco se es fiel respecto de una multitud amorfa de personas o a una realidad indefinida, sino que se es fiel respecto de alguien concreto y de unos valores determinados. Se es fiel a un compromiso que se convierte en un vínculo
[3].
Ser fiel se podría equiparar a ser leal. Para nosotros una persona es leal cuando «acepta los vínculos implícitos en su adhesión a otros —amigos, jefes, familiares, patria, instituciones, etc.— de tal modo que refuerza y protege, a lo largo del tiempo, el conjunto de valores que representan»
[4]. Pero la fidelidad es una virtud que viene determinada por los valores y las metas a los que el hombre quiere ser fiel. Porque la perseverancia en el logro de un objetivo rastrero o miserable no merece ser llamada fidelidad, sino reincidencia.
Sin embargo, la fidelidad y la lealtad son dos virtudes de la persona humana que en el uso común y hasta filosófico se confunden y pueden resultar equivalentes. Sin embargo, se diferencian en el lenguaje religioso o teológico.
Se podría decir que la lealtad es la actitud consciente o espontánea de cumplir los compromisos adquiridos y atenerse a la palabra dada expresa o tácitamente. Mientras que la fidelidad sería la voluntad libre, firme y constante de mantenerse activamente vinculado a personas, ideales y modos de vida, legítimamente aceptados, a pesar de la erosión del tiempo y de los obstáculos interiores y exteriores, que suelen ocasionar de modo natural cambios en el querer.
Se es leal a los compromisos y se es fiel a los valores y a las personas. Se es leal al lo pasado y asumido y se es fiel a lo futuro y a lo que está por suceder. Los esposos se prometen fidelidad para el resto de su vida y son leales a los compromisos que se dieron.
Así pues, la fidelidad implica una cierta sanción y horizonte espiritual o religioso y no se trata de una disposición estática, sino de una tendencia del alma más que de un estado, porque es dinámica y creativa.

2. El compromiso
Por ser libre, la persona es capaz de comprometerse. Hasta el punto que lo propio de los hombres es comprometerse, en esto se diferencian de los animales. Pero además el compromiso de cada cual le define como tal persona respecto de las demás personas que se han comprometido de otras maneras. No es lo mismo comprometerse con Dios y por Él con los demás, que comprometerse con uno mismo por encima de cualquier otro compromiso, por ejemplo.
Pero el hombre es un ser inacabado y cuando viene al mundo tiene por delante la bella y arriesgada tarea de perfeccionarse continuamente, de acabarse, para llegar a ser el que debe ser
[5]. Y tiene que aprender a ser fiel y ejercitarse en la fidelidad.
El mantenimiento de la fidelidad exigen al hombre y a la mujer una disposición de fondo a unos actos concretos de renuncia que sacrifican lo accesorio para guardar y proteger lo principal. Y en este ejercicio y elección cotidiana se aprende la fidelidad. Nadie se hace bueno o malo, fiel o infiel por una sola acción. Quien tiene aciertos todavía puede equivocarse y hasta estropear lo que llevaba conseguido. No sirve conformarse con lo ya conseguido sino que es necesario seguir avanzando
[6].
El camino de la fidelidad es de largo recorrido y dada la condición humana, de la que ninguno somos ajenos, suele ser accidentado. Condición humana que aparece disfrazada de altibajos, vacilaciones, desalientos, cansancios, que no son sino el tributo que el hombre debe pagar a su frágil condición. Y por medio de estas circunstancias debe avanzar la fidelidad.
Lo que sí es cierto es que la fidelidad no es una situación estática, quieta, inmóvil. Ser fiel significa superponer la voluntad de querer al desgaste del primer amor producido por el tiempo y la rutina. Fidelidad es querer querer, es una determinada determinación de querer.
Y para saber elegir hay que saber qué se quiere elegir, conocer la realidad de las cosas, su verdadera cara. Sabemos lo que elegimos cuando elegimos lo que verdaderamente queremos y lo queremos porque lo decidimos así en un principio. En el fondo, la fidelidad consiste en elegir lo que de alguna manera ya se había elegido antes, aunque se actualiza dicha elección en el cada día.
Cuando un esposo decide marcharse a casa y evitar cierta «cena de trabajo» está decidiendo ser fiel a su mujer. Pero lo cierto es que está volviendo a elegir a su mujer respecto de cualquier otra porque ya la eligió un día y le prometió seguir eligiéndola cada día y en cada circunstancia.

3. Ser infiel
Pero el espíritu humano alberga como parte integrante de su fragilidad una notable capacidad de ligereza y de banalidad ante bienes importantes que ya posee. Es capaz de distraerse con una hojarasca que vuela en el aire. No siempre, ni en todo caso, se es infiel por malicia, a veces por simple despiste, ignorancia en las prioridades. No tener claro qué es lo importante.
Se puede ser infiel por preferir el éxito profesional que hace merecer a uno mismo delante de sus compañeros, aunque cuando salga a la calle nadie sabe quién es ese señor que parece que se cree alguien. También se puede ser infiel por preferir el deporte, los hobbies o hasta los propios hijos por encima del cumplimiento del compromiso matrimonial que los justificó. Si se piensa detenidamente es un absurdo. Se casa con una señora porque le promete amor eterno y luego a quien quiere de verdad es a los hijos que le dio su señora, pero a la señora no.
Pero las infidelidades que podemos comprobar y hasta padecer o protagonizar nos confirman que solamente quien tiene la posibilidad de ser fiel también tiene la posibilidad de ser infiel. El perro es el mejor amigo del hombre pero no es fiel, ni tampoco infiel. Será agradecido y no morderá la mano que le da de comer, pero no se compromete ni se vincula con su amo.
La fidelidad es cosa humana, de hombres y de mujeres, no de ángeles y de demonios. Y somos fieles como lo puede ser una persona, a veces con heroicidad, pero siempre con sentido de la realidad. Por esto la fidelidad cuenta con los propios defectos e imperfecciones, así como con las propias virtudes. Y por esto, también, la fidelidad cuenta con los propios defectos del otro y con sus propios aciertos. Por todo ello, la fidelidad implica necesariamente el perdón y la comprensión que se alcanzan sólo con amor.
Tan es así que ser fiel es saber perdonar. A veces es más costoso perdonar que pedir perdón. Y para saber perdonar hay que saber ser fiel al compromiso inicial donde lo que se prometió es fidelidad no compensación de activos y pasivos, como si de una contabilidad se tratara. Se perdona porque se es fiel a la promesa realizada.
No quiere decirse que para ser fiel sea necesario ser infiel, como si fuera una premisa imprescindible, sino que la fidelidad y la infidelidad son posibles, reales. Sólo los hombres capaces de ser infieles, porque pueden hacer el mal y no lo hacen, pueden elevarse a la fidelidad
[7].

4. A pesar de todo... fiel
Pero el hombre, aunque no quisiera, arrastra consigo el peso de su egoísmo, de sus descuidos, prejuicios y demás circunstancias que se encuentran en el origen de muchos fracasos en la elección de un modo de vivir que debería ser irrevocable. El hombre es un ser racional, pero no siempre obedece a su razón, ni está tan claro que al mundo le muevan las ideas, sino más bien los corazones enamorados. Quizás sea porque el amor es lo único que engrandece a un hombre y al final de los tiempos es lo único que queda.
Hoy día vivimos en una sociedad utilitarista, afanosa de dominar y poseer cosas y bienes
[8]. Tendemos a pensar que podemos disponer a nuestro antojo de los seres que tratamos, como si fueran objetos, nuestros juguetes: ahora quiero, ahora no quiero.
Vivimos en una sociedad adolescente, con miedo al compromiso, que vive de películas y de historias fantásticas que nunca podrán hacerse realidad. Lo cotidiano aparece como la espera de un momento excepcional que algún día llegará, en lugar de ser el espacio en el que se teje el compromiso de la vida real, la única que tenemos entre nuestras manos
[9].
Para una persona fiel, lo importante no es cambiar y probar otras cosas o personas o situaciones, sino realizar en su propia vida el ideal al que se comprometió y mantener su empeño en ello. El fiel cumple con su voluntad, quiere lo que dijo que iba a querer. Y el que es fiel a una promesa o a un compromiso no es un terco, sino más bien tenaz, perseverante, porque con su fidelidad muestra el valor propio del compromiso.

5. Fidelidad conyugal
Los esposos son ante todo eso mismo, personas que se han esposado, prometido, comprometido el uno con el otro. La mentalidad actual, fuertemente secularizada, que propugna valores apartados de Dios, que es el dueño del bien y del mal, llega a preguntarse ¿por qué un cónyuge debe ser fiel al otro?
[10] A esta pregunta se puede contestar con variados motivos, entre ellos, por el propio bien de los hijos. Bien, pero incorrecto. Se puede volver a formular la pregunta de otra manera ¿por qué es preciso amar siempre al otro cónyuge, incluso cuando muchos motivos, aparentemente justificados, inducirían a dejarlo?
La respuesta más radical presupone ante todo el reconocimiento del valor objetivo y esencial del vínculo matrimonial. Marido y mujer son esposos, cónyuges, personas unidas, vinculadas. Pero no unidos como unos esclavos obligados y castigados a permanecer siempre así, sino unidos por el don recíproco y la promesa de amor hecha un día contra toda adversidad, a pesar de los propios errores, mejor, con los propios errores. Promesa que es posible porque queda avalada por Dios mismo. ¡Dios es fiel!
[11] Y la fidelidad humana, es imagen de la divina, como lo es la propia naturaleza del hombre fundada en su especial dignidad. No hay espacio en la Iglesia para una visión inmanente y profana del matrimonio, simplemente porque esta visión no es verdadera, ni teológica ni jurídicamente[12].

6. El amor
Porque la fidelidad exige amor, pero ¿en qué reside el verdadero amor? El enamoramiento está presidido por emociones y sentimientos, pero el amor está compuesto además del enamoramiento por la voluntad, la inteligencia, el compromiso y la entrega
[13]. No se puede confundir el amor con la simple pasión o con el simple sentimiento que es pasajero y efímero, además de condicionado a cantidad de variables entre las que se encuentran algo tan elemental como el frío y el calor.
El amor es un sentimiento y hay que sentirlo así, pero no se agota en eso solamente. Esto es muy poco, es una versión muy descafeinada del verdadero amor. No serviría para explicar por qué una madre se levanta por la noche cada tres horas para dar de comer a su pequeño, por qué un padre espera despierto para ver llegar a sus hijos por la noche, por qué un esposo renuncia a un ascenso por no apartarse de su mujer... Todo esto, y mucho más no se explica con un simple sentimiento, como si se pudiera decir «es que yo lo siento así» o «me apetece».
Y es que la fidelidad matrimonial no se tiene, sino que se conquista, se construye cada día y la conseguida no vale para el día siguiente. La fidelidad no admite vivir a cuenta del pasado, sino que siempre mira hacia delante.
A menudo se confunde la fidelidad con el aguante, como si ser fiel significara aguantar carros y carretas y estar dispuesto a todo. Pero la fidelidad supone un valor más elevado, supone crear en cada momento de la vida lo que uno mismo, un día, prometió crear
[14]. Supone cumplir la promesa que se dio de crear un hogar en todas las circunstancias, favorables o adversas, asumiendo las riendas de la propia vida y comprometiéndose a vivirla no a merced de los sentimientos cambiantes de cada momento sino por el valor de la unidad conyugal.
Y es que al hablar de un matrimonio fiel, de un matrimonio indisoluble, por error se piensa siempre en un matrimonio para toda la vida, como si la fidelidad fuera una cuestión de tiempo, para medir la duración de un matrimonio. El matrimonio fiel es duradero o de duración indefinida. No es así.
Cuando se habla de fidelidad a lo que realmente se alude es a la calidad de la unión. Un matrimonio fiel es un matrimonio valioso y por esa razón permanecerá en el tiempo, pero no porque tenga una fecha de caducidad ilimitada, sino porque tiene un valor propio que es la fidelidad de los esposos querida y vivida como un regalo diario, como una riqueza interior de la que se nutre el valor de la propia unión. El matrimonio no dura porque se han prometido fidelidad, sino que porque son fieles el matrimonio será para toda la vida por encima de las dificultades que no faltarán.



Felipe Pou Ampuero

[1] Digesto, 44, 7, 38.
[2] José Morales, Fidelidad, Ediciones Rialp, S.A. , Madrid 2004, p.39.
[3] José Morales, ob. Cit., p.67.
[4] David Isaacs, La educación de las virtudes humanas, Eunsa, Pamplona, 1976, p.239.
[5] José Morales, ob. Cit., p.218.
[6] José Morales, ob. Cit., p.217.
[7] José Morales, ob. Cit., p.166.
[8] Alfonso López Quintás. El valor de la fidelidad matrimonial. www.Catholic.net.
[9] Tony Anatrella. La mentalidad juvenil en el mundo occidental. Aceprensa, 8 de octubre de 2003, servicio 136/03.
[10] Juan Pablo II, El origen de la crisis del matrimonio. Discurso a la Rota romana, 30 de enero de 2003.
[11] Juan Pablo II, El origen de la crisis del matrimonio. Op. Cit.
[12] Juan Pablo II, El origen de la crisis del matrimonio. Op. Cit.
[13] Enrique Rojas, Remedios para el desamor. Mujer Nueva.
[14] Alfonso López Quintás. El valor de la fidelidad matrimonial. www.Catholic.net

martes, noviembre 01, 2005

9. Creación y Evolución



CREACIÓN Y EVOLUCIÓN
Fecha: 01 de noviembre de 2005

TEMAS: Creación, evolución.

RESUMEN: No importa tanto saber cómo se ha formado el universo, sino descubrir el sentido de la Creación. Dios quiere hacerse comprensible al hombre. El relato de la Biblia dice que Dios ama al mundo y al hombre. Es posible admitir el origen del hombre en cuanto cuerpo mediante la hipótesis del evolucionismo. Sin embargo, la doctrina de la fe afirma que el alma espiritual ha sido creada directamente por Dios. Ser criatura significa aceptar las propias limitaciones.


SUMARIO: 1. La Biblia.- 2. Evolución.- 3. Rebelión.- 4. Adoración.- 5. Existe.

1. La Biblia
Al final, el hombre se encuentra consigo mismo preguntándose: ¿quién soy yo?, ¿qué hago aquí?, ¿para qué existo?, ¿de quién dependo? Al final, nos damos cuenta que por encima de todas las cuestiones fundamentales tenemos que volver al principio y en el principio está el origen del mundo y de la vida. Pero la verdadera pregunta que nos queremos responder no es tanto la de cómo se ha formado técnica o científicamente el mundo y la vida, sino la de quién es el responsable de todo esto. En palabras de Juan Pablo II «no se trata sólo de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos y ha aparecido el hombre, cuanto más bien en descubrir qué sentido tiene tal origen, si lo preside el caos, el destino ciego o bien un Ser trascendente, inteligente y bueno llamado Dios»[1]
Nos encontramos, entonces, con el relato de la creación que refiere la Biblia, es la Palabra de Dios. Pero al hombre ilustrado le viene a resultar un relato simple, infantil, de gentes sin cultivar, casi un relato mágico y novelesco. Debemos recordar que la Biblia no es un tratado científico, ni tiene intención de serlo, no quiere ofrecer una explicación técnica sobre el origen del universo y del mismo hombre[2]. Es un libro religioso y no es lógico, ni posible extraer de él una explicación que no pretende dar. El relato bíblico nos quiere situar en un plano diferente, el trascendente: nos dice que el universo entero tiene un principio y que ha sido creado por Dios de la nada más absoluta.
Esto lo dice con palabras muy sencillas y llanas que pueden ser entendidas por un hombre del siglo XXI y por un hombre de cualquier época, porque se dirige a todos los hombres y mujeres, de cualquier edad, cultura, raza y hasta de cualquier creencia, porque manifiesta una verdad absoluta: Dios es el Creador. Luego Dios es anterior a todo el universo porque cuando Dios existía todavía no existía el universo. Además también nos dice que Dios es distinto al universo porque no está dentro del universo sino fuera de él porque lo ha creado. Dios es Otro, es el Otro por excelencia de la creación.
Por medio del relato de la Biblia Dios quiere hacerse comprensible al hombre, Dios quiere que el hombre sepa que es su Creador, de quien procede, su origen. No es un Dios anónimo o escondido, menos aún es un Dios misterioso que no quiere comunicarse con el hombre. Y al mismo tiempo, la Biblia también es un esfuerzo del hombre por acercarse a Dios, por comprenderle por medio de su Palabra revelada, por llegar a conocer la verdad, la que le ha sido revelada.
Dios se revela a sí mismo sobre todo como Creador. Creador es el que llama a la existencia al universo, a todos los animales y al mismo hombre desde la nada. Los crea siendo todopoderoso, sin ninguna necesidad. No cabe pensar otro motivo de la creación que el mismo amor de Dios. Vio Dios cuanto había hecho y era muy bueno. A través de estas palabras somos llevados a entrever en el amor divino el motivo de la Creación, la fuente de la que brota
[3].
Y dentro de esta verdad de la Creación, el relato de la creación del hombre a imagen y semejanza del Creador distingue al hombre creado del resto de todo el mundo visible y, en particular, del mundo de los animales. El alma humana hace al hombre capaz de conocer a los demás seres y de imponerles el nombre, así como reconocerse distinto de ellos. Este alma hace al hombre capaz de comprender el don de la existencia desde la nada y, al mismo tiempo, le hace capaz de responder al mismo Creador con el lenguaje del amor por el cual fue creado.
«No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»
[4]. En la creación se encuentra el amor de Dios por el hombre, y en la desobediencia del hombre se encuentra el rechazo de la creación y la pretensión del hombre de querer administrar por cuenta propia la existencia y el actuar en el mundo como si Dios no existiera[5].

2. Evolución
Pero todo esto no se puede demostrar. No se puede reducir a una fórmula matemática que al final de un resultado con el que estemos de acuerdo. Somos hijos de la Ilustración y soportamos la servidumbre de estar sujetos a un tipo especial de certeza que es aquella que sólo puede confirmarse con el experimento y el cálculo, como si la realidad se redujera a coordenadas y abscisas. Pero ahí radica precisamente la tentación, en considerar solamente como racional y, por lo tanto, serio lo que sólo se puede comprobar por el experimento y el cálculo. Lo cual supone que lo moral y lo sagrado queda reducido a lo irracional, a lo superado, a lo no serio. Esto supone tanto como reducir la ética a conceptos físicos, y esto supone disolver el espíritu del hombre que, desde luego, no es físico
[6].
Según el naturalismo, el progreso científico manifiesta que el universo se encuentra auto-contenido y no necesita nada fuera de él. La acción divina sería innecesaria en un mundo que puede explicarse mediante las fuerzas naturales tales como las conocemos por las ciencias
[7]. Sin embargo, la ciencia presupone siempre un orden natural. El científico siempre busca el orden interior de las cosas y los fenómenos. Las leyes científicas recogen el orden natural y se puede decir que a más ciencia más orden.
A partir de este orden científico resulta inverosímil reducir el mundo creado al resultado de la actividad de fuerzas ciegas y casuales. Es más lógico admitir que el mundo es el resultado de un orden creador que viene de fuera de la misma creación. Toda la naturaleza aparece como el despliegue de la sabiduría y del poder divino que dirige el curso de los acontecimientos de acuerdo con sus planes, con su orden reflejado en las leyes de la creación que vienen a ser las leyes de la naturaleza.
Porque sólo un principio inteligente puede generar orden. Afirmar que la combinatoria del azar sea la clave del universo es contradictorio. Sería tanto como decir que el azar es la causa del orden existente en la materia porque la propia materia se auto-ordena, pero la materia no tiene intención, es solo materia, no piensa
[8]. No olvidemos que la fuerza de la gravedad existe y es la primera de las fuerzas naturales que fue tratada científicamente con éxito en la mecánica de Newton, sin embargo, y al cabo de tres siglos su naturaleza sigue siendo tan misteriosa para nosotros como lo era para el mismo Newton.
El mundo natural que percibimos por nuestros sentidos de manera ordinaria nos muestra una extraordinaria complejidad
[9]. El escarabajo bombardero posee un sofisticado sistema defensivo cuyo esquema ha sido estudiado como posible método de propulsión de cohetes. Esta complejidad hace muy difícil explicar su aparición siguiendo el esquema darwiniano de la pura necesidad y casualidad de las fuerzas naturales.
Toda la complejidad de la naturaleza hace pensar que no es casual, sino que ha sido diseñada, pensada de antemano. La probabilidad de que el diseño sea el resultado de una coincidencia múltiple resulta despreciable y, por tanto, hay que concluir que la causa del diseño de la naturaleza es una causa externa, es creada.
Desde el punto de vista cristiano entender la evolución sin Dios es un absurdo. De lo inferior no es lógico llegar a lo superior, de la materia no se llega al espíritu, de lo absurdo no se llega a lo racional, del caos no se llega al orden.
Más bien hay que entender que para que una realidad pueda ser estudiada por las ciencias, debe incluir dimensiones materiales que puedan ser objeto de experimentos científicos. Y esto no sucede, no puede suceder, con el espíritu, ni con Dios, ni con la acción creadora de Dios. Dios opera por medio de causas intermedias en las que la evolución también puede ser considerada como un proceso natural por medio del cual Dios trae las especies vivientes a la existencia de acuerdo con su plan
[10].
Porque al tratar del evolucionismo se considera a Dios y a las criaturas que compiten en el mismo nivel, ignorando la distinción entre causa primera que es causa de las demás causas y las causas segundas que han sido causadas y actúan conforme a un plan. Porque el azar es real y existe, no lo niego. Pero el mismo azar también está sujeto a la acción divina que es la causa primera sin la cual el azar no puede existir.
Sin embargo, la evolución tiene un límite: el espíritu. El espíritu no puede proceder de la materia, solo procede de un acto creador de Dios. Y es aquí donde la verdad de fe sobre la creación se contrapone de la manera más radical a las teorías de la filosofía materialista que reducen el universo a la materia y niegan la existencia del espíritu
[11]. Las teorías que consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se trata de un simple fenómeno de esta materia son incompatibles con la verdad sobre el hombre que es imagen de Dios. Además estas teorías se muestran incapaces de fundar la dignidad de la persona al carecer de referencia trascendente.
Ya en 1950, la encíclica Humani Generis de Pío XII dijo que la Iglesia no ve dificultad en explicar el origen del hombre en cuanto cuerpo mediante la hipótesis del evolucionismo. Pero hay que recordar que tal hipótesis al día de hoy es una simple posibilidad, no una certeza científica. La doctrina de la fe, en cambio, afirma invariablemente que el alma espiritual del hombre ha sido creada directamente por Dios
[12].
La reflexión cristiana acerca del evolucionismo permite comprender que la evolución puede formar parte de los planes de Dios. Puede contener muchos sucesos que para nosotros son aleatorios o casuales, pero que para Dios caen dentro de su plan. No podemos decir Creación o evolución, la manera correcta de plantear el problema debe ser Creación y evolución, pues ambas cosas responden a preguntas distintas. La historia del barro y del aliento de Dios no nos cuenta cómo se origina el hombre. Nos relata que es Dios su origen más íntimo, nos muestra el proyecto que hay detrás de cada hombre
[13].

3. Rebelión
Si aceptamos que Dios es en última instancia Creador que da a las cosas el ser y la existencia de la nada, que no transforma sino que crea de la nada, tenemos que ser consecuentes con esta idea. La primera consecuencia, muy elemental, es que Dios es el Dios Todopoderoso. No es un superhombre o un ser excepcional sino que está por encima de estas clasificaciones, está por encima de las medidas humanas.
Lo que dice Dios es Palabra de Dios, no es palabra de cualquiera que podamos aceptar o no, que sometamos a nuestro veredicto y califiquemos como quien opina sobre la última novela que ha leído «me gusta o no me gusta». Dios manifiesta que al crear el universo y cada una de las especies –al final de cada día– dice que lo creado es bueno. Dios crea el mundo en que vivimos como una manifestación de su bondad y además el mundo le salió bueno, según dijo Él mismo. Si hemos de ser consecuentes, el mundo es bueno.
Además, si Dios es el Todopoderoso no tiene necesidad de nada que le falte o que le complete. Dios no crea para completar algo que le falta porque se encontraba muy solo. Él es el Ser totalmente e infinitamente perfecto. No tiene pues necesidad alguna del mundo. ¡Y, sin embargo, Dios crea!
[14] Todo existe porque Dios lo ha creado y todo existe porque Dios lo ha querido. Esto nos debe inspirar una gran confianza...
Pero Dios también crea al hombre y se complace especialmente en su creación. El hombre no es como las demás cosas creadas, aunque sólo sea porque el hombre tiene conciencia de sí mismo y capacidad de trascender y puede darse cuenta que él mismo no se ha creado. El hombre tiene cabeza y corazón, para pensar y para querer. Ningún ser creado puede pensar o referirse a Dios, salvo el mismo hombre que por su propia capacidad espiritual puede anhelar a Dios. De hecho se podría decir que por medio de la creación del hombre, Dios se hace presente en la Creación, deja de ser ignorado por las criaturas. El hombre tiene una especial predilección de Dios, ha sido llamado especialmente, cada hombre es conocido y amado por Dios, es imagen de Dios
[15].
El hombre puede utilizar su propia libertad, regalada por el Creador, para no reconocerle, para negarle. En el relato de la creación también aparece esta actitud. El hombre quiere negar el hecho de ser una criatura, no quiere reconocer las consecuencias de esto y se convierte en contrario del Creador, en su rival y su amenaza. Es la rebelión de la criatura y es cualquier pecado que no se puede describir como una posibilidad abstracta o teórica, sino como un hecho, como una conducta concreta, como el pecado de alguien
[16].
Ser criatura significa ser limitado, no ser el dueño del Bien y del Mal. Aceptar que lo bueno y la malo lo decide el Otro, el Creador. En esencia, el hombre moderno quiere sustituir el criterio de lo bueno por el de lo perfecto. No quiere aceptar lo que es bueno y lo que es malo porque esto le limita en el arte, en la ciencia, en el progreso. Prefiere referirse a su propia capacidad –que se piensa ilimitada– y calificar las obras en perfectas o imperfectas según estén bien o mal ejecutadas y así para el hombre moderno los libros están bien o mal escritos, pero no importa si son buenos o malos libros.
El Derecho mismo intenta arreglarse sin el concepto de culpa. El legislador prefiere sustituir los conceptos de bien y mal por los de normal y anormal. De aquí se deduce que las proporciones estadísticas también pueden cambiar y hasta invertirse pues si lo anormal puede convertirse en corriente se puede hacer normal lo anormal. Con este retroceso a las categorías cuantitativas se ha perdido la noción de moralidad, todo es bueno y nada es bueno, lo que importa es que sea normal o mayoritario.

4. Adoración
Aunque el hombre lo negara, la realidad –la verdad– es que Dios ha creado el mundo. Y el Creador explica su razón para crear el universo. Es posible que al hombre no le parezca una buena razón, hasta es posible que el hombre no comprenda las razones del Creador. Pero Dios, el Todopoderoso, el que no necesita de nada ni de nadie sólo puede crear por amor y además ama lo creado. Y crea con un orden y unas leyes que incluye en cada criatura a modo de instrucciones de funcionamiento y al llegar al hombre, además, le concede la ley natural escrita en su corazón.
Del relato de la Creación se puede deducir que existe un orden interno en el que se llega hasta la creación del hombre, capaz de reconocer a Dios y amarle libremente. Y siendo esto tan significante vemos que todavía resta un día en el proceso creador. El Creador se guarda el último día de la creación para Sí, para complacerse en todo lo creado y para que todo lo creado se complazca en su Creador. Podemos entonces comprender que la Creación se ha hecho para ser un espacio de adoración. Y este es el mandato de la Creación que no es capaz de escuchar ni de entender el hombre moderno de la actualidad: dar gloria a Dios, creador del Cielo y de la Tierra
[17].
La primera adoración al Creador es el respeto de la Creación. La naturaleza misma se resiste a ser cambiada: cada vez que se intenta no sale una naturaleza nueva y distinta, ni mucho menos mejorada, sino una degradación de la que antes existía. Cuando un hombre usa de las cosas sin referirlas a su Creador se hace a sí mismo daños incalculables
[18].

5. Existe
Lo que sí está claro es que nadie estuvo allí el día de la creación del mundo y nadie vio quién ni cómo se hizo. Me tengo que fiar. Pero puestos a razonar tiene poco sentido que todo tenga su origen en el caos o que sea fruto de una casualidad. Es más razonable que todo tenga un principio y más razonable aún que todo el proceso de la creación tenga una explicación razonable, aunque yo no sepa darla.
Porque la tentación no comienza con la negación más absoluta de Dios y la declaración de un ateísmo total. La tentación comienza con la sospecha de la Alianza del Creador, comienza con la desconfianza en Dios. La tentación comienza cuando el hombre desconfía de las limitaciones de su ser, cuando piensa que no debe aceptar las limitaciones del bien y del mal, las de la moral, que le impone su Creador, sino que debe suprimirlas porque entonces será como dios
[19].
Pero qué es más fácil decirle a un paralítico tus pecados te son perdonados o decirle levántate y anda. Para todas las curaciones milagrosas, como para la creación del mundo es suficiente un Dios Todopoderoso, el Dios clásico que han definido los filósofos. En cambio, para perdonar los pecados es necesario un Dios que además de Omnipotente sea Misericordioso, atributo éste que no se encuentra en la definiciones ilustradas de los dioses
[20].
Dios nos habla por medio de todo lo creado. La creación entera habla de su Creador y tenemos que aprender a leer en la Creación. ¿Quién es el hombre? Es la pregunta que se realiza cada generación, porque el hombre, a diferencia de los demás animales, no nace con la vida trazada hasta el final. Vivir la vida es para cada hombre una tarea, una llamada a ejercer su libertad. Si solamente es la ciega casualidad la que nos ha arrojado al mar de la nada, entonces existen motivos más que suficientes para considerarlo una desgracia. Sólo si sabemos que no somos una casualidad sino que procedemos de la libertad y del amor podemos estar agradecidos y saber, agradeciéndolo, que no es sino un don el ser hombre
[21].


Felipe Pou Ampuero

[1] Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo. www.interrogantes.net
[2] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 27.
[3] Juan Pablo II, El misterio de la creación del hombre: varón y mujer. 2 de enero de 1980.
[4] Benedicto XVI, Homilía de inauguración de su pontificado. Vaticano, 24 de abril de 2005.
[5] Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Librería Editrice Vaticana, Vaticano, 2005, n. 27.
[6] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 71.
[7] Mariano Artigas. Evolucionismo. www.arguments.blogspot.com
[8] Julio de la Vega-Hazas Ramírez, ¿Creación? Por qué sí, www.fluvium.org/textos/vida
[9] Santiago Collado, Debate en torno al “Diseño Inteligente”, www. Arguments.blogspot.com
[10] Mariano Artigas. Evolucionismo. www.arguments.blogspot.com
[11] Cfr. Juan Pablo II. Audiencia General, 5 de marzo de 1986.
[12] Juan Pablo II. Catequesis sobre el Credo, www.interrogantes.net
[13] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 75.
[14] Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo. www.interrogantes.net
[15] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 70.
[16] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 98.

[17] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 51.
[18] Juan Pablo II. Catequesis sobre el Credo, www.interrogantes.net.
[19] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 93.
[20] Cfr. Cabodevilla, José María, La sopa con tenedor, ed. BAC.
[21] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 79.

viernes, octubre 07, 2005

8. El Sentido de la Vida

EL SENTIDO DE LA VIDA
Fecha: 01 de octubre de 2005

TEMAS: Persona, libertad.


RESUMEN: El hombre puede conocer el sentido de su vida. Para ello debe conocerse tal como es. El hombre es imagen y semejanza de Dios y esta relación originaria es la única capaz de definir la realidad del hombre. Sólo el amor dignifica al hombre y lo realiza plenamente. Sólo un compromiso de amor definitivo da sentido a la vida.

SUMARIO: 1. El sentido de la vida: un compromiso.- 2. El cuerpo.- 3. El espíritu.- 4. Un compromiso.

1. El sentido de la vida: un compromiso
Ya desde la antigüedad la búsqueda de la verdad se expresaba en la frase del oráculo de Delfos: «¡Conócete a ti mismo!»
[1]. El hombre que pierde el interés en conocer el sentido de su propia existencia soporta una gran desgracia: deja de conocer la verdad de sí mismo y se encuentra perdido en la tarea de construir su vida.
Ante todo, deja de reconocerse como persona, esto es, dotado de una naturaleza racional que le permite conocer la verdad y entablar relaciones personales con los demás, capaz de enriquecerse. La razón última de esto es la existencia de un planteamiento dualista que separa como mundos distintos el mundo del cuerpo –que es la materia– y el mundo del espíritu –que es la libertad–
[2]. En efecto, cuerpo y alma son inseparables: están o se pierden juntos[3].

2. El cuerpo
El primer mundo, el de la materia, entiende que el cuerpo no forma parte de la persona, sino que es un material bruto no sometido al mundo del espíritu, sino dominado sólo por las leyes de la biología, de la física y de la sicología. En tal caso, el cuerpo queda a merced de los instintos y de las pasiones y sólo es válido lo que apetece, lo que gusta en cada momento. Este mundo material tiene como aspiración la abundancia económica, las emociones, el prestigio y el poder sobre los demás lo cual se consigue plenamente si se tiene la necesaria independencia que resulta del hecho de no estar comprometido con nada ni con nadie.
Para este mundo, el hombre se valora sólo por lo que puede hacer o conseguir en función de su productividad en el trabajo. Un trabajo que llega a ahogar cualquier otra exigencia de la persona al no dejar cabida a la realización personal en la propia familia o en la amistad. Se acaba sacrificando todo a un sistema de producción competitivo, impersonal y tiránico donde sólo tiene sentido el éxito final. Se acaba cumpliendo en la propia vida el principio que justifica los medios empleados por el fin perseguido y no siempre alcanzado, es decir, por el éxito social.
Esta concepción de la vida tiene como resultado el escaso tiempo para la convivencia familiar que hace que se debiliten las relaciones personales. Las cuestiones de fondo no se dialogan porque no se les dedica el tiempo necesario y se convierte la convivencia familiar en una simple coexistencia pacífica que no dé problemas o, por lo menos, que los disimule.
Pero el precio que exige la independencia es la soledad y la búsqueda del éxito no siempre conseguido genera frustración. La combinación de la soledad y la frustración llevan a la tristeza.

3. El espíritu
El segundo mundo, el de la libertad separada de la materia entiende la libertad como la ausencia de limitaciones. Una libertad sin condiciones. La libertad queda reducida a una simple elección de cosas y opciones según el gusto o las apetencias personales, al margen o sin tener en cuenta la verdad del mismo hombre, como si el hombre pudiera hacerse a sí mismo de cualquier manera, prescindiendo de las leyes de la naturaleza. Si cada hombre puede hacer lo que quiera y si todos los hombres pueden hacer lo que quieran habrá que concluir que la libertad así entendida sólo puede tener como límite las libertades de los demás hombres. Todo es posible con tal de no violentar la libertad de los demás. Se termina justificando los propios actos siempre que no violenten a los otros, sin que nos importe que sean buenos o malos en sí mismos o en referencia a un fin superior.
El hombre se construye un mundo personal irreal, de fantasía, porque no se ve a sí mismo como realmente es –un cuerpo animado por un espíritu, una libertad encarnada en una materia–, sino de una manera fragmentada en dos mundos independientes que se ignoran entre sí. La libertad que no tiene otro fin más que la elección de cosas no es una libertad para algo, sino que se convierte en una libertad de elección. Y esta libertad de elección no estará al servicio de la persona sino que, más bien, utilizará a la persona llevándola y trayéndola de un lado para otro como una marioneta. Convierte a la persona en un ser incapaz de amar, donde las relaciones conyugales y familiares y hasta la amistad serían una pesada carga que quita libertad, causa de sufrimiento e infelicidad.
Esta libertad sin sentido ha conducido a la llamada libertad sexual que ha traído consigo tres rupturas en la construcción de la persona:
a) La primera ruptura es la que separa la sexualidad del matrimonio dando lugar al llamado amor libre, sin compromiso.
b) La segunda ruptura es la que separa la sexualidad de la procreación. El sexo es para disfrutar y no para procrear. La misma procreación separada de la sexualidad queda en manos de la propia elección y así se llega a la procreación sin sexualidad e incluso a reclamarla como un derecho de la persona a tener un hijo por el medio que sea y por la sola causa de desearlo vivamente.
c) La última ruptura es la separación de la sexualidad y el amor. El amor aparece como algo ajeno a la sexualidad que puede aparecer o no, de manera que sería necesario probarse sexualmente antes de saber si se puede amar de verdad a otra persona. En todo caso, no cabría un amor sin condiciones.
Pero esta libertad sexual todavía pervive en la sociedad por medio de dos realidades: a) los nuevos derechos de la libertad sexual –anticoncepción, modelo de familia, aborto, elección de la propia sexualidad–, b) la ideología del género, en el intento de presentar el género sexual como un producto cultural, que supone concebir la sexualidad de la persona como algo ajeno a su propia identidad.

4. Un compromiso
Pero este planteamiento dualista –el del cuerpo y el del espíritu– deja la vida del hombre vacía de sentido, sin ganas de vivir. Porque sólo un amor que compromete la vida definitivamente da sentido a la vida para merecer la pena vivirla.
La causa de esto es que el hombre ha suprimido a Dios del horizonte de su existencia y no reconoce nada superior a sí mismo, ni ninguna limitación o condición que no venga determinada por sí mismo. Se ha vuelto a repetir el seréis como dioses en un intento del hombre de crearse a sí mismo. Pero Cristo conoce lo que hay en el corazón del hombre porque Él es quien lo ha creado, revela la auténtica verdad sobre qué es el hombre, es decir, un ser creado a imagen y semejanza de Dios.
Resulta, entonces, que al hombre hay que conocerlo desde el punto de vista de quien lo ha hecho: desde la fe revelada por Cristo que trae de nuevo el plan de Dios sobre el hombre, aquello para lo que fue creado a su imagen y semejanza. Nos remite al momento mismo de la creación del hombre para decirnos la verdad sobre el hombre, por encima de los convenios, acuerdos u opiniones sociales. El hombre es lo que Dios ha creado y como Dios lo ha creado. El hombre no es lo que él mismo se piensa que es.
La medida última del hombre no es el cosmos inmenso, ni la sociedad en la que se encuentra, ni la tecnología que le acompaña, ni los avances de las ciencias. El hombre es imagen y semejanza de Dios y esta relación originaria es la única capaz de definir al hombre como lo que realmente es.
Y ¿cómo creó Dios al hombre? Es la fe quien nos lo revela. El hombre ha sido creado con cuerpo y alma, con materia y libertad. Pero no como dos mundos separados y divididos, sino, al contrario, como un solo mundo «el hombre es, de hecho, alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo que es vivificado por un espíritu inmortal»
[4]. Es la dignidad humana.
El hombre no debería ser otra cosa que lo que realmente es: un cuerpo con espíritu que da gloria al Creador. La unión del cuerpo y el espíritu es lo que forma la persona, no sólo el uno o sólo el otro. La persona no es un animal, porque tiene razón. Pero tampoco es un ángel, porque tiene cuerpo. El hombre tiene las limitaciones propias de la materia: el tiempo, el espacio, el ambiente, los instintos, las apetencias, las pasiones buenas y las pasiones malas, etc. Y este cuerpo conforma el espíritu del hombre.
El hombre es un cuerpo de hombre y un espíritu de hombre con semejanzas a los animales y con semejanzas a los espíritus, pero sin confundirse ni con unos ni con otros. La dignidad del hombre tiene su causa en la imagen y semejanza con Dios que vio que era bueno, que lo amó. Y el hombre es capaz de amar a imagen de su Creador. Sólo el amor dignifica al hombre y lo realiza plenamente. Ni la abundancia económica, ni el prestigio profesional o el éxito o los triunfos dignifican al hombre, todo eso no le hace digno.
La independencia, la ausencia de compromisos, el no tener complicaciones no hace digno al hombre, sino que lo conduce a la soledad y a la violencia antisocial. El hombre sólo es digno si es capaz de amar y de amar a su Creador y por Él a todos los demás hombres. En una sociedad cuyos ídolos son el placer, las comodidades y la independencia, el gran peligro está en el hecho de que los hombres cierren el corazón y se vuelvan egoístas
[5].
Así la libertad tiene un sentido y un fin: el amor. Se revela que la libertad no es para elegir cosas sino para amar. Y que el amor es un compromiso que se quiere, que se elige y que se cumple. La verdad sobre el hombre no es un convenio o acuerdo entre distintas opciones, sino una convicción, un verdadero compromiso con su imagen y semejanza.
La leyes biológicas o físicas no son las únicas que definen al hombre. Sobre todo son las leyes morales las que definen al hombre, le muestran el camino de su verdadera imagen.


Felipe Pou Ampuero

[1] Cfr. Juan Pablo II, Fe y Razón, , n. 1.
[2] Conferencia Episcopal Española LXXVI Asamblea Plenaria. Instrucción pastoral: La familia santuario de la vida y esperanza de la sociedad. Ed. Palabra, Madrid, 2001, nn. 23 y ss.
[3] Juan Pablo II, Veritatis Splendor, n. 49.
[4] Benedicto XVI, Discurso inaugural del Congreso Eclesial de la Diócesis de Roma sobre “Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe”. 6 de junio de 2005.
[5] Cfr. Juan Pablo II, Homilía en el Capitol Mall (Washington), 7 de octubre de 1979.