sábado, febrero 02, 2008

32. Modernismo

Fecha: 1 de febrero de 2008

TEMAS: Ciencia, Persona, Verdad.

RESUMEN: 1. Tenemos raciocinio para conocer la realidad que nos rodea y este conocimiento, cuando es verdadero nos hace comprender el mundo y al mismo hombre. Pero la realidad de las cosas y del mundo que nos rodea y la realidad del mismo hombre no queda totalmente definida sólo por los fenómenos que el hombre puede percibir.

2. Para el hombre modernista sólo existe lo que se puede conocer racionalmente. Sólo es realidad lo que se puede comprobar y certificar. Lo demás, entre otras cosas, la misma existencia de Dios y del mundo espiritual, no es científico ni real.

3. El hombre modernista piensa que el modo de alcanzar la felicidad en la vida es evadiendo la cuestión de la verdad.

4. Para el filósofo modernista la fe es inmanente al hombre, por tanto, Dios, que es el objeto de la fe, no es Alguien que trasciende al hombre sino que es una idea y un sentimiento del hombre. El concepto modernista de dios es tan simple y tan irreal, tan falso y tan feo, que convierte a dios en una caricatura del verdadero Dios.

5. Que la razón humana no pueda comprender a Dios por sus solas facultades humanas no significa que Dios no exista. Más bien hace referencia a la absoluta falta de proporción entre la existencia de Dios y el entendimiento humano.

6. Como Dios existe, no existe la idea de Dios, ni ser cristiano es una idea, ni menos una ideología, sino que Dios es el Señor de la historia y la causa y principio del hombre y del mundo. El modernismo como intento de diálogo del mundo moderno padece un error inicial: poner en entredicho el sentido de la relación de Dios con el mundo.

7. Se encuentran enfrentadas dos maneras de entender la vida: vida humana con Dios o vida humana sin Dios, ésta es la cuestión capital.


SUMARIO: 1. Saber.- 2. ¿Quién es Dios?.- 3. ¿Qué es la religión?.- 4. Realismo.- 5. La opción fundamental.-

1. Saber

Modernista viene de moderno, sin embargo, los modernistas ya van siendo viejos. Se nos ha ido el año 2007 y, entre otros aniversarios, hemos celebrado el centenario de la «Pascendi» que en 1907 enseñó los errores del modernismo y de su forma de entender el mundo.

Aristóteles inició su Metafísica diciendo que todo hombre por naturaleza desea saber (Metafísica I, 1: 980 a 1). El deseo de conocer y de saber forma parte esencial del hombre. Tenemos raciocinio para conocer la realidad que nos rodea y este conocimiento, cuando es verdadero, nos hace comprender el mundo y al mismo hombre. Tan esencial es al hombre que no puede prescindir de este afán de conocimiento.

Pero la razón humana tiene los límites propios de la naturaleza humana. Conoce los hechos, lo que acontece, lo que ocurre alrededor del hombre y éste puede percibir por sus sentidos. El hombre percibe fenómenos. Podría llegar a ocurrir que se quisiera conocer el mundo sólo desde el punto de vista del hombre y sólo por los hechos que el hombre puede percibir. Sería un conocimiento fenomenológico y, por tanto, limitado y parcial. Porque la realidad de las cosas y del mundo que nos rodea y la realidad del mismo hombre no queda totalmente definida sólo por los fenómenos que el hombre puede percibir.

Los modernistas sostienen que el hombre, tal como es, no posee el derecho ni la facultad de franquear los límites de las cosas materiales y, por tanto, con sus solas facultades es incapaz de elevarse hasta Dios, ni de conocer su existencia[1]. De donde resultaría que el hombre no podría conocer, ni siquiera atisbar, por las cosas creadas la existencia de un Creador.

La filosofía moderna o modernista a partir de la Ilustración renunció a conocer la verdad de la realidad y del mundo que rodea al hombre y se aferró a la certeza (incompleta) que pueda conseguir por medio del conocimiento racional. Ante la incapacidad propia para conocer la verdad de las cosas, renunció a la verdad misma y se conforma con la certeza que puede dar la racionalización del mundo. Para el hombre ilustrado el mundo deja de ser el mundo real y empieza a ser el mundo científico. El mundo no científico, por no poderlo conocer el hombre dentro de sus límites, simplemente se desprecia y se relega a los confines de lo imaginario.

Para el hombre modernista sólo existe lo que se puede conocer racionalmente. Sólo es realidad lo que se puede comprobar y certificar. Lo demás, entre otras cosas, la misma existencia de Dios y del mundo espiritual, no es científico ni real.

Esta decisión implica renunciar a reconocer que existe una inteligencia más alta que la humana, que es la inteligencia del Creador que determina lo que son las cosas y los límites del poder humano de transformarlas[2]. No reconocer un Creador es tanto como admitir que Dios no existe y entonces la lógica de la realidad de las cosas va por otros caminos.

El hombre modernista piensa que el modo de alcanzar la felicidad en la vida es evadiendo la cuestión de la verdad. Si la verdad no se puede alcanzar con las solas fuerzas humanas, entonces viviremos sólo de la certeza científica, dicen. Por tanto, al modernista que renuncia a la verdad y al conocimiento de Dios no le queda más salida que el agnosticismo. ¿Dios existe? No lo sé, no lo puedo comprobar científicamente, no lo puedo ver con el microscopio.

Para los modernistas, la ciencia tiene que ser atea. ¿Cómo va a fundarse la ciencia y el saber científico en una verdad indemostrable? Dios y lo divino quedan desterrados[3]. De donde se infieren dos consecuencias: una, que Dios no puede ser objeto directo de la ciencia; y dos, que Dios, de ningún modo, puede ser sujeto de la Historia. La realidad y la Historia de los hombres es científica —piensan— y Dios es imaginario.

Por esta misma lógica, las leyes de los Estados y el orden público y cívico de las sociedades humanas deben ser científicos y verdaderos, por lo menos ciertos y seguros, de modo y manera que las leyes no deberán tener en cuenta a Dios ni a las creencias de los ciudadanos porque todas esas cosas pertenecen al mundo imaginario de cada cual, pero no son reales.

Para los hombres modernistas surge un desdoblamiento de la personalidad. En cuanto científicos y hombres de su tiempo son personas agnósticas y certeras, que se atienen con seguridad a la realidad que se puede palpar y tocar. Pero en cuanto a su mundo interior —el imaginario— queda relegado a la intimidad caprichosa de cada uno que no tiene derecho a trascender a su vida pública[4].

La cultura modernista manifiesta una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera y que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad del hombre como conocimiento personal de la verdad íntima de cada hombre.

El gran obstáculo para aceptar la noticia sobre el destino eterno del hombre es su propia autosuficiencia, que prefiere aferrarse a la crispación de la certeza individual, antes que abrirse a la riqueza de la verdad compartida[5]. Pero el ansia de verdad que anida en el corazón del hombre reclama su derecho a saber. El gran vacío interior que atenaza a muchas personas, la pérdida del sentido de la vida, la fragmentación de la existencia, el decaimiento creciente de la solidaridad entendida sólo como ayuda material, es un grito silencioso del hombre moderno que dice que algo no encaja, que al puzzle de la filosofía modernista le falta una pieza.

Emerge un nuevo modo de pensar que trata de comprender lo que nos está pasando y ¡qué sorpresa! está interesado ni más ni menos que en la verdad[6]. Porque lo que conocemos por medio de los fenómenos, lo que acontece ante nosotros, no son nuestras ideas, sino las cosas mismas, que tienen su propia existencia aunque no la pudiéramos comprobar y certificar científicamente. Esa montaña existe porque es y no porque yo la vea y la conozca. Es más, existirá siempre aunque yo no la conozca.


2. ¿Quién es Dios?

Lo moderno no es lo modernista, que, en el fondo, es una manera de combatir la religión y la existencia de Dios. Para el filósofo modernista, hijo de la Ilustración, la fe es inmanente al hombre, se tiene que explicar desde el mismo hombre que es la única realidad verificable. Por tanto, Dios, que es el objeto de la fe, no es Alguien que trasciende al hombre y se encuentra fuera y por encima del hombre, sino que Dios es una idea y un sentimiento del hombre[7].

Dios, en cuanto Dios, no existe, dicen. Es una necesidad de algunos hombres que necesitan creer en algo. El objeto de la fe no es Dios, sino la idea de Dios y como tal idea es objeto de comprobación, de crítica, de razonamiento y, sobre todo, la idea de Dios es algo humano y, por supuesto, no es divina. Dios ha dejado de ser un «Quién » y se ha convertido en un «qué».

De aquí se puede concluir fácilmente que si dios es una idea, Cristo fue un hombre más, no Dios ni el Hijo de Dios. Cristo fue un hombre singular, especial y extraordinario, pero sólo fue un hombre y los cristianos seguiríamos a un hombre.

Al pensar en dios como un hombre se le reduce y somete a las limitaciones propias de los hombres y se pretender entender y comprender a dios como se pretende comprender a un hombre más. El concepto modernista de dios es tan simple y tan irreal, tan falso y tan feo, que convierte a Dios en una caricatura del verdadero Dios.

Desde luego yo no creo en un dios como el que describen los modernistas. Ni mi Dios es una idea de dios. Dios es una Persona, divina por más señas y, desde luego, existe en la realidad no en mis ideas. Dios es el fundamento de la realidad, tan fundamento que sin la existencia de Dios no existiría la realidad misma. Por tanto, si quiero conocer la verdadera realidad debo conocerla como Dios mismo la conoce y me lo hace saber por medio de su Palabra revelada.

¡Huy!, todo esto me parece poco demostrable. ¿Qué puedo hacer?


3. ¿Qué es la religión?

Para un modernista la religión es la necesidad del hombre de creer en algo y de satisfacer su mundo espiritual. Por tanto, la religión es un sentimiento que tiene su causa y origen en la necesidad humana de espiritualidad. La religión no debe buscarse fuera del hombre, sino en su interior. El objeto de la religión es un sentimiento que tuvo su origen en la conciencia que dejó Cristo cuando vivió históricamente entre los hombres. Cristo fue aquel hombre de naturaleza privilegiada, único entre los hombres y singular de todo punto, pero en cuanto hombre murió y sólo nos queda de él su recuerdo y ejemplo.

Porque todo encaja si resulta que Dios no existe. Porque si Dios existiera entonces la religión no sería un sentimiento del hombre, sino el conocimiento y relación con el Otro, el único no-hombre con el que el hombre puede relacionarse. Y si además resulta que ese Dios quiere hablar al hombre como un Padre entonces resulta que la religión es un don de Dios, una relación cariñosa y no un sentimiento.

Pero todo esto no tiene ninguna lógica científica. En qué cabeza cabe que un Dios se pueda humillar tanto...


4. Realismo

Si Dios no existe entonces la fe se tiene que explicar con categorías humanas y acudiendo a los sentimientos de los hombres, fabricando un dios a la medida del entendimiento del hombre. Pero si Dios existiera entonces la fe no podría explicarse con las categorías de una filosofía subjetivista. Como recordaba Chesterton el empeño de la postura cientifista de reducir todo a lo empírico acota la realidad sólo a lo que se puede ver con el ojo humano.

Si no queremos admitir que Dios sea superior al hombre, por la misma razón tampoco podremos probar que el hombre es superior al caballo[8]. Que la razón humana no pueda conocer a Dios y apreciar su existencia por sus solas facultades humanas no significa que Dios no exista. Más bien hace referencia a la absoluta falta de proporción entre la existencia de Dios y el entendimiento humano[9].

Lo peor que le puede pasar a un hombre es llegar a la verdad de los hechos y descubrir que éstos no tienen sentido. La confianza en la razón sólo se puede apoyar en la fe, en que todos los acontecimientos de la vida están dotados de un sentido trascendente.

No son los elementos del cosmos, las leyes de la materia, lo que en definitiva gobierna el mundo y el hombre, sino que es un Dios personal quien gobierna las estrellas, la última instancia es la razón, la voluntad, el amor: una Persona[10].

Sin embargo, si Dios existe, los Libros sagrados son la Palabra de Dios que viene al encuentro de la razón humana, esa razón pequeña y limitada, creada a imagen de la divina, pero en todo inferior a la suya. Esa razón humana que no puede demostrar la existencia de Dios, como tampoco puede demostrar la existencia de tantas cosas en las que cree y confía. Pero que por la Palabra de Dios sabe que no todo se acaba aquí abajo, que nuestro futuro está asegurado.

La realidad de las cosas y del mundo no es tal como la ven nuestros ojos de hombres racionales y modernistas, sino como la ven los ojos del Creador, que son capaces de ver lo visible y lo invisible, lo que parece que importa y lo que es realmente importante. El hombre real que sabe que Dios existe vive para Dios y sabe que no se aleja del mundo porque el mundo es de Dios y Dios se ha vinculado definitivamente a nuestro mundo en la carne de su Hijo[11].

Como Dios existe, no existe la idea de Dios, ni ser cristiano es una idea, ni menos una ideología que dependa de circunstancias históricas de un tiempo y de un lugar, ni se trata de una teoría sometida a las leyes de la historia. Como Dios existe es el Señor de la historia y la causa y principio del hombre y del mundo, es la explicación acabada de la realidad[12].

La existencia de Dios es la primera y principal realidad de todas. Sin Dios nada tiene sentido. Si no existe una referencia por encima del hombre que justifica el sentido de la vida, ninguna vida tendría sentido y todas quedarían expuestas al sentido de un hombre o de un grupo de hombres que se considerarían superiores a los demás. Sólo reconociendo a Dios superior al hombre el hombre es respetado por el mismo hombre.


5. La opción fundamental

El modernismo como intento de diálogo del mundo moderno padece un error inicial: poner en entredicho el sentido de la relación de Dios con el mundo. El mundo no solamente es conocido por la razón humana, sino también y, sobre todo, es conocido por lo revelado por la Palabra de Dios. Esto significa situar el centro del mundo no en el hombre y su raciocinio, sino en Dios, su Creador[13].

Tenemos que tener en cuenta la gravedad del conflicto cultural en el que vivimos actualmente. Se encuentran enfrentadas dos maneras de entender la vida: vida humana con Dios o vida humana sin Dios, ésta es la cuestión capital[14]. Pero esta dualidad no se debe comprender como una exclusión de la razón humana y de la racionalidad. Dios no pide al hombre que reniegue de su humanidad ni de su racionalidad: entre otras cosas porque la razón humana también es creación divina.

Si la razón humana es capaz de organizar la convivencia y elaborar modelos de vida y de comportamiento, la fe purifica y enriquece las capacidades naturales, ilumina la razón, purifica los deseos y fortalece la voluntad para percibir y practicar el bien en la vida personal y social. Éste es precisamente el error de la filosofía modernista: pensar que el hombre encerrado en sí mismo, sin contar con Dios, puede alcanzar la plenitud de su existencia.

En la posmodernidad vuelve a ser imposible discutir de ética y de política sin recurrir a algo así como una verdad de la vida humana, es decir, a lo que hemos empezado a llamar de nuevo humanismo[15]. Tenemos que aprender, en primer lugar, a distinguir entre lo que me parece bueno y lo que realmente es bueno; entre lo que me apetece y aquello que verdaderamente me perfecciona como persona, lo que me hace mejor persona.

La vida humana es como un juego en el que se puede perder y se puede ganar. Pero la victoria solo es posible si cabe la derrota. Y este juego es el ejercicio de la libertad que cada uno tenemos y que nos permite decir sí o decir no, y también nos permite rectificar nuestras equivocaciones. Con el escritor converso al catolicismo T.S. Elliot podemos decir que nunca dejaremos de explorar y el final de nuestra búsqueda consistirá en llegar al lugar donde habíamos comenzado y conocer ese lugar por primera vez[16].

«Si Dios no existe está todo permitido» dijo Fiódor Dostoyevski en Los hermanos Karamazov. Sin embargo, si Dios existe «nada te turbe, (...). Solo Dios basta.» dice Santa Teresa de Jesús.

«El mensaje de Navidad nos hace reconocer la oscuridad de un mundo cerrado y, con ello, se nos muestra sin duda una realidad que vemos cotidianamente. Pero nos dice también que Dios no se deja encerrar fuera. Él encuentra un espacio, entrando tal vez por el establo; hay hombres que ven su luz y la transmiten»[17].


Felipe Pou Ampuero

[1] San Pío X, Enc. Pascendi Dominici Greeci, Ciudad del Vaticano, 8 de septiembre de 1907, n.4
[2] Ángel Rodríguez Luño, Relativismo, verdad y fe,
[3] San Pío X, Enc. Pascendi Dominici Greeci, n.4
[4] Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio de la Cultura, ¿Dónde está tu Dios?, Ciudad del Vaticano, 11-13 de marzo de 2004, n.I-3.
[5] Alejandro Llano, ¿Qué nos espera?, Alfa y Omega, ABC, 1 de marzo de 2007.
[6] Alejandro Llano, Humanismo y posmodernidad, Nuestro Tiempo, n. 627, septiembre 2006, p.21
[7] San Pío X, Enc. Pascendi Dominici Greeci, n.18.
[8] Eduardo Terrasa, Escritores conversos. Una epopeya silenciosa, Nuestro Tiempo, n. 641, noviembre 2007, p.54.
[9] San Pío X, Enc. Pascendi Dominici Greeci, n.40.
[10] Benedicto XVI, Enc. Spe Salvi, Ciudad del Vaticano, 30 de noviembre de 2007, n.5.
[11] Mons. Fernando Sebastián Aguilar, Vivir cristianamente en democracia, Pamplona, 3 de marzo de 2007, www.zenit.org.
[12] Benedicto XVI, Discurso en la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida (Brasil), 13 demayo de 2007.
[13] R. García de Haro, Gran Enciclopedia Rialp, tomo 16, voz Modernismo teológico, p. 147.
[14] Mons. Fernando Sebastián Aguilar, ob.cit.
[15] Alejandro Llano, Humanismo y posmodernidad, p.29.
[16] Eduardo Terrasa, Escritores conversos. Una epopeya silenciosa, p.61.
[17] Benedicto XVI, Homilía de Nochebuena, Ciudad del vaticano, 25 de diciembre de 2007, www.vatican.va.

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