viernes, diciembre 02, 2022

107. Para siempre

 

La fidelidad implica el perdón y la comprensión que se alcanzan con amor y respeto.

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El 25 de julio de 1968 San Pablo VI publicó la profética encíclica Humanae Vitae. Curiosamente, esta encíclica que trata sobre la vida humana, tiene como fondo el amor humano de un hombre y una mujer, el amor de los esposos. El Papa quería explicar el amor al hombre moderno del siglo XX porque a todas luces era evidente que el hombre moderno no sabía amar.

El Papa señala que el amor conyugal tiene las siguientes características: 1) es un amor plenamente humano; 2) es un amor total; 3) es un amor fiel y exclusivo y  4) es un amor fecundo. Más aún,  señala que si falta alguna de esas notas el amor ya no es un amor matrimonial sino otro tipo de amor. Conviene saberlo para estar seguros de cómo es nuestro amor conyugal.

Por ser humano es un amor digno, entre personas iguales que se respetan y se quieren como se quieren las personas: con la cabeza y con el corazón a diferencia de los animales que solo quieren por puro instinto o pasión.

Por ser total es un amor que implica la totalidad de la persona que se entrega a la otra persona y viceversa. Esta totalidad abarca al otro en todos los niveles: sentimiento, voluntad, cuerpo y espíritu. Es necesario amar íntegramente al cónyuge, sin excluir ninguno de los aspectos que lo encarnan. En frase castiza se quiere la col y las hojas de alrededor. No es conyugal excluir la sexualidad, o quedarse solamente con el sexo y excluir todo lo demás.

Por ser fiel y exclusivo no es un amor a prueba. La fidelidad implica excluir de la relación conyugal todo aquello –cosas o personas– que la entorpecen. Se trata de guardar el corazón para el cónyuge y también se trata de no sacar a pasear el corazón como si se vendiera una mercancía. La fidelidad, a veces, puede resultar difícil pero siempre es posible y, además, los cristianos contamos con la ayuda de la gracia. ¡Dios es fiel!

Y por ser fecundo no es amor que se encierra en sí mismo, sino que está abierto a los demás porque es acogedor y sobre todo está abierto a la vida de los nuevos hijos a los que recibe como un regalo y  encargo divinos. Es un amor que no se reserva nada para sí mismo.

La fidelidad es cosa humana, de hombres y de mujeres, no de ángeles y de demonios. Y seremos fieles como lo puede ser una persona: algunas veces con heroicidad, pero siempre con sentido de la realidad. Por esto la fidelidad cuenta con los propios defectos e imperfecciones, así como con las propias virtudes. Por todo ello, la fidelidad implica necesariamente el perdón y la comprensión que se alcanzan sólo con amor y respeto.

¿Por qué es preciso amar siempre al otro cónyuge, incluso cuando muchos motivos, aparentemente justificados, inducirían a dejarlo?

La respuesta más radical presupone ante todo el reconocimiento del valor objetivo y esencial del vínculo matrimonial. Marido y mujer son esposos, cónyuges, personas unidas, vinculadas. Pero no unidos como unos esclavos encadenados y castigados a permanecer siempre así, sino unidos por el don recíproco y la promesa de amor hecha con los propios defectos.■

 

BIBLIOGRAFÍA

1.      JUAN PABLO II,  El origen de la crisis del matrimonio.  Discurso a la Rota romana, 30 de enero de 2003.

2.      ENRIQUE ROJAS, Remedios para el desamor. Mujer Nueva

3.      JOSÉ MORALES, Fidelidad, Ediciones Rialp, S.A. Madrid 2004.

4.      DAVID ISAACS, La educación de las virtudes humanas, Eunsa, Pamplona, 1976.

5.      ALFONSO LÓPEZ QUINTÁS. El valor de la fidelidad matrimonial. www.Catholic.net.

6.      TONY ANATRELLA. La mentalidad juvenil en el mundo occidental. Aceprensa, 8 de octubre de 2003, servicio 136/03

7.      TOMAS TRIGO, La fidelidad matrimonial, almudi.org

8.      Pablo VI, Encíclica Humanae Vitae, n.9