domingo, julio 02, 2006

17. Los derechos


Fecha: 2 de julio de 2006

Temas: Derechos, vida, solidaridad.

RESUMEN: 1. Los derechos de los hombres no son una invención del siglo pasado son, más bien, un descubrimiento del siglo pasado, como se descubrió el nuevo continente que estaba allí desde siempre pero no lo sabíamos.

2. Los hombres tenemos muchos derechos, pero el primero de todos los derechos de los hombres es el derecho a la vida, a la propia vida y a la vida de todos los demás.

3. No solo la propia vida es un don, también el resto de los derechos de los hombres son una donación que se concede a los hombres para proteger el valor de cada hombre.

4. La dignidad del hombre es un acto de amor que supera lo justo y lo debido hasta alcanzar lo querido, lo amado y la misericordia.

5. El amor a la vida no permite negar ninguna vida. Mi derecho a la vida no puede servir para negar la vida de nadie, ni la defensa de mi propia vida justifica la negación de ninguna otra vida. El derecho a la vida es un acto de amor donde todos estamos unidos y nadie puede quedar excluido.

SUMARIO: 1. Los derechos de los hombres.— 2. El primer derecho es un don.—3. Un acto de amor.— 4. Contra el abuso.

1. Los derechos de los hombres

Recién acaba la Segunda Guerra Mundial el hombre experimentó una de las más grandes humillaciones de la historia cuando entró en los campos de concentración nazis donde todavía las cenizas de los hornos crematorios cubrían el suelo de gris...[1]. La comunidad de las naciones se apresuró a aprobar una Declaración Universal de los Derechos Humanos en cuyo preámbulo se puede leer que «el desconocimiento de los derechos humanos ha originado actos de barbarie ultrajantes».

El pasado siglo XX nos «descubrió» los derechos humanos que, si se me permite, prefiero llamar los derechos de cada hombre o los derechos de los hombres. Porque lo que existe, los que existimos, somos los hombres, todos y cada uno de los hombres y mujeres, los reales, aquellos con los que nos cruzamos por la calle cada día. A veces, parece que cuando se habla de los derechos humanos nos estamos refiriendo a los derechos de «los humanos» como si fueran alguien distinto de nuestros vecinos, de nuestros colegas, amigos, parientes, etc. Los humanos no existen, existen Juan, Pepe, María, Alberto, Inés...

Los derechos humanos son derechos de cada hombre porque le pertenecen a cada uno no por concesión o atribución generosa del mandatario de turno o de la mismísima comunidad de naciones que se reúne en no sé donde y deciden , en un acto de generosidad, conceder la ciudadanía a los humanos que hasta entonces estaban esclavizados por el poder. Pues no. Los derechos de los hombres son derechos originales, propios, implícitos en la condición humana, son la marca de origen, el contraste con el que nacemos y en este sentido los derechos de los hombres no son derechos concedidos por nadie, sino que deben ser —tienen la obligación de ser— reconocidos por todos los hombres, incluso por los poderosos, hombres también, que detentan cualquier tipo de poder [2].

Los derechos de los hombres no son una invención del siglo pasado son, más bien, un descubrimiento del siglo pasado, como se descubrió el nuevo continente que estaba allí desde siempre pero no lo sabíamos. Y ¿por qué los hombres tenemos derechos? Y ¿por qué los tenemos por nacimiento y de origen? Los derechos de los hombres no tienen su fundamento en la categoría moral, los méritos, las propias virtudes, el prestigio social o cualquier otra consideración que se pueda pensar. El único fundamento de los derechos es la dignidad del hombre, la dignidad de cada hombre y de cada mujer. Cada uno somos dignos, que es tanto como decir, que cada uno somos valiosos, tenemos un valor único, infinito y este valor nos hace titulares de unos derechos que son propios, autónomos y originales. Porque como decía Kant en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres: «Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por lo tanto, no admite nada equivalente, eso tiene dignidad»[3].

Y ¿por qué somos dignos y valiosos? Pues porque llevamos en nuestro corazón una semilla de eternidad que no es otra cosa que la «imagen y semejanza del Creador». Somos valiosos porque somos algo más que simples hombres, algo más que seres animados, que seres racionales. Todo esto es mucho y, a la vez, dice muy poco. Porque los hombres somos, ante todo, «hijos de la promesa», seres queridos por Dios uno a uno, así cada uno hasta el fin. No cabe el peso, ni la medida, ni la cantidad, sólo cabe la unidad de cada uno, somos únicos porque somos eternos y por esto somos seres valiosos y dignos, más valiosos que el resto de los seres creados.

Según las épocas y las corrientes de pensamiento se ha podido hacer más hincapié en unos derechos o en otros y sería difícil enumerar una lista de los derechos de los hombres. Podemos ser más exactos si los definimos por su finalidad: son derechos de los hombres todos los necesarios para respetar la dignidad personal de cada hombre. Los hombres tenemos derecho de origen a fundar una familia, a educar a nuestros hijos, a reunirnos y asociarnos, a expresar nuestras ideas, a vivir y manifestar nuestras creencias y fe, a tener un trabajo digno y un salario justo, a albergar la esperanza de un futuro pacífico y sosegado, a un descanso merecido...

Los hombres tenemos muchos derechos, pero el primero de todos los derechos de los hombres es el derecho a la vida, a la propia vida y a la vida de todos los demás[4]. El derecho a la vida es derecho de origen, los hombres no podemos dar ni quitar este derecho a los demás, como tampoco podemos conceder derechos a los demás hombres, no es lícito negar los derechos humanos a los hombres. Cabalmente los hombres solo podemos reconocer el derecho a la vida de los demás y, al menos, no impedir que este derecho no pueda ser ejercido por su titular.

Sin el derecho a la vida carecen de sentido los demás derechos. En el cementerio nadie reclama sus derechos. Ningún muerto se preocupa de su libertad de expresión. Los derechos precisan de la vida para existir y para poder ser ejercidos, para servir a la finalidad por la que fueron concedidos. Los derechos de los hombres hablan de la vida de los hombres y son el mayor portavoz de la vida humana. Tan es así que siempre que se defiende algún derecho se está defendiendo la vida que es necesaria para ejercer este derecho.

Por esto se delata la falsedad de quien pretende defender todos los derechos humanos sin defender el primero y necesario de los derechos que permite que todos los demás existan. Sin vida no existen derechos.


2. El primer derecho es un don

Y ¡oh sorpresa! El primero de los derechos de los hombres, el derecho a la vida no es un derecho es un don. La vida no es propia, no es propiedad del titular. Los derechos de los hombres —y la propia vida es el primer derecho— no son derechos de poder, de fuerza, de atribución. Son derechos de dignidad, de respeto, de valor propio. No tengo derecho a la vida porque mi vida sea importante, porque sea político, o inteligente, o superdotado o porque sea muy rico y mi vida valga mucho. Pues no.

Los derechos de los hombres no son derechos merecidos y, por tanto, no son derechos propios de cada uno a la manera como se pueden entender el derecho de propiedad sobre mi casa o sobre mi bicicleta. Mi vida tiene un valor no por mí, sino por quien me la ha concedido, y el resto de todos mis derechos tienen un valor no porque yo sea una persona muy interesante, sino porque soy imagen del Creador.

No solo la propia vida es un don, también el resto de los derechos de los hombres son una donación que se concede a los hombres para proteger el valor de cada hombre. No son derechos de propietario. Una de las facultades que integran el derecho de propiedad es el llamado poder de disposición por el cual el propietario puede disponer libremente y a su voluntad del objeto sobre el recae su derecho. Así yo puedo regalar mi bicicleta y quedarme sin ella. No funcionan así los derechos de los hombres.

No podemos ejercer los derechos de los hombres como si fueran derechos de propiedad sobre las cosas que nos rodean. Entre otras consideraciones porque si dispongo de mi casa siempre puedo conseguir otra, o vivir de alquiler o en casa de mis parientes. Si dispongo de mi vida no tengo otra más, porque mi vida soy yo mismo y al disponer de mi vida estoy disponiendo de mí mismo.

Mi derecho a la vida no es igual que mi derecho sobre mi bicicleta. El derecho a educar a los propios hijos no es el alquiler de la vivienda, la libertad religiosa no es como el pago de los impuestos. Debemos tener presente que los derechos de los hombres tienen que ser ejercidos como lo que son, como un don, una concesión, un regalo, no como algo propio, sino como algo prestado y concedido que debemos conservar. Tenemos la obligación —así como suena, obligación— de conservar nuestra dignidad personal, de mantenerla y de defenderla de nuestros propios caprichos, en primer lugar, y de las injerencias de los poderosos después.

Los derechos de los hombres no son renunciables porque no son propios, no nos pertenecen. Se nos ha dado su ejercicio con una finalidad muy concreta, no para que nos apropiemos de ellos. Y el que se apropia de lo ajeno está hurtando. Los derechos de los hombres no son ciertamente de los hombres aunque corresponde a los hombres su disfrute y su ejercicio. Porque la vida no es algo que simplemente se tiene, sino algo que se es[5].


3. Un acto de amor

Si los derechos de los hombres son un don, una concesión gratuita, nos podemos preguntar por qué esto es así, por qué funcionan así los derechos de los hombres. El hombre es un ser creado. Pero el hombre no es un ser necesario para Dios. Dios no nos creó porque le «faltara algo» o se sintiera muy solo. Un Dios que es realmente Dios no puede ser incompleto o necesitado, luego nuestra existencia debe tener otra explicación.

Si Dios no necesita al hombre ¿por qué creó al hombre? Sólo cabe una respuesta segura. Dios crea al hombre por amor al hombre y además crea libre al hombre para que le pueda amar libremente. El hombre es un acto de amor de Dios y la dignidad del hombre es verdadera imagen del amor de Dios: tal como Dios ama al hombre es el hombre de digno.

El ejercicio de los derechos de los hombres no puede quedar reducido a la simple contabilidad jurídica del toma y daca. Yo te doy un precio y tu me das una cosa. Te pago el alquiler y me dejas vivir en tu casa. Me temo que no funciona así el ejercicio de los derechos de los hombres. La dignidad del hombre sólo puede ser entendida en las coordenadas del amor y, por tanto, supera con creces las medidas de lo justo, de lo debido, de lo que a cada uno corresponde.

La dignidad personal no es lo correspondiente a cada uno, lo justo, lo propio. Por lo menos no lo es en el sentido de justicia sobre las cosas materiales, el coche, la casa, el patrimonio. La dignidad del hombre es un acto de amor que supera lo justo y lo debido hasta alcanzar lo querido, lo amado y la misericordia. Porque la misericordia supera la justicia pero, todavía más, la misericordia explica la justicia porque no existe una justicia que se limite a ser solo justa. La verdadera justicia debe ser misericordiosa. «El hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor»[6].

El ejercicio de los derechos no puede limitarse a ser solamente justo, sino que debe ser un acto de amor, algo más de lo debido, para empezar a ser precisamente lo querido, lo deseado, lo amado.


4. Contra el abuso

El amor no excluye, sino que une. Cuando se ama, se quiere, se pretende la unión con el ser amado. Cuando se ama no se rechaza o se anula o se ignora al ser amado. Eso no es amar. El derecho a la vida ejercido con amor y no solo con justicia es un derecho a todas las vidas, a las incipientes y a las terminales, a las fuertes y a las débiles, a las importantes y a las ignoradas, a las necesarias y a las desconocidas.

El amor a la vida no permite negar ninguna vida. Mi derecho a la vida no puede servir para negar la vida de nadie, ni la defensa de mi propia vida justifica la negación de ninguna otra vida. El derecho a la vida es un acto de amor donde todos estamos unidos y nadie puede quedar excluido.

Los hombres no podemos realizar un uso exclusivo o abusivo de nuestros derechos porque no se nos han concedido para ejercerlos de cualquier manera o la manera que nos pueda parecer más conveniente. Los derechos de los hombres que son hijos del Amor solo pueden ser ejercidos con amor, con misericordia y muy por encima de la simple justicia.

No podemos ampararnos en nuestro derecho a la vida cuando se mueren de hambre tantos millones de personas cada año. No podemos defender nuestro derecho a la educación cuando el subdesarrollo sigue paseándose por el mundo. No podemos defender nuestros derechos cuando tantos hombres no los tienen. El ejercicio de los derechos es solidario por definición. Yo no ejerzo mis derechos solo para mí, sino para todos los hombres que en este acto se concretan en mí.

No pido revolución, pero sí pido ocupación. Algo podemos hacer. Algo es más que nada y mucho menos que todo. Pero soy consciente de mi poquedad. No puedo mucho, casi nada, pero lo que puedo lo hago.

¿Qué puedo hacer por los derechos de los hombres en el mundo de hoy? Puedo ayudar con mi dinero para promover escuelas, dispensarios, bancos de alimentos, hospitales, ayudas a familias. Allí lejos y aquí cerca, sí también aquí cerca es necesario hacer algo por los derechos de los hombres.

Puedo ayudar con mi voz, con mi presencia, con mi trabajo, con mis ideas, con mi inteligencia. Puedo pensar, proponer soluciones, provocar reuniones, mostrar preocupaciones. Tanto en lo material como en lo espiritual, sobre todo en lo espiritual. No caemos en la cuenta que —al menos de hecho— actuamos como si solo de pan viviera el hombre y sólo nos preocupamos de las necesidades materiales. Estamos equivocados. «No sólo de pan vive el hombre» (Lc 4,4) y el verdadero bien de los hombres es reconocer el camino correcto en su vida. Acertar a saber vivir. Y en esto, las exigencias morales son humanas y, por tanto, necesarias para la vida cabal de todos los hombres.

Para ayudar a los derechos de los hombres, además de lo anterior, lo mejor que puedo hacer es amar a todos los hombres. «Las exigencias éticas fundamentales para el bien común de la sociedad no son valores confesionales, pues tales exigencias están radicadas en el ser humano y pertenecen a la ley moral natural»[7].


Felipe Pou Ampuero

[1] Nieves García, Fundamentar lo evidente, www.mujernueva.org
[2] Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 156.
[3] Nieves García, op.cit.
[4] Juan Pablo II, Enc. Evangelium vitae, n. 2
[5] Eduardo Terrasa, Posibles desencuentros entre yo y mi cuerpo, Nuestro Tiempo, noviembre 2005, nº 617, p. 82.
[6] Benedicto XVI, Enc. Deus Caritas est, 25 de diciembre de 2005, n. 29.
[7] Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre el compromiso y conducta de los católicos en la vida política. Vaticano, 24 de noviembre de 2002.