viernes, mayo 08, 2009

44. Primero

Fecha: 1 de mayo de 2009

TEMAS: Educación, Vida.

RESUMEN: 1 Un adolescente tiene todos los días cuatro profesores en su horario: la familia, la escuela, la pandilla y... los medios de comunicación. ¿Cuántas horas está cada día con cada profesor?

2. En ocasiones, la influencia de las series de televisión es muy contraproducente: presentan como normal el consumo de alcohol, la violencia, las relaciones prematrimoniales, la infidelidad conyugal, la banalización del sexo, hasta el punto de que todo se presenta como un juego.

3. A los padres nos queda eso: ser padres y enseñar y transmitir el verdadero sentido de la vida a nuestros hijos. No se trata de enseñar cosas, sino de enseñarles la vida y a vivirla dignamente.

4. Nuestro ser no es propio, sino que nos ha sido dado. Nuestra vida tiene una razón de existir porque ha sido pensada. Esta es la grandeza de la labor educativa de los padres y de todos los demás educadores, enseñar la verdad, el verdadero sentido de la vida. Pero también esta es la miseria de la condición humana: la dimisión de esta labor educadora.

5. Las personas que han sabido ser felices en su vida no han estado exentas de problemas y dificultades, a veces, graves y dolorosas. Sin embargo, han sabido integrarlos en su vida y darles un sentido.

6. Somos fruto de una Razón que nos llama a la existencia por bondad y que por la misma bondad nos mantiene en la vida. Es la libertad de cada hombre la que le permite elegir el bien y desechar el mal. Es la libertad la que permite buscar la verdad y no vivir en el error y en la ofuscación.


SUMARIO: 1. Los cuatro educadores.- 2. Educar en la verdad.- 3. Para ser felices.- 4. Respetando su libertad.

1. Los cuatro educadores

En la franja de tiempo que va desde los tres hasta los dieciocho años es cuando se adquieren los hábitos de conducta que se pueden llamar valores o cuando, por el contrario, se adquieren los hábitos de conducta que se pueden llamar contravalores. Porque durante esos quince años el niño, el adolescente y el joven son más perceptivos y se encuentran abiertos a las influencias de su entorno[1].

Un adolescente tiene todos los días cuatro profesores en su horario: la familia, la escuela, la pandilla y... los medios de comunicación. ¿Cuántas horas está cada día con cada profesor? Pues parece que con la familia se está un tiempo muy breve por la mañana al despertar. Pero todos tenemos mucha prisa y, a veces, mal humor, y la suma de ambos puede hacer que el amanecer familiar se parezca más a un «alzamiento nacional» que a una clase de valores. Claro, también está el tiempo de la tarde-noche, con la reunión alrededor de la mesa y la conversación tranquila.

La escuela está ocupando la mayor parte del horario. Pero en la escuela no se aprende solamente a sumar. La escuela socializa a los alumnos, les enseña a vivir en sociedad y aquí se aprenden valores o contravalores. La cuestión es que en la escuela no siempre los profesores están dispuestos a trasmitir sus propios valores y cuando los transmiten no siempre son conformes con los de los padres.

Los amigos, la pandilla, están siempre presentes en el horario de los jóvenes. Conforme se avanza en la adolescencia, la pandilla es el marco de referencia de los jóvenes: hacen lo que hacen los demás. Es importante saber quiénes son los amigos de nuestros hijos y cuáles son sus valores porque pueden estar a favor o en contra de los que les queramos enseñar.

Por último, los medios de comunicación —básicamente internet y la televisión— ocupan muchas horas de soledad cada día. Horas de atención absoluta y sin la necesaria crítica de los comportamientos y actitudes que se muestran a los jóvenes en situaciones que, muchas veces, no distinguen la ficción de la realidad. En ocasiones, la influencia de las series de televisión es muy contraproducente: presentan como normal el consumo de alcohol, la violencia, las relaciones prematrimoniales, la infidelidad conyugal, la banalización del sexo, hasta el punto de que todo se presenta como un juego.


2. Educar en la verdad

Pero ante este panorama, los padres no podemos retener a los hijos dentro de casa, sin tener amigos, sin ir a la escuela, sin contacto con los medios de comunicación. A los padres nos queda eso: ser padres y enseñar y transmitir el verdadero sentido de la vida a nuestros hijos. No se trata de enseñar cosas, sino de enseñarles la vida y a vivirla dignamente.

Para esto hay que usar la cabeza y el corazón, pero sobre todo la cabeza, ser racionales. Cuando queremos ir a alguna parte en tren lo primero que hacemos es enterarnos bien de los horarios y trayectos adecuados para poder llegar a nuestro destino. No se nos ocurre llegar a la estación y subirnos en el primer tren que veamos porque no sabemos a dónde va y, es posible, que acabemos en Sevilla queriendo ir a Valencia. Pero tampoco nos subimos en el tren más bonito que veamos. No todos los trenes son iguales. A Sevilla va el Ave y las máquinas son modernas, el tren con destino en Valencia no es tan atractivo. Pero si queremos llegar a Valencia tendremos que tomar el tren que va a Valencia y no otro.

Si los padres queremos enseñar un estilo de vida a nuestros hijos debemos adoptar los medios y medidas necesarias para que puedan aprender ese estilo de vida y evitar lo que les pueda distraer. De lo contrario acabarán en Sevilla queriendo ir a Valencia.

Y ¿cómo se puede hacer esto? Pues lo primero es descubrir que somos hombres y mujeres que existimos de una manera determinada y no de otra. Somos hombres y, por tanto, somos seres racionales que es lo mismo que razonables.

Con nuestra razón podemos descubrir el sentido de las cosas, pero también descubrimos que con nuestra sola razón no somos capaces de entender el sentido último de la existencia. La razón humana no basta para explicar la realidad, pero sí podemos intuir que la creación y el cosmos se rigen por unas leyes y unos principios que nos superan pero que, ciertamente, gobiernan el mundo y nuestra vida. Podemos atisbar que existe una Razón anterior a todo lo creado y que nosotros somos un reflejo de esa Razón creadora.

Nuestro ser no es propio, sino que nos ha sido dado. Nuestra vida tiene una razón de existir porque ha sido pensada. Lo primero que debemos hacer y enseñar es descubrir el sentido de nuestra vida y saber para qué vivimos y enseñar a nuestros hijos para qué viven ellos[2].

Esta es la grandeza de la labor educativa de los padres y de todos los demás educadores, enseñar la verdad, el verdadero sentido de la vida. Pero también esta es la miseria de la condición humana: la dimisión de esta labor educadora. Dimisión que se produce cuando, con la mejor de las intenciones, no se exponen —se entiende que de forma amable— las propias convicciones[3].

Las dudas creadas por la ola de relativismo en que vivimos o incluso el propio temor a expresar nuestras convicciones dejan huérfanos de referencias a nuestros hijos y alumnos para poder perseguir la verdad. Para esto hay que estar firmemente convencido de que la verdad existe y perder el miedo a exponerla, que no es lo mismo que imponerla.

Siempre hay cosas urgentes por hacer, pero tenemos que saber descubrir las cosas importantes y ponerlas en primer lugar. Lo importante en nuestra vida no es hacer primero lo urgente, sino vivir en la verdad y saber dar importancia a las cosas que realmente la tienen por su trascendencia en nuestra vida y no por su urgencia en la realización.

De lo contrario, podemos encontrarnos un buen día con que nos hemos dedicado a dilapidar nuestra verdadera fortuna: nuestra propia honestidad, nuestra familia, la vocación a la eternidad a la que nos sentíamos llamados, nuestros deseos de ayudar a los demás[4]. Y así nos podríamos encontrar ese buen día con que carecemos de cultura y nos creemos cualquier cosa que aparece en una serie de televisión, que hemos abandonado la práctica religiosa, que hemos arruinado el cariño de nuestra esposa y tantas cosas importantes que no suceden de un momento para otro, sino que se van sucediendo por no haber sabido descubrir la verdad que había en ellas.

Para evitar este peligro habrá que reaccionar, corregir el rumbo y saber bajarse en la próxima estación si es que hemos tomado el tren equivocado. Esto en primer lugar. Luego, además, habrá que empezar a descubrir la verdad, descubrirla donde se encuentra y no en otros sitios donde no está. Y en tercer lugar, enseñar todo esto a nuestros hijos.


3. Para ser felices

Porque los hombres no nacemos felices o infelices, sino que aprendemos a ser felices o no[5]. Casi siempre pensamos que la felicidad de cada uno es algo externo a nosotros, como si se pudiera adquirir en la estantería del supermercado o tuviéramos la suerte de haber tenido una vida feliz. Esto es un error. La felicidad no está en la acera esperando que pasemos, depende de nosotros cuando nos empeñamos en aprender a vivir la vida.

Todas las vidas tienen cosas buenas y cosas amargas, esto además de ser terriblemente real es inevitable. Lo contrario es un sueño. Las personas que han sabido ser felices en su vida no han estado exentas de problemas y dificultades, a veces, graves y dolorosas. Sin embargo, han sabido integrarlos en su vida y darles un sentido. Han sabido que la propia vida es un cuadro con relieves: tiene luces y también tiene sombras. Las personas felices han tenido dificultades y, a veces, muchas, pero han sabido superarlas.

Porque la felicidad no es una risa contagiosa o la ausencia de problemas. La felicidad no es un sueño, es real, y como parte de la realidad es compleja. Algunos piensan que la felicidad está en una vida sin problemas y sin dificultades y se afanan en preparar y conseguir una existencia donde no puedan tener cabida los problemas y las complicaciones. Cuando consiga no tener problemas —piensan— entonces seré feliz. Se equivocan. La felicidad no está al final de la vida esperándonos. La felicidad se encuentra a lo largo de toda nuestra vida siempre que queramos vivirla con gallardía para todos los demás.

Aprender a ser feliz significa saber que la vida en la tierra es algo temporal, pasajero, camino para otra vida. Aquí no nos quedamos para siempre, ni mucho menos esto es el final. Por tanto, el valor de nuestra vida no es algo que se pueda medir por lo que produce o por el dinero que ganamos[6], sino que nuestra vida y todas las vidas son algo valioso que no tiene valor mensurable, es una vida trascendente.

Aprender a ser feliz implica reconocer una Razón creadora superior a la nuestra y aceptar nuestras limitaciones. Limitaciones que no nos deprimen sino que nos llenan de esperanza en quien nos ha llamado a esta vida por amor. No se ha olvidado de nuestra existencia sino que cuida de ella con una perspectiva mayor que la nuestra.


4. Respetando su libertad

No somos fruto del azar o de la casualidad, muchos menos somos la consecuencia de un capricho. Somos fruto de una Razón que nos llama a la existencia por bondad y que por la misma bondad nos mantiene en la vida. La verdad del hombre se encuentra en su naturaleza humana. El hombre moderno ha perdido la capacidad de escuchar la naturaleza. Abrumado por el ruido y los mensajes publicitarios ha dejado de escuchar su naturaleza humana que constantemente le habla y le dice cuál es su verdad.

El hombre es racional que es tanto como decir que necesita razones. No le bastan las modas ni las confianzas, el hombre necesita argumentos racionales y, por tanto, debe rechazar todos los argumentos que no resisten la crítica racional. La razón humana no es contraria a la Razón, más bien es su ínfimo reflejo. Por tanto, nunca estará en contradicción con ella.

La naturaleza también nos dice que el hombre es libre y como tal no puede quedar sujeto a ningún otro hombre ni a ninguna potestad humana. La libertad humana solamente puede quedar sometida a la verdad y nunca puede quedar sujeta al error. Es la libertad de cada hombre la que le permite elegir el bien y desechar el mal. Es la libertad la que permite buscar la verdad y no vivir en el error y en la ofuscación. Es la libertad la que hace posible que cada día pueda corregir el rumbo y bajarme de mi equivocado tren tantas veces como sea necesario.

La calidad de nuestra vida no se encuentra en los momentos heroicos y extraordinarios, sino en los cotidianos[7]. Decía Aristóteles que la vida del hombre no es un momentáneo, sino un hábito de cada día. «¿Qué otra cosa podía deciros mejor que ésta? ¡Aprended a conocer a Cristo y dejaos conocer por Él! Él conoce a cada uno de vosotros de modo especial. No es conocimiento que suscite oposición y rebelión, una ciencia ante la cual sea necesario huir para salvaguardar el propio misterio interior. No es una ciencia compuesta de hipótesis, que reduce al hombre a las dimensiones socioculturales. La suya es una ciencia llena de sencilla verdad sobre el hombre y, sobre todo, llena de amor. Someteos a esta ciencia, sencilla y llena de amor, del Buen Pastor. Estad seguros de que Él conoce a cada uno de vosotros más que cuanto cada uno de vosotros se conoce a sí mismo»[8].


Felipe Pou Ampuero

[1] Antoni Coll Gilabert, Los cuatro educadores, Mundo Cristiano, marzo 2006, p. 36.
[2] Benedicto XVI, Entender al hombre de hoy, Mundo Cristiano, octubre 2007, p.45.
[3] Antoni Coll Gilabert, Los cuatro educadores, Mundo Cristiano, marzo 2006, p. 46.
[4] Alfonso Aguiló, No olvides lo principal, julio 2008, www.integrrogantes.net
[5] Alfonso Aguiló, Aprender a ser feliz, abril 2009, www.interrogantes.net
[6] Elio Sgreccia, Calidad de vida y ética de la salud, 12 de marzo de 2005, www.zenit.org
[7] José-María Contreras Luzón, Pequeños secretos de la vida en común, Planeta testimonio, Barcelona, 2000, 3ª ed., p.184.
[8] Juan Pablo II, Homilía Cracovia, 8 de junio de 1979. www.vatican.va