domingo, marzo 26, 2017

100. Santificarás las fiestas

RESUMEN: Santificar las fiestas es hacerlas santas y agradables al Señor.

Catecismo Iglesia Católica nn. 2168 a 2195.
Tercer mandamiento: «Santificarás las fiestas».
1. Santificar las fiestas es lo mismo que convertir todas las fiestas en santas, es decir, en agradables al Señor. Es convertir los días de fiesta en días llenos de cosas buenas y, sobre todo, llenos de Dios. Son santos los días dedicados a adorar a Dios, a darle gloria.
El tercer mandamiento proclama la santidad de sábado: “El día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor” (Ex 31, 15). El sábado representa la coronación de la primera creación, es el día en que Dios vio que era bueno y descansó. Pero a la primera creación le sucede la nueva creación inaugurada por la resurrección de Cristo que sustituye el sábado por el domingo o día del Señor en que se recuerda la resurrección de Cristo.
En el Evangelio Jesús da ejemplo de respetar y santificar el sábado, pero con su autoridad enseña la verdadera interpretación de esta ley al señalar que: “El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27).
El mandamiento precisa que el domingo y las demás fiestas de precepto hay obligación de participar en la misa. Se cumple con el precepto cuando se asiste a la misa en rito católico tanto el día de la fiesta como el día anterior por la tarde.

2. Durante el domingo y las fiestas de precepto no se deben realizar trabajos o actividades que impidan dar a Dios el culto debido y vivir la alegría propia de la Resurrección. Santificar las fiestas forma parte, junto con la adoración y la alabanza, de la virtud de la religión que se contiene en los tres primeros mandamientos.
Las necesidades familiares pueden ser una legítima excusa para faltar al descanso dominical, pero se debe cuidar de no convertir la excusa en un hábito que haga desparecer el sentido del domingo como día dedicado al Señor convirtiendo en norma las excusas para acabar no santificando las fiestas.

3. El domingo es el día en que se asiste a la parroquia que es una comunidad de fieles que celebran juntos la resurrección del Señor. Es bueno recordar que la expresión pública del culto a Dios en la fiesta del domingo en la parroquia es un derecho de cualquier ciudadano a vivir y expresar sus creencias religiosas y además es un deber del poder público garantizar este derecho en convivencia pacífica.
Puesto que Dios es el Bien y le corresponde toda la gloria los cristianos tenemos derecho a dar culto público a Dios, sin obligar o violentar a nadie, pero expresando libremente nuestras creencias.
Al santificar las fiestas en público tenemos la ocasión de sentir la parroquia como una extensión familiar con quienes comparten nuestra misma fe. Del mismo modo, las procesiones, romerías y demás expresiones públicas del fervor popular, en cuanto que son actos de gloria y alabanza a Dios, son actos lícitos y justos que no deben ser impedidos por el poder civil.
Los cristianos deben santificar también el domingo dedicando a su familia el tiempo y los cuidados más difíciles de prestar los otros días de la semana. El domingo es un tiempo de reflexión, de silencio, de cultura y de meditación, que favorecen la oración y el crecimiento de la vida interior y cristiana.

Santificando el domingo, santificando las fiestas y santificando la expresión popular de las fiestas se santifica la creación y se devuelve al Señor lo que salió de sus manos santo y sin mancha.

sábado, marzo 04, 2017

99. No tomarás el nombre de Dios en vano

RESUMEN: Jesús nos enseña a llamar a Dios “Padre” (Abbá) que es el modo familiar de decir padre en hebreo (papá).

Catecismo Iglesia Católica nn. 2142 al 2167.
Segundo mandamiento: « No tomarás el nombre de Dios en vano».
1. Este mandamiento pide respetar y honrar el nombre de Dios, que se debe pronunciar para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo. Al igual que el primer mandamiento éste forma parte de la virtud de la religión y concreta el uso de nuestras palabras referidas a las cosas de Dios y sagradas.
Este mandamiento enriquece el primero, puesto que no solo manda adorar a Dios sino que además permite que el hombre pueda poner a Dios mismo como testigo de las grandes decisiones de su vida y hasta permite que el hombre pueda comprometer su vida en el nombre de Dios por medio de promesas y votos.
Esta es la razón por la cual los cristianos comenzamos el día invocando el nombre del Señor en nuestras oraciones al ofrecer la jornada y también, de ordinario, en los actos de culto a Dios con la señal de la cruz al recitar «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
2. Este mandamiento prohíbe todo uso inconveniente del nombre de Dios y, en particular, la blasfemia que consiste en proferir contra Dios, interior o exteriormente, palabras de odio, de reproche, de desafío. La blasfemia es un insulto al Señor y es de suyo pecado grave, materia de confesión.
También prohíbe el juramento en falso. Jurar es poner a Dios por testigo de lo que se afirma como garantía de veracidad de nuestras palabras o promesas. El que jura en falso, el que hace una promesa que no tiene intención de cumplir o que no está dispuesto a mantener después de realizada es un perjuro. El perjurio es una grave falta de respeto hacia Dios que es el dueño de toda palabra. Es una falta grave contra el Señor que siempre es fiel a sus promesas.
Las palabras malsonantes que emplean el nombre de Dios sin intención de blasfemar son una falta de respeto a Dios y constituyen una falta que se debe evitar, de la misma manera que también se debe evitar el uso irreverente del nombre de Dios, por ejemplo, en chistes o bromas acerca del Señor o de las cosas dedicadas al culto divino porque demuestran falta de cariño al Señor.
3. El respeto del nombre de Dios exige no recurrir a él por motivos vanos o sin verdadera necesidad.  Se honra el nombre de Dios haciendo una promesa agradable al Señor o que muestre alabanza al nombre del Señor. También se le honra en el culto público, en las procesiones y, sobre todo, haciendo un acto de reparación interior cada vez que se pronuncia sin respeto el nombre de Dios diciendo, por ejemplo, «bendito sea el nombre de Dios».
El cristiano tiene un modo propio de hablar y de nombrar a Dios en sus necesidades y en sus alegrías. Expresiones tradicionales de la cultura cristiana como «gracias a Dios» o «si Dios quiere» pueden servir de ayuda para tener presente al Señor en nuestra conversación y en nuestros actos.
Cuando un hombre y una mujer realizan el sacramento del matrimonio, se hacen una serie de promesas poniendo a Dios como testigo de ellas. De esta forma Dios entra en la historia de ese matrimonio y se le hace partícipe de sus alegrías y de sus penas.
4. El cristiano conoce el nombre del Señor por especial revelación de Dios mismo. Entre todas las palabras de la revelación hay una de singular importancia que es el nombre de Dios. Dios confía su nombre a los que creen en Él. Revelar el nombre es una confidencia y un acto de intimidad de Dios que muestra el infinito amor que tiene al hombre.
Dios manifestó a Moisés su nombre como el Ser por esencia al decir “Yo soy el que  soy”. Dios es “Yo soy” “Yahvé: Él es”. Por respeto a la santidad de Dios el pueblo de Israel no pronunciaba su nombre sino que lo sustituía por el título “Señor” (Adonai, en hebreo; Kyrios, en griego). En el Nuevo Testamento Dios revela el misterio de su vida trinitaria: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Jesús nos enseña a llamar a Dios “Padre” (Abbá) que es el modo familiar de llamar al padre en hebreo (papá).
En la oración del Padrenuestro que nos enseña el mismo Jesús rezamos “Santificado sea tu nombre” y esto es lo que hacemos cuando adoramos y alabamos al Señor. Pero también pedimos que su nombre sea santificado a través de nosotros, es decir, que le demos gloria con nuestra vida y que los demás le glorifiquen.
Dios mismo llama a cada uno de nosotros por nuestro nombre. Nos ama a cada uno personalmente, de uno en uno. Para Dios no somos multitud, siempre somos uno y nos llama por nuestro nombre. El nombre de todo hombre es sagrado, es la imagen de la persona y pide respeto en señal de la dignidad de quien lo tiene. En el Bautismo, la Iglesia da un nombre al cristiano.

El nombre de Dios es admirable, en su nombre se obran maravillas, se hablan nuevas lenguas, se curan enfermedades. Bendito sea el nombre del Señor, El nombre de Dios es Misericordia.