viernes, octubre 05, 2007

28. Mujer

Fecha: 1 de octubre de 2007.
TEMAS: Mujer, Feminismo.

RESUMEN: 1. El que la mujer proceda de la costilla del hombre significa que es de la misma naturaleza que el hombre, es decir, humana y no animal. Es igual al hombre porque tiene la misma dignidad humana que para un cristiano significa que también la mujer es imagen de Dios.

2. La cuestión de la relación entre los sexos debe ser tratada con una nueva perspectiva, abierta y positiva, que se base en admitir que la diferenciación sexual no es una cuestión de enfrentamiento de clases o de lucha por el poder, sino que se trata de una cuestión de colaboración, de ayuda y de complemento recíproco.

3. Es evidente que existen diferencias entre el hombre y la mujer. Y también debería ser evidente —aunque no lo es— que tales diferencias no deberían implicar establecer una relación de superior-inferior, sino de igual-diferente. La mujer es distinta del hombre porque tiene otra forma de ver las cosas, otro enfoque de la vida, otro relieve de la realidad. Y lo mejor de todo, es que esta manera femenina de ser es necesaria y buena para el hombre.

4. El problema no es solo jurídico, económico u organizativo, sino ante todo de mentalidad, cultura y respeto. Se necesita una justa valoración del trabajo desarrollado por la mujer en la familia. La mujer es la que forma a los hombres en el hogar familiar y eso mismo ha de ser para la sociedad en la construcción del mundo. La mujer es la que debe recordarnos que sería monstruoso un mundo que desdeñara el alma humana, que no tuviera capacidad para fijarse en cada una de las personas que lo componen, en todos y cada uno de los detalles que hacen la vida más humana.


SUMARIO: 1. La costilla.- 2. La diferencia.- 3. La igualdad.

1. La costilla

El relato bíblico sobre la creación de la mujer se refiere a una costilla del hombre de la cual Dios formó una mujer y se la presentó al hombre[1] y sobre este relato se extiende la creencia de que la mujer procede del hombre y, por tanto, es inferior al hombre. Este es un planteamiento bastante simple y no conforme con la realidad. El que la mujer proceda de la costilla del hombre significa que es de la misma naturaleza que el hombre, es decir, humana y no animal. Aplicando el genérico podríamos decir que la mujer es tan hombre como el varón.

Es verdad que es posterior en el tiempo. Pero esto no significa que sea de peor calidad. En la misma creación se procede desde lo más inferior hasta lo más excelso que es el hombre y después del hombre, se crea la mujer, todavía más excelsa que el hombre. La mujer es igual al hombre porque es de su misma carne y de su mismo espíritu. Es igual al hombre porque tiene la misma dignidad humana que para un cristiano significa que también la mujer es imagen de Dios.

Del mismo relato de la creación se puede leer que al estar el hombre solo el Creador manifiesta que la creación del ser humano no está concluida. Es necesario crear a la mujer del mismo barro e infundirla el mismo aliento para que la creación del hombre (varón y mujer) quede terminada. Al universo le faltaba algo hasta que se creó a la mujer y entonces se terminó la creación.

Sin embargo, siendo el hombre y la mujer iguales son diferentes. Su igualdad se expresa de maneras diferentes. Son iguales porque son humanos, son seres dignos, únicos e irrepetibles, pero son diferentes en el cuerpo y más allá de la biología son diferentes también en todos los aspectos de la humanidad que hacen el ser mujer de una manera distinta al ser hombre.

La mujer es distinta del hombre porque no es otro hombre, ni tampoco es un hombre más. Es una mujer y en esto se diferencia esencialmente del hombre, y viceversa. Y el plan de Dios es que la mujer sea mujer y el hombre sea hombre, por eso los creó de esta manera y no terminó la creación hasta hacerlo.

Podríamos pensar que, en realidad, no existen dos hombres iguales. Aun los hermanos gemelos son distintos en su existencia y por su propia experiencia vital diferenciada hace que, al margen de la identidad corporal, son en realidad dos personas distintas que piensan, sienten y quieren de distinta manera. Pero aun así, todos los varones tienen un común denominador: el ser masculinos. La mujer, respecto del varón, tiene una diferencia esencial: el ser femenina. Y esta diferencia impregna toda su vida y su manera de ser de una forma que solo puede darse en una mujer y no en un hombre.

La mujer es igual al hombre, o semejante si se prefiere, pero no es idéntica. Y sería un gran error el que la mujer aspire a ser un hombre, y viceversa. También sería un gran error que hombres y mujeres no quisieran ser lo que son, es decir, iguales y, a la vez, diferentes.

La cuestión de la relación entre los sexos debe ser tratada con una nueva perspectiva, abierta y positiva, que se base en admitir que la diferenciación sexual no es una cuestión de enfrentamiento de clases o de lucha por el poder, sino que se trata de una cuestión de colaboración, de ayuda y de complemento recíproco[2].

La creación de la mujer no fue para dar una «sirvienta» al hombre, sino para darle una «ayuda», luego la cuestión de la diferencia sexual no se debe plantear en términos de antagonismo o de oposición de uno contra el otro, sino más bien de colaboración o de ayuda, de complemento, para entender que la existencia del hombre resulta incompleta e inacabada sin la presencia de la mujer.

La creación de la mujer aporta a la existencia humana la «feminidad»[3] que es más que un simple atributo: es la capacidad fundamentalmente humana de vivir para el otro y gracias al otro. Esto el hombre no lo tiene ni lo puede dar como lo hace una mujer.

La capacidad de dar vida, sea puesta en acto o no, estructura la personalidad femenina, hace pronta la madurez y provoca un mayor respeto por lo concreto que se opone a las abstracciones teóricas, a menudo, letales para la existencia de los individuos y de la sociedad. La naturaleza femenina no pretende salvar a la humanidad (así con letras de molde y grandes), sino que pretende —y lo consigue— dar vida a su hijo, a su familia, a su esposo. Esto nos debe hacer reflexionar.


2. La diferencia

La mujer tiene el mismo respeto y las mismas oportunidades que el hombre porque tiene la misma dignidad humana del hombre. Pero de ahí a pretender que la mujer sea otro hombre hay mucha distancia. La diferencia de los sexos va más allá de lo biológico porque se extiende a los niveles psicológicos y ontológicos. Desde esta posición la antropología católica evita el error del reduccionismo biológico que reduce a las mujeres a simples «criadoras de niños» y también evita el error del factor social que reduce las diferencias sexuales a una mera construcción cultural, como si la naturaleza no tuviera nada que ver con ella[4].

Es evidente que existen diferencias entre el hombre y la mujer. Y también debería ser evidente —aunque no lo es— que tales diferencias no deberían implicar establecer una relación de superior-inferior, sino de igual-diferente.

La mujer es subjetiva, no por falta de objetividad, sino porque se dirige al sujeto, a la persona concreta. El hombre se caracteriza por tener una conciencia más objetiva y fría de las circunstancias y de las cosas.

En la mujer, los sentimientos y las emociones tienden a involucrar más los aspectos de su propia vida; pero en determinadas situaciones pueden dejarlos a un lado para concentrarse en lo que realmente importa. Está demostrado que la mujer es mucho más hábil que el hombre para conducir con un grupo de niños activos y movidos dentro del coche, por ejemplo.

La mujer puede ser madre y el hombre puede ser padre y no al contrario. Nunca será lo mismo. La unión, la comunicación entre la madre y el bebé desde antes del nacimiento, sentir que va creciendo, que se mueve, que está vivo, que se alimenta de su madre es una fuente de felicidad que el hombre no puede experimentar ni sentir.

El hombre y la mujer son iguales, pero son distintos y conviene educar el sentimiento y los afectos de cada uno de la manera que son. Conviene educar el «alma femenina», así como el mundo de los valores y, a la vez, enseñar a la mujer materias de letras y de ciencias para formar bien su cabeza y su corazón y, por supuesto, la religión que ha de ser el centro de toda educación verdadera[5].

La mujer es distinta del hombre porque tiene otra forma de ver las cosas, otro enfoque de la vida, otro relieve de la realidad. Y lo mejor de todo, es que esta manera femenina de ser es necesaria y buena para el hombre.


3. La igualdad

Si la mujer y el hombre son iguales y son diferentes, quizás la cuestión radique en cómo deben ser iguales el hombre y la mujer. Porque si pretendemos que la mujer sea igual al hombre en todo ¿no estaremos elevando al varón a la categoría de modelo a seguir y, por tanto, considerándolo superior a la mujer?

La igualdad de la mujer no consiste tanto en que se libere a la mujer de los roles que tradicionalmente ha desempeñado, sino que consiste más bien en luchar para que esos roles sean reconocidos y tengan la misma dignidad y valor que otros roles que tradicionalmente se han atribuido a los varones. Como si el tiempo dedicado a la familia fuera un tiempo robado al desarrollo y la madurez de la personalidad. No existe una razón por la cual sea más importante diseñar un maravilloso satélite artificial que «mecer la cuna» donde duerme tranquilo sabiéndose cuidado por su madre, el hombre que en el futuro diseñará ese satélite[6].

El problema no es solo jurídico, económico u organizativo, sino ante todo de mentalidad, cultura y respeto. Se necesita una justa valoración del trabajo desarrollado por la mujer en la familia. Porque de lo contrario estamos pidiendo a la mujer que se comporte como lo que no es. Y cuando uno se comporta como no es, además de hacerlo mal, pretende hacer un imposible. ¿Acaso ser mujer no es tan bueno como ser hombre?

Porque para que la mujer sea igual al hombre debe ser auténticamente mujer. Y esta es la responsabilidad y el reto de la mujer actual: ser ante la familia, la sociedad y ante ella misma una verdadera mujer.

A estas alturas creo que queda claro que ser mujer no consiste en quedarse en casa, hacer la comida y pintarse las uñas. De la misma manera que ser hombre no consiste en irse al despacho y estar en el bar con los amigos. Esos estereotipos, además de manidos y antiguos, no responden a la naturaleza humana ni a la realidad.

Ser mujer consiste en ser persona de una determinada manera. Cualquiera que sea la vocación a la que la mujer responda debe recordar que lleva en su manera de ser mujer el don maravilloso de dar la vida, de llevar y engendrar lo humano. En la Carta a las mujeres, Juan Pablo II señala que la aportación de la mujer resulta indispensable para la «elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento», así como para la «edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad».

La mujer es la que forma a los hombres en el hogar familiar y eso mismo ha de ser para la sociedad en la construcción del mundo. La mujer es la que debe recordarnos que sería monstruoso un mundo que desdeñara el alma humana, que no tuviera capacidad para fijarse en cada una de las personas que lo componen, en todos y cada uno de los detalles que hacen la vida más humana.

La mujer debe ser femenina y mujer en todo el sentido de la palabra: una mujer de carácter, íntegra, cuyos principios de vida sean firmes y justos, cuya voluntad no se arredre ante las dificultades. Ser siempre mujer y valorar el serlo, para recordar al mundo que no sería posible una existencia humana sin la presencia de la mujer[7].



Felipe Pou Ampuero
[1] Génesis, 2, 21
[2] Mons. Javier Echevarría, El mundo necesita del genio femenino, Diario ABC, 8 de marzo de 2006.
[3] Valores femeninos, valores de la sociedad, Mundo Cristiano, septiembre 2004.
[4] Janne Haaland Matlary, L’Observatore Romano, 12 de febrero de 2005.
[5] Gloria Solé Romeo, La mujer, Aceprensa, servicio 135/98
[6] Monserrat Martín, Feministas o femeninas, Mujer Nueva.
[7] Rosario G. Prieto, Mujer: ¿quién eres?, www.encuentra.com