domingo, marzo 06, 2005

2. Hombre y Mujer



HOMBRE Y MUJER
Fecha: 05 de febrero de 2005

TEMAS: Sexualidad, Familia, Persona.

RESUMEN: La sexualidad humana no es una casualidad, sino algo querido por Dios. No es una sexualidad animal, ni la simple procreación de la especie. Es la manifestación del amor humano. En el amor conyugal se realiza plenamente la sexualidad humana, por esto es necesario aprender a amar.

SUMARIO: 1. La Creación.- 2. Sexualidad humana.- 3. Procreación.- 4. Educación del amor.- 5. Amor humano.

1. La Creación
La Biblia dice: «Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó» (Gn. 1, 27). El hombre y la mujer son creación de Dios. No son una consecuencia accidental o inevitable de un proceso de evolución. Tampoco son el producto de una suma de circunstancias. Son alguien, no algo, querido expresamente, singularmente, por el Creador de todo el Universo.
La Creación divina abarca a todo lo que existe, conocido y desconocido, porque ha salido de las manos del Creador. Entre todo lo creado existe desde lo más pequeño e insignificante como puede ser una molécula, hasta lo más grandioso y espectacular, como puede ser una constelación llena de planetas, estrellas y satélites. Todo ha sido creado por Dios. Además de todo eso Dios también ha creado al hombre. Del propio relato de la Creación se puede considerar que todo ha sido creado por y para el hombre.
El hombre y la mujer fueron creados a imagen de Dios. Dios creó al hombre para Sí y de esta manera «los bendijo» (Gn. 1, 28). El hombre y la mujer son los únicos seres que son amados por Dios, que es su creador, por sí mismos, por ser ellos mismos, no para nada, ni por ser útiles para nada. El valor del hombre y la mujer no reside en las cualidades que tienen o que puedan adquirir, en los conocimientos científicos que lleguen a descubrir, ni en la capacidad de entendimiento. El valor del hombre está en ser imagen de Dios. Esta es la dignidad de la persona humana, de todas y de cada una de las personas humanas. Valen y son dignas por ser ellas mismas. Porque Dios ama al hombre y a la mujer por sí mismos, no por ser de una determinada manera o cultura.
Además, el relato bíblico nos dice otra cosa. Dice no sólo que los creó a su imagen, sino que siendo así, además los creó como hombre y como mujer. Las palabras del Génesis recogen dos verdades fundamentales sobre la persona humana[1]. Su dignidad personal, propia, individual de cada uno, no colectiva, ni de grupo, ni de raza o credo. Cada persona es única y tiene un valor por sí misma porque Dios le ama. Y que la persona, así dicho, no existe. Existen las personas, cada uno y cada una. Y estas personas concretas que son las que Dios ha creado, son hombres o mujeres porque Dios las ha creado así. Dios no crea una persona y luego no se sabe cómo tiene un sexo. No. La persona es un ser sexuado y Dios nos crea particularmente –a cada uno– como hombre o como mujer.
El relato de los hechos parece sugerir que la mujer es inferior o, al menos, posterior al varón en lo que a su creación se refiere. Sin embargo, no es así como debe interpretarse el relato. No es el hombre quien se fabrica una mujer que lo acompañe en la soledad y le ayude en la vida. Es el mismo Dios quien modela a la mujer, de la misma materia que el hombre, para que siga siendo imagen y semejanza de Dios mismo. Así se nos insinúa que la mujer nace más del corazón del hombre que de la costilla de Adán. La mujer no es un producto del varón, sino imagen de Dios que completa al varón «no es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada para él» (Gn. 2, 18) de manera que la unión del varón y la mujer sea una más perfecta imagen de Dios.
De manera que el sexo humano es obra del Creador que vio que era bueno y lo amó. El sexo humano, como el hombre y la mujer han salido de las manos de Dios y es algo bendecido por Dios. Esto nos lleva a considerar que el cuerpo del hombre y el cuerpo de la mujer no es un simple instrumento manejado por un espíritu independiente y ajeno a la materia que lo puede manipular a su antojo: esto sería caer en un espiritualismo barato[2]. El cuerpo humano, sexuado y concreto, es obra del Creador. Es parte esencial de la persona humana, de cada persona, porque ha sido creada con este cuerpo concreto —el de cada uno— y por esto podemos decir con propiedad que el cuerpo humano es personal, es decir, propio, particular, único, irrepetible y digno. Cada uno sin nuestro cuerpo no seríamos nosotros mismos, seríamos otra persona distinta.
Podríamos pensar que el hecho de que el hombre tenga cuerpo no le diferencia de los demás seres creados, que también lo tienen. Sin embargo, a los demás seres creados, Dios no los ama por sí mismos, no son personas, sino individuos —unos más entre sus iguales— de su especie. Hay veces en que por cariño o por interés podemos diferenciar a algún animal de otros semejantes y llegar a tenerle un aprecio especial. Pero ese animal no es amado por sí mismo, sino por nosotros y, sobre todo, ese animal no es amado por Dios por sí mismo.
Lo que hace al hombre y la mujer semejantes a Dios es el hecho de que, a diferencia de los seres vivientes, incluso de los dotados de sentidos animalia, sea también un ser racional[3]. El hombre y la mujer han sido creados como seres racionales y con capacidad de darse cuenta de las cosas que suceden a su alrededor y que le suceden a sí mismo. Por la inteligencia pueden llegar a conocer el bien y el mal. Pero solo este conocimiento no basta. Se debe querer el bien y desechar el mal. Es un acto de la voluntad en el ejercicio de la libertad individual de cada persona.

2. Sexualidad humana
Dios al crear al hombre lo crea como varón y como mujer, lo crea como un ser sexuado. De aquí podemos sacar algunas consecuencias: 1) el sexo humano es querido por Dios; 2) sólo existen dos sexos, el masculino y el femenino y nada más; 3) Dios crea con un sexo determinado y concreto a cada persona; y 4) el sexo humano, por ser humano se refiere al amor y no sólo a la procreación.
1) La sexualidad humana es algo querido por Dios, no sólo tolerado o soportado como una consecuencia inevitable. Luego el sexo es bueno. Dios, que es el Creador del universo, por ser Dios, no tiene límites en su poder de creación. Sin ninguna dificultad podía haber creado al hombre sin sexo, de otra manera. Dios no actúa como los hombres que están sujetos a sus propias limitaciones y, en ocasiones, no tienen más remedio que soportar consecuencias no queridas o no deseadas.
Dios no actúa así. No necesita tolerar ningún efecto no deseado ni querido. Al contrario, si algo es creado por Dios es porque ésa ha sido su voluntad expresa y concreta. Dios quiere el sexo humano. Y lo que Dios quiere es bueno por sí mismo. Dios ama al hombre tal y como lo ha creado, como persona sexuada, es decir, como varón o como mujer según cada caso.
2) No existen más que dos tipos distintos y excluyentes de sexo humano: el masculino y el femenino. La creación del hombre se reduce a varones y mujeres. Y esto se realiza de una manera concreta e individual, particular para cada persona, de la misma manera como cada persona tiene un nombre y una cara propia y personal, también tiene un sexo personal y propio. No existe otro tipo de sexualidad que no sea la creada por Dios, ni tampoco existe la posibilidad de elegir o cambiar la sexualidad con la que hemos sido creados.
El sexo no es un producto cultural o una consecuencia de la educación recibida o del ambiente frecuentado. El sexo de cada persona es personal, forma parte de su propio ser, de su propia dignidad y no queda a la voluntad del sujeto la elección o alteración del mismo. El hombre es varón o es mujer. Y la mujer es persona como persona es el varón.
Necesitamos descubrir que la mujer es una forma o modo de ser persona, que es ser creador, capaz de amor y de fecundidad[4]. No es un cuerpo, una cosa, un objeto de usar y tirar al capricho del varón, como si sólo el varón fuera persona y la mujer fuera un ser inferior o degradado. La mujer es un modo de ser persona como el varón es otro modo o manera de ser persona y varón y mujer se complementan en el modo de ser persona.
3) Dios crea con un sexo determinado y concreto a cada persona y en esta manera de dar el ser y de crear a cada persona debemos descubrir la voluntad divina. ¿Qué quiere Dios al crear varón y mujer? Y sobre todo, ¿para qué los crea con un sexo que hace referencia —necesariamente— al otro sexo?
Porque la sexualidad humana es un referente, es decir, que el varón hace referencia y solicita la presencia de la mujer para dar sentido a su sexualidad y por tanto a su creación, y la mujer hace referencia al varón en el mismo sentido pero en relación contraria. Si existen varones es porque existen mujeres, y si existen mujeres es porque existen varones.
Dios no crea al hombre para que viva solo, por eso son hombre y mujer, para poder formar una familia como comunión de amor. Cada uno de nosotros, hasta lo más profundo del corazón es hombre o es mujer. Cuando la sexualidad se reduce a un mero dato biológico se corre el riesgo de "cosificarla" y "despersonalizarla", convirtiéndola en un mero añadido exterior[5].
4) Con esto llegamos a entender que el sexo humano, por ser humano, se tiene que referir al amor y no sólo a la procreación. Los animales procrean, pero las personas se aman, no sólo realizan la procreación de la especie, sino que dicha procreación es una consecuencia, un fruto del amor que se dan el uno para el otro en la relación sexual a la que son llamados por la creación.
La misma estructura corporal y psicológica de los sexos expresa esa mutua referencia: el hombre está capacitado, en el alma y en el cuerpo, para entregarse enteramente a una mujer, y viceversa[6].


3. Procreación
Somos hombres y mujeres porque hay que tener hijos. Esto ante todo. Es verdad. Pero no es toda la verdad completa, ni por sí sola dice algo verdadero, sino más bien engañoso. La procreación es la principal función del sexo, pero no es la única, ni quizá la más importante. Si volvemos a fijarnos en la creación podemos encontrar muchas formas de vida que no son sexuadas. La procreación de las especies no siempre es sexuada, ni Dios necesita del elemento sexual para conseguir que las distintas especies puedan perpetuarse.
Sin embargo, en el plan divino de la creación del hombre, desde el principio figura la bendición de la procreación unida a la diferenciación sexual del varón y la mujer porque así reconoce el mismo Creador la dignidad de la persona humana al proclamar que la convocatoria de un nuevo ser humano a la existencia sólo se pueda hacer de una manera coherente dentro de la unión sexual humana, de la manera como los humanos se procrean, es decir, por medio del amor conyugal.
La procreación humana es, antes que procreación, humana y, precisamente, por ser humana tiene unas características que la diferencian de la procreación animal. Es decir, no se trata sólo de aparearse, de engendrar nuevos individuos de la especie humana que tras un periodo de gestación de nueve meses vienen al mundo a aumentar el número de individuos de la especie humana que habitan el planeta Tierra. Se trata, sobre todo, de dar el ser a personas que son valiosas por sí mismas desde el mismo momento de su concepción.
Por esta razón, la reproducción humana no es una técnica, ni unas reglas o mecanismos biológicos sujetos a unas leyes físicas o biológicas que se pueden modificar o aprender. Necesitamos un planteamiento ecológico de la sexualidad humana que se adecue a la naturaleza humana, que sea humana de verdad. Porque no todas las posibilidades que ofrece la técnica de vivir la propia sexualidad son de verdad humanas, algunas son animales y otras son hasta contrarias a la naturaleza de los animales y de los hombres.
Tenemos que comprender y aceptar que al igual que en cualquier rama de la técnica, el mero hecho de que sea posible hacer algo nuevo no significa que eso nuevo sea bueno para el hombre, ni que por ser nuevo necesariamente favorezca el progreso, tampoco cualquier posibilidad de comportamiento sexual que la técnica nos pueda ofrecer no tiene que ser buena por el simple hecho de ser nueva. Será buena si es beneficiosa para el hombre porque se acomoda a la naturaleza humana y no será buena en caso contrario.
Y, en este sentido, es fundamental volver a recordar que mientras el hombre ama, los animales solamente se reproducen, no son capaces de amar. Por esto, la sexualidad humana no es sólo reproducción, que también lo es, sino sobre todo es amor. Y como tal amor, humano, de verdad, es entrega, donación total y definitiva, para siempre, como el amor de Dios por los hombres, de quien somos imagen y semejanza.

4. Educación del amor
Si el hombre es capaz de amar, se impone la tarea de aprender a amar y de saber amar, de igual manera que el hombre tiene que aprender a vivir desde el primer momento de su existencia.
La sexualidad es la expresión corporal o material de nuestra capacidad de amar y de darnos por entero, pero si no la educamos, en lugar de servir para expresar y realizar el amor, nos arrastrará a comportarnos como animales y no sabremos expresar nuestro amor, como le pasaría a quien no aprendiese a hablar que no podría comunicarse con los demás hombres.
Para evitar tratar a las demás personas —varones y mujeres— como objetos o cosas, tenemos que ejercer una tarea de autodominio o control que no es fácil, pero sí posible, y que se aprende educando los sentimientos. El dominio del cuerpo, de los apetitos, de la imaginación, de los ojos, es parte indispensable de esa educación de la sexualidad que la convertirá en adecuada expresión de nuestra capacidad de amar[7]. Porque el cuerpo es una parte de la persona, pero no es toda la persona, falta el espíritu. Las tendencias del cuerpo no son siempre humanas: seguro que son animales, pero no siempre humanas.
Educar los sentimientos y los apetitos significa saber guiar lo puramente animal hacia lo humano, llevarlo hacia lo que es conforme con la naturaleza humana y con el hombre concebido como animal racional con cuerpo y alma. Porque quien ama es el hombre entero, el cuerpo y el alma, no ama sólo el alma, de la misma manera que no vive solo el alma, ni se muestra solo el cuerpo, sino que vemos la persona entera.
Pero esto no puede llevar ni a un desprecio de las pasiones por el mero hecho de sentirlas y tenerlas, ni a consentir los sentimientos solo porque existen. Hay que ser humanos, tenemos la obligación de vivir conforme a nuestra naturaleza humana, que es real, y además querida por Dios, luego buena. No hay que tener miedo a quererse. Sí hay que evitar el peligro de agobiarse, de ponerse en situaciones difíciles de las que es posible que no sepamos salir airosos. Pero esto el amor lo comprende y hasta lo implica: si te quiero como persona y quiero lo mejor para ti no quiero hacerte pasar un mal rato —y viceversa—, ni mucho menos quiero cambiar nuestro amor por un simple placer de ahora y que luego se acaba.

5. Amor humano
La capacidad de amar es lo más grande que tenemos, por no decir que es lo que nos diferencia realmente de los demás seres creados. Y como la persona es alma y cuerpo ama con el alma y con el cuerpo a la vez, es decir, que ama la persona que es necesariamente sexuada. Luego amor y sexualidad están relacionados: el amor se expresa con la sexualidad y la sexualidad es para expresar el amor.
Pero el amor no se expresa por ideas, ni por telepatía. El amor humano se expresa de manera humana, por medio de los sentidos: se comunica. Si no existe entrenamiento y aprendizaje no sabremos expresar nuestro amor, es como si no supiéramos inglés, no seríamos capaces de entendernos con un inglés. Nos sentiremos frustrados, porque el cuerpo no sigue a la mente y no expresa amor, sino otras cosas: pasiones, apetitos, instintos, cosas animales que pueden no ser malas de por sí, pero no es lo que queremos comunicar.
Un alma enamorada tiene algo de artista y necesita un cuerpo que sea un instrumento bien afinado, para poder expresar la riqueza de su amor. Y en este entrenamiento es donde entra en acción el ejercicio de la libertad personal. Porque para aprender a amar es necesario elegir una vida humana y desechar una vida animal. Pero no basta sólo con elegir, sino que es necesario mantener la elección y, por tanto, estar constantemente eligiendo un tipo de vida y estar constantemente desechando otro tipo distinto.
Pero en realidad, la entrega de una persona a otra, el amor definitivo y verdadero sólo puede tener lugar dentro del matrimonio. El amor de los esposos es el amor para siempre que se realiza mediante la entrega de la persona entera al otro y se expresa por medio de la sexualidad humana. El acto sexual sólo es auténtico y verdadero cuando se realiza por dos personas que se han entregado totalmente, para siempre, es decir, que el acto sexual sólo es auténtico si es un acto conyugal.
Quienes hacen de la sexualidad humana un coto cerrado para disfrutar sin limitaciones, llegan con facilidad a tal estrechez de miras que para ellos ya sólo cuenta el instinto sexual y su satisfacción: el amor y el matrimonio se convierten, entonces, en un mero instinto y placer.
El matrimonio es el lugar del amor conyugal, del amor de un hombre con una mujer. Y es el amor conyugal el lugar donde se entiende completamente la sexualidad humana creada para amar definitivamente mediante el don de sí mismo. Es el matrimonio el ámbito de la sexualidad humana. La cultura familiar es la cultura del amor y de la vida, centrada en Cristo y abierta al horizonte de la misión en el mundo[8].





[1] Conferencia Episcopal Española. Hombre y mujer los creó. Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida. 26 de diciembre de 2004, n.1.
[2] Santamaría Garai, Mikel-Gotzon, Saber amar con el cuerpo, Eunsa, Pamplona, 1996, p.11.
[3] Dignitatis Mulieris, Enc., n. 6.
[4] Santamaría Garai, Mikel-Gotzon, Saber amar con el cuerpo, Eunsa, Pamplona, 1996, p.77.
[5] Conferencia Episcopal Española. Hombre y mujer los creó. Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida. 26 de diciembre de 2004, n.1
[6] Santamaría Garai, Mikel-Gotzon, Saber amar con el cuerpo, Eunsa, Pamplona, 1996, p.15.
[7] Santamaría Garai, Mikel-Gotzon, Saber amar con el cuerpo, Eunsa, Pamplona, 1996, p.88.
[8] Conferencia Episcopal Española. Hombre y mujer los creó. Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida. 26 de diciembre de 2004, n.4.

1 comentario:

Anónimo dijo...

jamas la mujer pudo a ver nacido de el hombre porque el hombre con el paso del tiempo es cada dia mas inhumano y crea muchas guerras la mujer nacio sola y jamas desendio del hombre eso lo han hecho creer solo para k el hombre tenga mas poder de maldad y la unica que hace sacrificios es la madre o sea la mujer el hombre nunca casi hace sacrificios asi y dios es mujer no hombre porque la mujer tiene un gran corazon mientras que el hombre tiene una piedra cada dia mas grande llena de maldad y dios k es mujer pork nadie lo conoce solo se ha hecho sentir con su gran corazon y lo que nos a brindado la vida el aire el mar, lo bello por eso ¡jamas nacimos de un hombre¡ lo mas sagrado es la madre padre hay por todos lados la iglesia ha tergiversado todo lo de la biblia para su conveniencia porque se descrimina a la mujer y dios esta triste por eso...