sábado, febrero 05, 2011

59. Laicismo

Fecha: 01 de febrero de 2011

TEMAS: Religión, Vida pública, Laicismo.

RESUMEN: 1. Los laicos son los fieles que no son clérigos ni religiosos. Pero, en todo caso, los laicos son fieles, es decir, creyentes en la Palabra de Dios, que profesan una fe.

2. La laicidad debería significar la presencia de los creyentes en la sociedad civil y la convivencia de los laicos con los demás ciudadanos, sus iguales, cooperando en la construcción del bien común.

3. Hoy por laicidad se entiende la exclusión de la religión de los ámbitos de la sociedad civil y de la vida pública porque las creencias personales y la religión pertenecen al ámbito íntimo y personal de las personas y no a la sociedad formada por las mismas personas.

4. Se pretende concebir la vida de una manera laica, es decir, no religiosa, es una vida sin Dios, donde la idea de un Creador y una norma moral superior no existen.

5. Pero la sociedad civil o laica tiene una legítima y propia autonomía respecto de la sociedad eclesiástica, puesto que la sociedad civil goza de leyes y de valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar Pero esta legítima autonomía no significa que las cosas creadas, el mundo, no dependen de su Creador y que el hombre puede utilizarlas y ordenarlas sin referirlas a Dios o incluso oponiéndolas a Dios.

6. La laicidad positiva significa que el mundo y la sociedad laica tiene una separación y autonomía legítima de la sociedad eclesiástica, pero no tiene autonomía de la ley moral natural.

7. Un estado laico es un estado no confesional donde se aprecia y respeta las distintas religiones y creencias de sus ciudadanos y a todas se permite su existencia y su desarrollo con la sola limitación de no atentar contra el orden público de la sociedad.


SUMARIO: 1. Laicos.- 2. Laicismo negativo.- 3. Laicidad positiva.

1. Laicos
La palabra «laico», ya lo sabemos, viene del término griego «laicos» y éste, a su vez, viene de la palabra «laos» que quiere decir pueblo. Así pues, laico, en su sentido original y etimológico, quiere decir uno del pueblo, en concreto, uno del pueblo de Dios.

En la Iglesia católica, el laico es cualquier fiel que por no tener funciones y ministerios vinculados al sacramento del Orden no forma parte del clero —Papa, obispos, presbíteros y diáconos—. Además se encuentran los religiosos o personas consagradas por haber emitido votos pero que no han recibido las órdenes sagradas y por esto deberían ser considerados laicos también, aunque debido a su estado de consagración tienen un lugar especial en la Iglesia y se distinguen de los simples laicos.

En suma, que el Concilio vaticano II, consideró que los laicos son los fieles que no son clérigos ni religiosos[1]. Pero, en todo caso, los laicos son fieles, es decir, creyentes en la Palabra de Dios, que profesan una fe.

Algunos piensan que ser creyente es una opción política, sin embargo debemos recordar que «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»[2].


2. Laicismo negativo

Dicho lo anterior, la laicidad debería significar la presencia de los creyentes en la sociedad civil y la convivencia de los laicos con los demás ciudadanos, sus iguales, cooperando en la construcción del bien común. La sociedad laica debería ser la sociedad de los ciudadanos que no son religiosos ni clérigos, o quizás, la sociedad civil, es decir, la sociedad que no es la sociedad religiosa ni eclesiástica.

La sociedad laica es aquel conjunto de hombres y mujeres que organizan su vida con la independencia, libertad y ciencia que les pertenece por nacimiento y que se diferencia de la sociedad regida por la jerarquía eclesiástica y religiosa porque mientras la Iglesia tiene por fin el anuncio del Evangelio por todo el mundo, la sociedad laica tiene por fin el bien común de sus miembros que es el bien de cada uno.

La separación entre los poderes eclesiásticos y civiles no se ha entendido históricamente como una diferenciación de fines y de funciones, de manera que el cometido de un alcalde no es igual que el cometido de un párroco, sino que a partir de la Edad Media, se entendió como separación de poderes y desde la Ilustración se concretó en la oposición de la sociedad civil frente a la eclesiástica, como si fuera un requisito de la sociedad laica la exclusión de la religión porque ese asunto le correspondía en exclusiva a la sociedad eclesiástica.

Y en este punto nos encontramos hoy, donde por laicidad se entiende la exclusión de la religión de los ámbitos de la sociedad civil y de la vida pública porque las creencias personales y la religión pertenecen al ámbito íntimo y personal de las personas y no a la sociedad formada por las mismas personas.

Al entender que se trata de dos ámbitos que se excluyen, la Iglesia no tiene ninguna autoridad para intervenir en los asuntos de la sociedad civil: se trata de dos poderes separados —dicen—, aunque deberíamos traducir como excluidos. Y profundizando en esta concepción la laicidad comportaría la exclusión de los símbolos religiosos de los lugares públicos donde se desarrollan las funciones de la comunidad política tales como oficinas, escuelas, tribunales, hospitales, cárceles[3].

Se llega a entender que el espacio público es propiedad exclusiva del estado, es decir, de la organización política de la sociedad civil que reclama para sí, en exclusiva, la autoridad moral para ordenar y calificar —como buenas o malas— las conductas y comportamientos de sus ciudadanos sin someterse a ninguna norma superior o absoluta, sino a la voluntad soberana política que se define por la voluntad popular manifestada por la mayoría política dominante.

También se entiende que cualquier observación ajena a la sociedad civil y proveniente de la sociedad eclesiástica es una clara injerencia o intromisión en los asuntos propios y «exclusivos» de la sociedad laica. ¿Qué autoridad tiene un religioso o un obispo para decir los que está bien o lo que está mal? Si acaso, que se lo diga a sus feligreses, pero no a los laicos que no forman parte de su sociedad.

Se da un paso más, a la separación de poderes, se sigue la exclusión de poderes, la retirada de los símbolos religiosos y ahora la formación de un pensamiento laico como distinto y opuesto al pensamiento religioso. Se pretende concebir la vida de una manera laica, es decir, no religiosa, es una vida sin Dios, donde la idea de un Creador y una norma moral superior no existen. El hombre es libre para determinar su vida y su futuro. No existe otra ley que la racional por encima de la cual no hay nada real y verdadero.

Esto sería el laicismo negativo: una laicidad concebida como exclusión de la religión en la vida pública y negación de la trascendencia del hombre.


3. Laicidad positiva

Y ¿qué nos corresponde a los laicos de verdad, los creyentes? Pues nos corresponde contribuir a elaborar un concepto de laicidad positiva, basada en la libertad e integradora de la religión en la vida pública. ¿Cómo?

La sociedad civil o laica tiene una legítima y propia autonomía respecto de la sociedad eclesiástica, puesto que la sociedad civil goza de leyes y de valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar[4] y que son distintos de las leyes y valores de la Iglesia. Así, el logro del desarrollo integral del hombre, el acceso a la educación, a la sanidad, los derechos civiles y humanos, la desaparición del hambre en todos los rincones del planeta, la instauración de sistemas políticos que aseguren la solución pacífica de los conflictos y de las diferencias sociales, el equitativo reparto de la riqueza, la justicia social, la legítima aspiración a una jubilación digna y sosegada, el logro de una jornada laboral humana donde exista un lugar para el desarrollo social y familiar del trabajador, el reconocimiento de la mujer, de la familia y del trabajo en la familia como un verdadero bien social, y un largo etcétera que me disculpan de seguir.

Sí, la sociedad laica tiene unos valores propios y el derecho y la legítima autonomía para conseguirlos. Y esta autonomía no solamente la reclaman y reconocen los hombres y los poderes de nuestro tiempo, sino que forma parte del mismo plan del Creador, estaba previsto así, que al crear al hombre libre y racional le encargara la consecución del bien común y dominar la Tierra.

Pero esta legítima autonomía no significa que las cosas creadas, el mundo, no dependen de su Creador y que el hombre puede utilizarlas y ordenarlas sin referirlas a Dios o incluso oponiéndolas a Dios. Para empezar, esto sería un contrasentido de Dios, crear el mundo y unas leyes naturales para que el mundo y sus leyes se opongan a Dios. Tampoco es lógico entender que crea al hombre y le da su propia ley —la ley natural universal, haz el bien y evita el mal— para que niegue a Dios que es el hacedor de la ley.

Esta es una afirmación esencial: la laicidad positiva significa que el mundo y la sociedad laica tiene una separación y autonomía legítima de la sociedad eclesiástica, pero no tiene autonomía de la ley moral natural.
A la Iglesia —los curas y los obispos— no le corresponde decidir cuáles son los mejores modos y maneras para lograr el bien común de la sociedad civil, esto es materia propia de los laicos, los ciudadanos. Pero los laicos no pueden vivir como si Dios no existiera y, por tanto, la sociedad laica y el Estado como organización política de la misma no puede actuar ignorando la trascendencia del hombre ni la misma existencia de Dios.

Vistas así las cosas, la laicidad positiva no considera la religión como un «mal para el pueblo» sino como un buen colaborador para conseguir el bien de los laicos, sin imposiciones, sin injerencias y sin limitaciones, pero de gran ayuda para descubrir la verdad del hombre y su realidad al margen de cualquier ensueño ideológico apartado de la más estricta realidad del hombre.

Porque los valores que las creencias religiosas hacen ver son valores humanos antes que religiosos. La abolición de la esclavitud no es en primer lugar un mandato religioso —amarás a tu prójimo como a ti mismo—, sino que es una verdad natural propia de la dignidad humana por ser reflejo de la imagen del Creador que las religiones ayudan a la razón humana a descubrir y entender pero no la suplantan.

La laicidad positiva, al mismo tiempo que enseña a «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22, 21) debe también enseñar que la norma moral natural no limita ni cercena al hombre, sino que le muestra el camino de su felicidad y de su desarrollo y por eso cuando el hombre se aparta de Dios corre un grave peligro de autodestrucción.

Las creencias religiosas no son, ni pueden convertirse, en un instrumento de poder o de opresión sobre los hombres. No podemos desconocer que a esas situaciones se llega cuando se tiene una visión deformada de la religión como algo no trascendente que pertenece solamente a los hombres y a su espiritualidad.

Por el contrario, cuando las creencias religiosas suponen conocer y reconocer a Otro distinto del hombre que le trasciende, pero sobre todo, que le ama, la religión no oprime sino que dignifica y alegra al hombre y por esto es algo bueno para la sociedad.

El estado laico no se opone a un estado con religiones, porque lo presupone, sino a un estado confesional. Un estado laico es un estado donde se aprecian y respetan las distintas religiones y creencias de sus ciudadanos y a todas se permite su existencia y su desarrollo con la sola limitación de no atentar contra el orden público de la sociedad.

El estado laico se opone al estado confesional que solamente respeta, tolera y hasta impone una concepción religiosa y excluye y persigue las demás. Tan confesional es el estado que confiesa una religión como pública, como el estado que confiesa en público la no-religión, que Dios no existe o que es una creencia particular. Así nos encontramos con que un estado confesional puede ser religioso o no religioso y, en ambos supuestos, es confesional.

Por el contrario, un estado no confesional o laico es el que respeta la libertad religiosa de sus ciudadanos. Unos creen y otros no y todos caben dentro del estado no confesional.

A fin de cuentas, lo que importa no es que el estado o la sociedad o las leyes sean laicos o religiosos, sino que sean justos y humanos, que sirvan para hacer el bien a todos y cada uno de los hombres, ¿qué otra cosa pueden hacer? ■


Felipe Pou Ampuero
[1] Cfr. Lumen Gentium, n.31.
[2] Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, Ciudad del Vaticano, 25 de diciembre de 2005, n.1.
[3] Benenicto XVI, Discurso al 56 Congreso Nacional de la Unión de Juristas Católicos Italianos, Ciudad del Vaticano, 9 de diciembre de 2006.
[4] Cfr. Gaudium et Spes, n.36.