domingo, septiembre 25, 2022

105. Juntos

 

No basta la simple convivencia entre los esposos, el amor conyugal exige poner amor en la convivencia, estar pendiente del otro cónyuge, vivir para él.

 

En qué se diferencia el amor entre esposos de los demás amores. Todos admitimos que los casados son los que viven juntos y hacen vida en común. Pero, ¿realmente es así? ¿Se puede afirmar que vivir juntos es lo propio de los esposos?

Parece que no. Vivir juntos es necesario pero no es suficiente. La simple convivencia no es determinante de la vida matrimonial. Porque existen muchas convivencias que no implican un matrimonio, ni, mucho menos, un amor conyugal entre los convivientes.

Conviven los estudiantes que comparten un piso. También conviven los colegiales que residen en el mismo colegio mayor; los internos en una institución sanitaria y hasta penitenciaria. Y también conviven las parejas que no han contraído matrimonio ni se han comprometido a quererse para siempre.

Porque la promesa matrimonial de quererse toda la vida no asegura el amor conyugal, es la causa del mismo o su antecedente, pero el amor puede llegar a desaparecer si se fía todo a la promesa que se hizo el día de la boda.

Si nos fijamos en el principio de los tiempos podemos leer que Dios después de formar al hombre se compadece de su soledad y decide darle una ayuda semejante a él (Gn 2,18). Pero ninguno de los animales ni los demás seres vivientes creados es capaz de llenar esa soledad. Sólo cuando se le presenta la mujer el hombre puede expresar su profundo gozo y la reconoce carne de su carne y hueso de sus huesos.

Precisamente porque la mujer se diferencia del hombre, aunque colocándose a su mismo nivel, puede realmente servirle de ayuda y viceversa. Como dice Juan Pablo II (Mulieris Dignitatem, 7), esta ayuda semejante es una unidad de los dos –el hombre y la mujer– que son llamados desde su origen no sólo a existir uno al lado del otro o, simplemente juntos, sino que son llamados también a existir el uno para el otro. Y esta unidad del hombre y la mujer alcanza su más perfecta expresión en la unión conyugal.

Los esposos deben vivir juntos y compartir mesa, mantel, vida e ilusiones. Pero no deben vivir como simples convivientes, sino como esposos que se aman. ¿Y en qué consiste? Pues consiste en no “vivir con” sino en “vivir para”. Vivir  pensando en el esposo o la esposa, en hacerle la vida más agradable, en escucharle, acompañarle, animarle, defenderle, en fin, querer lo mejor para él o ella.

No basta la simple convivencia entre los esposos, el amor conyugal exige poner amor en la convivencia, estar pendiente del otro cónyuge, vivir para él, vivir pendiente de él. Si el matrimonio no se vive de esta manera se convierte en una rutina que será una triste imagen del verdadero amor conyugal.■

 

 

BIBLIOGRAFÍA

  1. Adolfo J. Castañeda, ¿Qué es la Teología del cuerpo?, www.catholic.net
  2. Blanca Castilla de Cortázar Larrea, Varón y mujer en la “teología del cuerpo” de Karon Wojtyla, www.arvo.net, 2 de marzo de 2006.
  3. San Juan Pablo II, Encíclica Mulieris dignitatem, nn. 6, 7 y 8.