domingo, julio 10, 2005

7. Libertad



LIBERTAD
Fecha: 3 de julio de 2005

TEMAS: Libertad, Verdad, Razón.

RESUMEN: La libertad es propia de los hombres, los animales no tienen libertad. Si es humana tiene que ser racional, inteligente y voluntaria. La libertad no es un impulso de los sentimientos, sino un acto de la voluntad que busca el bien para el hombre. El bien se descubre cumpliendo los mandatos de Dios que es la fuente de todo bien. Por tanto, el hombre es libre cuando cumple la voluntad de Dios.

SUMARIO: 1. Qué es la libertad.- 2. Elegir es un compromiso.- 3. ¿Libertad sin compromiso?.- 4. La tarea.- 5. Descubrir la verdad.


1. Qué es la libertad
Se suele decir que Dios perdona siempre, los hombres perdonan algunas veces, pero la Naturaleza no perdona nunca. La naturaleza es real, existe, es verdadera y contra ella no caben opiniones ni gustos. Es como es o, mejor dicho, somos como somos, nos guste o no.
En el mundo moderno se ha identificado la libertad con la mera ausencia de impedimentos exteriores, como si fuera algo así como que uno pudiera hacer lo que quisiera siempre y en cualquier momento sin estar comprometido con nada ni con nadie
[1]. Este planteamiento, además de falso es muy empobrecedor. Es falso porque todos estamos condicionados por nuestras circunstancias. Pero además es muy pobre ser tan negativo. La libertad no está para no hacer, para no comprometerse, para no obligarse. La libertad se tiene para un montón de síes.
Plantear la libertad como una ausencia de compromisos equivale a suponer que mi libertad está delimitada o definida por las libertades de los demás que también se suponen como exentas de compromisos. Si yo soy libre para hacer lo que quiera y los demás son libres para hacer lo que ellos quieran nos tendremos que poner de acuerdo para no estorbarnos en nuestra libertad unos a otros. O nos limitamos recíprocamente nuestras libertades o el más fuerte será el libre y los demás nos aguantamos. Pero entonces la libertad ya no es humana, no es mía, será permitida por el fuerte, concedida por el estado. Sin embargo, yo he nacido libre, la libertad es innata, no quiero que me concedan la libertad, sino que me la reconozcan.
La libertad antes que nada es para el hombre y no al revés, el hombre no está al servicio de la libertad. Si mi libertad está a mi servicio puedo hacer con ella lo que quiera. ¿Qué voy a querer mejor que mi propio bien? Sí, la libertad está para mi bien. Desde luego si mi libertad está para mi mal no la quiero. Si no es para hacerme feliz prescindiré de mi libertad, como se prescinde de las enfermedades, de los desastres y los males.
¿Pero dónde está el bien? Porque si me equivoco al elegir el bien y elijo el mal, pues acabo en el mal. Soy libre para elegir, para elegir el bien que me hace mejor y más feliz. Pero tengo que saber elegir el bien. El bien existe. Los principios éticos son universales e inmutables, al igual que la naturaleza humana. El bien es real y no necesita de ningún apoyo religioso para fundamentarlo. Es de sentido común. Solo que el bien no se toca con las manos, ni se huele, ni hace ruido, ni se ve. Que el bien no sea perceptible por los sentidos no quiere decir que no exista.
No solamente existe lo que conocen mis sentidos y lo que yo mismo puedo comprobar. Si la realidad no fuera como ella misma es, sino como yo la pienso, si no existen verdades objetivas, si todas las opiniones son igualmente válidas por se personales y ninguna es verdadera, la convivencia se basaría en la fuerza de imponer una opinión a otra
[2].
Lo contrario a lo subjetivo y a la opinión personal no es el fundamentalismo, sino el realismo, la realidad objetiva, las cosas en su ser mismo, tal como son ellas mismas, aunque yo no sea capaz de conocerlas por mis limitaciones o por mi ignorancia. Luego la verdad existe aunque yo no la conozca, o aunque no sea capaz de descubrirla. Y la libertad interesa realmente porque existe algo más allá de la libertad misma, existe el bien del hombre al que puede llegar en el uso de su libertad eligiendo lo que le acerca al bien y rechazando lo que le aleja del bien.
El bien existe. La cuestión no está en la existencia o inexistencia del bien, sino en la capacidad de conocerlo. Algunos piensan que el hombre sólo es capaz de conocer por medio de sus sentidos. Como si sólo se pudiera certificar que la verdad es aquello que comprueban mis sentidos. Como si dijeran «sólo existe lo que toco», o «sólo es verdad lo que puedo ver». Como enseña Spaemann el dolor de muelas del prójimo no es algo empírico para mí, no lo compruebo con mis sentidos, a mí no me duele nada. Sin embargo, por medio de un proceso racional sí soy capaz de aceptar como verdad que a mi prójimo le duele porque la razón me dice que es verdad esa realidad que yo no siento
[3].
La cuestión es conocer el bien, mejor dicho, descubrirlo, como se descubre un tesoro escondido que cambia la vida del que lo encuentra. Porque los hombres siempre buscamos el bien. Todos, instintivamente, usamos nuestra libertad para buscar nuestro bien, nos queremos hacer el bien, conseguir la felicidad, ser mejores. Nadie usa su libertad en su propio perjuicio. Incluso los que eligen un mal lo hacen por la parte de bien que consideran que existe en esa elección.

2. Elegir es un compromiso
Los animales no son realmente libres. Actúan conforme a las reglas impuestas por la naturaleza. Toca comer, toca dormir, toca jugar. Los hombres son libres porque tienen razón. La libertad es racional, es un acto de la voluntad, «libertad es hacer lo que yo quiero». Y tengo la libertad para alcanzar el bien. Pero para obrar bien no basta con conocer la verdad, ni simplemente con desear ser bueno. Se requiere algo más que podríamos llamar el arte de poner en práctica lo bueno, convertir la verdad en norma de conducta. Eso es la prudencia, saber elegir el bien.
Para acertar en la elección del bien están las normas éticas. Pero la ética no es simplemente un deber, al estilo de los imperativos de Kant: tengo que ser bueno porque tengo el deber de ser bueno. No puedo ser malo porque es necesario ser bueno. Pero no, la ética no es un imperativo. Las ideas puras están bien para las matemáticas, donde dos más dos son siempre cuatro. Pero la vida es humana y dos más dos no siempre son cuatro. Los principios éticos ayudan, pero la ética no es una armadura
[4].
La ética no es un conjunto de normas o un recetario de buenas acciones. Como si la libertad se redujera a ir cumpliendo a lo largo del día una sucesión de acciones programadas para ser bueno. La ética es humana y como tal, antes que nada, es amor. Es vida real, compuesta de actos humanos –voluntarios y libres– que desde su imperfección llevan el amor y el don de uno mismo a los demás. Lo importante no es tener un recetario de buenas acciones, sino ser bueno, como lo importante no es tener un buen libro de cocina, sino cocinar bien.
Pero la gente no nace buena o mala, eso es el resultado de muchas cosas sobre las que decide la libertad personal de cada uno que elige hacer unas cosas y elige también no hacer otras cosas. Porque la «buena vida» se alcanza con la «vida buena», eligiendo el bien. Elegir el bien supone algunas veces elegir lo que no apetece a los sentidos: a la vista, al estómago, al sentimiento, al tacto, etc.
Y elegir es voluntad, es un acto voluntario que consiste en preferir algo y en renunciar a otro algo. Elegir es determinar, y para elegir se necesita la ayuda de una voluntad firme, atemperada en la lucha y en el esfuerzo
[5]. Pero hay que elegir bien, porque elegir mal es equivocarse. Si se elige bien se mantendrá la elección. No es lógico elegir bien para a renglón seguido elegir otra cosa que, por lógica ya no será el bien porque el bien ya lo habíamos elegido. Luego si se elige el bien se debe mantener la elección. Comprometerse con el bien elegido.
Libertad es elegir, la buena elección es elegir el bien, si se elige el bien se debe mantener la elección, si se mantiene la elección nos comprometemos. Luego libertad no es picotear en todas las flores, sino que libertad es compromiso, soy libre para comprometerme.
Y es en el compromiso donde mi libertad tiene un sentido, porque tiene un para qué, una finalidad. Soy libre para elegir y mantener la elección que he hecho contra todas las adversidades de tiempo, lugar, fortuna, dificultades, asperezas, incomprensiones... Y sigo siendo libre para mantener esa elección. Porque si no pudiera seguir eligiendo lo que quiero en cada momento significaría que he dejado de ser libre. Y aquí es donde se mide la grandeza de la libertad, por la categoría de la realidad a la que apunta. Si todo lo que puedo elegir es whisky o ginebra mi libertad no pasa de ser un capricho, una trivialidad.
Aquí está la dureza de nuestra libertad, en mantener la elección. Porque a todo nos acostumbramos y el acostumbramiento nos lleva a querer cambiar. Esto es una consecuencia de dar más prioridad a los sentimientos que a la voluntad. Pero el querer no es un acto de los sentidos, sino de la voluntad
[6].



3. ¿Libertad sin compromiso?
Para otras personas la libertad significa la ausencia de vínculos. No estar comprometido con nada ni con nadie para poder hacer en cada momento lo que cada uno quiera, sin estar atado por las propias promesas o decisiones anteriores. Sostienen que para poder seguir siendo libres no pueden atarse a nada, porque perderían su libertad.
Esta mentalidad entiende que libertad y compromiso son términos opuestos e incluso contradictorios. La libertad –dicen– sólo queda a salvo si no se compromete. Libertad es entonces libertad de elección y nada más. Pero entonces surge la pregunta ¿libertad de elección para qué? ¿para estar eternamente eligiendo sin parar? Y después de la libertad qué pasa.
Entienden que la libertad es un valor absoluto que no se puede limitar por ningún compromiso. Eso es tanto como admitir que todo lo que puedo elegir es bueno solo por el hecho de que lo he elegido libremente. Si la libertad es un bien, todo lo que haga libremente es bueno. Los demás deben limitarse a respetar mis decisiones no porque sean buenas o malas en sí mismas, no porque me hagan bien o mal, sino porque son libres y son las mías. Entonces respetar la libertad ajena consiste en no inmiscuirse en las decisiones del otro, aunque tales decisiones sean demenciales o brutalmente erróneas.
Sólo habrá una limitación: no hacer daño a los demás. Pero ¿qué daño? ¿sólo el físico o también el moral? De momento el físico, porque definir el daño moral supondría aceptar una definición del mal y también del bien que valga para todos. O sea, que para esta mentalidad la libertad es la facultad de poder elegir lo que cada uno quiera siempre y en cada momento con la única limitación de no hacer daño físico a los demás. Luego la libertad la limitan los demás.
Pero además, la libertad nunca es absoluta. Vivir no es sólo presente, sino también pasado y futuro. Cada uno de nosotros somos una vida, no un momento, y tenemos unas circunstancias, un tiempo, unas condiciones, unas capacidades, unas limitaciones. Yo no puedo decidir siempre todo lo que quiera, sencillamente porque muchas cosas son imposibles para mí, por ejemplo, haber nacido hace cuatrocientos años
[7]. Y es bueno, además de necesario, que acepte mis limitaciones y sepa vivir con ellas.
Entender la libertad al estilo del nihilismo light actual, significa sólo multiplicación de posibilidades de opción, pero no dejar emerger ninguna opción por la que valga la pena renunciar a todas las demás
[8]. Esto es una libertad vacía. Al final del camino nos está esperando la pregunta: ¿libertad para qué? ¿Libertad para no comprometerse? Es un absurdo. La libertad no es una veleidad, no es un juego infantil. Es la capacidad de construir mi propia vida y de construirla bien, de llegar hasta la felicidad. Porque soy libre puedo ser feliz o quedarme simplemente en pasar la vida. Libertad es elegir, pero hecha la elección la libertad se concreta en la perseverancia por amor en la decisión original. Esta libertad mantenida y acrecentada por los años es la verdadera fidelidad. Es el necesario incremento del amor, de un amor que se superpone a sí mismo a través de los años, para suplir el desgaste del paso del tiempo. Es la puesta al día de la primera elección a través de todas las peripecias existenciales[9].

4. La tarea
Para ejercer bien la libertad la tarea consiste es descubrir el bien, quererlo y mantener la elección hecha. Esto exige un esfuerzo personal. Para cambiar las situaciones tienen que cambiar las personas. Pero es que estamos siempre haciéndonos. La vida es un continuo hacerse. Esto supone aceptar tres puntos
[10]: 1) que la vida no es sólo movimiento, sino que tiene que tener consistencia, estar llena de contenido, de algo; 2) que vamos hacia algún sitio, tener una referencia, un norte; y 3) que nuestra vida es una, tiene un sentido de unidad interior a través de las circunstancias por las que pasamos, es nuestra vida.
Es necesario adquirir madurez personal para poder contar con las armas necesarias para querer el bien y comprometerse con el bien. De lo contrario no seremos capaces de mantener el rumbo. Sí haremos una elección, pero no tendremos fuerzas para soportarla. Una cualidad necesaria para la madurez es el dominio de uno mismo, de los sentimientos, de los afectos, deseos, etc. Dominar no quiere decir anular. Dominar quiere decir someter a la razón, someter a nuestra libertad para no ser esclavos de nuestros afectos, deseos, etc.
Porque cada vez se observa a más gente que no sabe a dónde va, que vive trasegando tópicos, sin una dirección definida, sin objetivos que merezcan la pena y llevados por los vientos que soplan hoy aquí y mañana allí
[11]. No hacerse cargo de la personal responsabilidad, transferirla a otros o quitarse de en medio cuando parece que las cosas empiezan a ir mal, equivale a olvidarse de la propia libertad que nos hizo elegir en su día. Por el contrario, mantenerse en la dificultad, aceptar los propios fallos, esforzarse por superar las dificultades que siempre existen es reafirmar la propia libertad y adquirir madurez y conciencia real de la vida y de las cosas.


5. Descubrir la verdad
La libertad tiene un sentido. Es un regalo del Creador para hacer el bien. También sirve para hacer el mal. Ésta es la grandeza de nuestra libertad. Podemos no entender a Dios. Por qué nos hizo libres. Qué cómodo sería no tener libertad. Es el amor infinito que Dios nos tiene que quiere que le queramos libremente y se arriesga a que le neguemos. La libertad supone escoger la vida
[12]. Jesús decía a los judíos que habían creído en Él: si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Jn, 8,32).
El fin de la libertad no es otro que escoger la Palabra de Dios, cumplir sus mandamientos y basta. Los mandatos del Señor muestran el camino hacia el bien, descubren la verdad. Dios es real, existe verdaderamente. Él es el dueño efectivo del Bien y del Mal. Sólo en Dios tiene sentido nuestra libertad.
Felipe Pou Ampuero

[1] Yepes Stork, Ricardo, El sentido de la libertad. www.arguments.blogspot.com
[2] Termes, Rafael, Libertad y verdad, ABC, 18 de septiembre de 1995.
[3] Spaemann, Robert, Dios, la libertad, la realidad. www.fluvium.org/textos/etica.
[4] Torres Dulce, Miguel-Ángel, Vivir, comentarios sobre lo ético, Mundo Cristiano, julio 2002, p. 63.
[5] Cardona Romeu, Victoria, Educación de la voluntad, www.ForumLibertas.com
[6] Contreras Luzón, José-María, Pequeños secretos de la vida en común, Planeta testimonio, Barcelona, 2000, 3ª ed. p. 79.
[7] Yepes Stork, Ricardo, El sentido de la libertad, op. Cit.
[8] Llano Cifuentes, Alejandro, La vida lograda, Ediciones Ariel, Barcelona. 2002.
[9] Llano Cifuentes, op. Cit.
[10] Rojas, Enrique, La personalidad sana, ABC, 26 de marzo de 1989.
[11] Rojas, op. Cit.
[12] San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 24.