domingo, junio 04, 2006

16. Felicidad

Fecha: 2 de junio de 2006

TEMAS: Felicidad, Vida, Dinero.

RESUMEN: 1. Aunque en el último medio siglo los hombres hemos doblado nuestros ingresos económicos, todas las encuestas muestran que no somos más felices que nuestros abuelos.

2. Muchos piensan que la felicidad se encuentra en las cosas o en los placeres o en otro lugar, como si la felicidad fuera una cosa o un objeto o una categoría que se tiene o no se tiene.

3. La felicidad no es algo que se tiene enseguida, ni mucho menos de modo improvisado o casual, así, a la vuelta de la esquina y sin habérselo trabajado. Por el contrario, la felicidad se alcanza tras un largo esfuerzo sobre nosotros mismos.

4. Según las encuestas las personas que se ocupan de otros son más felices que las que sólo se ocupan de sí mismas. Las mismas encuestas señalan que no es el dinero, sino el matrimonio lo que proporciona mayor felicidad a las personas.

5. Nuestra vida es demasiado importante como para ser vivida de una manera ligera y frívola. Exige ser vivida con hondura, con reflexión, con coherencia. La felicidad se vive, se ejercita, se practica por el hombre que vive su vida de la mejor manera posible.

6. Para ser feliz no se trata de tener algo, sino que, más bien, se trata de aprender a ser alguien, parece que debemos aprender a vivir. Porque todos vivimos, pero no sabemos vivir por el solo hecho de haber nacido. La vida es un oficio que debemos aprender, debemos aprender a ser felices.

SUMARIO: 1. Lo que todos quieren.— 2. ¡Es posible ser feliz!.— 3. El sí y el no de la felicidad.— 4. Un estilo de vida.— 5. Donde se encuentra la felicidad.

1. Lo que todos quieren

Según estudios recientes[1] aunque en el último medio siglo los hombres hemos doblado nuestros ingresos económicos, todas las encuestas muestran que no somos más felices que nuestros abuelos. En última instancia lo que todos queremos no es competir a toda costa, sino ser felices, disfrutar de la vida. Las mismas encuestas dicen que las personas que centran su vida en el placer o en el egoísmo acaban por aburrirse de cada uno de los sucesivos niveles que van alcanzando en cada objetivo conseguido. Lo mismo se puede decir con las personas que piensan que la felicidad se encuentra en la comodidad y huyen despavoridamente de realizar cualquier esfuerzo.

Muchos piensan que la felicidad se encuentra en las cosas o en los placeres o en otro lugar, como si la felicidad fuera una cosa o un objeto o una categoría que se tiene o no se tiene. Y si no se tiene se afanan en buscarla como si fueran las llaves del coche... ¿Dónde están las llaves? Y uno anda buscando las llaves por toda la casa hasta que las encuentra. Me temo que no es así, La felicidad no es como las llaves que está por ahí perdida y hay que encontrarla para ser feliz.

El dinero, por ejemplo, no asegura la felicidad. Ricos y tristes hay unos cuantos, ricos y solos también. También hay ricos y felices, porque no es nada malo tener dinero, siempre que se haya conseguido honradamente y no se encuentre uno atado al dinero. El dinero —como es evidente— sólo proporciona los bienes que se pueden comprar y están en el mercado. Desde luego que el dinero, por sí solo, no compra la paz del alma, ni enseña a saber disfrutar de la naturaleza, ni la fuerza de la amistad[2].

Sin embargo, el hombre es animal (racional) que recae en los mismos problemas. No nos sirve la experiencia ajena para aprender y muchos hombres sensatos pero demasiado prácticos acaban creyendo que lo único provechoso que pueden hacer con su vida es dedicarse a ganar dinero, cuanto más mejor, y se entiende que actuando honestamente. Pero viven como si el dinero fuera lo único importante que existe olvidando otras muchas cosas que también son importantes y, a veces, más importantes que ganar dinero.

A muchos se les podría poner en su epitafio «Fue un buen hombre, pero sólo se dedicó a ganar dinero...» Y realmente, muchos padres de familia han invertido su vida en ganar dinero para sus familias pensando que era su obligación y lo mejor que les podían dar a sus hijos y, sin embargo, la familia ha estado deseando poder disfrutar de ese padre que no han visto porque estaba dedicándose a asegurarles un porvenir.

El dinero no compra la felicidad, sencillamente porque la felicidad no se puede comprar, como no se puede comprar la alegría, la amistad, el cariño, la satisfacción, la belleza, el esplendor y tantas y tantas cosas que no son materiales y que, sin embargo, son tan necesarias a los hombres como el mismo alimento.

Al mismo tiempo, y siguiendo los resultados de las encuestas se puede apreciar que las personas felices no son todas ricas, pero algunas sí; no son todas artistas, pero algunas sí; no tienen todas la vida resuelta, pero algunas sí. Lo que sí tienen en común las personas felices es que tienen vida interior, profundidad, reflexión, apreciación de los sucesos y los detalles de su vida, que saben mirar lo que les sucede, tienen reposo. Son personas que «saben vivir». Parece que tienen en común un determinado talante a la hora de plantearse su propia vida y lo que les pasa.


2. ¡Es posible ser feliz!

Claro que es posible ser feliz aunque no se tenga toda la riqueza del mundo, ni todo el bienestar, ni la salud asegurada de por vida. Porque la felicidad no consiste en nada de eso. Sin embargo, en nuestra sociedad de consumo y de comida rápida, estamos acostumbrados a la rapidez de resultados y la felicidad no es algo que se tiene enseguida, ni mucho menos de modo improvisado o casual, así, a la vuelta de la esquina y sin habérselo trabajado. Por el contrario, la felicidad se alcanza tras un largo esfuerzo sobre nosotros mismos[3].

Y es que cualquier vida es difícil de gobernar si no existe un constante y diario esfuerzo por estar conectado a la realidad. Lo bueno es ser real, no ser imaginario o fantástico. Y para ser real hay que empezar por uno mismo, por conocerse mejor; como en realidad somos. Las personas tenemos cabeza y corazón, razón y sentimientos. Tenemos una gran capacidad afectiva y somos capaces de amar mucho y esto no es nada malo pero, a veces, los sentimientos nos juegan malas pasadas si no los sabemos controlar o entender y nos desfiguran la realidad de las cosas y hasta podemos llegar a pensar que se acaba el mundo porque hemos tenido un revés amoroso.

La razón nos distingue de los animales y nos hace superiores a todo lo creado, pero el puro racionalismo que se enseñorea falsamente nos engaña y nos hace pensar que somos «dioses» cuando en realidad somos de lo más «normalito». La voluntad nos permite forjarnos metas y pelear por ellas y conseguirlas o no, pero ayuda a formar una vida. Sin embargo, el simple voluntarismo nos puede llevar a situaciones ridículas, propias de comedia, de un quiero y no puedo.

No se trata de evitar el corazón por miedo al sentimentalismo, ni de evitar la razón por miedo al racionalismo, ni de evitar la voluntad por miedo al fracaso. Se trata más bien de reconciliar cabeza y corazón, se trata de ser personas íntegras, enteras y con los pies en la tierra. Para esto es necesario repasar la hoja de ruta que diría un navegante. Hay que ir en la propia vida comprobando que vamos por el sitio adecuado, es decir, que vivimos como pensamos, que somos coherentes, que comprendemos nuestra vida y para todo esto es imprescindible dedicar un tiempo a reflexionar sobre nuestra vida.

Y esto necesita tiempo, mucho tiempo, y un esfuerzo continuado. Desde luego, la felicidad no se encuentra en una solución rápida y milagrosa a nuestros problemas, porque eso, en el mejor de los casos, lo que arreglará son esos problemas concretos, pero no nuestra vida. No podemos olvidar que hay muchas personas con los problemas resueltos que no son felices ¿por qué?: porque ser feliz no es equivalente a no tener problemas.


3. El sí y el no de la felicidad

Después de tantas encuestas y test de inteligencia se puede comprobar que tampoco está la felicidad en la inteligencia. Las personas con altos coeficientes de inteligencia y muy capaces para lograr grandes éxitos profesionales algunas veces (no siempre) son verdaderos fracasados en su vida personal. Incapaces de amar y de mantener una relación estable, inmaduros, caprichosos, superficiales, infieles a la palabra dada, sin amigos...

Personas con una alto coeficiente intelectual pero con escasas aptitudes emocionales se manejan en la vida mucho peor que otras que tienen un modesto coeficiente pero que han sabido desarrollar mejor otras aptitudes que les hacen más válidos para su propia vida[4]. Es necesario saber sumar y restar sí, pero también en necesario preocuparse de otras capacidades que tienen una importancia decisiva en la vida: las relativas a la educación de los sentimientos que comprenden habilidades tales como el conocimiento propio, el autocontrol, el equilibrio emocional, la capacidad de motivarse, el talento social, el optimismo, la constancia, la capacidad de reconocer y comprender los sentimientos de los demás, etc.

Una persona educada emocionalmente suele sentirse más satisfecha, es más eficaz y está en situación de hacer rendir más su talento natural. Y la educación exige esfuerzo, es un ensayar y corregir y volver a ensayar y volver a corregir y así toda la vida. Bien se puede decir lo que dijo Millán Puelles que cuando uno se considera consumado es cuando está consumido. Todas las personas estamos en construcción durante toda la vida. Es lo que nos toca. Además, la vida humana es un sistema natural. Se hace el esfuerzo y el proceso sigue su curso. Aunque puedan sobrevenir imprevistos, lo normal es que se coseche de lo que se siembra.

Hoy comienza a comprenderse que los que han tenido una vida fácil no son capaces de comprender la vida en toda su hondura. La vida regalada de muchos de los jóvenes actuales criados en la abundancia y la experiencia de estos mismos jóvenes que se sienten incapaces para asumir compromisos duraderos, para trabajar en equipo, para compartir tareas nos lleva a admitir que no se les ha educado emocionalmente.

Nos hemos olvidado de las virtudes, algunas tan básicas como la generosidad, el espíritu de sacrificio, la paciencia, la templanza, la austeridad, la fortaleza. Y precisamente todos podemos observar que es en el ámbito de las familias numerosas donde mejor se pueden cultivar, enseñar y aprender estas virtudes. Porque en un familia numerosa uno nace y no tiene todo asegurado, ni siquiera el baño por las mañanas, ni el sitio de lectura... De la necesidad se hace virtud y se aprende a ceder cediendo, a dar dando, a compartir compartiendo. No es una teoría es una realidad, una realidad que se ve en los padres, en primer lugar, luego en los hermanos y en todos los que conviven en un mismo hogar.

Y siguiendo con las encuestas, nos volvemos a encontrar que las personas formadas y nacidas en familias numerosas o que dan más importancia al hogar son personas más responsables, comprometidas, maduras, capaces de convivir con los demás, que ceden, que se sobreponen a los estados de ánimo del lunes o del jueves.


4. Un estilo de vida

Según las encuestas las personas que se ocupan de otros son más felices que las que sólo se ocupan de sí mismas. Las mismas encuestas señalan que no es el dinero, sino el matrimonio lo que proporciona mayor felicidad a las personas. No lo digo yo, lo decimos todos en las encuestas que nos hacen. También dicen las encuestas que las personas que se reconocen a sí mismas como más desgraciadas son los divorciados que padecen una experiencia de fracaso matrimonial que se extiende a una sensación de fracaso vital[5].

Y es que nuestra vida es demasiado importante como para ser vivida de una manera ligera y frívola. Exige ser vivida con hondura, con reflexión, con coherencia. Hay elecciones en la propia vida que son fundamentales y la dispersión y la renuncia a lo que pensamos que debíamos hacer pero no nos atrevemos a poner en práctica termina por afectar la propia existencia.

En comparación con la situación de hace veinte años, la tasa de suicidios entre personas mayores de 65 años ha disminuido considerablemente. En cambio, entre jóvenes de edades entre 15 y 24 años la tasa de suicidios ha permanecido estable en torno al 10 por 100.000 personas lo que hace pensar que la angustia vital de las nuevas generaciones no depende de una mejora económica[6].

Estos indicadores y otros parecidos hacen pensar que la felicidad no está en las cosas sino en las personas. El dinero no es feliz, ni da la felicidad. Pero hay personas felices y otras infelices. Todo parece indicar que la felicidad se encuentra más bien en un estilo de vida que integra a la persona con el mundo que le rodea, el que le haya tocado en suerte vivir a cada uno.

Ser rico no es moralmente malo. Ser rico significa tener muchos medios y, por tanto, mucha libertad para hacer el bien. Es un talento y una responsabilidad el destino concreto que se dé al dinero de que se dispone, porque el dinero es sólo eso, un medio.

La inteligencia y la brillantez profesional son cualidades buenas y medios formidables de hacer el bien y de ayuda a los demás. Pero el afán de éxito profesional y la excesiva competencia se convierten en fuente de envidia e insatisfacción que hacen que no nos conformemos con ser buenos profesionales mientras no seamos el mejor profesional, cosa, por cierto, harto improbable.


5. Donde se encuentra la felicidad

Porque la felicidad no se encuentra en ningún sitio ni en ninguna actividad. La felicidad se vive, se ejercita, se practica por el hombre que vive su vida de la mejor manera posible. Porque el hombre no es sólo alguien hecho para conseguir resultados, metas o conquistas. El hombre sobre todo es alguien hecho para el amor, es lo único que puede hacer por sí mismo y le diferencia del resto de los seres creados.

«Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado»[7] . Y de esto dan prueba segura tantos hombres y mujeres que con sus vidas testifican que la felicidad es posible, que existe y es real. Que no se trata de una imaginación o un espejismo. La vida enamorada es una vida feliz.

Algunos hombres parece que se pasan toda su vida persiguiendo la felicidad como si se tratara de un elixir mágico. Pero la felicidad no está fuera del hombre, la felicidad no está en las cosas, ni en el dinero, ni en el bienestar económico, ni en la salud, ni en ninguna cosa. No está ahí porque si estuviera ya lo habríamos descubierto a estas alturas del siglo XXI. Pero además no está porque tenemos la experiencia de tantos hombres y de los hombres que han vivido antes de nosotros y de nuestros contemporáneos que nos muestran que se puede tener muchas cosas y no ser feliz.

Porque, entonces, para ser feliz no es necesario tener algo, sino que, más bien, se trata de aprender a ser alguien, parece que debemos aprender a vivir. Porque todos vivimos, pero no sabemos vivir por el solo hecho de haber nacido. La vida es un oficio que debemos aprender, debemos aprender a ser felices. En cierto modo yo puedo gobernar mi vida y ser dueño y responsable de lo que me suceda, pero esto no es del todo cierto porque la vida, como dijo Shakespeare, es un imprevisto y siempre sucede lo inesperado. «Si, mal que bien, no aprendo a vivir, la vida misma se encarga de pasar por encima de mí como un tren que me pillara tumbado en un paso a nivel sin barrera»[8].

Para aprender a ser feliz debo tener en cuenta que siempre me pasarán cosas que no dependen de mí —las tragedias, los imprevistos, los demás, la misma vida—, pero sí que depende de mí cómo afronto lo que me pasa, cómo encaro mi propia vida. Me parece que no se trata tanto de lo que hago, sino de cómo lo hago. La clave de la felicidad no está en las cosas, sino en mi actitud ante las cosas y ante mi propia vida.

Esto es lo mismo que si digo que la clave de la felicidad está en cómo soy y no está en qué es lo que soy. Y si hablo de cómo soy es que se trata de ser mejor, no de ser peor, porque cuanto mejor sea podré estar en actitud de afrontar mejor las cosas que me suceden en la vida y llegaré a ser feliz.

El mejor hombre es el hombre virtuoso. El que tiene y adquiere y mantiene virtudes puede ser feliz, llegará a ser feliz. El que no sabe vivir no podrá ser feliz nunca[9]. Para ser mejores el camino es parecernos más al Creador de quien somos imagen y semejanza y quien es la fuente de todo bien. No existe otra referencia válida.

De manera que ser más de Dios nos acerca a la felicidad y sabemos que la esencia de Dios es el Amor. «Dios es amor» (1 Jn 4, 16) luego la felicidad está en el Amor. Solo el que es capaz de amar puede ser feliz. El que no ama no puede ser feliz, es imposible ser feliz sin amar. Entonces tendremos que amar y aprender a amar para conseguir la felicidad.

Amar es querer lo mejor para el amado, pensar en él y vivir para él. Amar es dar, entregar, hacer crecer a quien se quiere. Y el mayor acto de amor consiste en darse uno mismo a quien se quiere para hacerle la vida más fácil, más digna de ser vivida. Ama el que da, pero ama mejor el que se da a sí mismo, sin reserva y del todo.

Podemos llegar a concluir que la felicidad está en darse. El que se da a sí mismo es feliz, aunque no tenga cosas, ni bienes, ni dinero, ni inteligencia, ni destaque profesionalmente, ni satisfaga sus apetitos sensibles. El que ama es feliz. Y por el contrario, el que no sabe amar no puede ser feliz porque estará buscando la felicidad en muchos lugares donde no está la felicidad ni estará nunca. En vano buscan la felicidad en la salud, en los bienes, en la ausencia de problemas, en la vida acomodada... no está allí.

A ser felices se aprende. Antes hay que aprender a vivir. Antes hay que aprender a ser personas. El Creador de la persona nos dice cómo es la persona, a través de Él llegaremos a ser felices.


Felipe Pou Ampuero

[1] Richard Layard, Hapiness. Lessons from a New Science. Allen Lane-Penguin, EE.UU-Reino Unido, 2005, citado por Santiago Mata en su artículo ¿Una ciencia de la felicidad?, en Aceprensa, servicio 95/05 de 31 de agosto de 2005.
[2] Juan Luis Lorda, El amor al dinero, www.arvo.net.
[3] Alfonso Aguiló, Felicidad y coherencia de vida, www.arguments.es.
[4] Alfonso Aguiló, El ocaso del C.I., www.interrogantes.net.
[5] Santiago Mata, ¿Una ciencia de la felicidad?, Aceprensa, servicio 95/05.
[6] Ignacio Aréchaga, La felicidad per cápita, Aceprensa servicio 95/05.
[7] San Josemaría Escrivá, Surco, nº 795. Ed. Rialp. Madrid 1986.
[8] Alejandro Llano, La vida lograda, Ariel, Barcelona, 2002, p.16.
[9] Alejandro Llano, op. Cit. P. 59.