sábado, abril 01, 2006

14. Dolor


Fecha: 2 de abril de 2006

TEMAS: Dolor. Sufrimiento. Fracaso.

RESUMEN: 1. Nuestra calidad de vida no puede depender de suprimir el sufrimiento y el dolor de la misma —entre otras cosas porque eso es imposible— sino que debemos saber convivir con el dolor y con los contratiempos.

2. Por lo general, Dios —el Creador— permite que las leyes de la naturaleza funcionen. El avión que cae del cielo nunca se salva porque aparezca una mano gigante y divina que lo recoge y deposita en el suelo.

3. El creyente es animado a ver la gloria de Dios en el mundo creado. El dolor y el sufrimiento no son un obstáculo insuperable o un fatalismo pagano, sino que pueden ser ocasiones de mejorar en la propia vida. Dios no es indiferente ante el bien y el mal.

4. El sufrimiento tiene carácter de prueba, crea la posibilidad de reconstruir el bien en el mismo sujeto que lo padece. Lo que hace feliz al hombre en la tierra no es la ausencia de dolor, sino aprender a vivir con el dolor, a tolerar lo malo inevitable.

5. Si se sabe asumir, el dolor advierte al hombre del error de las formas de vida superficiales, le ayuda a no alejarse de los demás, a no sentirse diferente de sus iguales. En las tragedias Dios ve más lejos. Son medios de un plan superior.


SUMARIO: 1. El dolor.— 2. ¿Dónde está Dios?— 3. ¿Sólo físico?— 4. Aprender a vivir.— 5. Conocer el dolor.

1. El dolor

Hace poco tiempo se ha cumplido el aniversario de la tragedia del tsunami asiático y del desastre del huracán de Nueva Orleáns. A través de las imágenes de la televisión y las fotos de los periódicos nos pareció vivir en directo el sufrimiento y el dolor de tantas personas inocentes a las que la tragedia trataba por igual, sin importar su posición, cultura, medios o creencias.

Estos acontecimientos nos han vuelto a recordar la cara real de la vida. La vida no es un cuento, donde todo sale bien a la primera y sin esfuerzo. Eso no existe. Es un sueño. El dolor, el sufrimiento, se hace presente en nuestra vida y se convierte en un invitado que se instala sin pedir permiso.

El dolor existe, es real y es inevitable porque forma parte de la vida. Todos tenemos contratiempos todos los días, aunque felizmente, no son tragedias. Nos deberíamos avergonzar al caer en la cuenta que convertimos en tragedias contratiempos sin ninguna importancia como encontrarnos la rueda del coche pinchada, el retraso del autobús, no encontrar aparcamiento, etc. Pero sufrir es, a veces, el precio que se debe pagar por la vida. Y si no se está dispuesto a pagarlo, la vida puede volverse muy pobre
[1].

Nuestra calidad de vida no puede depender de suprimir el sufrimiento y el dolor de la misma —entre otras cosas porque eso es imposible— sino que debemos saber convivir con el dolor y con los contratiempos. Todo pasa, ningún éxito o fracaso son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza y hay que aceptarlos como parte de la dualidad de la naturaleza, porque pertenecen a la misma esencia de las cosas[2].


2. ¿Dónde está Dios?

Sin embargo, ante el sufrimiento propio y ante el dolor de los pequeños no comprendemos que siendo Dios creador de todo el Universo, de lo visible e invisible, permita que exista el mal y las tragedias en el mundo, que se cause daño a los débiles y a los inocentes.

Esto provoca la pregunta de por qué un Dios bueno crearía una naturaleza tan hostil
[3]. Nos resulta difícil encontrar una respuesta. Sin embargo, observamos que Dios raramente interfiere en las leyes de la naturaleza por Él creada y que cuando lo hace a esa intervención divina los hombres la llamamos «milagro», desde luego, algo absolutamente anormal y extraordinario que, incluso, a los científicos les cuesta admitir.

Parece que lo lógico es que Dios no se entrometa en los desastres naturales y deje actuar a la naturaleza. Pero entonces ¿por qué Dios creó una naturaleza tan adversa pudiendo haber creado un paraíso? Por lo que la fe nos dice sabemos que lo hizo así para que los hombres, entre todos juntos, trabajásemos para superar las amenazas naturales: esto es el significado del «dominar la tierra» a que se refiere el Génesis, y no arruinarla mediante un abuso de los recursos naturales.

Ningún individuo por sí solo podría descubrir la vacuna para una enfermedad, pero cuando las personas ponen en común sus esfuerzos pueden crear universidades y centros de investigación que avanzan en la medicina y llegan a descubrir vacunas y remedios para los males.

La cercanía y la inmediatez de la tragedia nos hace olvidar que las catástrofes vienen afligiendo a la humanidad desde los días de Noé y no justo desde el año pasado. Esta tragedias —y todas— son horribles, pero en vez de agitar un puño desafiante ante Dios, podríamos examinar con calma cómo organizó Dios el mundo
[4].

Por lo general, Dios —el Creador— permite que las leyes de la naturaleza funcionen. El avión que cae del cielo no se salva porque aparezca una mano gigante y divina que lo recoge y deposita en el suelo. A veces, mueren montañeros que han desafiado los picos helados más altos del planeta; y, a veces, se ahoga gente inocente pero que vivía en zonas inundables situadas debajo del nivel del mar. Existe la ley de la gravedad y las demás leyes naturales.

Dios deja hacer. Sobre todo deja hacer al hombre con los demás hombres sus hermanos. Dios ha creado el mundo que tenemos y nos lo ha entregado para que lo vivamos. Lo ha hecho así y a nosotros nos toca descubrir el verdadero y auténtico sentido del sufrimiento y del dolor. Y es aquí donde el hombre se pregunta el por qué del sufrimiento
[5].

Pero el hombre, con frecuencia, no dirige esta pregunta al mundo, aunque muchas veces el sufrimiento provenga de él, sino que se la hace a Dios como Creador y Señor del mundo. Y hay que tener cuidado, porque en la línea de esta pregunta se puede llegar no sólo a múltiples frustraciones y conflictos en la relación del hombre con Dios, sino que sucede, incluso, que se puede llegar a la negación misma de Dios.

Sin embargo, Dios espera la pregunta y la escucha. En el Libro de Job la pregunta ha encontrado su expresión más viva. El suyo es el sufrimiento de un inocente. Toda la Sagrada Escritura es un gran Libro sobre el sufrimiento: por ejemplo, la dificultad en comprender por qué los malvados prosperan y los justos sufren (Ecl 4, 1-13)
[6].

Frente al sufrimiento injusto un materialista concluye que en ausencia de cualquier orden moral visible inmediato no existe nada trascendente
[7]. Ante las recientes tragedias enseguida han proclamado con confianza el supuesto absurdo de las creencias religiosas y apenas han hecho un esfuerzo por comprobar el contenido de dichas creencias, como si fuera cierto que en los últimos 2000 años los cristianos nunca hubieran tenido que responder a las cuestiones planteadas por el dolor y el sufrimiento.

Otras veces, queremos ver en el sufrimiento una suerte de castigo o compensación por el pecado humano, que surge como si fuera un ajuste de cuentas con la divinidad. Sin embargo, Cristo mismo eliminó esta idea de proporción estricta y justiciera entre el sufrimiento y la culpabilidad: siendo inocente cargó sobre Sí todos nuestros males.

El hombre ilustrado piensa que la naturaleza es algo benévolo y benigno, ingenuo y angelical. Pero esta no es la verdadera cara de la naturaleza. La naturaleza real es la que existe. Y la naturaleza que existe es la creada por Dios, en su belleza y en su fuerza, en su complejidad y en su esplendor. Un cristiano no ve sólo naturaleza, sino Creación. El creyente es animado a ver la gloria de Dios en el mundo creado, una gloria que eleva una naturaleza que ha sido redimida. Esta visión va más allá de la visión elaborada por la visión mecanicista de la modernidad.

En cuanto al dolor y al sufrimiento el cristiano da otra dimensión a estos acontecimientos. Dios puede hacerlos ocasiones para cumplir sus fines buenos aunque el dolor no sea en sí un bien moral ni tampoco deseable. El dolor y el sufrimiento no son un obstáculo insuperable o un fatalismo pagano, sino que pueden ser ocasiones de mejorar en la propia vida. Dios no es indiferente ante el bien y el mal, es un Dios bueno y no un hado oscuro, indescifrable y misterioso. «El Señor no es un soberano remoto, cerrado en su mundo dorado, sino una presencia vigilante que está de la parte del bien y de la justicia, ve y provee, interviniendo con su palabra y su acción»
[8].


3. ¿Sólo físico?

El sufrimiento y el dolor, sobre todo el físico, está ampliamente difundido en el mundo de los animales. Pero junto al dolor físico se encuentra el dolor moral que sólo puede experimentar el hombre. Solamente el hombre cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué
[9]. Y es verdad que el sufrimiento es un hecho fundamental en la vida de cada hombre. Es tan profundo como el hombre mismo. Existe sufrimiento porque existe la alegría, porque tenemos sentidos y sensibilidad. De lo contrario no sentiríamos nada, seríamos como piedras. El dolor forma parte de la vida hasta tal punto que una vida sin dolor no es una vida completa.

Pero si el sufrimiento es del hombre, si es humano, es preciso considerarlo desde una perspectiva que trascienda su dimensión meramente física y abarque toda la persona: también como sufrimiento moral. Si es verdad que el sufrimiento puede tener un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad lo contrario: que todo sufrimiento sea consecuencia de una culpa anterior y necesariamente tenga el carácter de un castigo
[10].

La Revelación, palabra de Dios mismo, considera con toda claridad el problema del sufrimiento del hombre inocente: si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar la santidad de Job. El sufrimiento tiene carácter de prueba, crea la posibilidad de reconstruir el bien en el mismo sujeto que lo padece. El sufrimiento nos permite ver la realidad, la nuestra, la del mundo que nos rodea, la de los demás. El dolor «nos pone los pies en la tierra» y de esta manera nos abre los ojos para ver la misericordia de Dios.


4. Aprender a vivir

Debemos aprender a vivir y a convivir con el dolor. Lo que hace feliz al hombre en la tierra no es la ausencia de dolor, sino aprender a vivir con el dolor, a tolerar lo malo inevitable
[11]. En esto reside gran parte de la sabiduría de la vida.

Y como el dolor siempre será nuestro compañero de viaje, una persona demuestra inteligencia cuando sabe aprender de los sufrimientos, de las dificultades y de los fracasos y no se envanece con los triunfos. Se dice que un hombre inteligente se recupera enseguida de un fracaso, pero un hombre mediocre jamás podrá recuperarse de un triunfo.

Saber encajar los golpes de la vida no significa ser insensible, sino que significa, más bien, aprender a no pedir a la vida “imposibles” pero sin por esto caer en la indolencia. Significa también saber aprender a respetar y estimar lo que a otros les diferencia de nosotros y, al mismo tiempo, mantener las propias convicciones. Ser pacientes y saber ceder, pero sin hacer dejación de derechos ni abdicar de la propia personalidad.

Tenemos que aprender a enfrentarnos a solas con la realidad que nos rodea, saber que hay cosas como la frustración de un deseo intenso, la deslealtad de un amigo, la tristeza al comprobar las limitaciones o defectos, propios y ajenos, las tragedias, la enfermedad... Y aceptarlas como parte integrante de la vida, como las sombras que hacen posible el cuadro de nuestra vida.

También vivimos situaciones especiales, felices, radiantes, que nos gustaría prolongar para siempre. Pero no podemos dejar de vivir la vida real. No podemos inventarnos una realidad imaginada, fabricada a nuestro gusto. La experiencia de la vida sirve de bien poco si no se sabe aprovechar. El simple transcurso de los años no aporta sin más la madurez de la persona. La madurez y el «saber vivir» es algo que siempre se alcanza gracias a un proceso de educación y de formación. William Shakespeare dejó escrito que no hay otro camino para la madurez que aprender a soportar los golpes de la vida.

Da pena ver a personas inteligentes que no pueden soportar un pequeño o gran batacazo en su brillante carrera, o en la amistad, o en lo afectivo o en lo profesional y se hunden en la tristeza y la pena: el mayor de los fracasos es no hacer las cosas por el simple miedo a fracasar
[12].

Hay personas que son como un manojo de sentimientos que sólo quieren aceptar la parte fácil de la vida. Quieren el fin, pero no quieren los medios necesarios para alcanzar ese fin. Quieren ser premios Nóbel sin estudiar; enriquecerse sin dar ni golpe; ganarse la amistad de todos sin hacer un favor a nadie o ingenuidades por el estilo. Son personas que quieren triunfar en la vida —como todo el mundo— pero olvidan el esfuerzo continuado que esto supone: para hacer una catedral hay que poner piedra a piedra.

La pereza y la falta de una adecuada educación de la voluntad constituyen una de las más doloras formas de pobreza porque impiden a los que la padecen disfrutar de la vida y recrear su espíritu al nivel que corresponde a nuestra naturaleza humana.



5. Conocer el dolor

El verdadero éxito en al vida consiste en aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse —decía Winston Churchill— porque el fracaso es connatural al hombre. Triunfar es aprender a fracasar. El éxito en la vida consiste en saber afrontar las inevitables faltas de éxito de cada día, en superar los tropiezos con deportividad.

Y el dolor, unido a todos los fracasos, es una escuela donde los corazones de los hombres se forman en la misericordia y en la compasión. Una escuela que nos brinda la oportunidad de curarnos de nuestro egoísmo e inclinarnos un poco hacia los demás, nos muestra el perfil más profundo de las cosas.

Si se sabe asumir, el dolor advierte al hombre del error de las formas de vida superficiales, le ayuda a no alejarse de los demás, a no sentirse diferente de sus iguales. El dolor nos vuelve más comprensivos, más tolerantes, más cariñosos, más pacientes... el dolor nos hace mejores personas.

«Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz»
[13].

En las tragedias Dios ve más lejos. Son medios de un plan superior que tiene un fin. Esto es un misterio que no podemos comprender con nuestra sola inteligencia y es la fe la que nos ayuda a comprenderlo. Ante tantos dramas como afligen al mundo, los cristianos confiesan con humilde confianza que sólo Dios da al hombre y a los pueblos la posibilidad de superar el mal para alcanzar el bien
[14].

La respuesta sobre el sentido del sufrimiento ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo: el sufrimiento se convierte en participación en la obra salvífica de Jesucristo
[15]. Cristo en la cruz nos enseña a entregar el bien cuando nos hacen mal, a pagar con amor el odio, a perdonar a los que nos perjudican, a no devolver mal por mal. De esta manera el bien vence al mal y cobra un nuevo sentido el sufrimiento, el sentido de convertir o redimir el mal por el bien. Y este programa cristiano del dolor no se vive porque sí, o por necesidad, sino por cariño a los demás.

Nos sugiere no insultar cuando nos insultan, no dañar cuando nos hacen daño, no mentir cuando nos mienten, no deshonrar cuando nos deshonran. De esta manera, en nuestra vida —y en nuestro ambiente— el bien vence al mal.

«Cristo nos hace entrar en el misterio y nos descubre el por qué del sufrimiento, en cuanto somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino. El Amor es también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta pregunta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo»
[16].



Felipe Pou Ampuero

[1] Rebeca Reynaud, La actuación de los católicos, www.fluvium.org.
[2] Alfonso Aguiló, Sobreponerse a la dificultad, www.interrogantes.net.
[3] Rabino Daniel Lapin, Nueva Orleáns, si Dios no lo hizo ¿quién lo hizo?, www.forumlibertas.com
[4] Rabino Daniel Lapin, loc. cit.
[5] Juan Pablo II, Carta apostólica “Salvifici doloris” sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, Vaticano 11 de abril de 1984, n.9.
[6] Juan Pablo II, Carta apostólica “Salvifici doloris”, n. 6.
[7] ¿Dónde está Dios en los tsunamis y tragedias?, Zenit, Semana Internacional, 17 de diciembre de 2005.
[8] Juan Pablo II, Dios no es indiferente al mal, Vaticano, 28 de enero de 2004.
[9] Juan Pablo II, Carta apostólica “Salvifici doloris”, n.9.
[10] Juan Pablo II, Carta apostólica “Salvifici doloris”, n.11.
[11] Alfonso Aguiló, Sobreponerse a la dificultad.
[12] Alfonso Aguiló, Sobreponerse a la dificultad
[13] Card. Joseph Ratzinger, Dejar obrar a Dios, L’Osservatore Romano, 7 de octubre de 2002.
[14] Juan Pablo II, No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien, Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz. Vaticano, 8 de diciembre de 2004, n.11.
[15] Catecismo de la Iglesia Católica, n.1521.
[16] Juan Pablo II, Carta apostólica “Salvifici doloris”, n.13.