lunes, enero 02, 2006

11. Relativismo

RELATIVISMO

Fecha: 2 de enero de 2006

TEMAS: Relativismo, Verdad.

RESUMEN:
1. Para el relativista la verdad no existe, sólo existen las opiniones mayoritarias, porque cualquier opinión es igual de válida y verdadera que su contraria. Pero no es verdad que todas las opiniones merezcan el mismo respeto. Quienes merecen el mismo –y todo el respeto– son las personas, pero no sus opiniones.

2. No todas las culturas tienen el mismo valor ético. Hay culturas como la europea, con raíces cristianas, que ha transmitido al resto del mundo el valor de la dignidad del hombre, del bien común, de la ayuda solidaria, del intercambio de bienes, del respeto de las demás culturas y religiones. Y existen otras culturas bárbaras que no tienen ningún respeto por nada de lo ajeno y extraño y menos valores éticos que no sea el aniquilamiento del contrario y del inferior.

3. Toda sociedad necesita de la verdad, de los valores y de las ideas verdaderas. No todas las opiniones valen lo mismo, pero sí es posible que todas tengan algo o mucho de verdad. La que más se acerca a la verdad es la más verdadera, que no única. Por esto todas las opiniones valen, aunque no todas valen lo mismo.

4. No solamente es verdad aquello que se puede comprobar con las leyes empíricas, quedan fuera de esta comprobación muchas realidades que superan los mismos sentidos y que sirven para explicar la misma existencia del hombre. Porque la verdad existe. Y en este sentido hay que reconocer que la verdad no es nada opinable.

5. Por medio de la figura del árbol de la ciencia del bien y del mal, la Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y sobre el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios. El hombre no es el dueño del bien y del mal, no es el dueño de la verdad. Con mayor motivo, la autoridad civil –que es una reunión de hombres, no lo olvidemos– no puede decidir lo que es bueno y lo que es malo.

SUMARIO: 1. La mayoría.- 2. La verdad existe.


1. La mayoría

En la vida social de los hombres hay muchas cosas que son por sí mismas opinables. Tanto da que se decida de una manera como de otra: el color de los autobuses urbanos puede ser verde o rojo, o hasta azul. Cualquier color es bueno y todos son válidos. En algunos casos habrá que tener en cuenta otras circunstancias. Si se trata de un país nórdico será conveniente, aunque no necesario, que el autobús tenga un color llamativo y visible, un verde chillón, por ejemplo, para que todo el mundo lo vea bien.

Por fuerza de vivir la democracia y de creer en ella como el mejor sistema político de los posibles, se va imponiendo el principio de que todas las opiniones valen lo mismo. Por tanto, nada valen en sí mismas sino que sólo valen en función de los votos que las respaldan[1]. Esto supone negar la existencia de una verdad universal, válida para cualquier tiempo, lugar y cultura. ¿Dos más dos son cuatro? Supongamos que la mayoría vota a favor de cinco. ¿Quién se equivoca? Se equivoca la mayoría, claro está.

Porque cuando alguien niega que exista una verdad absoluta y universal no está discutiendo las matemáticas, ni las leyes físicas –las cosas caen hacia abajo–, sino que realmente está adoptando un concepto propio de lo que es la verdad y el bien: para el relativista la verdad no existe, sólo existen las opiniones mayoritarias, porque cualquier opinión es igual de válida y verdadera que su contraria.

Sin embargo, este postulado relativista hace agua por muchos sitios. Si no existe la verdad, tampoco debería ser cierto el propio principio relativista. Por qué va a ser verdad que no existe la verdad. Eso dependerá de la opinión mayoritaria. De modo que pudiera darse el caso que en Murcia sí existiera la verdad y en Cartagena no. Pero no es así. Para el relativista la verdad no existe nunca ni aunque la mayoría opine que sí existe la verdad. Pocas opiniones son tan dogmáticas como las opiniones relativistas[2].

La ciencia no es relativa, ni los científicos son relativistas. Ningún científico piensa que su opinión vale lo mismo que cualquier otra. Busca la verdad y si cree que está en ella intenta convencer a los demás de su descubrimiento. Por el contrario, los demás colegas intentan demostrar los errores del contrario y sólo el que supera las críticas de los demás por tener mejores razones es el mejor científico.

No es verdad que todas las opiniones merezcan el mismo respeto. Quienes merecen el mismo –y todo el respeto– son las personas, pero no sus opiniones. Por el contrario, tenemos la obligación grave de ayudar a los demás a mejorar sus opiniones, a sacarles de su error, de su ignorancia, de su engaño. Y también tenemos la obligación de mejorar nuestras opiniones, de acercarnos a la verdad, de salir de nuestros errores, de nuestra ignorancia, de nuestras inercias.

No todas las culturas tienen el mismo valor ético. Hay culturas como la europea, con raíces cristianas, que ha transmitido al resto del mundo el valor de la dignidad del hombre, del bien común, de la ayuda solidaria, del intercambio de bienes, del respeto de las demás culturas y religiones. Y existen otras culturas bárbaras que no tienen ningún respeto por nada de lo ajeno y extraño y menos valores éticos que no sea el aniquilamiento del contrario y del inferior. No hay que tener ningún complejo triunfalista para sostener que la cultura europea transmitida por hombres y mujeres reales, heroicos y defectuosos a la vez, es claramente mejor que otra cultura que no respeta al contrario y sostiene que la mejor solución es su muerte, eso sí muerte santa: dicen. Para un relativista todas las culturas son igualmente buenas porque todas tienen una parte de verdad. Pues no. El hecho de que todas tengan una parte de verdad no quiere decir que todas sean iguales[3].

Porque cuando no se trata de elegir el color del autobús sino que se trata de la verdad misma, la verdad no depende de la mayoría de las opiniones. Si muchos, incluso todos, dijeran que la raza judía no tiene derecho a vivir no estarían en la verdad. Lo único cierto es que estarían todos equivocados. «Es un deber de la Humanidad proteger al hombre contra la dictadura de lo coyuntural convertido en absoluto y devolverle su dignidad, que justamente consiste en que ninguna instancia humana puede dominar sobre él, porque está abierto a la verdad misma»[4].

Y es que la verdad es la verdad, no puede depender de la opinión mayoritaria, porque entonces sería cambiante, variable, histórica. Eso son las modas, las opiniones, las corrientes de pensamiento. La verdad es absoluta, definitiva, total. La verdad es superior al mismo hombre porque no depende del hombre sino que es la misma verdad la que hace al hombre verdadero cuando su vida se ajusta a la misma verdad de todo lo creado.

Toda sociedad necesita de la verdad, de los valores y de las ideas verdaderas. La abolición de la esclavitud, de la tortura, del abuso de la infancia, del tráfico de drogas, el crimen del aborto, los derechos humanos, no han sido el resultado de una votación por mayoría para saber si estamos a favor o en contra. La dignidad del hombre y de la mujer no se ha votado ni se puede votar porque es verdadera, no puede ser sino el resultado de una proclamación. La aparente terquedad con que se alzan determinados valores humanos innegociables responde a una profunda verdad[5].

Supongamos por un momento que los relativistas tienen razón y que la verdad no existe: todas las opiniones tienen su parte de verdad, por tanto, todas son igualmente verdaderas, por tanto, será mejor (más verdadera, aunque ninguna lo sea porque la verdad no existe) la opinión más votada. Será mejor porque es mayor el número de votos, no porque sea de mejor calidad la opinión. Llegamos a la cantidad, al número de votos. Y yo pregunto: ¿si no existe la verdad, por qué debemos elegir por votos? Mejor y más rápido elegir por la fuerza. Yo soy más fuerte, tengo más cañones y, por tanto, tengo la mejor opinión. Y quien me convence de que no tengo la razón si la verdad no existe. ¿Por aquello de la no-violencia? Pero no quedamos en que no existe la verdad, es igualmente verdadera la violencia que la paz.

El totalitarismo nace de la negación de la verdad en sentido objetivo. Si no existe una verdad trascendente al hombre y a la misma sociedad y hasta trascendente al mismo poder, tampoco existe ningún principio seguro que garantice las relaciones justas entre los hombres[6]. Porque si una sociedad no reconoce que existe una verdad que le trasciende triunfa la fuerza del poder y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propia opinión sin respetar los derechos de los demás. “La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar”[7].

En una organización democrática la noción de la verdad debe estar en el centro de la vida pública. Si no existe la verdad no es posible el debate, porque cualquier discusión deja de ser un proceso de búsqueda de la verdad y se transforma en una tramoya de poder. Llegamos así a entender que si no existe la verdad, si todas las opiniones valen lo mismo, pierde su sentido el pluralismo democrático[8]. Todas las opiniones no valen lo mismo, pero sí es posible que todas tenga algo o mucho de verdad. La que más se acerca a la verdad es la más verdadera, que no única. Por esto todas las opiniones valen, aunque no todas valen lo mismo.

Pero el tema de la verdad es más personal y menos político. También, y sobre todo, existe la verdad sobre el hombre. No todas las opiniones sobre el hombre y la persona valen lo mismo. Hay opiniones acertadas y equivocadas. Y también existe una opinión sobre el hombre que es verdadera porque conoce la verdad del hombre. Pero antes de decidir cuál es la verdad del hombre es necesario decidir si la verdad existe. Porque si decido que la verdad no existe no buscaré ninguna verdad inexistente sobre el hombre.

La democracia y la cultura democrática son propias de la solución de las cosas públicas. Para elegir el color del autobús sirve la mayoría de las opiniones. Para decidir la suerte del pueblo judío no sirve la opinión de la mayoría. Y ¿por qué? ¿Dónde está la verdad? ¿Por qué la vida del pueblo judío es la decisión verdadera y su exterminio está mal? ¿Qué instancia superior al hombre dice qué es la verdad?

No solamente es verdad aquello que se puede comprobar con las leyes empíricas, queda fuera de esta comprobación muchas realidades que superan los mismos sentidos y que sirven para explicar la misma existencia del hombre: el amor, la felicidad, la satisfacción, el espíritu de entrega a los demás, el bien común...

El relativismo de nuestro tiempo –hijo de la Ilustración– tiene como punto de partida la desaparición de Dios de la vida tanto pública, como de la personal de cada uno. «Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas... adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da la medida para discernir lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad»[9].

El hombre moderno ha renunciado a la búsqueda de la verdad. La cuestión de la verdad queda aparcada y se funciona con un sucedáneo que busca solamente el «sentirse bien con uno mismo» como si a esto se redujera la existencia del hombre. La pregunta de Pilatos: ¿Qué es la verdad?, emerge también hoy desde la triste perplejidad de un hombre que a menudo ya no sabe quién es, de dónde viene ni adónde va. «La ley de Dios es siempre el único verdadero bien del hombre»
[10].

Las reglas fundamentales de la vida social comportan unas exigencias determinadas a las que deben atenerse tanto los ciudadanos como los poderes públicos puesto que el poder no es superior a la Verdad, sino que, al igual que el mismo hombre, queda limitado por ella.

2. La verdad existe

Porque la verdad existe. Y en este sentido hay que reconocer que la verdad no es nada opinable. La verdad es terca y se impone contra toda opinión y hasta contra la misma mayoría más absoluta de todas. Es más, la verdad es categórica: lo contrario de la verdad es la mentira. Te pongas como te pongas: dos más dos son cuatro. Porque la verdad es eso: la verdad, no es una simple opinión y además existe.

Una cosa es pretender tener siempre la razón y otra cosa distinta es decir que existe una verdad universal sobre el bien y el mal que todos debemos procurar conocer y descubrir. Y en este proceso es evidente que las opiniones que más cerca están de la verdad son más verdaderas que sus contrarias que están más alejadas de la verdad. Aunque los más alejados tendrán algo de verdad. Hay que reconocerlo. No se puede decir que la verdad no exista, ni que dé igual una verdad que otra, ni que la verdad se vaya a componer entre las opiniones de todos sacando un promedio. Pero sí debe aceptarse que muchos otros tienen parte de la verdad y que yo no tengo toda la verdad.

«Hay formas de comportamiento que nunca pueden servir para hacer recto y justo al hombre, y otras, que siempre pertenecen al ser recto y justo del hombre»[11]. Y el hombre tiene inteligencia para conocer la verdad y para discernir lo verdadero de lo falso. Y tiene libertad para poder elegir la verdad y desechar la mentira. Pero la razón humana también está sometida a la verdad puesto que no puede disponer qué es verdad y qué es mentira. La razón descubre la verdad, pero no la crea, no la inventa, no la decide. La autonomía de la razón no puede significar la creación por parte de la misma razón de los valores y de las normas morales[12]. Existe un falso concepto de la autonomía de las realidades terrenas: el que considera que las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin hacer referencia al Creador[13].

Por medio de la figura del árbol de la ciencia del bien y del mal, la Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y sobre el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios. Pero también nos dice que la verdad existe y que existe el bien y el mal, es decir, la ley divina y la norma moral que obliga al hombre a cumplirla para estar en la verdad. El hombre que niega los límites del bien y del mal, la medida interna de la Creación, niega la verdad. Vive en la falsedad, en la irrealidad[14].

El hombre no es el dueño del bien y del mal, no es el dueño de la verdad. Con mayor motivo, la autoridad civil –que es una reunión de hombres, no lo olvidemos– no puede decidir lo que es bueno y lo que es malo. No tiene ese poder. Llegar a pensar que todo lo que emana de la autoridad civil resulta bueno y justo, es el caldo de cultivo propio del Estado Ético de los fascismos. Es lamentable, por no decir trágico, que a los gobernantes se les ocurra inmiscuirse en asuntos que no les compete
[15]. ¡Cuánto mejor sería que se dedicaran a decidir el color de los autobuses urbanos!


Felipe Pou Ampuero

[1] Jaime Nubiola. La dictadura del relativismo. www.Scriptor.org
[2] Alfonso Aguiló Pastrana. ¿Por qué una opinión va a ser mejor que otras? Mundo Cristiano, mayo 2004, p. 45.
[3] Marcello Pera, Presidente del Senado de Italia. “La crisis del relativismo en Europa”, ABC, 2 de mayo de 2005.
[4] Card. Joseph Ratzinger, Conferencia en el Primer Congreso Teológico Internacional. Madrid, 16 de febrero de 2000.
[5] Alfonso Aguiló Pastrana. ¿Por qué una opinión va a ser mejor que otras? Mundo Cristiano, mayo 2004, p. 46.
[6] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, 6 de agosto de 1993, n. 99.
[7] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, 6 de agosto de 1993, n. 99.
[8] Jaime Nubiola. La dictadura del relativismo. www.Sriptor.org
[9] Card. Joseph Ratzinger. Homilía en la Misa por la elección del Papa. Vaticano, 18 de abril de 2005.
[10] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, 6 de agosto de 1993, n. 84.
[11] Card. Joseph Ratzinger, Conferencia en el Primer Congreso Teológico Internacional. Madrid, 16 de febrero de 2000.
[12] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, Vaticano, 6 de agosto de 1993, n.40.
[13] Const. Gaudium et Spes, n.36.
[14] Card. Joseph Ratzinger, Creación y Pecado, Eunsa, Pamplona, 2005, p. 97.
[15] Alejandro Llano Cifuentes, Control mental y objeción de conciencia. Alfa y Omega, 2 de junio de 2005.