sábado, octubre 16, 2010

55. Posmodernidad

Fecha: 01 de octubre de 2010

TEMAS: Cultura, Ética, Verdad.

RESUMEN: 1. La Ilustración estableció que nada es real si no es comprobado y certificado por la experiencia humana, por la ciencia.

2. Cuando se niega a la realidad la capacidad de existir por sí misma se confunde con la representación personal de la realidad.

3. La caída del muro no fue el fin de una etapa, más bien, fue el comienzo de una nueva revolución cultural, la que se ha llamado posmodernista.

4. Pero lo que ha quedado en pie son los hechos. Y nos hemos vuelto a encontrar con la realidad en su más cruda versión. Nos volvemos a encontrar con la cuestión de la verdad.

5. Sobre todo, el posmodernismo nos ha enseñado que la realidad no es personal, es como es, es decir, objetiva. Será personal nuestra interpretación de la realidad, la composición de lugar que cada uno se quiera hacer. Cualquier discusión de ética o de política no puede obviar la cuestión de la vida humana como un hecho real que acontece y viene a ser lo más importante para cada hombre.

6. La educación de la libertad no puede quedar reducida a una asignatura de comportamientos y actitudes cívicas y sociales. El correcto ejercicio de la libertad personal no se enseña en los libros, se aprende en la propia vida con el ejercicio y la reflexión.

7. La revolución actual es la búsqueda de la verdad despojada de creencias, de prejuicios y de presupuestos. La verdad sin aditivos: qué otra cosa es la Verdad.


SUMARIO: 1. El muro cae.- 2. Desencanto.- 3. El horizonte.

1. El muro cae
En 1989 cayó el muro de Berlín. No por deseado dejó de causar gran sorpresa que aquel muro de la vergüenza desapareciera. Constituía una gran paradoja que el paraíso socialista tuviera que impedir a sus habitantes la salida para que no se contaminaran de las libertades democráticas del oeste. Sus dirigentes hacían oídos sordos a la realidad y a pesar del gran fracaso del sistema socialista se empeñaban en mantener vivo a un muerto. Al final cayó el muro. El 9 de noviembre de 1989 aproximadamente a las siete de la tarde, el líder del Partido Comunista de Berlín Oriental, Gunter Schabowski anunció que una parte del muro sería abierto para «viajes privados al extranjero». Anunciaba por fin, de forma lacónica, el inicio del fin de todo un imperio del terror.

Las revoluciones más importantes son las culturales. Algunas van acompañadas de violencia y desorden, pero otras se instalan sin ruido, casi sin hacerse notar. La Ilustración fue la revolución de la ciencia y el progreso. Trajo con ella el siglo de las luces y una nueva manera de pensar, de entender la vida y hasta de cuestionar las verdades siempre aceptadas.

La Ilustración estableció como paradigma la fe en la ciencia y en el progreso del saber humano y concluyó que nada es real si no es comprobado y certificado por la experiencia humana. De tal manera que reducía la existencia de la realidad y del mundo que nos rodea solamente a lo que la ciencia humana puede comprobar. Lo demás se relegó al ámbito de lo personal y particular de cada hombre. Y sobre todo, la Ilustración acabó negando la existencia de la Verdad como algo anterior e independiente del conocimiento del hombre. En adelante sólo sería verdad lo que se pudiera demostrar científicamente como tal.

Esta manera de pensar convirtió al hombre en el centro y juez supremo del universo y del mundo conocido, con capacidad para decidir lo que está bien y lo que está mal, y de esta manera acabó legitimando la rebeldía del hombre frente a la Verdad que en lugar de entenderla como una liberación, la tachaba de opresora.

Con esta revolución cultural se redujo el mundo a los ojos del hombre porque desconoció todo el mundo inmaterial y limitó su capacidad de conocimiento solamente al conocimiento científico y experimental, como si éste fuera el único medio posible de conocer para el hombre. De un golpe se vinieron abajo el sentido común, los indicios racionales, las intuiciones fundadas, la naturaleza de las cosas, la experiencia de generaciones anteriores, la tradición heredada y tantas cosas que no logran superar el «examen del microscopio de laboratorio» pero que son imprescindibles para saber vivir la vida con acierto.

El método experimental y científico es válido para las ciencias y para el saber experimental, la medicina, la biología, la física, química y tales más. Sin embargo, cuando el experimento se excede de lo que le es propio y quiere comprobar la realidad no material surgen problemas imprevistos.

Porque cuando se niega a la realidad la capacidad de existir por sí misma y tiene que pedir permiso para demostrar su propia consistencia entonces la realidad se confunde con la representación personal de la realidad, es decir, entonces se confunde con la propia imaginación de cada cual y podemos llegar a pensar que sólo es real aquello que podemos entender o imaginar o comprender. Y lo que es más grave, podemos llegar a pensar que aquello que no entendemos o no comprendemos no es real, es algo imaginario y no existe. Solamente es real «mi mundo», porque el mundo, así, a secas, no existe como tal.

Sin darnos cuenta se había llegado a una situación cultural en la que se había renunciado a la realidad verdadera, esto es, se había renunciado a la Verdad a cambio de la certeza sin darnos cuenta que las cosas ciertas y seguras para nosotros son solamente una parte —y pequeña— de la verdadera realidad y, además, son la parte de la realidad que no nos sirve para entender la realidad.

La Ilustración trajo el Modernismo, con sus certezas y su progreso científico. También la racionalización del mundo y del hombre y su reducción a tesis y antitesis científicas y racionales olvidándose del mismo hombre tal y como es, no el pensado, sino el real. La mayor expresión del modernismo es el materialismo histórico y la revolución marxista que prometía el paraíso terrenal del proletariado conquistado con la razón y los programas científicos y sociales para asegurar el progreso de la humanidad y de las ciencias al servicio de la comunidad de todos los hombres.

Y toda esa revolución cultural y científica del marxismo resultó ser un mundo artificial donde nadie era feliz y todos estaban a la espera del futuro prometido que algún día llegaría. Un mundo donde era necesario cerrar las puertas para que sus habitantes no se marcharan, donde había que instalar barricadas y alambradas para defender el progreso y la razón.

Ese mundo era la más evidente demostración de que la razón que prescinde de la Verdad se enloquece y no acierta a comprender la realidad. El muro vergonzante era un clamor de libertad de un pueblo oprimido por las teorías y los planes quinquenales, empobrecido y esquilmado por la carrera de armamentos y la corrupción política. Un muro que no hizo falta tirar porque se cayó él solo después de una larga agonía.

Pero con el muro no se cae solamente un sistema político falso, se cae también una cultura y una manera de entender el mundo que se olvidó de la realidad, de toda la realidad: sobre todo, que se olvidó de la verdadera realidad del hombre, tal y como es.



2. Desencanto

Porque la caída del muro no fue el fin de una etapa, más bien, fue el comienzo de una nueva revolución cultural, la que se ha llamado «posmodernidad» porque no se trata tanto de estar situada detrás de la anterior, sino de ser la respuesta a la anterior, al desencanto de la certeza empírica y del vacío materialista.

Mirando los últimos cien años que hemos dejado atrás comprobamos que son los años más sangrientos de la historia de la humanidad, con sus guerras y confinamientos, con sus imposiciones arbitrarias y violaciones de la libertad humana. Pero somos hijos de la Ilustración y el desencanto de un mundo sin verdades definitivas deja un vacío existencial al que le falta un horizonte. No existen verdades, ni creencias ni nada que valga la pena. Sólo existen emociones, sensaciones, distracciones y hechos.

El hombre posmoderno es un hombre sin creencias, sin compromisos y sin audacia para liderar su vida. Afincado en el «pensamiento débil» no quiere conocer la verdad porque teme el compromiso.

La sociedad posmoderna es una sociedad de muchos datos, muchos hechos y poco pensamiento. Donde la vida pasa a gran velocidad y el vértigo viene si se detiene el tiempo y el hombre se queda a solas consigo mismo y tiene que pensar. Es necesario distraerse, estar siempre muy ocupado y con la agenda muy llena para no tener tiempo para vivir. Esta es la gran paradoja posmodernista.

La caída del muro arrumbó todas las teorías racionalistas del modernismo sobre lo que conviene al hombre y a la humanidad, sobre lo que es progreso y ciencia, sobre tal y sobre cual. Pero lo que ha quedado en pie son los hechos. Aquí no hay más leña que la que arde y nos hemos vuelto a encontrar con la realidad en su más cruda versión. Y la realidad es la primera imagen de la verdad. La realidad es verdadera y tozuda: se empeña en ser real por mucho que queramos disfrazarla. Así pues, nos volvemos a encontrar con la cuestión de la verdad.


3. El horizonte

Superado el bache inicial se nos presenta de nuevo la cuestión fundamental: ¿existe una verdad objetiva, autónoma y anterior al hombre? Si así fuera no tendría sentido discutir lo inevitable y deberíamos intentar descubrirla. Y en este dilema vuelven a aparecer en escena los hechos, la tozuda realidad que se empeña en existir por encima de nuestras imaginaciones y sentimientos. Ahí está la vida humana, la vida de cada uno y la propia existencia y la búsqueda de sentido y la propia felicidad.

Sobre todo, el posmodernismo nos ha enseñado que la realidad no es personal, es como es, es decir, objetiva. Será personal nuestra interpretación de la realidad, la composición de lugar que cada uno se quiera hacer. Pero es inevitable que cualquier discusión de ética o de política no podrá obviar la cuestión de la vida humana como un hecho real que acontece y viene a ser lo más importante para cada hombre.

Entonces, hay una primera tarea para el hombre actual: conocer la realidad y descubrir la verdad que en ella se esconde. Esto no es opinable, a pesar de nuestros prejuicios modernistas. Las cosas son como son y no como nos las imaginamos. Y al descubrir la realidad también será necesario descubrir la realidad del hombre, tal y como es y tal y como no es, por mucho que algunos se empeñen en deformarlo.

Al acercarnos a la realidad «real» descubrimos que las cosas buenas son las que realmente son buenas aunque no nos lo parezcan, y al contrario, las cosas malas son malas aunque nos pudieran parecer apetecibles. No bastan las apariencias ni las emociones. No me debo fiar sólo de mis sentidos, sino que debo aplicar la inteligencia y toda mi capacidad humana para descubrir lo bueno y lo malo. Para ir al monte necesito unas buenas botas. Y unas buenas botas son las que sirven para ir al monte, aunque no sean de apariencia muy vistosa. En cambio, el calzado vistoso y elegante no servirá para ir al monte.

Pero como la realidad tiene una existencia propia no nos puede bastar con la información de lo que existe. Para conseguir una vida buena no basta con tener la información adecuada sobre lo que está bien y lo que está mal, sobre lo conveniente y necesario, sino que es preciso vivir bien la vida, es decir, ser bueno, adquirir virtudes, ser honrados, ser verdadero hombre.

Estamos hablando ni más ni menos que de la libertad del hombre para elegir la verdad del hombre o darle la espalda. Esta educación de la libertad no puede quedar reducida a una asignatura de comportamientos y actitudes cívicas y sociales. El correcto ejercicio de la libertad personal no se enseña en los libros, se aprende en la propia vida con el ejercicio y la reflexión.

El mundo actual necesita de filósofos, poetas y sabios que busquen la verdad, el bien, la belleza y todos los atributos del ser en que consiste la verdad del hombre, aquello que lo satisface y hace feliz porque consigue dar sentido a su vida.

La revolución actual es la búsqueda de la verdad despojada de creencias, de prejuicios, de presupuestos. La verdad sin aditivos: qué otra cosa es la Verdad. ■

Felipe Pou Ampuero