domingo, enero 17, 2016

93. Dignidad trascendente

TEMAS: Dignidad, Europa, cultura.

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RESUMEN: 1. Los Padres fundadores de la Unión Europa confiaban en la capacidad del hombre de trabajar junto con sus iguales, de superar divisiones y alcanzar la comunión de los pueblos.
2. El hombre tiene dignidad porque es persona y no es un simple individuo. Un individuo es «uno entre los iguales de su especie» y esto es tanto como decir que no es único, ni irrepetible, ni digno.
3. La historia del siglo XX no puede caer en el olvido para recordar que la persona es el centro de la acción política de los gobiernos y de las sociedades y que ninguna política tiene sentido si no tiene a la persona como fin y como causa de la misma.

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En estos momentos en que reina una cierta confusión en las ideas políticas y sociales me parece oportuno recordar las ideas del discurso pronunciado por el Papa Francisco ante el Parlamento europeo en la ciudad de Estrasburgo (Francia) el 25 de noviembre de 2014 sobre la dignidad trascendente del hombre como fuente de la reconstrucción de Europa y de los derechos humanos.
Los Padres fundadores de la Unión Europa confiaban en la capacidad del hombre de trabajar junto con sus iguales, de superar divisiones y alcanzar la comunión de los pueblos. En suma y, a los pocos años de terminar la Segunda guerra mundial, confiaban en la capacidad del hombre de convivir en paz con los demás hombres.
Y esta convicción procedía de la consideración del hombre no como un individuo cualquiera, sino como una persona con dignidad, como alguien y no como algo, con un valor especial, insustituible, no intercambiable. Una convicción que se apoya en que cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles. No somos un sujeto económico que forma parte de una cadena de producción industrial que genera riqueza económica para el dueño de la empresa, sino que somos seres únicos, dignos, valiosos, queridos; alguien distinto a un simple elemento de producción.
Pero esta dignidad del hombre no es solo una idea —una ocurrencia—. El hombre es digno porque es persona y no es un simple individuo. Un individuo es «uno entre los iguales de su especie» y esto es tanto como decir que no es único, ni irrepetible, ni digno. Si el hombre tiene dignidad es porque no es un «individuo» sino que es «persona». Y que el hombre sea considerado como persona implica que es un ser que diferencia el bien del mal, lo que es bueno para mí y lo que es malo para mí o para los demás.
Esto tiene más trascendencia de la que parece. Los derechos personales implican que se concibe a cada hombre como un ser digno y que, por tanto, se deben respetar los derechos de los demás hombres, además de los propios. En efecto, no se pueden imponer los propios derechos «individuales» sobre los demás porque eso no genera paz ni es fuente de una sana convivencia. Se ve claro que si el derecho de cada uno no tiene límites se convierte en una fuente de conflictos. Y la causa inicial de esos conflictos será que se concibe al hombre como «individuo» en lugar de considerarlo una persona.
Si los hombres son seres únicos quiere esto decir que son diferentes unos de otros. Todos son hombres y todos son dignos, pero también todos son únicos y, por tanto, diferentes. La sociedad civil no es uniforme, ni los hogares son cuarteles, ni el orden en la vida es disciplina militar. Al mismo tiempo, es necesario respetar al vecino, respetar al contrario en su diferencia, en su opinión, en su creencia. Y el respeto debe ser recíproco.
Cuando no se tiene una concepción digna del hombre se produce una aparente paradoja: como la persona no es única, deja de ser el centro de la política y esa centralidad la ocupa la ciencia, la técnica, la economía y otras mil cosas, en resumen, la ocupa el poder político que se considera sin ninguna limitación porque entiende que la sociedad es un conjunto de individuos intercambiables unos por otros sin mayores problemas.
La concepción humanista del hombre como un ser con dignidad trascendente es la que tuvieron los fundadores de la Unión Europea tras la «gran guerra» que mostró hasta dónde puede llegar el poder político que considera al hombre como individuo y se olvida que es una persona única e irrepetible. Esta lección de la historia del siglo XX peligra caer en el olvido y hemos de acudir a la memoria histórica —esta sí— para no olvidar que la persona es el centro de la acción política de los gobiernos y de las sociedades y que ninguna política tiene sentido si no tiene a la persona como fin y como causa de la misma.
Sin embargo, nos debemos plantear cuál es el fundamento de la dignidad del hombre. Para unos será un gran acuerdo social, un consenso producto de la cultura y la civilización que se plasma en las leyes y constituciones de una sociedad avanzada. La conquista social es la conquista de la dignidad del hombre y su respeto por los poderes políticos.
Esta concepción de la dignidad ausente de trascendencia queda a merced de las leyes, las costumbres y las circunstancias de un país, de una civilización o del poder político concreto. ¿Quién asegura que una ley posterior derogue y altere la ley anterior y deje de respetar la dignidad del hombre o de un grupo racial de hombres? El fundamento “cultural” de la dignidad se demuestra frágil y coyuntural y la historia reciente nos muestra casos de abusos y tragedias.
Existe, en cambio, otro posible fundamento de la dignidad del hombre que no se basa en los acuerdos de los hombres sino en su propio ser. El hombre es un ser trascendente y su dignidad también es trascendente. Su dignidad hace referencia a algo fuera del mismo hombre que le viene dado, que recibe y no depende de las propias fuerzas del hombre: su propia vida.
El hombre es digno porque su vida es digna y su vida es digna porque le ha sido dada por quien es capaz de crear y dar la vida. Esta dignidad trascendente no se funda en un acuerdo de voluntades, ni en un contrato social, sino que se funda en quien es el Creador de la vida que está por encima de los hombres, de sus leyes y de sus contratos y a quien las leyes humanas no pueden «derogar».■

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
1. Discurso del Papa Francisco al Parlamento europeo, Estrasburgo, Francia,  25 de noviembre de 2014.
2. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1701 y ss.
3. Compendio de Doctrina social de la Iglesia Católica.

sábado, enero 09, 2016

92. Qué son las obras de misericordia

TEMAS: Misericordia.
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RESUMEN: 1. Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales.
2. Con ocasión del Año de la Misericordia se pone otra vez el sacramento de la confesión en el centro de la vida cristiana. Porque permite vivir la grandeza de la misericordia, en el sacramento de la reconciliación.
3. Las obras de misericordia se inspiran en la predicación de Jesucristo que en su vida predicó la misericordia y la compasión del prójimo como medio de dar a conocer el Evangelio.

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Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos. Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica, 2447)
Con ocasión del Año de la Misericordia se pone otra vez el sacramento de la confesión en el centro de la vida cristiana. Porque permite vivir la grandeza de la misericordia, en el sacramento de la reconciliación. Dios perdona todos los pecados con la mediación de la Iglesia. Acudir a la confesión será fuente de verdadera paz interior. Se prevé que la iniciativa «24 horas para el Señor» se incremente cada diócesis el próximo año, el viernes y sábado antes del IV domingo de Cuaresma.
Las obras de misericordia se inspiran en la predicación de Jesucristo que en su vida predicó la misericordia y la compasión del prójimo como medio de dar a conocer el Evangelio. La práctica de las obras de  misericordia es la forma de manifestar la autenticidad del mensaje cristiano. «El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios» (Conc. Vaticano II, Decreto Apostolicam Actuasitatem, 6).
La raíz del pecado se encuentra en el corazón del hombre, en su libre voluntad que se aparta del amor de Dios. En el corazón de cada hombre también reside la caridad, principio de las obras buenas y puras a las que hiere el pecado. El cristiano por medio de la práctica de las obras de misericordia puede remitir las penas del pecado para despojarse del «hombre viejo» y revestirse del «hombre nuevo» (Cfr. Ef 4, 24).
«Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo» (Misericordiae Vultus, 6).
Hay catorce obras de misericordia: siete corporales y siete espirituales.
Obras de misericordia corporales: 
1) Visitar a los enfermos
2) Dar de comer al hambriento
3) Dar de beber al sediento
4) Dar posada al peregrino
5) Vestir al desnudo
6) Visitar a los presos
7) Enterrar a los difuntos

Obras de misericordia espirituales: 
1) Enseñar al que no sabe
2) Dar buen consejo al que lo necesita
3) Corregir al que se equivoca
4) Perdonar al que nos ofende
5) Consolar al triste
6) Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
7) Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos. ■


BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
·        http://infocatolica.com

·        Catecismo de la Iglesia Católica.

domingo, enero 03, 2016

91. Votar en blanco

TEMAS: Política, elecciones.

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RESUMEN: 1. Cuando se vota en blanco no se vota a nadie y el sistema lo interpreta así, no lo interpreta como un signo de protesta o como una opción política. No existe ningún escaño en el Congreso que diga «al voto en blanco».
2. Se vota en una provincia concreta, en la de cada uno. No es lo mismo votar en Madrid que en Soria o en Alicante. Porque los escaños se distribuyen en función de la población de cada provincia.
3. La asignación de escaños que establece la ley electoral favorece a los partidos que obtienen más votos en cada provincia.
4. Las elecciones no son un referéndum. Las elecciones se realizan para elegir diputados y lo que importa al final es el resultado: ganar un escaño de diputado en el Congreso, no los votos nacionales que se obtengan.

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Nuestra Constitución de 1978 establece en su artículo 68 que el Congreso de los Diputados estará constituido por un mínimo de 300 y un máximo de 400 diputados, y es la Ley Orgánica Electoral de 1985 la que fija el número de diputados actuales en 350 (artículo 162), determinando que la circunscripción electoral es la provincia y que cada provincia tendrá como mínimo dos diputados que puedan representar, en la mayoría de los casos, a cada uno de los dos partidos mayoritarios.
Además, las ciudades de Ceuta y Melilla tendrán cada una un diputado. Por tanto, ya están asignados un total de 102 diputados de los 350 totales. La Ley electoral también determina que los restantes 248 diputados se asignen a cada una de las provincias en proporción a la población de derecho de cada una respectivamente.
Con estos antecedentes resulta que la provincia de Soria tiene 2 diputados, la de Navarra tiene 5 y la de Madrid tiene 36 diputados, por ejemplo. La representación de cada provincia no es aritmética –a cada diputado por tantos habitantes– sino que es proporcional porque la ley quiere que todos los ciudadanos y todos sus intereses estén representados en el parlamento.
Los escaños correspondiente a cada provincia se adjudican con arreglo a unos criterios también determinados por la ley que sigue el sistema de representación proporcional de la denominada Ley d’Hondt que adjudica escaños a los partidos más votados en función del resultado de dividir el total de votos obtenido por cada partido entre el número de escaños de la provincia y luego elegir los cocientes mayores de cada división. De tal manera, que resultarán elegidos los candidatos de los partidos más votados proporcionalmente.
No se tendrán en cuenta las candidaturas que obtengan menos del 3% de los votos emitidos válidamente, incluidos los votos en blanco, porque se estima que por debajo de esta proporción la representación no es determinante.
Y los votos en blanco, que hemos visto que sirven para computar el total de votos válidos, no sirven para adjudicar escaño. Desde luego, no queda ningún escaño sin adjudicar por lo que los votos en blanco son votos que no sirven para asignar representación en el Congreso.
Las consecuencias de este sistema electoral, que es tan bueno y tan legal como cualquier otro, son las siguientes:
1) Hay que votar. No votar es renunciar a participar en el sistema político. Si no se vota no se puede pretender que algún diputado que piense como nosotros se siente en el Congreso a defender nuestras ideas.
2) Votar en blanco es votar al aire. Cuando se vota en blanco no se vota a nadie y el sistema lo interpreta así, no lo interpreta como un signo de protesta o como una opción política. No existe ningún escaño en el Congreso que diga “al voto en blanco”.
3) Se vota en una provincia concreta, en la de cada uno. No es lo mismo votar en Madrid que en Soria o en Alicante. Porque los escaños se distribuyen en función de la población de cada provincia. Pero además, el número de votantes determina el porcentaje de votos para poder acceder a un escaño. En Madrid se necesitan muchos más votos que en Soria para conseguir un escaño.
Por otra parte, el número de escaños que corresponde a cada provincia determina también el número de partidos políticos que puede conseguir representación y esto también depende del número de habitantes de la provincia. Si una provincia tiene solo dos escaños lo más probable es que obtenga los dos escaños el partido más votado o el primero y el segundo partidos más votados, los demás partidos no obtendrán ninguno porque ya no quedarán escaños para ellos.
Por el contrario, en una provincia con diez escaños es probable que obtengan representación tres o cuatro partidos distintos además de los dos más votados.
4) Los partidos pequeños lo tienen muy difícil. La asignación de escaños que establece la ley electoral favorece a los partidos que obtienen más votos en cada provincia. Esto quiere decir que los beneficiados son, de una parte, los partidos grandes con implantación nacional que obtienen votos en todas las provincias; y de otra parte, los partidos regionales o nacionalistas de implantación local en una provincia o varias concretas.
Por el contrario, con esta ley electoral, resultarán perjudicados los partidos que obtengan pocos votos en cada provincia, aunque obtengan pocos votos en muchas provincias y la suma de todas ellas sea una gran cifra. Y es que la circunscripción provincial significa que las elecciones son «por provincias» y no «por nación» porque los diputados deben obtener los votos en su provincia y no en el resto de España.
5) Las elecciones no son un referéndum. Las elecciones se realizan para elegir diputados y lo que importa al final es el resultado: ganar un escaño de diputado en el Congreso, no los votos nacionales que se obtengan. En las últimas elecciones nacionales de 2015 el partido de «En Comú Podem» ha obtenido 927.940 votos que le han significado 12 escaños en el Congreso. Por el contrario, el partido «IU» ha obtenido 923.133votos que le han supuesto 2 escaños. Como se puede apreciar no es proporcional el número de votos con el número de escaños obtenidos porque en el caso del primero los votos están concentrados, mientras que en el caso de IU los votos está dispersos en muchas provincias.
Con estos antecedentes, se ve lo necesario que resulta pensar antes de votar y votar con la cabeza antes que con el corazón. Parece que el sistema electoral español actual inclina la balanza a favor del bipartidismo, de los nacionalismos y del voto útil. Del bipartidismo porque en la mayoría de los casos resultarán ganadores de las elecciones los partidos que tengan mayor implantación en la mayoría de las provincias y esto significa que deben ser partidos grandes, de implantación nacional y con una gran base de afiliados.
Favorece a los nacionalismos porque el voto concentrado en provincias determinadas provoca que gane las elecciones en esas provincias los partidos nacionalistas o regionalistas.
Y también favorece al voto útil porque, visto lo anterior, votar a los partidos pequeños o a los partidos emergentes resulta muy arriesgado y, en la mayoría de los casos, supondrá desperdiciar el voto.

Sin embargo, en todos los casos parece que no resulta apropiada la abstención ni votar en blanco porque no aprovechan para nada ni tampoco aprovechan a ninguna opción política. ■