domingo, abril 01, 2007

24. Educación

Fecha: 1 de abril de 2007
TEMAS: Educación, persona, libertad, felicidad.
RESUMEN: 1. Hay padres que piensan que la mejor educación es una buena salida profesional. Que sus hijos tengan éxito en la vida y que ganen mucho dinero.

2. Ya los griegos entendían que educar no consiste tanto en dar información o enseñar un oficio a un hijo sino sobre todo en formar ciudadanos. Y este formar ciudadanos no puede significar otra cosa que formarles para el bien común, para impartir buenas costumbres, valorar las buenas obras y estimular el bien.

3. Educar es, en definitiva, formar cabezas bien hechas, no cabezas bien llenas. No se trata de almacenar datos, sino de lograr un conjunto de saberes bien estructurado y armónico que forme una personalidad.

4. El lugar propio de la educación, como formación de la persona es la casa, la propia familia. El colegio es un lugar de ayuda, de apoyo, a lo que los padres hacen en casa. Y la familia es algo mucho más serio que ese conglomerado de sentimentalismo que nos ofrecen las telenovelas.

5. Sólo tiene una vida coherente quien actúa con referencia a la verdad, aunque a veces las alternativas que la verdad ofrece contraríen las propias apetencias. Para esto educamos los padres: para que mujeres y hombres sean capaces de decidir su propio proyecto personal de vida. De adherirse libremente a unos valores, de cumplir sus compromisos y de aceptar la responsabilidad de sus decisiones.


SUMARIO: 1. Un problema.- 2. Enseñar a vivir.- 3. Para la libertad.- 4. Educar para el bien.- 5. Con errores.- 6. Para el amor.

1. Un problema

Hay padres que deben pensar que educar a sus hijos es una cuestión mercantil-contable-financiera. Pagar un colegio, pagar unas clases particulares, pagar un curso de inglés en el extranjero, financiar una carrera universitaria, etc. Son padres funcionarios[1].

Piensan que sus hijos son algo así como un expediente, como un asunto que tienen en la vida. No caen en la cuenta que sus hijos son, ante todo, unas personas, además de ser sus hijos, pero lo importante es que son personas antes que sus hijos. Sus hijos, como todos nosotros, necesitamos muestras de cariño, vida normal y cotidiana, desarrollo paulatino. Y esto se consigue, casi siempre, con conversaciones normales, en la cocina, mientras se prepara la cena, en un pasillo, en el sitio menos oportuno. En fin, todas las personas necesitamos vida ordinaria.

Hay padres que piensan que la mejor educación es una buena salida profesional. Que sus hijos tengan éxito en la vida y que ganen mucho dinero, porque todo lo demás, la felicidad, el bienestar personal, la serenidad y la autoestima vendrán por añadidura. Son padres que con sus hechos enseñan a sus hijos a valorarse sólo por lo que consiguen, por los resultados que tienen y por el triunfo que obtienen. Son padres que demuestran el acierto de la máxima que dice que o vives como piensas o acabas pensando como vives.

Es evidente, que si queremos educar a nuestros hijos lo primero que debemos hacer es ser coherentes y vivir tal como pensamos y decimos a los hijos. Y dentro de esta coherencia también se incluye el que, de antemano, nos perdonamos nuestros desaciertos y equivocaciones. Porque algo importante que hemos de enseñar a nuestros hijos es que somos personas de carne y hueso, reales. No somos héroes de cómic, ni protagonistas de ninguna película. No nos gustan nuestros defectos, pero los aceptamos.

Y ante el panorama de la preocupación paterna por la educación de los hijos unos pueden pensar que da igual educar o no educar porque los hijos salen cada uno a su manera y no merece la pena trabajar en vano. Otros pensamos que no es así. Merece la pena educar. Y tanto merece que no es lo mismo educar bien que educar mal. Y tampoco es lo mismo educar bien que no educar nada en absoluto.

¿Quién no ha salido al campo alguna vez? Sembrar buena semilla suele producir buena cosecha. La cosecha no está asegurada porque intervienen otros factores: el clima, la lluvia, el abono, los animales, los infortunios... Pero si no se siembra no se puede cosechar. Y, con todo, un mal año estropea la cosecha y hace que no sea abundante, pero si la semilla fue buena siempre será mejor la cosecha. Siempre es mejor educar bien que dejar de educar[2].


2. Enseñar a vivir

Porque no se trata tanto de la suerte de un padre con el hijo que le ha tocado. Sino del empeño de los padres por enseñar a sus hijos a vivir, a conseguir una buena vida. No importa tanto la pregunta acerca de cómo es el carácter de nuestro hijo, sino la de qué es lo que se puede hacer con este carácter[3]. Ya los griegos entendían que educar no consiste tanto en dar información o enseñar un oficio a un hijo sino sobre todo en formar ciudadanos. Y este formar ciudadanos no puede significar otra cosa que formarles para el bien común, para impartir buenas costumbres, valorar las buenas obras y estimular el bien.
Porque un hombre de bien no es exactamente un hombre que sabe ética. No. Además de saber ética hay que ponerla en práctica. Un hombre de bien es un hombre bueno, porque vive bien y no vive mal, porque hace el bien y evita el mal, porque ayuda al que carece y es solidario. Educar es, en definitiva, formar cabezas bien hechas, no cabezas bien llenas[4]. No se trata de almacenar datos, sino de lograr un conjunto de saberes bien estructurado y armónico que forme una personalidad buena.

Lo importante no es tener muchos conocimientos ni muchos títulos, sino que esos conocimientos nos ayuden a dar una respuesta acertada a nuestros problemas y a los de los que nos rodean. La sabiduría de la vida nos enseña a interpretar la realidad del mundo, nos ayuda a comprender el misterio del hombre, de su libertad, de sus desvaríos, del mal y del bien que somos capaces de hacer.

Y ante esto, un padre tiene que grabarse esto en la cabeza: «Si hay un porqué no importa el cómo.» No es necesario ser profesor de pedagogía para educar a nuestros hijos, aunque será mejor estar preparados, pero sí es necesario plantear modelos atractivos de modos de ser. Ser un buen padre es ser un buen modelo a imitar por nuestros hijos. Ser el espejo donde se miren cuando la vida les enfrente a los problemas grandes y pequeños que siempre existirán. ¿Cómo haría mi padre esto?, ¿cómo haría mi madre esto?


3. Para la libertad

La dignidad de la persona implica la libertad, aun tan siquiera la libertad interior de cada uno que nadie nos puede arrebatar. Pero la libertad no es una mera posibilidad de optar entre cosas más o menos interesantes. La libertad es la capacidad de decidir lo que uno quiere hacer con su propia vida: somos realmente libres cuando somos dueños de nuestras propias decisiones[5]. Para ser dueño de uno mismo es imprescindible tener una voluntad fuerte. Sin voluntad no hay libertad.

Sólo con una buena voluntad se puede llegar a tener una voluntad buena. Los padres que no son capaces de exigir a sus hijos lo que pueden y deben exigir demuestran tener por ellos una evidente falta de respeto[6]. La educación de la persona supone la educación del esfuerzo. Los niños necesitan saber que muchas veces hay que hacer cosas desagradables para conseguir una meta agradable y que mantener el esfuerzo durante el trayecto puede ser duro[7].

Es una regla de oro en educación que los padres acostumbren a sus hijos a hacer por sí mismos lo que son capaces de hacer de acuerdo con su edad. El lugar propio de la educación, como formación de la persona que le enseña a vivir, es la casa, la propia familia. El colegio es un lugar de ayuda, de apoyo, a lo que los padres hacen en casa. Y la familia es algo mucho más serio que ese conglomerado de sentimentalismo que nos ofrecen las telenovelas[8].

La principal educación que los padres pueden y deben dar en la familia no consiste en enseñar a ordenar un armario. La principal educación es la educación moral. Enseñar a los hijos que los principios morales son verdades objetivas —no opiniones de sus padres— que dan sentido a la vida y deben ser respetados en todo momento. Hacer el bien y evitar el mal, dar cada uno lo suyo, no apropiarse de lo ajeno, respetar las normas de convivencia, respetar a los demás por el solo hecho de ser personas, son, entre otros, los principios que los padres deben enseñar a sus hijos inexcusablemente. No se trata de «valores confesionales», puesto que tales exigencias éticas están radicadas en el ser humano y pertenecen a la ley moral natural impresa en el corazón de cada hombre[9].

Las familias inteligentes tienen unas creencias inteligentes compartidas acerca de los valores importantes. Poseen también una clara idea acerca de lo que es negociable y de lo que es innegociable[10]. El ideal de las familias inteligentes no es echar al mundo profesionales exitosos, expertos en ciencias, en economía y en todo lo demás, sino que guardan un además y un sobre todo que procura convertir a esos hijos en hombres y mujeres cabales y no en meros técnicos sin corazón. Como dice Navarro-Valls lo más importante de un universitario no es el título que aparece en el diploma de su licenciatura, sino la serie de hábitos mentales y humanos que el estudio de la disciplina universitaria ocasiona y produce[11].


4. Educar para el bien

Una persona que hace lo que le da la gana puede pensar que es libre al seguir una imperiosa espontaneidad y, sin embargo, puede estar dirigida por los mensajes de una astuta propaganda. Para bastarse a sí mismo, para ser realmente libre, un hombre debe encontrar en sí mismo todo lo que es necesario para su felicidad.

Existe una libertad constitutiva que consiste en ser dueño de uno mismo y de sus propias acciones. No somos libres de tener la estatura que tenemos, pero sí soy libre de asumirla o no en el proyecto de mi vida[12].

No toda elección es buena por el sólo hecho de ser espontánea, unas son acertadas y otras desacertadas. Y si esto es así no se trata sólo de hacer elecciones, sino de elegir bien. Luego no basta con elegir. Hay que enseñar a elegir bien, que no es lo mismo.

Claro, resulta que si les enseñamos a elegir bien acabarán comprometidos con el bien y alejados de las malas elecciones. Y esto ¿no será un falta de libertad? Pues no. No somos libres frente al bien, sino que la buena elección nos hace libres. Educar es enseñar a vivir y enseñar a vivir implica enseñar a vivir bien. Para vivir mal no hace falta ser educados, ya solos nos bastamos.

Nuestros hijos serán mayores y empezarán a vivir su propia vida. Deben salir de casa con las maletas llenas de criterios de bien. Al vivir su vida se les presentarán ocasiones donde tengan que decidir. Con cada decisión se acercarán o se alejarán de lo que quieren ser en la vida. Cada decisión, cada preferencia, cada renuncia conforman un proyecto vital.

Los hijos deben salir de casa habiendo aprendido que actuar conforme al deber es algo que nos perfecciona, que si aceptamos nuestro deber como una voz amiga acabaremos aceptándolo de modo cordial, aunque nos cueste. El gran logro de la educación afectiva es conseguir unir, en lo posible, el querer y el deber.


5. Con errores

A vivir se aprende viviendo. Todo aprendizaje se hace con errores. Es más, los implica y presupone. No nacemos enseñados. Nos hacemos en la vida no sólo de una manera académica porque aprendemos lo que hay que hacer, sino también práctica porque de nuestra experiencia obtenemos los mejores datos para el aprendizaje. Es importante reflexionar y hacer reflexionar a nuestros hijos. No somos perfectos ni lo pretendemos. Pretendemos ser felices que no es lo mismo.

A veces, los padres se asustan ante la desobediencia y rebeldía de los hijos, sin pararse a pensar que son seres libres y, como a cualquiera, les cuesta obedecer y actuar debidamente. El verdadero problema consiste en no saber enseñar al hijo que desobedecer está mal y que a sus padres se les obedece por cariño y no por fuerza. Esto es más complicado.


6. Para el amor

La verdadera educación se propone la formación de la persona en orden a su último fin. Se propone que sea cada día más consciente del don de la fe[13]. Porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor[14]. Ojalá sepamos enseñar a nuestros hijos que la sociedad no es una suma de espacios autónomos de individuos libres y emancipados, sino un entramado donde se comparten los bienes comunes que sustentan y hacen posible la sociedad. Uno de esos bienes compartidos es la propia libertad. Sin una formación adecuada yo no puedo alcanzar mi madurez, ni puedo mantener mi libertad.

Sólo tiene una vida coherente quien actúa con referencia a la verdad, aunque a veces las alternativas que la verdad ofrece contraríen las propias apetencias. Para esto educamos los padres: para que mujeres y hombres sean capaces de decidir su propio proyecto personal de vida. De adherirse libremente a unos valores, de cumplir sus compromisos y de aceptar la responsabilidad de sus decisiones.


Felipe Pou Ampuero
[1] Crespillo Enguix, Antonio, La libertad de los hijos, Nota técnica. Fomento de Centros de Enseñanza, Madrid, 2005.
[2] Sarrais, Fernando, Decálogo para la buena educación de los hijos, Nota. 3 de abril de 2006.
[3] Aranguren. Javier, ¿Qué queremos enseñar a los adolescentes?, Nuestro Tiempo, diciembre 2005, nº. 618, p. 18.
[4] Aguiló, Alfonso, Aprender a educar los sentimientos. www.interrogantes.net
[5] Fomento de Centros de Enseñanza. Educar en y para la libertad. Nota técnica 065.
[6] González Simancas, José Luis, Libertad y compromiso.
[7] Marina, José Antonio, Educación para el esfuerzo, Aula de innovación educativa, nº 120.
[8] Chirinos, María Pía, Familias que den la talla. Aceprensa, servicio 19/06, 22 de febrero de 2006.
[9] Congregación para la Doctrina de la Fe, Compromiso y conducta de los católicos en la vida pública. n. 5.
[10] Marina, José Antonio, Educación para el esfuerzo, Aula de innovación educativa, nº 120.
[11] Navarro-Valls, Joaquín, Discurso de agradecimiento Premio Brajnovic, Pamplona, 18 de noviembre de 2005.
[12] Crespillo Enguix, Antonio, La libertad de los hijos...
[13] Concilio Vaticano II, Declaración Gravissimum educationis, Roma, 28 de octubre de 1965.
[14] Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, Vaticano, 25 de diciembre de 2005, n.29.