sábado, junio 16, 2012

71. Certeza o verdad



TEMAS: Verdad, Razón, Fe.
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RESUMEN: 1. El corazón del hombre alberga un deseo natural e innato de conocer la verdad.
2. La filosofía es la «ciencia» que por excelencia busca la verdad y formula el sentido de la vida del hombre.
3. El conocimiento de la fe no es un conocimiento humano y, por tanto, no es un conocimiento filosófico.
4. Por medio de la fe, Dios ha comunicado a los hombres una verdad sobre el mismo hombre y sobre el sentido de su vida. Y esta verdad que conocemos por la Revelación no es la consecuencia o la maduración de un proceso de razonamiento que en último extremo sería un proceso humano.
5. El deseo de buscar la verdad mueve al corazón y a la razón humana a querer ir siempre más allá de los conocimientos actuales hasta llegar a los límites de la propia capacidad humana y abrirse a la trascendencia.

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SUMARIO: 1. Dos alas.- 2. Desde el siglo XIX.- 3. La fe y la razón.- 4. La verdad es una.

1. Dos alas
«La fe y la razón (Fides et Ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad»[1]. Con estas palabras comienza la encíclica filosófica que tantos comentarios ha dado lugar. Se pone en tela de juicio la legitimidad de la Iglesia para opinar sobre las cuestiones temporales y se pretende relegarla a las cuestiones que son ajenas a las cosas de este mundo y propias de una vida retirada, extraña al cotidiano pasar de los hombres.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad. La Iglesia tiene derecho a estar en el mundo porque forma parte del mundo. Pero, sobre todo, la Iglesia tiene una misión que es ayudar al hombre —y con el hombre al mundo que es la reunión de todos los hombres— a realizarse plenamente y alcanzar la felicidad.
Y una cosa es clara: el corazón del hombre alberga un deseo natural e innato de conocer la verdad. Podemos mirar para otro lado y hacer como que no nos interesa, como que estamos ocupados en las cosas importantes de la vida. Pero, aparte de poses y actitudes, lo que de verdad nos interesa es conocer la verdad. La verdad de la vida, la verdad de las relaciones y, sobre todo, nuestra verdad: la verdad del hombre.
En este deseo natural de conocer la verdad —verdad es la adecuación del intelecto a la realidad, decía santo Tomás de Aquino— el hombre se ayuda de las ciencias, de las letras y, sobre todo, de la filosofía que es la «ciencia» que por excelencia busca la verdad y formula el sentido de la vida del hombre. Esto ha sido así desde los primeros filósofos y sigue siendo así hasta los filósofos actuales.

2. Desde el siglo XIX
            Desde el siglo XIX, que ya va para viejo, las luces de la razón consideraron que cualquier conocimiento humano que no sea fruto y consecuencia de las capacidades de la razón no es digno de ser reconocido como conocimiento verdadero. En consecuencia con la anterior afirmación, el racionalismo considera que el conocimiento que proporciona la fe no es un conocimiento, sino una creencia, una convicción y, en algunos supuestos, hasta una superstición.
            Una cosa sí que es verdad. El conocimiento de la fe no es un conocimiento humano y, por tanto, no es un conocimiento filosófico. Pero es que tampoco lo pretende. Una cosa es la fe y otra la filosofía. Pero esta distinción no significa que la fe no pueda proporcionar conocimientos al hombre, que sí que puede y, menos aún, que el único medio de conocimiento del hombre sea el filosófico, que no lo es.
            Por medio de la fe, Dios ha comunicado a los hombres una verdad sobre el mismo hombre y sobre el sentido de su vida. Y esta verdad que conocemos por la Revelación no es la consecuencia o la maduración de un proceso de razonamiento que en último extremo sería un proceso humano. La verdad revelada no es filosófica ni tampoco es humana sino que se encuentra situada en otro nivel de conocimiento.
            Contra ese racionalismo decimonónico se revela el corazón del hombre que sigue buscando la verdad y no se conforma con verdades parciales, con simples razonamientos filosóficos más o menos coherentes. El hombre no se conforma con simples certezas para conocer el sentido de su vida y su propio sentido, sino que quiere conocer la verdad completa y total y esto nos lleva sin remedio al conocimiento de la Verdad absoluta —con mayúsculas— que la filosofía por sí sola no es capaz de conocer.

3. La fe y la razón
            El deseo de buscar la verdad mueve al corazón y a la razón humana a querer ir siempre más allá de los conocimientos actuales hasta llegar a los límites de la propia capacidad humana y abrirse a la trascendencia. La razón tiene límites, como todo lo humano tiene límites, pero las limitaciones naturales no  significan que tanto la razón, como la fe, no procedan de Dios cuando Él es el creador, la fuente y origen de todo. La fe y la razón no pueden contradecirse si son verdaderas.
            Quizá la cuestión central es dónde situamos la razón humana: en el centro de la existencia del hombre o al servicio de la existencia del hombre. Si está en el centro se erige como fuente exclusiva del conocimiento y de la realidad de tal manera que llegaría a afirmarse que la realidad es aquello que la razón puede conocer y comprender, de manera que lo no conocido por la razón quedaría fuera de la realidad.
            Por el contrario, si la razón está al servicio de la existencia del hombre será un instrumento útil y eficaz que le ayude a responder a las interrogantes que se realiza desde su nacimiento: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿qué sentido tiene mi vida?, ¿después de esta vida qué hay?
            Al hablar de realidad no solamente estamos hablando de las cosas que se tocan y se ven como las farolas de la calle, sino de la realidad de las cosas que existen pero no se tocan y no se ven, por ejemplo, la amistad, la belleza, el bien, la vida, la muerte, etc. Todo aquello que no queda amparado por la razón queda abandonado y considerado inexistente o, en el mejor de los casos, inalcanzable para el hombre. De esta manera, la razón queda reducida a algo instrumental que sirve para solucionar los problemas de cada día y las cuestiones prácticas, pero que no se pregunta por la verdadera realidad.
            ¿Y la fe, dónde queda la fe? Pues al renunciar la razón a la trascendencia la fe queda fuera de la razón, entendida como algo irracional, absurdo y subjetivo que si sirve para algo es para calmar los sentimientos de cada persona, como una experiencia personal y una vivencia que nada aporta a la verdad de la vida y a la verdad del hombre. La fe es algo que pertenece a la fantasía interior de cada hombre.

4. La verdad es una
            Antes que nada se debe considerar que la verdad es siempre una, aunque sus expresiones lleven la impronta de la historia de cada época. La verdad de una determinada época no se opone —no puede oponerse— a la verdad de otra época puesto que dejaría de ser verdadera. No existe una verdad histórica, sino que la verdad permanece en la historia.
            La verdad no es coyuntural y conveniente para una época. La historia concreta de los pueblos manifiesta la verdad conforme a su cultura pero esto no  significa que altere la verdad. La verdad no puede ser el resultado de un consenso o de una conveniencia histórica, sino que cada momento de la historia debe buscar la verdad y responder a los interrogantes del hombre. La verdad es inmutable y no puede ser limitada por el tiempo y la cultura; se conoce en la historia, pero supera la historia misma[2].
            Por la experiencia personal que tiene cada hombre puede afirmar que la realidad que conoce y le rodea no ha sido increada ni tampoco se ha autoengendrado a sí misma. Esto significa que la vida humana y el mundo tienen un origen y un sentido que se realiza en la trascendencia. Si se niega el sentido trascendente de la vida la razón renuncia a buscar la verdad última del hombre y del sentido de la vida y queda encerrada en sí misma degradada a funciones instrumentales.
            Para que esto no suceda el hombre debe convencerse que es capaz de conocer la verdad aunque esté sometido a las limitaciones propias de la naturaleza humana. Pero creer en la posibilidad de conocer la verdad no es en modo alguno fuente de intolerancia, al contrario, es condición necesaria para un diálogo entre las personas que buscan la verdad y se adhieren a ella.
            [el Papa] Seguramente no debe tratar de imponer a otros de modo autoritario la fe, que sólo puede ser donada en libertad. Más allá de su ministerio de Pastor en la Iglesia, y de acuerdo con la naturaleza intrínseca de este ministerio pastoral, tiene la misión de mantener despierta la sensibilidad por la verdad; invitar una y otra vez a la razón a buscar la verdad, a buscar el bien, a buscar a Dios; y, en este camino, estimularla a descubrir las útiles luces que han surgido a lo largo de la historia de la fe cristiana y a percibir así a Jesucristo como la Luz que ilumina la historia y ayuda a encontrar el camino hacia el futuro[3]. ■
  

Felipe Pou Ampuero



[1] Juan Pablo II, Enc. Fe y Razón, Ciudad del Vaticano, 14 de septiembre de 1998, n.1.
[2] Juan Pablo II, Enc. Fe y Razón, Ciudad del Vaticano, 14 de septiembre de 1998, n.92.
[3] Texto de la conferencia que el Papa Benedicto XVI iba a pronunciar durante su visita a la "Sapienza”, Universidad de Roma, el jueves 17 de enero de 2008. Visita cancelada el 15 de enero.