domingo, enero 04, 2009

40. Educación diferente

Fecha: 1 de enero de 2009

TEMAS: Cuerpo, Educación, Valores.

RESUMEN: 1.La educación de los niños y de las niñas debe ser inevitablemente moral, debe enseñar el arte de vivir con coherencia. Lo importante no es lo que se logra externamente con notas y calificaciones, sino el mejoramiento de la persona, que sea capaz de ser un buen ciudadano.

2. La educación es ante todo formación personal, capacidad de vivir para uno mismo y para los demás, madurez personal y crecimiento en las virtudes —o valores, si prefieren— para mejora personal y de la sociedad en la que se vive.

3. Todos tienen derecho a la educación: primero en el ámbito primario de la familia, donde los hijos aprenden a querer y a respetar a los demás; después en el sistema educativo donde se debe garantizar el acceso de todos los ciudadanos a la educación, a la formación de la personalidad para ser buenos ciudadanos.

4. El derecho a educar es un derecho de los padres, no del poder y es a los padres a quienes el poder debe garantizar la educación de sus hijos tal y como los padres determinen. Son los padres quienes tienen en derecho a elegir el tipo de enseñanza que desean para sus hijos.

5. Cada persona nace hombre o mujer con ritmos diferentes de maduración personal y de aprendizaje. Los niños y las niñas no aprenden igual porque presentan diferencias básicas en su constitución y en su desarrollo que determinan que el proceso de aprendizaje de cada uno sea distinto.

6. Es necesario y conveniente un modelo educativo que permita atender adecuadamente la diversidad del hombre y de la mujer, que tienen los mismos derechos pero presentan diferencias que no sólo son sexuales, sino que afectan a toda la persona.

7. El modelo de enseñanza que propugna una escuela única, pública y laica sometida a las ideologías está anclado en el pasado y es regresivo: la sociedad se mueve hacia un creciente pluralismo ideológico y cultural y ahora tenemos datos y pruebas que avalan el error de los dogmatismos educativos de antaño.

8. La formación integral de los hijos determina que siempre se tenga muy presente las peculiaridades de cada sexo en su propia formación.


SUMARIO: 1. Formación.- 2. Derecho a educar.- 3. Diferentes.- 4. Escuelas diferentes para igualar.


1. Formación

Bien sabemos que educar no es simplemente instruir o enseñar ciencias o técnicas especiales de algún oficio. A la vista tenemos el amplio muestrario de científicos y técnicos, juristas y médicos que no parecen personas cultivadas. Más bien se podría decir de ellos que se parecen a esa estampa de un burro cargado de libros: ciencia mucha, pero brutalidad también.

Y es que la educación completa de una persona no solamente alcanza a los datos, a los conceptos y a los libros, sino que debe llegar hasta la raíz. La educación de los niños y de las niñas debe ser inevitablemente moral, debe enseñar el arte de vivir con coherencia[1].

Los expertos en educación señalan que el auténtico crecimiento educativo, la adquisición de una madurez personal e intelectual de altura, no se logra por medio del activismo bullicioso, sino más bien a través de la serenidad que procede del silencio creativo, del reposo y del sosiego y del cultivo —también— del espíritu[2]. La sociedad posmoderna en que vivimos se ha olvidado de estas premisas y valora más la eficacia que la fecundidad —el ruido más que las nueces— olvidando que lo importante no es lo que se logra externamente con notas, calificaciones y «números uno», sino el mejoramiento de la persona, que sea capaz de ser un buen ciudadano.

Por esto la educación no se puede reducir a hacer cosas, a obtener títulos, a acaparar conocimientos y datos hasta que no quepan más en la cabeza del chico. La educación es ante todo formación personal, capacidad de vivir para uno mismo y para los demás, madurez personal y crecimiento en las virtudes —o valores, si prefieren— para mejora personal y de la sociedad en la que se vive.


2. Derecho a educar

El derecho a la educación, a la formación integral de la persona es un derecho primario, original, que corresponde a cada persona por el sólo nacimiento. Todos tienen derecho a la educación: primero en el ámbito primario de la familia, donde los hijos aprenden a querer y a respetar a los demás; después en el sistema educativo donde se debe garantizar el acceso de todos los ciudadanos a la educación, a la formación de la personalidad para ser buenos ciudadanos[3].

Pero si en esto estamos de acuerdo no sucede lo mismo cuando se cuestiona quién tiene derecho a educar. La educación es un derecho de la persona que debe ser garantizado por las autoridades y los poderes públicos y que en consonancia con la libertad íntima de la persona debe ser educada en libertad y con una oferta plural educativa. Pero el derecho a educar no le corresponde a los poderes públicos ni al Estado. El derecho a educar es un derecho de los padres, no del poder y es a los padres a quienes el poder debe garantizar la educación de sus hijos tal y como los padres determinen. Son los padres quienes tienen en derecho a elegir el tipo de enseñanza que desean para sus hijos.

Los padres son los responsables de sus hijos, aunque solamente fuera porque son ellos los que les han traído a la vida. Los padres ejercen la autoridad sobre sus hijos y determinan sus cuidados, alimentación, atención médica, intervenciones quirúrgicas y... la educación que les corresponda. El Estado y los poderes públicos deben garantizar, asegurar y ayudar a los padres en el ejercicio del derecho a educar a sus propios hijos según sus propias opiniones, creencias, convicciones y determinaciones. Pero el Estado no puede arrogarse un derecho que no le corresponde, sería tanto como usurpar lo que de suyo corresponde a los padres para ejercerlo sin derecho.

Así lo han establecido las instancias internacionales desde el principio. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 10 de diciembre de 1948 establece en su artículo 26 el derecho a la educación gratuita de toda persona, al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental, y que ésta será obligatoria. También señala que la educación debe tener por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana. Por último, declara que son los padres quienes tienen derecho a escoger la educación de sus hijos.

Nuestra Constitución también reconoce este derecho de los padres y establece en su artículo 27 que los padres tienen derecho a que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones señalando como límite al carácter propio de cada centro educativo que se respeten los principios democráticos de convivencia y los derechos y libertades fundamentales. En todo lo demás, nuestra Constitución reconoce el derecho de los padres a elegir el tipo de educación que desean para sus hijos y el derecho de los titulares de los centros educativos para ofrecer un determinado modelo de escuela.


3. Diferentes

Los hombres y las mujeres son personas con los mismos derechos y la misma dignidad y estima personal, pero son diferentes ¡vaya que son diferentes!

Cada persona nace hombre o mujer con ritmos diferentes de maduración personal y de aprendizaje. Los niños y las niñas no aprenden igual porque presentan diferencias básicas en su constitución y en su desarrollo que determinan que el proceso de aprendizaje de cada uno sea distinto. No se trata de que los niños y las niñas aprendan distintas cosas: todos aprenden la misma tabla de multiplicar, pero lo aprenden de distinta forma.

El cerebro masculino difiere claramente del femenino y, además, desde el principio, antes de que las hormonas sexuales puedan tener alguna influencia[4]. No todos los pares de ojos son iguales. En las retinas femeninas predominan las células P, sensibles al color y la textura, mientras que en las retinas masculinas predominan las células M que detectan el movimiento. Tampoco todos los oídos son iguales. Desde muy pequeñas las niñas son más sensibles a los sonidos que los niños.

Los recién nacidos no reaccionan todos del mismo modo a lo que entra en su campo visual: las niñas responden a expresiones faciales y los niños a objetos en movimiento[5]. En fin, que la ciencia demuestra que los niños y las niñas no juegan igual, no ven igual, no oyen igual, no ven el mundo de la misma manera. Hoy sabemos que las diferencias innatas entre los niños y las niñas son profundas. Lo inteligente es entenderlas y aprovecharlas, no encubrirlas ni despreciarlas.

Si no fuera una desgraciada realidad se podría relatar como una anécdota que muchos niños medicados con «Retalin» no tienen hiperactividad, sino que sencillamente son chicos y una profesora que les habla suavemente y desconoce su diferencia masculina les aburre enormemente.

Por tanto, es necesario y conveniente un modelo educativo que permita atender adecuadamente la diversidad del hombre y de la mujer, que tienen los mismos derechos pero presentan diferencias que no sólo son sexuales, sino que afectan a toda la persona. Precisamente si queremos que el hombre y la mujer sean iguales y sepan lo mismo debemos enseñárselo de manera distinta y adecuada a cada uno de ellos[6].

Las chicas maduran biológica y psicológicamente antes que los varones que resultan perjudicados en las aulas mixtas porque esa comparación constante con las chicas provoca un comportamiento inhibitorio. Las mujeres tienen mayor facilidad para las relaciones humanas, delicadeza en el trato y seriedad en el compromiso; mientras que los hombres se orientan más hacia el pensamiento abstracto y los grandes ideales.

Las escuelas mixtas provocan que haya muchos menos chicos con inclinación al arte y muchas menos vocaciones científicas de las chicas tan sólo por no tener que soportar de los compañeros calificativos despiadados y crueles en plena adolescencia.

Según un estudio reciente[7] las chicas rinden peor cuando tienen profesores del otro sexo, mientras que con los chicos ocurre lo mismo pero al revés, si el profesor en varón los chicos aprenden mejor. Las chicas aventajan a los chicos en lengua pero los chicos superan a las chicas en ciencias. Hasta donde concluye el estudio, tener un profesor del sexo opuesto es peor para los alumnos, aunque no aclara exactamente por qué: podría influir las actitudes espontáneas o incluso inconscientes del docente hacia los alumnos del otro sexo y de éstos hacia aquellos; pero también podría suceder que los docentes desconozcan o no tengan en cuenta que cada sexo tiene su propio estilo de aprender.

Lo que resulta incuestionable es que un aula mixta presente variables emocionales, conductuales y evolutivas mucho más acentuadas y dispares que un aula de un solo sexo.

La pregunta es : ¿separar alumnos por sexo es discriminar? Por qué, a menudo se podría decir que ocurre lo contrario, se podría decir que es más igualitarista separar a los desiguales para enseñarles lo mismo con la misma calidad educativa[8].

La sensibilidad de la sociedad actual hacia la discriminación ha llevado a plantearse la cuestión de si toda separación o diferencia es discriminatoria. La UNESCO en la «Convención relativa a la lucha contra las discriminaciones en la esfera de la enseñanza» (1960) sostiene, en su artículo 2, que la creación de sistemas de enseñanza separados no serán considerados discriminaciones[9].

La Asociación Americana de Mujeres Universitarias, en un estudio realizado con 1.331 chicas, señala que en los centros con educación mixta las chicas reciben una atención menor por parte de los profesores en su trabajo y en la solución de sus dudas[10]. Porque hay que tener en cuenta que existen una serie de factores diferenciales en el aprendizaje que aumentan o disminuyen la calidad de la enseñanza como son a) el fomento de la serenidad y concentración en el estudio; b) evitar la competitividad entre chicos y chicas en la adolescencia; y c) ser conscientes que la mujer es más comunicativa que el hombre y atender a esta realidad[11].


4. Escuelas diferentes para igualar

La educación mixta defrauda tanto a los chicos como a las chicas por la simple razón que los chicos y las chicas aprenden de distintas maneras. El «establishment» educativo ha adoctrinado a profesores y padres con el dogma de que a los chicos y las chicas se les debe enseñar las mismas materias, de la misma manera y al mismo tiempo. Pero esto es hacer violencia a la naturaleza y así se han extendido los problemas típicos de la escuela mixta.

El modelo de enseñanza que propugna una escuela única, pública y laica sometida a las ideologías está anclado en el pasado y es regresivo: la sociedad se mueve hacia un creciente pluralismo ideológico y cultural y ahora tenemos datos y pruebas que avalan el error de los dogmatismos educativos de antaño.

La escuela mixta existía en el siglo XIX por falta de espacio: ¡todos juntos en un aula! Luego en los años sesenta aumentó la escolarización y los años de estudio, pero no había dinero suficiente para construir escuelas separadas. El pecado original de la escuela mixta es ése: el resultado de una restricción presupuestaria[12].

La escuela mixta no nació para combatir la desigualdad de los sexos, eso se argumentó luego, en el 68 y desde las posiciones feministas en donde se equiparó la escuela mixta a igualitarismo. Pero la experiencia demuestra que la escuela mixta no ha conseguido asegurar la igualdad de los sexos ni la de las oportunidades, dos importantes objetivos que se esperaban de ese sistema escolar.

Entonces, ¿qué es mejor para nuestros hijos? No puede negarse que el asunto se encuentra en discusión y que hasta ahora no se cuenta con evidencias científicas suficientes para decidirse por la escuela mixta o diferenciada. Con todo hay numerosos indicios de que el dogmatismo educativo mixto actual —así como el contrario en su momento— carece de base pedagógica suficiente[13].

Pero al no existir una evidencia científicamente comprobada sobre qué sistema es más ventajoso, son los padres quienes tienen el derecho a escoger el tipo de escuela que desean para sus hijos y las autoridades deben facilitar ese derecho a los padres, incluso ofreciendo centros de escolarización diferenciada también en la red pública. No es aceptable argumentar que si los padres quieren una educación diferenciada para sus hijos deben pagarla porque no existe dinero público para la enseñanza, propiamente lo que existe son fondos procedentes de los impuestos que pagan los ciudadanos que se pueden y deben destinar a la enseñanza en todas sus modalidades.

Los padres, titulares del derecho a la educación de sus hijos, deberán tener en cuenta que la educación diferenciada no es sólo una cuestión de enseñanza o de escolarización, sino, sobre todo, es una cuestión familiar y de formación integral de los hijos que determina que siempre se tenga muy presente las peculiaridades de cada sexo en su propia formación.


Felipe Pou Ampuero

[1] José-Luis González Simancas, La educación diferenciada: una aclaración a los padres de familia, www.arguments.es, 21 diciembre 2005.
[2] Alejandro Llano, La educación en la encrucijada. Nuestro Tiempo, junio 2007, n. 636, p. 36.
[3] Fundación Acción para la Educación, El derecho de los padres a elegir la educación en libertad, Barcelona, 2005, p.3.
[4] Rafael Serrano, Por qué los chicos y las chicas no aprenden igual, www.aceprensa.com
[5] Leonard Sax, Why gender matters, Nueva York, 2005.
[6] Confederación de Padres y Madres de Alumnos (COFAPA), La educación diferenciada, una opción por la diversidad, Madrid, 2004. p.6.
[7] Thomas Dee, How a teacher’s gender affects boys and girls, Education next, 2006.
[8] Michel Fize, La escuela mixta hace sufrir a muchos niños, La Vanguardia, 15 diciembre 2004.
[9] Josep María Barnils, Qué es discriminación en educación, El País, 30 junio 2004.
[10] Confederación de Padres y Madres de Alumnos (COFAPA), La educación diferenciada, una opción por la diversidad, Madrid, 2004. p.10.
[11] José-Luis González Simancas, La educación diferenciada: una aclaración a los padres de familia, www.arguments.es, 21 diciembre 2005.
[12] Michel Fize, La escuela mixta hace sufrir a muchos niños, La Vanguardia, 15 diciembre 2004.
[13] José María Barrio Maestre, Educación diferenciada una opción razonable, El Semanal Digital, 17 julio 2006.

miércoles, diciembre 03, 2008

39. Liturgia

Fecha: 1 de diciembre de 2008

TEMAS: Cuerpo, Religión, Fe.

RESUMEN: 1. Es todo el hombre en su integridad, cabeza y corazón, el que cree en Dios y con Él se relaciona y vive.

2. Porque no vivimos al margen o con independencia de nuestro propio cuerpo, sino que, al contrario, vivimos y rezamos dentro de nuestro propio cuerpo y con nuestro cuerpo. El cuerpo manifiesta y exterioriza nuestra forma de vivir y de rezar.

3. La adoración de Dios es el acto que sitúa al hombre en presencia física de un ser superior al que reconoce como superior a todo hombre y a sí mismo y ante el que se arrodilla y se somete. La liturgia nos dice que Dios es un misterio para el hombre y también nos dice que el hombre es un ser complejo, compuesto de cabeza y corazón.

4. Y como quien reza es todo el hombre y no solo su cabeza, se debe rezar no solamente con fórmulas teológicamente exactas, sino también de una manera bella y humanamente digna.

5. La liturgia nos sitúa ante la presencia de un Dios verdadero, que es Cristo, pero que no solamente es el Jesús histórico que existió hace dos mil años y del que nos queda un buen recuerdo, sino que es el único Dios, de manera que seguir a Cristo es seguir al verdadero Dios.

6. La materialidad del cuerpo y de la liturgia nos hace ver la belleza de la oración y del acto de adoración a Dios. La expresión del culto y del amor a Dios tiene lugar, no como una formalidad impuesta, sino como la manera humana de amar.


SUMARIO: 1. Por quién se encienden las velas.- 2. Celebración.- 3. Adoración.- 4. El coloquio

1. Por quién se encienden las velas

Cuando entramos en una iglesia nos encontramos con imágenes, con cuadros, con alguna planta, con muchas velas encendidas y, al frente, presidiendo el edificio, una «cajita dorada», más bien pequeña, y donde, desde luego, cabe poca cosa. A los ojos de un hombre moderno cabría preguntarse qué significa todo aquello.

Las velas encendidas siempre recuerdan una presencia, un motivo, la memoria de una intención, las velas siempre han remitido al hombre hacia otra persona, a la que van dirigidas. Pero en esa iglesia, en silencio, no se ve a nadie. Podemos llegar a sentir la tentación de que todo aquel escenario de las velas, los cuadros y la «cajita» a la que llaman sagrario, es una representación escénica, un pequeño teatro que no tiene existencia real y que se trata sólo de una idea, de una composición mental, del buen deseo de Dios que tenemos los hombres. Podemos llegar a tener la tentación de creer que esas velas encendidas no están porque en ese sagrario esté Dios, sino porque nos lo estamos imaginando.

Claro, todo adquiere sentido si estamos seguros de que en ese sagrario quien está es el Dios verdadero, de una manera misteriosa, que no podemos comprender, pero real y verdadera. Entonces, las velas, los cuadros, la «cajita» y hasta nuestra presencia en la iglesia es por Él y para estar con Él.

Algunos hombres piensan que ser cristiano es amar a Dios y solamente amar a Dios, como si pudieran prescindir de su cabeza y de la razón para creer en Dios, en el Dios de la Razón. Otros, por el contrario, piensan, que el sentimiento es una debilidad humana que debe ser superada y a Dios sólo se le debe la razón sin corazón. Y, con frecuencia, todos nos olvidamos que Dios ha hecho al hombre con cabeza y corazón, espíritu y cuerpo, y es todo el hombre en su integridad, cabeza y corazón, el que cree en Dios y con Él se relaciona y vive.

El hombre no puede olvidar su cuerpo, vivir como si su cuerpo fuera prescindible. Además de ser imposible es un gran error porque nuestro cuerpo estará siempre ahí, esperándonos y exigiendo sus derechos que, desde luego, también los tiene. ¿Acaso podríamos decir que una persona está rezando cuando está en la iglesia mientras con sus pensamientos está en la oficina? Y sin embargo, ¿podríamos decir que también reza el que tiene su pensamiento en la oración mientras su cuerpo se encuentra desparramado por el lugar? En ambos casos es posible que pueda rezar, pero no rezará de una manera íntegra y humana.

Y es que la persona es una unidad y para rezar bien se debe rezar, a la vez, con la cabeza y con los sentidos. Porque no vivimos al margen o con independencia de nuestro propio cuerpo, sino que, al contrario, vivimos y rezamos dentro de nuestro propio cuerpo y con nuestro cuerpo. El cuerpo manifiesta y exterioriza nuestra forma de vivir y de rezar. No podemos prescindir del cuerpo, estaríamos muertos y ya no seríamos nosotros. Cuando vivimos sin contar con nuestro cuerpo estamos viviendo a medias, sin enterarnos de la otra mitad de la vida, la que se siente o la que se razona.


2. Celebración

En la antigüedad, la liturgia era el conjunto de ritos y ceremonias que los sacerdotes y los levitas realizaban en nombre del pueblo al ofrecer sacrificios en el Templo. Los primeros cristianos, con la palabra liturgia se referían no al sacrificio de los judíos en el templo, sino al único sacrificio de Jesucristo.

Por medio de la liturgia se expresa el culto a Dios. Y con estas ceremonias y ritos la liturgia pretende introducir al hombre en el misterio de Dios, llevándolo desde lo visible hasta lo invisible, pero real y verdadero. Desde lo que es signo y significado hasta la misma realidad de Dios que está presente realmente en el sagrario.

Con la celebración los cristianos no estamos representando un trabajo para un Dios lejano y desconocido al que nadie ha visto y oído, sino que estamos ofreciendo el único sacrificio verdadero de la Eucaristía donde Cristo, que es Dios, actúa para la transformación de los hombres.

Por medio de la liturgia, los hombres reconocemos que Cristo es Dios y que está presente de verdad ahí, aunque nuestros ojos no vean, nuestra cabeza no comprenda, nuestros sentidos no sientan. Porque los cristianos sabemos que Dios es más que nuestra cabeza, nuestros sentidos y nuestra razón, pero tampoco es ajeno a nuestra humanidad.

La adoración de Dios es el acto que sitúa al hombre en presencia física de un ser superior al que reconoce como superior a todo hombre y a sí mismo y ante el que se arrodilla y se somete. No basta con someter la cabeza y dar por entendido que ya se ha sometido todo lo demás, porque no es así, el propio cuerpo nos traiciona. También es necesario someter al cuerpo y bajar la rodilla hasta el suelo para que toda la persona reconozca a Dios y diga con la cabeza y con el corazón que no existe otro dios superior al verdadero Dios.


3. Adoración

Porque el hombre que no adora a Dios no está reconociendo a Dios en verdad, sino que no reconoce a otro dios que no sea él mismo. Y de esta manera se convierte en un pequeño diosecillo que se adora a sí mismo y para el que los demás hombres se convierten en seres inferiores —no iguales— que también deben adorarle a él como si fuera el «único dios verdadero».

La liturgia nos dice que Dios es un misterio para el hombre y también nos dice que el hombre es un ser complejo, compuesto de cabeza y corazón, espíritu y cuerpo, inteligencia y sentimientos, y que en su integridad se relaciona con ese Dios al que no comprende por completo pero que sabe que le ama tal como es.

Así, por medio de la liturgia, se entabla entre la tierra y el cielo una especial comunicación en la que se encuentra la acción del Señor y el canto de alabanza de los fieles[1]. Y como quien reza es todo el hombre y no solo su cabeza, se debe rezar no solamente con fórmulas teológicamente exactas, sino también de una manera bella y humanamente digna. Así, en la liturgia bien celebrada, es posible entrever la grandeza del misterio de amor que se vive en la santa Misa y que tiene como protagonista a Dios que viene en medio de nosotros y nos habla[2].

La exteriorización del culto público a Dios es, antes que nada, un acto de adoración dirigido al mismo Dios, que lo ve y lo presencia, y también, es un acto dirigido a nosotros mismos que por medio de nuestros sentidos también nos damos cuenta —conocemos— lo que allí está sucediendo. Pero la adoración también es una manifestación a los demás hombres de quién es Dios y cómo es el Dios verdadero. Al presenciar el acto de adoración percibirán que no se trata de una simple anécdota, sino que allí está sucediendo algo importante.

La liturgia nos sitúa ante la presencia de un Dios verdadero, que es Cristo, pero que no es solamente el Jesús histórico que existió hace dos mil años y del que nos queda un buen recuerdo, sino que es el único Dios, de manera que seguir a Cristo es seguir al verdadero Dios.


4. El coloquio

El elemento fundamental de la verdadera celebración es la consonancia entre lo que decimos con los labios y lo que pensamos con el corazón[3]. La liturgia no pretende invitar a una especie de teatro, de espectáculo falso, de cartón, sino a una interioridad que se hace sentir y resulta aceptable y evidente para los que asisten a la celebración.

Por tanto, la celebración que exterioriza la liturgia es una verdadera oración y coloquio con Dios, de Dios presente con nosotros y de nosotros con Dios. No se trata, entonces, de una iglesia vacía, llena de velas encendidas. Es la casa del Señor porque allí está Dios. Y ante ese Dios que ha venido a encontrarse con el hombre nos parecen poco las palabras y las ideas y también le queremos rezar con nuestros sentidos cuidando las formas, las expresiones, la música, la entonación, la iluminación... todo para dar gloria al mismo Dios a quien damos gloria con la inteligencia.

La materialidad del cuerpo y de la liturgia nos hace ver la belleza de la oración y del acto de adoración a Dios. La expresión del culto y del amor a Dios tiene lugar, no como una formalidad impuesta, sino como la manera humana de amar. No se ama sólo con las ideas, sino también con la cercanía física.

«La sagrada liturgia nos da las palabras; nosotros debemos entrar en estas palabras, encontrar la concordia con esta realidad que nos precede, (...) de forma que no sólo hablemos con Dios como personas individuales, sino que entremos en el “nosotros” de la Iglesia que ora»[4].


Felipe Pou Ampuero

[1] Juan Pablo II, Ciudad del Vaticano, Audiencia 26 de febrero de 2003.
[2] Andrea Tornelli, Las sorpresas que puede deparar Benedicto XVI, según un vaticanista, www.zenit.org, 22 de mayo de 2005.
[3] Benedicto XVI, Castel Gandolfo, 31 de agosto de 2006.
[4] Benedicto XVI, Castel Gandolfo, 31 de agosto de 2006.

sábado, octubre 04, 2008

37. Absoluto

TEMAS: Verdad, Relativismo, Libertad.

RESUMEN: 1. Podemos razonar y argumentar sobre la realidad de las cosas, pero lo cierto es que el fuego quema, no tanto porque lo argumentemos y razonemos, sino porque la realidad del fuego es quemar y mejor es no comprobarlo.

2. La realidad de las cosas, en cuanto su verdad, es intolerante. Porque lo contrario de lo real es la falsedad.

3. Las democracias occidentales reconocen derechos fundamentales, cuya vigencia no proviene de una decisión mayoritaria de ningún parlamento. Antes al contrario, son derechos que limitan la voluntad de la mayoría para, por ejemplo, aprobar leyes que exterminen a determinado pueblo.

4. De qué me sirve que una ley sea legal si es injusta. Antes prefiero una ley justa pero no legal, si tuviera que elegir.

5. Admitir que pueden existir varias morales —tantas como opiniones personales— es tanto como admitir que hacer el bien depende de lo que cada uno entienda por hacer el bien. Sin embargo, el bien no es una opinión, sino que es una realidad. Hacer el bien y evitar el mal no consiste, entonces, en lo que yo opino que es hacer el bien. Sino que significa cumplir con las normas morales.

6. Somos libres para elegir hacer el bien o hacer el mal, pero nuestra libertad no nos permite decidir lo que es bueno o malo, es algo que nos supera.


SUMARIO: 1. La realidad de los hechos.- 2. La realidad moral.- 3. La moral real.

1. La realidad de los hechos

Cierto padre de maneras muy exageradas quería explicar a su hijo que el fuego es peligroso porque quema. Argumentaba y daba razones al pequeño pero, por la expresión de sorpresa del niño, intuía que no estaba comprendiendo nada de lo que le decía. Llegados a este punto, el padre cogió la manita del niño, separó uno de sus pequeños dedos y lo metió en la llama. El niño gritó de dolor porque se empezaba a quemar: — ¿ves? —dijo el padre— el fuego quema.

Podemos razonar y argumentar sobre la realidad de las cosas, pero lo cierto es que el fuego quema, no tanto porque lo argumentemos y razonemos impecablemente, sino porque la realidad del fuego es quemar y mejor es no comprobarlo.

El mundo y la especie humana podrían ser de otra manera[1]. El mundo podría ser fácil, las personas podrían ser todas buenas, podría no existir el dolor y las desgracias, en fin, el mundo podría ser una novela, pero no, el mundo es real. Y la realidad es de una manera y no de otra. Conocer la realidad de las cosas y del mundo es conocer la verdad de las mismas y es tanto como no vivir engañado. Tanto como saber que el fuego quema, por mucho que me digan que no, que eso es un invento de siglos atrasados, que la ciencia moderna dice que el fuego no quema. Pues no, el fuego quema.

La realidad de las cosas, en cuanto su verdad, es intolerante[2]. Porque lo contrario de lo real es lo ilusorio que es tanto como la falsedad. Y no se admiten términos medios, lo contrario de lo real es lo falso y lo que no es cierto en todo tiene algo de falso y, por tanto, ya no es real, así sin más.

Sin embargo, en la actualidad existe una duda generalizada sobre la posibilidad de la razón humana para conocer la realidad de las cosas, su misma verdad. Estamos convencidos que la demostración científica experimental es el certificado de la realidad. Todo lo que se puede demostrar con la ciencia es real y verdadero, lo demás lo dudamos, no estamos seguros.
De manera que, en el mejor de los casos, dudamos que la razón humana sea capaz de conocer la realidad de las normas morales, incluso que existan esas normas morales. Sí, estamos de acuerdo en que cualquiera es libre para aceptarlas y sentirse obligado con ellas, pero ¿realmente nos obligan aunque las queramos ignorar? ¿Las normas morales son reales de verdad?

La fundación de las Naciones Unidas coincidió con la profunda conmoción experimentada por la humanidad cuando se abandonó la referencia al sentido de la trascendencia y de la razón natural y, en consecuencia, se violaron gravemente la libertad y la dignidad del hombre[3]. Las democracias occidentales aprendieron a reconocer derechos fundamentales, cuya vigencia no proviene de una decisión mayoritaria de algún parlamento. Antes al contrario, son derechos que limitan la voluntad de la mayoría para, por ejemplo, aprobar leyes que exterminen a determinado pueblo.

Cuando el padre simplemente explicaba a su hijo que el fuego quema tenía la impresión que su argumentación no era contundente porque no se estaba apoyando en la realidad. Así también, cuando la justicia se presenta en términos de pura legalidad formal dentro del ordenamiento jurídico de un país determinado, los derechos corren el riesgo de convertirse en proposiciones frágiles, separadas de su dimensión ética y racional que es su fundamento último.

Porque de qué me sirve que una ley sea legal si es injusta. Antes prefiero una ley justa pero no legal, si tuviera que elegir. Luego los derechos humanos no se pueden fundar solamente en la legalidad, ni en la voluntad mayoritaria, sino que los derechos humanos tienen que fundarse en la realidad del hombre, en la verdad del hombre. Porque alguno puede discutir que la verdad existe, pero la realidad existe y es eso mismo, la verdad. La realidad es evidente y no necesita mayores explicaciones, simplemente abrir los ojos y mirar.


2. La realidad moral

Si la moral existe y es real debería ser evidente. Tenemos la sensación que lo evidente es contrario a la libertad, que impide el ejercicio de la libertad. Si dos más dos son cuatro no soy libre para decir que son cinco porque estaré equivocado. Es evidente la realidad matemática y también es evidente el error en la suma. Sin embargo, sabemos que en ocasiones cuesta encontrar el error en las sumas.

Pero la libertad no consiste en fabricar la realidad de las cosas. Yo no soy libre para fabricar un mundo a mi medida, sino que soy libre para aceptar el mundo como es o para no aceptarlo. Pero la realidad de las cosas no depende de mi libertad. Sin embargo, intentemos abrir un poco los ojos y mirar.

Las normas morales imponen al hombre hacer el bien y evitar el mal. Y esta permisa se refiere en dos niveles distintos: para con los demás y para con uno mismo. Aceptar que las normas morales existen supone tanto como aceptar que hay que hacer el bien incluso cuando no me apetezca hacerlo. Luego la esencia de la moral es cumplir el deber incluso en momentos en que no apetezca hacerlo.

Si las normas morales no existieran nadie haría nada obligado, sin desearlo. El único motivo para actuar sería el deseo y la apetencia. Es verdad que podemos conocer a personas que actúan así. Pero también conocemos a personas que actúan por sentido del deber. Cualquiera tiene experiencia de haber convivido con una persona que hace lo que le viene en gana y con otra persona que hace lo que debe. Ya sabemos la respuesta, yo quiero vivir junto al que cumple su deber y quiero estar lejos del que hace lo que le da la gana.


3. La moral real

Bien, podríamos estar de acuerdo en que hay que cumplir con el deber y no se puede vivir haciendo lo que a uno le viene en gana, es decir, que la moral existe, pero la pregunta sería: ¿qué moral es la verdadera? ¿Es válida cualquier moral o solamente una moral es la verdadera? Admitir que pueden existir varias morales —tantas como opiniones personales— es tanto como admitir que hacer el bien depende de lo que cada uno entienda por hacer el bien. Pero entonces el bien no sería una realidad, sino la opinión de cada uno, variable, concreta, cultural, histórica de un tiempo y un lugar determinado. Lo que estaba bien hace doscientos años ahora ya no y lo que ahora está bien antes no lo estaba.

Pero si esto fuera así, si el bien no fuera real, sino tan solo fuera una opinión, qué sería del hombre. Porque el bien es el bien del hombre: de cada uno y de todos los hombres. Porque si el bien no es real, si es opinable entonces resultaría que el bien de Hitler, el bien de Stalin, sería tan bueno como el bien de Gandhi.

No. El bien no es personal ni es una opinión, sino que es una realidad. Hacer el bien y evitar el mal no consiste, entonces, en lo que yo opino que es hacer el bien. Sino que significa cumplir con las normas morales. Hace el bien el que cumple con las normas morales, aunque no le apetezca. Y hace el mal el que no cumple con las normas morales, aunque le apetezca.

Y existen personas que hacen el bien y por eso son buenas y otras que hacen el mal y por eso no son buenas. No vale decir «es que yo pienso de otra manera...». Porque el bien no es opinable sino real. Y por ser real es absoluto. Lo contrario del bien es el mal.

Somos libres para elegir hacer el bien o hacer el mal, pero nuestra libertad no nos permite decidir lo que es bueno o malo, es algo que nos supera. Y es bueno saberlo para no llevarse a engaño y acabar pensando que el fuego no quema, que lo contrario es una invención de algunos exagerados. Prueba y verás.



Felipe Pou Ampuero
[1] Juan Luis Lorda, ¿Es relativa la moral?, Nuestro Tiempo, enero 2006, p.18.
[2] Robert Spaemann, Creyentes y no creyentes en la sociedad democrática, www.zenit.org
[3] Benedicto XVI, Discurso ante las Naciones Unidas, 18 de abril de 2008.

domingo, junio 08, 2008

36. Matrimonio duradero

Fecha: 1 de junio de 2008

TEMAS: Matrimonio, Fidelidad, Amor.

RESUMEN: 1. El matrimonio, como todo lo vivo, ha de ser cultivado. El amor o crece o se muere, o, en el mejor de los casos, está a punto de momificarse.

2. Lo que se necesita es que las diferencias entre los esposos no sean insalvables y, por supuesto, que se quieran y quieran quererse para siempre, no solo para un ratito, aunque sea un ratito largo.

3. El amor conyugal no es una simple pasión ni un mero sentimiento. El verdadero amor matrimonial es una donación total, definitiva, excluyente, fruto de una acto de libertad, de una determinada y libérrima determinación de la voluntad de los esposos que se decide de manera irrevocable a querer al otro de por vida, para siempre.

4. Jacinto Benavente afirmaba que el amor, todo amor, pero especialmente el de varón y mujer, tiene que ir a la escuela: es preciso aprender a amar al otro cónyuge poco a poco, durante toda la vida, de manera precisa y muy particular, tal y como necesita ser amado.

5. Lo que une al matrimonio es el cariño de los esposos, el verdadero amor que se materializa en lo cotidiano de cada momento y de cada ocasión el compromiso es tan esencial al matrimonio que es insustituible. Las uniones que no se comprometen no funcionan.



SUMARIO: 1. Las plantas.- 2. Casarse.- 3. Los peligros.- 4. Duraderos.

1. Las plantas

Hay personas a las que les gustan las plantas. Es un trozo de naturaleza en la casa. Supone tener vida cerca y verlas crecer. Pero las plantas dan trabajo. Son necesarios unos cuidados mínimos. Regar, aunque no mucho ni de cualquier manera. Regar, lo adecuado. Abonar, podar, trasplantar, en fin, las plantas son bonitas pero reclaman atención y son trabajosas.

Algunos pretenden evitarse el trabajo y los cuidados de las plantas. Han descubierto las plantas de plástico. ¡Qué invento! No necesitan agua, ni abono, ni sol, ni trasplantes. A lo más, basta quitarles el polvo de vez en cuando. La cuestión es que las plantas de plástico siempre están verdes, pero nunca están vivas y no son plantas de verdad.

Al matrimonio le pasa como a las plantas. Muchos quisieran que fuera como una planta de plástico, que no necesitara atenciones ni cuidados y que siempre estuviera verde y vistoso sin hacerle el menor caso. Pero esto no es así. El matrimonio, como todo lo vivo, ha de ser cultivado. El amor o crece o se muere, o, en el mejor de los casos, está a punto de momificarse[1]. Y la momia de un matrimonio no es nada deseable. Los matrimonios no duran sencillamente porque no se han cuidado, porque se han abandonado y acaban muriéndose.


2. Casarse

Para que un matrimonio sea duradero lo primero y más elemental es querer que dure para siempre. Nos podemos casar para siempre o nos podemos casar para un ratito. Los que se casan para un ratito no duran. Durarán más o menos, pero al final no duran.

Porque el matrimonio es una realidad muy seria, no es un invento católico, ni una ilustración gráfica de revistas del corazón. Amar a una persona –escribe Saint Exupery– no es mirarse a los ojos y acariciarse las manos, sino mirar los dos en la misma dirección[2]. Es una pena constatar que a muchas personas les cuesta diferenciar entre el flechazo inicial en que consiste ese enamoramiento romántico que solo atiende al sentimiento y el amor duradero.

Porque el enamoramiento puede conducir al verdadero amor, pero no siempre sucede así. Es necesario dejar pasar el tiempo, dando ocasión a que se construya una verdadera amistad basada en el conocimiento real y concreto de la otra persona. Amistad especial que puede acabar en verdadero amor, es cierto, pero amistad al fin y al cabo[3].

No se pide que los esposos estén cortados por el mismo patrón: que les guste lo mismo, que quieran lo mismo, que piensen lo mismo... Lo que se necesita es que las diferencias entre los esposos no sean insalvables y, por supuesto, que se quieran y quieran quererse para siempre, no solo para un ratito, aunque sea un ratito largo.

El amor conyugal no es una simple pasión ni un mero sentimiento. El verdadero amor matrimonial es una donación total, definitiva, excluyente, fruto de una acto de libertad, de una determinada y libérrima determinación de la voluntad de los esposos que se decide de manera irrevocable a querer al otro de por vida, para siempre[4].

Pero que los esposos se quieran mucho y quieran quererse para siempre no excluye que el hombre sigue siendo un varón y la esposa sigue siendo una mujer[5]. El hombre hace una cosa detrás de otra mientras que la mujer es capaz de hacer cinco cosas a la vez, con el riesgo de dar tanta importancia a los detalles que pierde lo esencial. Para la mujer todo es urgente y pocas cosas son importantes. La mujer se adapta mejor a las circunstancias por eso es tan importante para el hombre saber escuchar a su mujer y aprender a traducir los gestos de su mujer que van más allá de las simples palabras.


3. Los peligros

El amor verdadero no consiste en declaraciones formales ni en ritos protocolarios. El amor se encuentra en los pequeños gestos y atenciones que cada uno de los esposos tiene para con el otro sin ninguna obligación ni necesidad, solamente porque sabe que le agradan y le alegran y, al mismo tiempo, sabe evitar esos otros gestos y actitudes que sabe que le molestan solamente porque le quiere.

Jacinto Benavente afirmaba que el amor, todo amor, pero especialmente el de varón y mujer, tiene que ir a la escuela: es preciso aprender a amar al otro cónyuge poco a poco, durante toda la vida, de manera precisa y muy particular, tal y como necesita ser amado.

Y en esto, la casuística es de lo más variada. Hay maridos que prestan más atención al coche o al ordenador que a su esposa. No digamos del tiempo hurtado a la mujer y entregado al trabajo, a las aficiones, al fútbol... Muchos hombres tienen la profunda convicción de que su única obligación consiste en llevar el sueldo a su hogar y hecho esto tienen derecho a no prestar más atención a su esposa que al periódico, o a abandonarse y no mantener la elegancia en el vestido y en el porte, en el modo de hablar o en las posturas porque para eso ya está casado y «ya sabe que la quiero».

Para el casado no existe otra mujer en el mundo –en cuanto tal persona de sexo femenino– que su esposa. A ninguna otra le debe tratar como mujer poniendo en juego su condición de varón que ya no le pertenece porque se la entregó a su esposa en el compromiso matrimonial. Las demás mujeres serán personas a las que tratará como tales, pero no como mujeres.

Sí, es verdad, un hombre ya es infiel cuando mira con deseo a otra mujer. Pero también el casado puede comenzar a ser infiel con sólo dejarse absorber excesivamente por la profesión, acumulando todo el peso de la casa y de los hijos sobre los hombros de su esposa.

Y la mujer puede comenzar a ser infiel cuando se abandona y renuncia a mantener vibrante y despierto el amor de su marido hacia ella empujándolo a otras puertas y atenciones que sólo deberían ser las suyas. El amor se construye cada día no con ideas, sino con modos y maneras humanos, de hombres y de mujeres que es lo que somos y no otra cosa. Esto supone estar en los detalles de cada momento y seducir al marido cada día y el marido conquistar a la mujer cada día también. Somos así.

El matrimonio es un compromiso de amor que implica la donación no sólo de los cuerpos, sino de la persona entera, de la vida y del corazón. Amar así supone entregarlo todo. No basta con implicarse, es necesario comprometerse de verdad.


4. Duraderos

Ser fiel no consiste en formular una declaración de intenciones y de principios, enumerar un programa y plantear unas acciones concretas. Ser fiel consiste en renovar cada mañana el amor joven y nuevo de la primera vez de tal manera que ninguna declaración sea suficiente para expresar el cariño que se tiene.

Algunos piensan que lo que une a los matrimonios son los hijos –frutos de la unión y del amor– y que los hijos suplantan el amor y el cariño que algunos se niegan. Pero no es así. Lo que une al matrimonio es el cariño de los esposos, el verdadero amor que se materializa en lo cotidiano de cada momento y de cada ocasión. Muchos están esperando las ocasiones excepcionales para quererse y para demostrarse su cariño. Como si quererse fuera algo único, raro y extraño.

El amor matrimonial es tan natural a los hombres como el respirar y, por tanto, es tan cotidiano y frecuente entre el marido y la mujer como el hablar, el conversar, pasear, resolver problemas o irse al cine. Porque la vida no consiste en ese momento mágico y especial que no sabemos si sucederá alguna vez. La vida, por el contrario, es el tiempo que trascurre cada día en los quehaceres más normales y cotidianos, los que siempre hacemos, aquellos que no recordaremos nunca salvo por el amor que supimos poner.

Y en esto, insisto, el compromiso es tan esencial al matrimonio que es insustituible. Las uniones que no se comprometen no funcionan. Desde un punto de vista sociológico la cohabitación no implica el mismo nivel de compromiso moral y legal que el matrimonio. Las parejas que cohabitan sin comprometerse son, por regla general, más débiles que los matrimonios y dan lugar a un tipo de relación más pobre[6]. Las estadísticas dicen que el 50% de los hijos nacidos de parejas de hecho verán que su padres se han separado antes de cumplir los cinco años, mientras que entre las parejas casadas eso mismo lo experimentarán el 15% de los hijos.

Un estudio dirigido por John Crouch, director ejecutivo de la organización Americans for Divorce Reform, concluye que las ocho naciones con tasa de divorcio per cápita inferiores al 0,2% establecen periodos de espera de tres o más años y en algunos casos también consultas obligatorias.

A los propios esposos y a la sociedad nos toca cumplir y hacer cumplir nuestros propios compromisos matrimoniales. No son una carga ni una limitación. Es la manera de amarse verdaderamente entre un hombre y una mujer. El compromiso matrimonial es bueno para la sociedad, antes es bueno y positivo para las personas. Pero sobre todo, el compromiso matrimonial es una realidad necesaria para la vida y el desarrollo de las personas.



Felipe Pou Ampuero

[1] Tomás Melendo, Un matrimonio feliz y para siempre, www.fluvium.org
[2] Luis Riesgo Ménguez, ¿Cómo alcanzar el éxito en el matrimonio?, Mundo Cristiano, noviembre 2001, p. 45.
[3] Patricia Artiach Louit, Amores y flechazos, www.fluvium.org
[4] Tomás Melendo, Un matrimonio feliz y para siempre, www.fluvium.org
[5] Antonio Vázquez, Comprensión en el matrimonio, Clínica Universitaria de Navarra, folleto de Capellanía.
[6] Aceprensa, Propuestas para revitalizar el matrimonio, 18 de octubre de 2006.

domingo, abril 06, 2008

35. Valores

Fecha: 1 de mayo de 2008

TEMAS: Moral, Verdad, Política.

RESUMEN: 1. La dignidad humana pide más que la justicia y, sobre todo, pide algo distinto que la justicia. La dignidad humana demanda amor y no se encuentra hecha de una vez para siempre.

2. El hombre moderno entiende que existir significa poder desentenderse de toda atadura y autoridad, que las normas sobre el bien y el mal limitan la libertad del hombre. Pero lo definitivo es estar de acuerdo con la realidad, si no es así viviremos engañados.

3. Esta es la ocupación de nuestra generación: la excelencia, la buena educación que es educación en la verdad y para la verdad. No se define la verdad porque yo sea capaz de comprenderla y aceptarla, sino por ella misma.

4. La política y los políticos tienen, ante todo, el deber de hacer el bien y de enseñar a hacerlo. Es el compromiso con el bien. Cuando el político se contenta con prestar atenciones materiales a la sociedad a la que sirve se demuestra que es un político que no ha comprendido al hombre.

5. El reto consiste en comunicar un mensaje, no en propagar una simple lista de acciones buenas, sino una forma religiosa de vida que reconoce a Dios como la fuente de toda verdad. El nuevo horizonte de la política es la educación del corazón del hombre para situarlo mirando a Dios, fuente de la Verdad y del Bien.


SUMARIO: 1. La sociedad.- 2. La dirección correcta.- 3. La verdad no es un consenso.- 4. El mensaje.

1. La sociedad

El reparto de los bienes es de justicia. Nadie tiene derecho a tener más mientras otros todavía no tienen. Sin embargo, la sola justicia social, siendo justa y deseable, se queda muy corta. La dignidad humana pide más que la justicia y, sobre todo, pide algo distinto que la justicia. La dignidad humana demanda amor, cariño, voluntad, «querer dar» y no solamente estar obligado a dar.

Decía Chesterton que uno de los males de nuestro tiempo consiste precisamente en el hecho de que cuando las cosas van mal recurrimos a un experto para que nos solucione el problema. Pero en una situación grave no necesitamos acudir a un experto para que nos diga cómo se soluciona el problema. Ante una situación grave debemos preguntarnos por el por qué y tener el coraje de plantear las grandes preguntas que afectan a los fines y no a los medios[1].

Existen unas cuatro mil catedrales católicas en el mundo. Para un constructor sensato la historia de las catedrales es muy poco edificante: el arte avasalla a la materia poniéndola en aprietos[2]. Las catedrales testimonian que los europeos eran cristianos y dedicaban grandes recursos de todo tipo al culto. Sus interiores figuran entre los espacios más hermosos creados por el hombre. Un cimborrio, una linterna aislada y esbelta sobre el buque de la catedral es realmente un regalo colectivo. Una catedral no es tanto una ofrenda votiva de un pueblo a su Creador, sino más bien es algo parecido a un regalo de cumpleaños colectivo en el que participan todos.

A cada generación nos toca buscar rectos ordenamientos para el bien de la sociedad[3]. Esta tarea nunca se puede dar por concluida. La justicia social no se encuentra hecha de una vez para siempre, ni se puede pretender hacerla y dejarla en herencia para la siguiente generación. Si fuera eso posible los hombres ya no seríamos libres de hacer el bien o de hacer el mal. Sin embargo, como somos libres debemos conquistar nuestra libertad para el bien en la vida de cada uno.

Cada uno tiene que construirse para el bien y la suma de todos nosotros define a nuestra generación. Porque no existe la sociedad como tal. Lo que existe y podemos tocar y ver somos cada uno de sus componentes. Si nosotros no somos justos nuestra sociedad tampoco lo será. Y en esta búsqueda del bien común y de la justicia social cada generación tiene algo nuevo que aportar que aunque no impida la libertad de la siguiente generación sí la facilita y la garantiza.


2. La dirección correcta

El hombre moderno tiene cierta inercia para pensar que las normas morales y la ética son límites e impedimentos a su capacidad de expresión, a su libertad, a su existencia. Piensa que el bien ahoga al hombre y no le permite ser libre. El hombre moderno entiende que ser –existir– significa poder desentenderse de toda atadura y autoridad[4]. Por esta razón las elecciones definitivas se retrasan y se deja pasar el tiempo sin decidir sobre la propia vida, dejando que, al final, sea la misma vida quien decida sobre nosotros.

Pero la libertad del hombre posee una grandeza increíble. Gracias a ella el hombre no puede cambiar el mundo y cuanto le rodea, pero sí dispone de la capacidad de otorgarle un sentido a todo. Nos damos cuenta que no todo lo elegimos y decidimos, es mucho lo que nos viene dado: nacimiento, cultura, formación, sociedad, familia, constitución física...

Las normas sobre el bien y el mal no limitan la libertad del hombre, sino que la iluminan, le señalan el camino y la dirección correcta impidiendo que se pierda en fantasías irreales y en sueños fantásticos. Somos reales, con nuestras limitaciones y condicionamientos, también con nuestras grandezas y habilidades. Y todo ese entramado es el hombre real, cada uno de nosotros.

La moral no es extraña a la realidad de las cosas y de los hombres. La moral no es ajena a la verdad ni la combate, al contrario, la busca, nos pone en camino de nuestra verdadera realidad, de aquello que realmente somos. Por esto, porque nuestra realidad es anterior a toda ensoñación se acaba imponiendo en la sociedad y en las personas la verdad que nos dice que las cosas son como son, que tienen su propia existencia con independencia de nuestras ideologías o formulaciones personales. Lo definitivo es estar de acuerdo con la realidad, si no es así viviremos engañados.

Y hay que estar atento: nadie se engaña hasta el punto de creer que la fama, el prestigio, el placer, el poder, las riquezas le salvarán de la muerte. Lo que ocurre es que la posesión de esos bienes le distrae del miedo a morir, pero al fin se morirá como moriremos todos[5].

Esta realidad que se nos impone a pesar de nuestra imaginación es la que determina que en la actualidad las cuestiones morales enciendan más pasiones que las políticas y que en último extremo no es verdad el «vale todo» como si no hubiera nada definitivo. No es así. La realidad y su verdad es definitiva y nos muestra la dirección correcta.


3. La verdad no es un consenso

Con la verdad pasa algo semejante a lo que Talleyrand decía de las bayonetas: que se puede hacer de todo con ellas menos sentarse encima. Lo que procede hacer con la verdad es amarla[6]. El primer nivel de verdad que procede recuperar es el de las realidades mismas en cuanto diferentes de mi propia imaginación y pensamiento. El fuego de la hoguera no es una representación intelectual que realizo en mi raciocinio; el fuego es real y si lo toco me quemo y duele.

Por tanto, la ciencia humana experimental no tiene el monopolio de la objetividad, del conocimiento de las cosas tal y como son, porque una cosa es el fuego que yo veo y otra cosa distinta es el fuego en sí mismo. La verdad está fuera de mi pensamiento. No se define la verdad porque yo sea capaz de comprenderla y aceptarla, sino por ella misma. Y existe aunque la ciencia humana no quiera reconocerla. El peligro del mundo occidental es que el hombre moderno a la vista de la grandeza de su saber y de su poder, se rinda ante la cuestión de la verdad, cediendo al atractivo de lo útil y llegue a considerar que lo provechoso es lo definitivo[7].

Al hablar de verdad, de definitivo, de bien y de mal, nos viene a la cabeza la rigidez y el autoritarismo. Por rechazo podemos llegar a desear y aspirar al alejamiento de posturas firmes, de creencias fuertes, de verdades incuestionables. Algunos aspiran al pensamiento débil, a la falta de creencia y de compromiso, a la frivolidad, a no tomarse nada en serio porque nada es importante, todo es relativo.

Pero la verdad no es el resultado de un consenso parlamentario. La verdad es anterior al consenso y al hombre le toca buscarla, encontrarla y amarla. El fundamentalismo es malo porque es un error y está equivocado, no porque la verdad no exista. La verdad existe, lo que ocurre es que un fundamentalista que pretende ser el dueño absoluto de la verdad y niega la de los demás, no reconoce la verdad por sí misma y acaba por no creer en la verdad.

El problema de los fanáticos es que son fanáticos no que no exista la verdad. Y un fanático es el que no admite que otros que no piensen como él puedan tener conocimiento de la verdad y hasta estar más cerca de la verdad que él mismo.

La verdad no se pacta, ni se apalabra, ni se compadrea, ni, por supuesto, la verdad no se vota, ¡hasta ahí podría llegar la broma! Esta es la ocupación de nuestra generación: la excelencia, la buena educación que es educación en la verdad y para la verdad. Una buena educación no es aquella que se imparte con más ordenadores y mejores polideportivos y produce jóvenes más competitivos. Una buena educación es que hace diana en el corazón de la persona: la que hace pensar alto, sentir hondo y hablar claro[8].


4. El mensaje

La política y los políticos tienen, ante todo, el deber de hacer el bien y de enseñar a hacerlo. Es el compromiso con el bien. La necesidad de la dimensión ética de la política no es ya una cuestión facultativa o conveniente, sino que afecta a la misma esencia constitutiva de la política de la cual depende no sólo la calidad de la vida de las personas, de sus familias, de las instituciones y del mismo Estado, sino su misma supervivencia.

Si la política no se funda en valores y se compromete con el bien no existe sociedad humana. La dignidad humana no reclama solamente calidad económica, bienes y resolución de las necesidades básicas, tales como comida, vivienda, sanidad, seguridad pública y demás. Esto es mucho, es necesario. Pero no es suficiente. Cuando el político se contenta con prestar atenciones materiales a la sociedad a la que sirve se demuestra que es un político que no ha comprendido al hombre.

La celebración entre amigos de una buena noticia, el baile de enamorados, el paseo del poeta, la mirada del pintor, el afán de un solidario nos demuestran que el hombre no es solo materia, ni solo necesidades materiales tales como comer, sanidad, etc. El hombre busca trascender, quiere respuestas que debe buscar fuera de sí mismo y cuya respuesta no se encuentra en la materia ni en las necesidades materiales. Es justo la respuesta a estos interrogantes no materiales la que justifica cabalmente el sentido de la vida del hombre frente a todo el bienestar posible y deseable.

Porque la verdadera riqueza es la interior que adorna el corazón del hombre es preciso, es tarea urgente, que los políticos se ocupen de educar el corazón de los ciudadanos, de llenarlo de valores, de hacerlos capaces de vivir la verdadera felicidad, la que satisface a una persona.

Educar en valores, querer el bien y la verdad supone tener una fuerte convicción, creer en algo, mejor: creer en Alguien. Para convencer es necesario argumentar y para esto es preciso reelaborar el mensaje, es decir, traducir para el hombre de hoy la verdad de siempre para alejarlo del error y de formas de vida que le deshumanizan.

Comunicación positiva en primer lugar[9]. Más que insistir en lo que no somos, interesa decir y enseñar lo que realmente somos, nuestra verdad. La realidad se entiende racional y emocionalmente. Las apariencias y la imagen, lo que se ve tiene mucho valor. La fe cristiana tiene muchas dificultades para hacerse cultura porque le falta visibilidad social, concreción en un «aquí y ahora» que muestre a la audiencia de qué estamos hablando.

El reto consiste en comunicar un mensaje, no en propagar una simple lista de acciones buenas, sino una forma religiosa de vida que reconoce a Dios como la fuente de toda verdad. Este programa tiene claro un fin y, desde luego, no consiste en mantenerse en el poder por medio de acuerdos, convenios, cambalaches, parcheos y remedios.

El nuevo horizonte de la política es la educación del corazón del hombre para situarlo mirando a Dios, fuente de la Verdad y del Bien. Es un horizonte ambicioso, pero asequible. La meta es hacer feliz al hombre, conseguir una sociedad de felices, de mejores, de hombres y mujeres cabales, sensatos, con corazones grandes, amplios, generosos.

Educar el corazón del hombre es educar para el amor que significa más que hacer buenas obras. Educar para el amor significa aprender a liberarse de los obstáculos interiores que impiden la escucha y la atención del otro[10]. Es volver la mirada al otro y dejarse interpelar por él. Compartir significa entrar en relación con los demás para ofrecer el propio tiempo libre, las competencias profesionales, los propios dones de mente y de corazón con el fin de ayudarles a superar las situaciones de dificultad.


Felipe Pou Ampuero

[1] Card. Paul Poupard, Presidente del Consejo pontificio de la Cultura, Lección inaugural de la Universidad Católica de San Antonio de Murcia. 22 de noviembre de 2001.
[2] Joaquín Lorda, La lógica de las catedrales góticas, Nuestro Tiempo, mayo de 2007, nº 635, p. 70.
[3] Benedicto XVI, Enc. Spe Salvi, Ciudad del Vaticano, 30 de noviembre de 2007, n. 24 y 25.
[4] Jacques Philippe, La Libertad interior, Rialp, Madrid, 2005, p. 16.
[5] Alejandro Llano, En busca de la trascendencia, Ed. Ariel, Barcelona, 2007, p. 65.
[6] Alejandro Llano, En busca de la trascendencia... p. 14.
[7] Aceprensa, Lo que Benedicto XVI pensaba decir en La Sapienza, Servicio 9/08, 23 de enero de 2008.
[8] Alejandro Llano, La educación en la encrucijada, Nuestro Tempo, junio 2007, nº 636, p. 43.
[9] Fransciso-Javier Pérez-Latre, Algunas ideas sobre cómo transmitir valores, Nuestro Tiempo, mayo 2007, nº 635, p. 37.
[10] Card. Paul Poupard, Presidente del Consejo pontificio de la Cultura, Lección inaugural...

sábado, abril 05, 2008

34. Bien común

Fecha: 1 de abril de 2008

TEMAS: Bien común, Política, Justicia.

RESUMEN: 1.La justicia social se descubre en la ley natural que es la ley de la razón del hombre y nos dice que se debe hacer el bien y evitar el mal.

2. Esta ley de la razón o ley natural se contiene en el Derecho natural y, a su vez, inspira el Derecho positivo, las leyes que nos damos los hombres para dirigir y administrar la sociedad.

3. El bien de todos los ciudadanos es el bien común que es tanto como que en política se debe procurar la justicia social y la paz de una sociedad.

4. Existe otro sentido de la política que entiende que la política es lo más racional, es decir, lo más conveniente y razonable a las personas, que viene a ser lo más justo y correcto. Nos volvemos a encontrar con lo más natural.

5. El buen político además de respetar la ley natural debe aprender a llevarla a la práctica en un tiempo y lugar determinados y concretos, con unas circunstancias históricas concretas y no con otras.

6. Será difícil encontrar la verdad del hombre. Pero empezar por buscarla y creer en su existencia nos sitúa entre los que creen en la verdad como pasión, entre los que tienen el temple de pensar que es el estudio, el aprendizaje y la conversación racional el único camino para la resolución de los problemas comunes y para la mejora del mundo y de la sociedad

SUMARIO: 1. La justicia.- 2. La política.- 3. El político.

1. La justicia

La convivencia humana debe regirse por la justicia que consiste en dar a cada uno lo suyo, es decir, aquello que le corresponde. La justicia social se descubre en la ley natural que es la ley de la razón del hombre y nos dice que se debe hacer el bien y evitar el mal.

Esta ley de la razón o ley natural se contiene en el Derecho natural que la recoge y detalla y, a su vez, inspira el Derecho positivo, las leyes que nos damos los hombres para dirigir y administrar la sociedad. El Derecho positivo no puede estar en contradicción con el Derecho natural[1], éste tampoco puede estar en contradicción con la ley natural ni ésta con la justicia. Por esto podemos decir que una ley concreta es justa o, por el contrario, es injusta si no ha respetado los principios de justicia que se contienen en la ley natural[2].

Pero la ley natural no dispone cómo ha de ordenarse la economía en un país con unas circunstancias de tiempo y lugar concretas. Esto le corresponde a la ley positiva: a la ley positiva de ese tiempo y lugar que es histórica. La ley natural ordena que en política se debe procurar el bien de todos los ciudadanos y se debe evitar el mal de todos los ciudadanos. El bien de todos los ciudadanos es el bien común que es tanto como que en política se debe procurar la justicia social y la paz de una sociedad.

Porque la política no consiste simplemente en conseguir el poder y mantenerlo por todos los medios con una visión maquiavélica de la política para quien las leyes no serían más que un estorbo y transformarlas para mantener el poder se convertiría en una prioridad[3].

La política está al servicio del hombre, para mejorar su vida. Y el ser humano es, por de pronto, capaz de apreciar la vida, el amor, la justicia, el trabajo bien hecho, la amistad, la búsqueda de la verdad...[4] Querer servir al hombre significará como primera medida respetar al sujeto de todas esas capacidades y procurar su crecimiento y desarrollo en todas las dimensiones del mismo.


2. La política

Existe otro sentido más noble de la política que no concibe el poder como el derecho del más fuerte, ya sea fuerza física o fuerza numérica de la mayoría. Sino que entiende que la política es lo más racional, es decir, lo más conveniente y razonable a las personas, que viene a ser lo más justo y correcto. Nos volvemos a encontrar con lo más natural.

Hacer política se convierte así en concretar la ley natural en un tiempo y lugar determinado, en una realidad concreta para convertirla en justa y equitativa. El político que se propone conseguir el bien común no pretende un cambio radical de la realidad social y del mundo como si se tratara de una revolución social porque esto iría contra la paz social y también contra la justicia. Al contrario, el político que quiere hacer el bien común busca la mejora del presente teniendo en cuenta la historia de esa sociedad concreta e histórica, porque de lo que se trata es de conseguir la paz y la justicia social.

Y en esta tarea de conseguir el bien común y aplicar la ley natural en la ley positiva no es buen político el que sólo se limita a reconocer la ley natural y a respetarla. Esto es necesario pero no es suficiente. Sí se puede afirmar que el político que no respete la ley natural será un mal político porque no busca el bien común, sino su propio interés, o el de su grupo, y a la postre, no será un buen gobernante, sino un tirano.

El buen político además de respetar la ley natural debe aprender a llevarla a la práctica en un tiempo y lugar determinados y concretos, con unas circunstancias históricas concretas y no con otras. El buen político tiene la tarea de conseguir el bien común y esto se consigue armonizando la paz social —que consiste en asegurar la seguridad para las relaciones sociales de todos— y la justicia de la sociedad —que consiste en reconocer a cada uno lo que tiene derecho y el ejercicio de su libertad—.


3. El político

Para conseguir el bien común el político necesita temple, fortaleza para gobernar sin violencia, y también necesita retórica, para convencer a los ciudadanos. Porque no se gobierna a piedras que no sienten ni padecen ni piensan, sino que se gobierna a seres libres e inteligentes a los que es preciso convencer con argumentos verdaderos y no engañar con mentiras[5].

Este bien común que consiste en la paz y la justicia sociales que el político quiere instaurar en la sociedad no es la simple suma de los intereses particulares de los ciudadanos. No es un sumatorio o resultado de los intereses de la mayoría de los ciudadanos. Si esto fuera así, siempre existirían unos ciudadanos —la minoría— para los que no se habría conseguido el bien común, sino el bien de los otros, el de la mayoría.

El bien común no es equivalente al bien de la mayoría, porque entonces el bien común no es el bien de la minoría y ya no sería común. Si el bien es común ha de serlo tanto a la mayoría como a la minoría, es decir, a todos. El bien común es el bien de todos y cada uno de los ciudadanos. Y este bien en el que participan todos los hombres no es otro que la propia naturaleza que tienen en común y se rige por la ley natural o ley de la razón del hombre.

La verdadera racionalidad no queda asegurada por la mayoría de los hombres, sino solamente por la transparencia de la razón humana ante la Razón creadora y por la escucha de esta Fuente de nuestra racionalidad[6].

Esto nos hace preguntarnos ¿cuál es la verdad del hombre?, ¿quién es el hombre realmente? Responder a estas preguntas implica tener un conocimiento íntegro del hombre y renunciar a los conocimientos parciales y sólo científicos del hombre. Ante las distintas opiniones sobre el hombre, podemos afirmar que existe una verdad sobre el hombre, no es una simple opinión más contrastable con otras y a la postre prescindible. No. La verdad del hombre es una realidad necesaria, de la que no se puede prescindir.

Será difícil encontrar la verdad del hombre. Pero empezar por buscarla y creer en su existencia nos sitúa entre los que creen en la verdad como pasión, entre los que tienen el temple de pensar que es el estudio, el aprendizaje y la conversación racional el único camino para la resolución de los problemas comunes y para la mejora del mundo y de la sociedad[7]. Hacer un alegato a favor de la verdad es una manifestación de confianza en el hombre, al que no se da por perdido definitivamente.

El bien común de los hombres se concreta en aplicar en unas circunstancias históricas determinadas la ley natural, es decir, en inspirar las leyes positivas concretas, históricas y determinadas de un país y nación con los principios de la ley natural común a todos los hombres para conseguir hacer el bien y evitar el mal en este momento concreto y determinado de un país y nación.

En sociedad no se trata de imponer las propias ideas, sino de buscar la verdad del hombre. Esto lo podemos —lo debemos— hacer todos y entre todos, no solamente los cristianos, porque la verdad no es extraña a ningún hombre de bien.

Felipe Pou Ampuero

[1] Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Librería Eiditrcie Vaticana, Ciudad del Vaticano, n.142.
[2] Benedicto XVI, Discurso en la Pontificia Universidad Lateranense, Ciudad del Vaticano, 12 de febrero de 2007.
[3] Ana Marta González, Aspirando a la ley natural, Nueva Revista, nº 105, mayo-junio 2006, p.145.
[4] Ana Marta González, Aspirando a la ley natural..., p.142.
[5] Ana Marta González, Aspirando a la ley natural..., p.146.
[6] Benedicto XVI, Duscirso a la Comisión Teológica Internacional, Ciudad del Vaticano, 5 de octubre de 2007.
[7] Alejandro Llano, La verdad como pasión. Nuestro Tiempo, mayo 2005, nº 611, p.17.

domingo, marzo 02, 2008

Índice de materias (1-33)

Amor
10. Fidelidad.

Belleza

6. La moda.

Bien

15. El mal.

Bien común

22. Democracia

Ciencia

32. Modernismo.

Clonación

4. Clonación.

Conciencia

12. Verdad.
15. El mal.


Conciliación

30. Trabajadoras.

Creación

9. Creación y evolución.

Cristiano

23. Vida pública

Cultura

3. Cristiano.
20. Europa.
21. Religión.
27. Cultura


Derecho

17. Los derechos.

Dinero

16. Felicidad

Dolor

14. Dolor

Educación

3. Cristiano.
24. Educación.


Ética

4. Clonación.
27. Cultura.


Evolución

9. Creación y evolución.

Familia

1. Si se quieren... pues que se casen.
2. Hombre y mujer.
26. Familia.


Fe

18. Razonable
19. Laico.
21. Religión.


Fecundación in vitro

13. Fecundación.

Felicidad

16. Felicidad
24. Educación.


Feminismo

28. Mujer

Fidelidad

10. Fidelidad.

Fracaso

14. Dolor

Género

29. Género

Intimidad

5. Intimidad.

Justicia

33. Ley natural.

Libertad

7. Libertad.
8. El sentido de la vida.
24. Educación.


Madre

31. Madres.

Mal

15. El mal.

Matrimonio

1. Si se quieren... pues que se casen.
31. Madres.


Moda

6. La moda.

Mujer

28. Mujer
29. Género
30. Trabajadoras.
31. Madres


Persona

1. Si se quieren... pues que se casen.
2. Hombre y mujer.
4. Clonación.
5. Intimidad.
8. El sentido de la vida.
24. Educación.
25. Aborto.
26. Familia.
32. Modernismo.


Política

22. Democracia
23. Vida pública.


Pudor

5. Intimidad.

Razón

7. Libertad.
18. Razonable.
33. Ley natural.


Relativismo

11. Relativismo.

Religión

3. Cristiano.
19. Laico.
20. Europa.
21. Religión.


Reproducción asistida

13. Fecundación.

Sexualidad

2. Hombre y Mujer.
29. Género


Solidaridad

17. Los derechos.

Sufrimiento

14. Dolor

Trabajo

30. Trabajadoras.

Verdad

7. Libertad.
11. Relativismo
12. Verdad.
18. Razonable
22. Democracia
27. Cultura.
32. Modernismo.
33. Ley natural


Vida

13. Fecundación.
16. Felicidad.
17. Los derechos.
19. Laico.
20. Vida.
25. Aborto.


Vida pública

23. Vida pública.



ÍNDICE GENERAL

1. Si se quieren... pues que se casen.
2. Hombre y mujer.
3. Cristiano.
4. Clonación.
5. Intimidad.
6. La moda.
7. Libertad.
8. El sentido de la vida.
9. Creación y evolución.
10. Fidelidad.
11. Relativismo.
12. Verdad.
13. Fecundación.
14. Dolor.
15. El mal.
16. La felicidad.
17. Los derechos.
18. Razonable.
19. Laico.
20. Europa.
21. Religión.
22. Democracia.
23. Vida pública.
24. Educación.
25. Aborto.
26. Familia.
27. Cultura.
28. Mujer.
29. Género.
30. Trabajadoras.
31. Madres.
32. Modernismo.
33. Ley natural.