domingo, abril 06, 2008

35. Valores

Fecha: 1 de mayo de 2008

TEMAS: Moral, Verdad, Política.

RESUMEN: 1. La dignidad humana pide más que la justicia y, sobre todo, pide algo distinto que la justicia. La dignidad humana demanda amor y no se encuentra hecha de una vez para siempre.

2. El hombre moderno entiende que existir significa poder desentenderse de toda atadura y autoridad, que las normas sobre el bien y el mal limitan la libertad del hombre. Pero lo definitivo es estar de acuerdo con la realidad, si no es así viviremos engañados.

3. Esta es la ocupación de nuestra generación: la excelencia, la buena educación que es educación en la verdad y para la verdad. No se define la verdad porque yo sea capaz de comprenderla y aceptarla, sino por ella misma.

4. La política y los políticos tienen, ante todo, el deber de hacer el bien y de enseñar a hacerlo. Es el compromiso con el bien. Cuando el político se contenta con prestar atenciones materiales a la sociedad a la que sirve se demuestra que es un político que no ha comprendido al hombre.

5. El reto consiste en comunicar un mensaje, no en propagar una simple lista de acciones buenas, sino una forma religiosa de vida que reconoce a Dios como la fuente de toda verdad. El nuevo horizonte de la política es la educación del corazón del hombre para situarlo mirando a Dios, fuente de la Verdad y del Bien.


SUMARIO: 1. La sociedad.- 2. La dirección correcta.- 3. La verdad no es un consenso.- 4. El mensaje.

1. La sociedad

El reparto de los bienes es de justicia. Nadie tiene derecho a tener más mientras otros todavía no tienen. Sin embargo, la sola justicia social, siendo justa y deseable, se queda muy corta. La dignidad humana pide más que la justicia y, sobre todo, pide algo distinto que la justicia. La dignidad humana demanda amor, cariño, voluntad, «querer dar» y no solamente estar obligado a dar.

Decía Chesterton que uno de los males de nuestro tiempo consiste precisamente en el hecho de que cuando las cosas van mal recurrimos a un experto para que nos solucione el problema. Pero en una situación grave no necesitamos acudir a un experto para que nos diga cómo se soluciona el problema. Ante una situación grave debemos preguntarnos por el por qué y tener el coraje de plantear las grandes preguntas que afectan a los fines y no a los medios[1].

Existen unas cuatro mil catedrales católicas en el mundo. Para un constructor sensato la historia de las catedrales es muy poco edificante: el arte avasalla a la materia poniéndola en aprietos[2]. Las catedrales testimonian que los europeos eran cristianos y dedicaban grandes recursos de todo tipo al culto. Sus interiores figuran entre los espacios más hermosos creados por el hombre. Un cimborrio, una linterna aislada y esbelta sobre el buque de la catedral es realmente un regalo colectivo. Una catedral no es tanto una ofrenda votiva de un pueblo a su Creador, sino más bien es algo parecido a un regalo de cumpleaños colectivo en el que participan todos.

A cada generación nos toca buscar rectos ordenamientos para el bien de la sociedad[3]. Esta tarea nunca se puede dar por concluida. La justicia social no se encuentra hecha de una vez para siempre, ni se puede pretender hacerla y dejarla en herencia para la siguiente generación. Si fuera eso posible los hombres ya no seríamos libres de hacer el bien o de hacer el mal. Sin embargo, como somos libres debemos conquistar nuestra libertad para el bien en la vida de cada uno.

Cada uno tiene que construirse para el bien y la suma de todos nosotros define a nuestra generación. Porque no existe la sociedad como tal. Lo que existe y podemos tocar y ver somos cada uno de sus componentes. Si nosotros no somos justos nuestra sociedad tampoco lo será. Y en esta búsqueda del bien común y de la justicia social cada generación tiene algo nuevo que aportar que aunque no impida la libertad de la siguiente generación sí la facilita y la garantiza.


2. La dirección correcta

El hombre moderno tiene cierta inercia para pensar que las normas morales y la ética son límites e impedimentos a su capacidad de expresión, a su libertad, a su existencia. Piensa que el bien ahoga al hombre y no le permite ser libre. El hombre moderno entiende que ser –existir– significa poder desentenderse de toda atadura y autoridad[4]. Por esta razón las elecciones definitivas se retrasan y se deja pasar el tiempo sin decidir sobre la propia vida, dejando que, al final, sea la misma vida quien decida sobre nosotros.

Pero la libertad del hombre posee una grandeza increíble. Gracias a ella el hombre no puede cambiar el mundo y cuanto le rodea, pero sí dispone de la capacidad de otorgarle un sentido a todo. Nos damos cuenta que no todo lo elegimos y decidimos, es mucho lo que nos viene dado: nacimiento, cultura, formación, sociedad, familia, constitución física...

Las normas sobre el bien y el mal no limitan la libertad del hombre, sino que la iluminan, le señalan el camino y la dirección correcta impidiendo que se pierda en fantasías irreales y en sueños fantásticos. Somos reales, con nuestras limitaciones y condicionamientos, también con nuestras grandezas y habilidades. Y todo ese entramado es el hombre real, cada uno de nosotros.

La moral no es extraña a la realidad de las cosas y de los hombres. La moral no es ajena a la verdad ni la combate, al contrario, la busca, nos pone en camino de nuestra verdadera realidad, de aquello que realmente somos. Por esto, porque nuestra realidad es anterior a toda ensoñación se acaba imponiendo en la sociedad y en las personas la verdad que nos dice que las cosas son como son, que tienen su propia existencia con independencia de nuestras ideologías o formulaciones personales. Lo definitivo es estar de acuerdo con la realidad, si no es así viviremos engañados.

Y hay que estar atento: nadie se engaña hasta el punto de creer que la fama, el prestigio, el placer, el poder, las riquezas le salvarán de la muerte. Lo que ocurre es que la posesión de esos bienes le distrae del miedo a morir, pero al fin se morirá como moriremos todos[5].

Esta realidad que se nos impone a pesar de nuestra imaginación es la que determina que en la actualidad las cuestiones morales enciendan más pasiones que las políticas y que en último extremo no es verdad el «vale todo» como si no hubiera nada definitivo. No es así. La realidad y su verdad es definitiva y nos muestra la dirección correcta.


3. La verdad no es un consenso

Con la verdad pasa algo semejante a lo que Talleyrand decía de las bayonetas: que se puede hacer de todo con ellas menos sentarse encima. Lo que procede hacer con la verdad es amarla[6]. El primer nivel de verdad que procede recuperar es el de las realidades mismas en cuanto diferentes de mi propia imaginación y pensamiento. El fuego de la hoguera no es una representación intelectual que realizo en mi raciocinio; el fuego es real y si lo toco me quemo y duele.

Por tanto, la ciencia humana experimental no tiene el monopolio de la objetividad, del conocimiento de las cosas tal y como son, porque una cosa es el fuego que yo veo y otra cosa distinta es el fuego en sí mismo. La verdad está fuera de mi pensamiento. No se define la verdad porque yo sea capaz de comprenderla y aceptarla, sino por ella misma. Y existe aunque la ciencia humana no quiera reconocerla. El peligro del mundo occidental es que el hombre moderno a la vista de la grandeza de su saber y de su poder, se rinda ante la cuestión de la verdad, cediendo al atractivo de lo útil y llegue a considerar que lo provechoso es lo definitivo[7].

Al hablar de verdad, de definitivo, de bien y de mal, nos viene a la cabeza la rigidez y el autoritarismo. Por rechazo podemos llegar a desear y aspirar al alejamiento de posturas firmes, de creencias fuertes, de verdades incuestionables. Algunos aspiran al pensamiento débil, a la falta de creencia y de compromiso, a la frivolidad, a no tomarse nada en serio porque nada es importante, todo es relativo.

Pero la verdad no es el resultado de un consenso parlamentario. La verdad es anterior al consenso y al hombre le toca buscarla, encontrarla y amarla. El fundamentalismo es malo porque es un error y está equivocado, no porque la verdad no exista. La verdad existe, lo que ocurre es que un fundamentalista que pretende ser el dueño absoluto de la verdad y niega la de los demás, no reconoce la verdad por sí misma y acaba por no creer en la verdad.

El problema de los fanáticos es que son fanáticos no que no exista la verdad. Y un fanático es el que no admite que otros que no piensen como él puedan tener conocimiento de la verdad y hasta estar más cerca de la verdad que él mismo.

La verdad no se pacta, ni se apalabra, ni se compadrea, ni, por supuesto, la verdad no se vota, ¡hasta ahí podría llegar la broma! Esta es la ocupación de nuestra generación: la excelencia, la buena educación que es educación en la verdad y para la verdad. Una buena educación no es aquella que se imparte con más ordenadores y mejores polideportivos y produce jóvenes más competitivos. Una buena educación es que hace diana en el corazón de la persona: la que hace pensar alto, sentir hondo y hablar claro[8].


4. El mensaje

La política y los políticos tienen, ante todo, el deber de hacer el bien y de enseñar a hacerlo. Es el compromiso con el bien. La necesidad de la dimensión ética de la política no es ya una cuestión facultativa o conveniente, sino que afecta a la misma esencia constitutiva de la política de la cual depende no sólo la calidad de la vida de las personas, de sus familias, de las instituciones y del mismo Estado, sino su misma supervivencia.

Si la política no se funda en valores y se compromete con el bien no existe sociedad humana. La dignidad humana no reclama solamente calidad económica, bienes y resolución de las necesidades básicas, tales como comida, vivienda, sanidad, seguridad pública y demás. Esto es mucho, es necesario. Pero no es suficiente. Cuando el político se contenta con prestar atenciones materiales a la sociedad a la que sirve se demuestra que es un político que no ha comprendido al hombre.

La celebración entre amigos de una buena noticia, el baile de enamorados, el paseo del poeta, la mirada del pintor, el afán de un solidario nos demuestran que el hombre no es solo materia, ni solo necesidades materiales tales como comer, sanidad, etc. El hombre busca trascender, quiere respuestas que debe buscar fuera de sí mismo y cuya respuesta no se encuentra en la materia ni en las necesidades materiales. Es justo la respuesta a estos interrogantes no materiales la que justifica cabalmente el sentido de la vida del hombre frente a todo el bienestar posible y deseable.

Porque la verdadera riqueza es la interior que adorna el corazón del hombre es preciso, es tarea urgente, que los políticos se ocupen de educar el corazón de los ciudadanos, de llenarlo de valores, de hacerlos capaces de vivir la verdadera felicidad, la que satisface a una persona.

Educar en valores, querer el bien y la verdad supone tener una fuerte convicción, creer en algo, mejor: creer en Alguien. Para convencer es necesario argumentar y para esto es preciso reelaborar el mensaje, es decir, traducir para el hombre de hoy la verdad de siempre para alejarlo del error y de formas de vida que le deshumanizan.

Comunicación positiva en primer lugar[9]. Más que insistir en lo que no somos, interesa decir y enseñar lo que realmente somos, nuestra verdad. La realidad se entiende racional y emocionalmente. Las apariencias y la imagen, lo que se ve tiene mucho valor. La fe cristiana tiene muchas dificultades para hacerse cultura porque le falta visibilidad social, concreción en un «aquí y ahora» que muestre a la audiencia de qué estamos hablando.

El reto consiste en comunicar un mensaje, no en propagar una simple lista de acciones buenas, sino una forma religiosa de vida que reconoce a Dios como la fuente de toda verdad. Este programa tiene claro un fin y, desde luego, no consiste en mantenerse en el poder por medio de acuerdos, convenios, cambalaches, parcheos y remedios.

El nuevo horizonte de la política es la educación del corazón del hombre para situarlo mirando a Dios, fuente de la Verdad y del Bien. Es un horizonte ambicioso, pero asequible. La meta es hacer feliz al hombre, conseguir una sociedad de felices, de mejores, de hombres y mujeres cabales, sensatos, con corazones grandes, amplios, generosos.

Educar el corazón del hombre es educar para el amor que significa más que hacer buenas obras. Educar para el amor significa aprender a liberarse de los obstáculos interiores que impiden la escucha y la atención del otro[10]. Es volver la mirada al otro y dejarse interpelar por él. Compartir significa entrar en relación con los demás para ofrecer el propio tiempo libre, las competencias profesionales, los propios dones de mente y de corazón con el fin de ayudarles a superar las situaciones de dificultad.


Felipe Pou Ampuero

[1] Card. Paul Poupard, Presidente del Consejo pontificio de la Cultura, Lección inaugural de la Universidad Católica de San Antonio de Murcia. 22 de noviembre de 2001.
[2] Joaquín Lorda, La lógica de las catedrales góticas, Nuestro Tiempo, mayo de 2007, nº 635, p. 70.
[3] Benedicto XVI, Enc. Spe Salvi, Ciudad del Vaticano, 30 de noviembre de 2007, n. 24 y 25.
[4] Jacques Philippe, La Libertad interior, Rialp, Madrid, 2005, p. 16.
[5] Alejandro Llano, En busca de la trascendencia, Ed. Ariel, Barcelona, 2007, p. 65.
[6] Alejandro Llano, En busca de la trascendencia... p. 14.
[7] Aceprensa, Lo que Benedicto XVI pensaba decir en La Sapienza, Servicio 9/08, 23 de enero de 2008.
[8] Alejandro Llano, La educación en la encrucijada, Nuestro Tempo, junio 2007, nº 636, p. 43.
[9] Fransciso-Javier Pérez-Latre, Algunas ideas sobre cómo transmitir valores, Nuestro Tiempo, mayo 2007, nº 635, p. 37.
[10] Card. Paul Poupard, Presidente del Consejo pontificio de la Cultura, Lección inaugural...

No hay comentarios: