martes, noviembre 01, 2005

9. Creación y Evolución



CREACIÓN Y EVOLUCIÓN
Fecha: 01 de noviembre de 2005

TEMAS: Creación, evolución.

RESUMEN: No importa tanto saber cómo se ha formado el universo, sino descubrir el sentido de la Creación. Dios quiere hacerse comprensible al hombre. El relato de la Biblia dice que Dios ama al mundo y al hombre. Es posible admitir el origen del hombre en cuanto cuerpo mediante la hipótesis del evolucionismo. Sin embargo, la doctrina de la fe afirma que el alma espiritual ha sido creada directamente por Dios. Ser criatura significa aceptar las propias limitaciones.


SUMARIO: 1. La Biblia.- 2. Evolución.- 3. Rebelión.- 4. Adoración.- 5. Existe.

1. La Biblia
Al final, el hombre se encuentra consigo mismo preguntándose: ¿quién soy yo?, ¿qué hago aquí?, ¿para qué existo?, ¿de quién dependo? Al final, nos damos cuenta que por encima de todas las cuestiones fundamentales tenemos que volver al principio y en el principio está el origen del mundo y de la vida. Pero la verdadera pregunta que nos queremos responder no es tanto la de cómo se ha formado técnica o científicamente el mundo y la vida, sino la de quién es el responsable de todo esto. En palabras de Juan Pablo II «no se trata sólo de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos y ha aparecido el hombre, cuanto más bien en descubrir qué sentido tiene tal origen, si lo preside el caos, el destino ciego o bien un Ser trascendente, inteligente y bueno llamado Dios»[1]
Nos encontramos, entonces, con el relato de la creación que refiere la Biblia, es la Palabra de Dios. Pero al hombre ilustrado le viene a resultar un relato simple, infantil, de gentes sin cultivar, casi un relato mágico y novelesco. Debemos recordar que la Biblia no es un tratado científico, ni tiene intención de serlo, no quiere ofrecer una explicación técnica sobre el origen del universo y del mismo hombre[2]. Es un libro religioso y no es lógico, ni posible extraer de él una explicación que no pretende dar. El relato bíblico nos quiere situar en un plano diferente, el trascendente: nos dice que el universo entero tiene un principio y que ha sido creado por Dios de la nada más absoluta.
Esto lo dice con palabras muy sencillas y llanas que pueden ser entendidas por un hombre del siglo XXI y por un hombre de cualquier época, porque se dirige a todos los hombres y mujeres, de cualquier edad, cultura, raza y hasta de cualquier creencia, porque manifiesta una verdad absoluta: Dios es el Creador. Luego Dios es anterior a todo el universo porque cuando Dios existía todavía no existía el universo. Además también nos dice que Dios es distinto al universo porque no está dentro del universo sino fuera de él porque lo ha creado. Dios es Otro, es el Otro por excelencia de la creación.
Por medio del relato de la Biblia Dios quiere hacerse comprensible al hombre, Dios quiere que el hombre sepa que es su Creador, de quien procede, su origen. No es un Dios anónimo o escondido, menos aún es un Dios misterioso que no quiere comunicarse con el hombre. Y al mismo tiempo, la Biblia también es un esfuerzo del hombre por acercarse a Dios, por comprenderle por medio de su Palabra revelada, por llegar a conocer la verdad, la que le ha sido revelada.
Dios se revela a sí mismo sobre todo como Creador. Creador es el que llama a la existencia al universo, a todos los animales y al mismo hombre desde la nada. Los crea siendo todopoderoso, sin ninguna necesidad. No cabe pensar otro motivo de la creación que el mismo amor de Dios. Vio Dios cuanto había hecho y era muy bueno. A través de estas palabras somos llevados a entrever en el amor divino el motivo de la Creación, la fuente de la que brota
[3].
Y dentro de esta verdad de la Creación, el relato de la creación del hombre a imagen y semejanza del Creador distingue al hombre creado del resto de todo el mundo visible y, en particular, del mundo de los animales. El alma humana hace al hombre capaz de conocer a los demás seres y de imponerles el nombre, así como reconocerse distinto de ellos. Este alma hace al hombre capaz de comprender el don de la existencia desde la nada y, al mismo tiempo, le hace capaz de responder al mismo Creador con el lenguaje del amor por el cual fue creado.
«No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»
[4]. En la creación se encuentra el amor de Dios por el hombre, y en la desobediencia del hombre se encuentra el rechazo de la creación y la pretensión del hombre de querer administrar por cuenta propia la existencia y el actuar en el mundo como si Dios no existiera[5].

2. Evolución
Pero todo esto no se puede demostrar. No se puede reducir a una fórmula matemática que al final de un resultado con el que estemos de acuerdo. Somos hijos de la Ilustración y soportamos la servidumbre de estar sujetos a un tipo especial de certeza que es aquella que sólo puede confirmarse con el experimento y el cálculo, como si la realidad se redujera a coordenadas y abscisas. Pero ahí radica precisamente la tentación, en considerar solamente como racional y, por lo tanto, serio lo que sólo se puede comprobar por el experimento y el cálculo. Lo cual supone que lo moral y lo sagrado queda reducido a lo irracional, a lo superado, a lo no serio. Esto supone tanto como reducir la ética a conceptos físicos, y esto supone disolver el espíritu del hombre que, desde luego, no es físico
[6].
Según el naturalismo, el progreso científico manifiesta que el universo se encuentra auto-contenido y no necesita nada fuera de él. La acción divina sería innecesaria en un mundo que puede explicarse mediante las fuerzas naturales tales como las conocemos por las ciencias
[7]. Sin embargo, la ciencia presupone siempre un orden natural. El científico siempre busca el orden interior de las cosas y los fenómenos. Las leyes científicas recogen el orden natural y se puede decir que a más ciencia más orden.
A partir de este orden científico resulta inverosímil reducir el mundo creado al resultado de la actividad de fuerzas ciegas y casuales. Es más lógico admitir que el mundo es el resultado de un orden creador que viene de fuera de la misma creación. Toda la naturaleza aparece como el despliegue de la sabiduría y del poder divino que dirige el curso de los acontecimientos de acuerdo con sus planes, con su orden reflejado en las leyes de la creación que vienen a ser las leyes de la naturaleza.
Porque sólo un principio inteligente puede generar orden. Afirmar que la combinatoria del azar sea la clave del universo es contradictorio. Sería tanto como decir que el azar es la causa del orden existente en la materia porque la propia materia se auto-ordena, pero la materia no tiene intención, es solo materia, no piensa
[8]. No olvidemos que la fuerza de la gravedad existe y es la primera de las fuerzas naturales que fue tratada científicamente con éxito en la mecánica de Newton, sin embargo, y al cabo de tres siglos su naturaleza sigue siendo tan misteriosa para nosotros como lo era para el mismo Newton.
El mundo natural que percibimos por nuestros sentidos de manera ordinaria nos muestra una extraordinaria complejidad
[9]. El escarabajo bombardero posee un sofisticado sistema defensivo cuyo esquema ha sido estudiado como posible método de propulsión de cohetes. Esta complejidad hace muy difícil explicar su aparición siguiendo el esquema darwiniano de la pura necesidad y casualidad de las fuerzas naturales.
Toda la complejidad de la naturaleza hace pensar que no es casual, sino que ha sido diseñada, pensada de antemano. La probabilidad de que el diseño sea el resultado de una coincidencia múltiple resulta despreciable y, por tanto, hay que concluir que la causa del diseño de la naturaleza es una causa externa, es creada.
Desde el punto de vista cristiano entender la evolución sin Dios es un absurdo. De lo inferior no es lógico llegar a lo superior, de la materia no se llega al espíritu, de lo absurdo no se llega a lo racional, del caos no se llega al orden.
Más bien hay que entender que para que una realidad pueda ser estudiada por las ciencias, debe incluir dimensiones materiales que puedan ser objeto de experimentos científicos. Y esto no sucede, no puede suceder, con el espíritu, ni con Dios, ni con la acción creadora de Dios. Dios opera por medio de causas intermedias en las que la evolución también puede ser considerada como un proceso natural por medio del cual Dios trae las especies vivientes a la existencia de acuerdo con su plan
[10].
Porque al tratar del evolucionismo se considera a Dios y a las criaturas que compiten en el mismo nivel, ignorando la distinción entre causa primera que es causa de las demás causas y las causas segundas que han sido causadas y actúan conforme a un plan. Porque el azar es real y existe, no lo niego. Pero el mismo azar también está sujeto a la acción divina que es la causa primera sin la cual el azar no puede existir.
Sin embargo, la evolución tiene un límite: el espíritu. El espíritu no puede proceder de la materia, solo procede de un acto creador de Dios. Y es aquí donde la verdad de fe sobre la creación se contrapone de la manera más radical a las teorías de la filosofía materialista que reducen el universo a la materia y niegan la existencia del espíritu
[11]. Las teorías que consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se trata de un simple fenómeno de esta materia son incompatibles con la verdad sobre el hombre que es imagen de Dios. Además estas teorías se muestran incapaces de fundar la dignidad de la persona al carecer de referencia trascendente.
Ya en 1950, la encíclica Humani Generis de Pío XII dijo que la Iglesia no ve dificultad en explicar el origen del hombre en cuanto cuerpo mediante la hipótesis del evolucionismo. Pero hay que recordar que tal hipótesis al día de hoy es una simple posibilidad, no una certeza científica. La doctrina de la fe, en cambio, afirma invariablemente que el alma espiritual del hombre ha sido creada directamente por Dios
[12].
La reflexión cristiana acerca del evolucionismo permite comprender que la evolución puede formar parte de los planes de Dios. Puede contener muchos sucesos que para nosotros son aleatorios o casuales, pero que para Dios caen dentro de su plan. No podemos decir Creación o evolución, la manera correcta de plantear el problema debe ser Creación y evolución, pues ambas cosas responden a preguntas distintas. La historia del barro y del aliento de Dios no nos cuenta cómo se origina el hombre. Nos relata que es Dios su origen más íntimo, nos muestra el proyecto que hay detrás de cada hombre
[13].

3. Rebelión
Si aceptamos que Dios es en última instancia Creador que da a las cosas el ser y la existencia de la nada, que no transforma sino que crea de la nada, tenemos que ser consecuentes con esta idea. La primera consecuencia, muy elemental, es que Dios es el Dios Todopoderoso. No es un superhombre o un ser excepcional sino que está por encima de estas clasificaciones, está por encima de las medidas humanas.
Lo que dice Dios es Palabra de Dios, no es palabra de cualquiera que podamos aceptar o no, que sometamos a nuestro veredicto y califiquemos como quien opina sobre la última novela que ha leído «me gusta o no me gusta». Dios manifiesta que al crear el universo y cada una de las especies –al final de cada día– dice que lo creado es bueno. Dios crea el mundo en que vivimos como una manifestación de su bondad y además el mundo le salió bueno, según dijo Él mismo. Si hemos de ser consecuentes, el mundo es bueno.
Además, si Dios es el Todopoderoso no tiene necesidad de nada que le falte o que le complete. Dios no crea para completar algo que le falta porque se encontraba muy solo. Él es el Ser totalmente e infinitamente perfecto. No tiene pues necesidad alguna del mundo. ¡Y, sin embargo, Dios crea!
[14] Todo existe porque Dios lo ha creado y todo existe porque Dios lo ha querido. Esto nos debe inspirar una gran confianza...
Pero Dios también crea al hombre y se complace especialmente en su creación. El hombre no es como las demás cosas creadas, aunque sólo sea porque el hombre tiene conciencia de sí mismo y capacidad de trascender y puede darse cuenta que él mismo no se ha creado. El hombre tiene cabeza y corazón, para pensar y para querer. Ningún ser creado puede pensar o referirse a Dios, salvo el mismo hombre que por su propia capacidad espiritual puede anhelar a Dios. De hecho se podría decir que por medio de la creación del hombre, Dios se hace presente en la Creación, deja de ser ignorado por las criaturas. El hombre tiene una especial predilección de Dios, ha sido llamado especialmente, cada hombre es conocido y amado por Dios, es imagen de Dios
[15].
El hombre puede utilizar su propia libertad, regalada por el Creador, para no reconocerle, para negarle. En el relato de la creación también aparece esta actitud. El hombre quiere negar el hecho de ser una criatura, no quiere reconocer las consecuencias de esto y se convierte en contrario del Creador, en su rival y su amenaza. Es la rebelión de la criatura y es cualquier pecado que no se puede describir como una posibilidad abstracta o teórica, sino como un hecho, como una conducta concreta, como el pecado de alguien
[16].
Ser criatura significa ser limitado, no ser el dueño del Bien y del Mal. Aceptar que lo bueno y la malo lo decide el Otro, el Creador. En esencia, el hombre moderno quiere sustituir el criterio de lo bueno por el de lo perfecto. No quiere aceptar lo que es bueno y lo que es malo porque esto le limita en el arte, en la ciencia, en el progreso. Prefiere referirse a su propia capacidad –que se piensa ilimitada– y calificar las obras en perfectas o imperfectas según estén bien o mal ejecutadas y así para el hombre moderno los libros están bien o mal escritos, pero no importa si son buenos o malos libros.
El Derecho mismo intenta arreglarse sin el concepto de culpa. El legislador prefiere sustituir los conceptos de bien y mal por los de normal y anormal. De aquí se deduce que las proporciones estadísticas también pueden cambiar y hasta invertirse pues si lo anormal puede convertirse en corriente se puede hacer normal lo anormal. Con este retroceso a las categorías cuantitativas se ha perdido la noción de moralidad, todo es bueno y nada es bueno, lo que importa es que sea normal o mayoritario.

4. Adoración
Aunque el hombre lo negara, la realidad –la verdad– es que Dios ha creado el mundo. Y el Creador explica su razón para crear el universo. Es posible que al hombre no le parezca una buena razón, hasta es posible que el hombre no comprenda las razones del Creador. Pero Dios, el Todopoderoso, el que no necesita de nada ni de nadie sólo puede crear por amor y además ama lo creado. Y crea con un orden y unas leyes que incluye en cada criatura a modo de instrucciones de funcionamiento y al llegar al hombre, además, le concede la ley natural escrita en su corazón.
Del relato de la Creación se puede deducir que existe un orden interno en el que se llega hasta la creación del hombre, capaz de reconocer a Dios y amarle libremente. Y siendo esto tan significante vemos que todavía resta un día en el proceso creador. El Creador se guarda el último día de la creación para Sí, para complacerse en todo lo creado y para que todo lo creado se complazca en su Creador. Podemos entonces comprender que la Creación se ha hecho para ser un espacio de adoración. Y este es el mandato de la Creación que no es capaz de escuchar ni de entender el hombre moderno de la actualidad: dar gloria a Dios, creador del Cielo y de la Tierra
[17].
La primera adoración al Creador es el respeto de la Creación. La naturaleza misma se resiste a ser cambiada: cada vez que se intenta no sale una naturaleza nueva y distinta, ni mucho menos mejorada, sino una degradación de la que antes existía. Cuando un hombre usa de las cosas sin referirlas a su Creador se hace a sí mismo daños incalculables
[18].

5. Existe
Lo que sí está claro es que nadie estuvo allí el día de la creación del mundo y nadie vio quién ni cómo se hizo. Me tengo que fiar. Pero puestos a razonar tiene poco sentido que todo tenga su origen en el caos o que sea fruto de una casualidad. Es más razonable que todo tenga un principio y más razonable aún que todo el proceso de la creación tenga una explicación razonable, aunque yo no sepa darla.
Porque la tentación no comienza con la negación más absoluta de Dios y la declaración de un ateísmo total. La tentación comienza con la sospecha de la Alianza del Creador, comienza con la desconfianza en Dios. La tentación comienza cuando el hombre desconfía de las limitaciones de su ser, cuando piensa que no debe aceptar las limitaciones del bien y del mal, las de la moral, que le impone su Creador, sino que debe suprimirlas porque entonces será como dios
[19].
Pero qué es más fácil decirle a un paralítico tus pecados te son perdonados o decirle levántate y anda. Para todas las curaciones milagrosas, como para la creación del mundo es suficiente un Dios Todopoderoso, el Dios clásico que han definido los filósofos. En cambio, para perdonar los pecados es necesario un Dios que además de Omnipotente sea Misericordioso, atributo éste que no se encuentra en la definiciones ilustradas de los dioses
[20].
Dios nos habla por medio de todo lo creado. La creación entera habla de su Creador y tenemos que aprender a leer en la Creación. ¿Quién es el hombre? Es la pregunta que se realiza cada generación, porque el hombre, a diferencia de los demás animales, no nace con la vida trazada hasta el final. Vivir la vida es para cada hombre una tarea, una llamada a ejercer su libertad. Si solamente es la ciega casualidad la que nos ha arrojado al mar de la nada, entonces existen motivos más que suficientes para considerarlo una desgracia. Sólo si sabemos que no somos una casualidad sino que procedemos de la libertad y del amor podemos estar agradecidos y saber, agradeciéndolo, que no es sino un don el ser hombre
[21].


Felipe Pou Ampuero

[1] Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo. www.interrogantes.net
[2] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 27.
[3] Juan Pablo II, El misterio de la creación del hombre: varón y mujer. 2 de enero de 1980.
[4] Benedicto XVI, Homilía de inauguración de su pontificado. Vaticano, 24 de abril de 2005.
[5] Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Librería Editrice Vaticana, Vaticano, 2005, n. 27.
[6] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 71.
[7] Mariano Artigas. Evolucionismo. www.arguments.blogspot.com
[8] Julio de la Vega-Hazas Ramírez, ¿Creación? Por qué sí, www.fluvium.org/textos/vida
[9] Santiago Collado, Debate en torno al “Diseño Inteligente”, www. Arguments.blogspot.com
[10] Mariano Artigas. Evolucionismo. www.arguments.blogspot.com
[11] Cfr. Juan Pablo II. Audiencia General, 5 de marzo de 1986.
[12] Juan Pablo II. Catequesis sobre el Credo, www.interrogantes.net
[13] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 75.
[14] Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo. www.interrogantes.net
[15] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 70.
[16] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 98.

[17] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 51.
[18] Juan Pablo II. Catequesis sobre el Credo, www.interrogantes.net.
[19] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 93.
[20] Cfr. Cabodevilla, José María, La sopa con tenedor, ed. BAC.
[21] Card. Joseph Ratzinger. Creación y pecado. Eunsa, Pamplona, 2005, p. 79.

viernes, octubre 07, 2005

8. El Sentido de la Vida

EL SENTIDO DE LA VIDA
Fecha: 01 de octubre de 2005

TEMAS: Persona, libertad.


RESUMEN: El hombre puede conocer el sentido de su vida. Para ello debe conocerse tal como es. El hombre es imagen y semejanza de Dios y esta relación originaria es la única capaz de definir la realidad del hombre. Sólo el amor dignifica al hombre y lo realiza plenamente. Sólo un compromiso de amor definitivo da sentido a la vida.

SUMARIO: 1. El sentido de la vida: un compromiso.- 2. El cuerpo.- 3. El espíritu.- 4. Un compromiso.

1. El sentido de la vida: un compromiso
Ya desde la antigüedad la búsqueda de la verdad se expresaba en la frase del oráculo de Delfos: «¡Conócete a ti mismo!»
[1]. El hombre que pierde el interés en conocer el sentido de su propia existencia soporta una gran desgracia: deja de conocer la verdad de sí mismo y se encuentra perdido en la tarea de construir su vida.
Ante todo, deja de reconocerse como persona, esto es, dotado de una naturaleza racional que le permite conocer la verdad y entablar relaciones personales con los demás, capaz de enriquecerse. La razón última de esto es la existencia de un planteamiento dualista que separa como mundos distintos el mundo del cuerpo –que es la materia– y el mundo del espíritu –que es la libertad–
[2]. En efecto, cuerpo y alma son inseparables: están o se pierden juntos[3].

2. El cuerpo
El primer mundo, el de la materia, entiende que el cuerpo no forma parte de la persona, sino que es un material bruto no sometido al mundo del espíritu, sino dominado sólo por las leyes de la biología, de la física y de la sicología. En tal caso, el cuerpo queda a merced de los instintos y de las pasiones y sólo es válido lo que apetece, lo que gusta en cada momento. Este mundo material tiene como aspiración la abundancia económica, las emociones, el prestigio y el poder sobre los demás lo cual se consigue plenamente si se tiene la necesaria independencia que resulta del hecho de no estar comprometido con nada ni con nadie.
Para este mundo, el hombre se valora sólo por lo que puede hacer o conseguir en función de su productividad en el trabajo. Un trabajo que llega a ahogar cualquier otra exigencia de la persona al no dejar cabida a la realización personal en la propia familia o en la amistad. Se acaba sacrificando todo a un sistema de producción competitivo, impersonal y tiránico donde sólo tiene sentido el éxito final. Se acaba cumpliendo en la propia vida el principio que justifica los medios empleados por el fin perseguido y no siempre alcanzado, es decir, por el éxito social.
Esta concepción de la vida tiene como resultado el escaso tiempo para la convivencia familiar que hace que se debiliten las relaciones personales. Las cuestiones de fondo no se dialogan porque no se les dedica el tiempo necesario y se convierte la convivencia familiar en una simple coexistencia pacífica que no dé problemas o, por lo menos, que los disimule.
Pero el precio que exige la independencia es la soledad y la búsqueda del éxito no siempre conseguido genera frustración. La combinación de la soledad y la frustración llevan a la tristeza.

3. El espíritu
El segundo mundo, el de la libertad separada de la materia entiende la libertad como la ausencia de limitaciones. Una libertad sin condiciones. La libertad queda reducida a una simple elección de cosas y opciones según el gusto o las apetencias personales, al margen o sin tener en cuenta la verdad del mismo hombre, como si el hombre pudiera hacerse a sí mismo de cualquier manera, prescindiendo de las leyes de la naturaleza. Si cada hombre puede hacer lo que quiera y si todos los hombres pueden hacer lo que quieran habrá que concluir que la libertad así entendida sólo puede tener como límite las libertades de los demás hombres. Todo es posible con tal de no violentar la libertad de los demás. Se termina justificando los propios actos siempre que no violenten a los otros, sin que nos importe que sean buenos o malos en sí mismos o en referencia a un fin superior.
El hombre se construye un mundo personal irreal, de fantasía, porque no se ve a sí mismo como realmente es –un cuerpo animado por un espíritu, una libertad encarnada en una materia–, sino de una manera fragmentada en dos mundos independientes que se ignoran entre sí. La libertad que no tiene otro fin más que la elección de cosas no es una libertad para algo, sino que se convierte en una libertad de elección. Y esta libertad de elección no estará al servicio de la persona sino que, más bien, utilizará a la persona llevándola y trayéndola de un lado para otro como una marioneta. Convierte a la persona en un ser incapaz de amar, donde las relaciones conyugales y familiares y hasta la amistad serían una pesada carga que quita libertad, causa de sufrimiento e infelicidad.
Esta libertad sin sentido ha conducido a la llamada libertad sexual que ha traído consigo tres rupturas en la construcción de la persona:
a) La primera ruptura es la que separa la sexualidad del matrimonio dando lugar al llamado amor libre, sin compromiso.
b) La segunda ruptura es la que separa la sexualidad de la procreación. El sexo es para disfrutar y no para procrear. La misma procreación separada de la sexualidad queda en manos de la propia elección y así se llega a la procreación sin sexualidad e incluso a reclamarla como un derecho de la persona a tener un hijo por el medio que sea y por la sola causa de desearlo vivamente.
c) La última ruptura es la separación de la sexualidad y el amor. El amor aparece como algo ajeno a la sexualidad que puede aparecer o no, de manera que sería necesario probarse sexualmente antes de saber si se puede amar de verdad a otra persona. En todo caso, no cabría un amor sin condiciones.
Pero esta libertad sexual todavía pervive en la sociedad por medio de dos realidades: a) los nuevos derechos de la libertad sexual –anticoncepción, modelo de familia, aborto, elección de la propia sexualidad–, b) la ideología del género, en el intento de presentar el género sexual como un producto cultural, que supone concebir la sexualidad de la persona como algo ajeno a su propia identidad.

4. Un compromiso
Pero este planteamiento dualista –el del cuerpo y el del espíritu– deja la vida del hombre vacía de sentido, sin ganas de vivir. Porque sólo un amor que compromete la vida definitivamente da sentido a la vida para merecer la pena vivirla.
La causa de esto es que el hombre ha suprimido a Dios del horizonte de su existencia y no reconoce nada superior a sí mismo, ni ninguna limitación o condición que no venga determinada por sí mismo. Se ha vuelto a repetir el seréis como dioses en un intento del hombre de crearse a sí mismo. Pero Cristo conoce lo que hay en el corazón del hombre porque Él es quien lo ha creado, revela la auténtica verdad sobre qué es el hombre, es decir, un ser creado a imagen y semejanza de Dios.
Resulta, entonces, que al hombre hay que conocerlo desde el punto de vista de quien lo ha hecho: desde la fe revelada por Cristo que trae de nuevo el plan de Dios sobre el hombre, aquello para lo que fue creado a su imagen y semejanza. Nos remite al momento mismo de la creación del hombre para decirnos la verdad sobre el hombre, por encima de los convenios, acuerdos u opiniones sociales. El hombre es lo que Dios ha creado y como Dios lo ha creado. El hombre no es lo que él mismo se piensa que es.
La medida última del hombre no es el cosmos inmenso, ni la sociedad en la que se encuentra, ni la tecnología que le acompaña, ni los avances de las ciencias. El hombre es imagen y semejanza de Dios y esta relación originaria es la única capaz de definir al hombre como lo que realmente es.
Y ¿cómo creó Dios al hombre? Es la fe quien nos lo revela. El hombre ha sido creado con cuerpo y alma, con materia y libertad. Pero no como dos mundos separados y divididos, sino, al contrario, como un solo mundo «el hombre es, de hecho, alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo que es vivificado por un espíritu inmortal»
[4]. Es la dignidad humana.
El hombre no debería ser otra cosa que lo que realmente es: un cuerpo con espíritu que da gloria al Creador. La unión del cuerpo y el espíritu es lo que forma la persona, no sólo el uno o sólo el otro. La persona no es un animal, porque tiene razón. Pero tampoco es un ángel, porque tiene cuerpo. El hombre tiene las limitaciones propias de la materia: el tiempo, el espacio, el ambiente, los instintos, las apetencias, las pasiones buenas y las pasiones malas, etc. Y este cuerpo conforma el espíritu del hombre.
El hombre es un cuerpo de hombre y un espíritu de hombre con semejanzas a los animales y con semejanzas a los espíritus, pero sin confundirse ni con unos ni con otros. La dignidad del hombre tiene su causa en la imagen y semejanza con Dios que vio que era bueno, que lo amó. Y el hombre es capaz de amar a imagen de su Creador. Sólo el amor dignifica al hombre y lo realiza plenamente. Ni la abundancia económica, ni el prestigio profesional o el éxito o los triunfos dignifican al hombre, todo eso no le hace digno.
La independencia, la ausencia de compromisos, el no tener complicaciones no hace digno al hombre, sino que lo conduce a la soledad y a la violencia antisocial. El hombre sólo es digno si es capaz de amar y de amar a su Creador y por Él a todos los demás hombres. En una sociedad cuyos ídolos son el placer, las comodidades y la independencia, el gran peligro está en el hecho de que los hombres cierren el corazón y se vuelvan egoístas
[5].
Así la libertad tiene un sentido y un fin: el amor. Se revela que la libertad no es para elegir cosas sino para amar. Y que el amor es un compromiso que se quiere, que se elige y que se cumple. La verdad sobre el hombre no es un convenio o acuerdo entre distintas opciones, sino una convicción, un verdadero compromiso con su imagen y semejanza.
La leyes biológicas o físicas no son las únicas que definen al hombre. Sobre todo son las leyes morales las que definen al hombre, le muestran el camino de su verdadera imagen.


Felipe Pou Ampuero

[1] Cfr. Juan Pablo II, Fe y Razón, , n. 1.
[2] Conferencia Episcopal Española LXXVI Asamblea Plenaria. Instrucción pastoral: La familia santuario de la vida y esperanza de la sociedad. Ed. Palabra, Madrid, 2001, nn. 23 y ss.
[3] Juan Pablo II, Veritatis Splendor, n. 49.
[4] Benedicto XVI, Discurso inaugural del Congreso Eclesial de la Diócesis de Roma sobre “Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe”. 6 de junio de 2005.
[5] Cfr. Juan Pablo II, Homilía en el Capitol Mall (Washington), 7 de octubre de 1979.

domingo, julio 10, 2005

7. Libertad



LIBERTAD
Fecha: 3 de julio de 2005

TEMAS: Libertad, Verdad, Razón.

RESUMEN: La libertad es propia de los hombres, los animales no tienen libertad. Si es humana tiene que ser racional, inteligente y voluntaria. La libertad no es un impulso de los sentimientos, sino un acto de la voluntad que busca el bien para el hombre. El bien se descubre cumpliendo los mandatos de Dios que es la fuente de todo bien. Por tanto, el hombre es libre cuando cumple la voluntad de Dios.

SUMARIO: 1. Qué es la libertad.- 2. Elegir es un compromiso.- 3. ¿Libertad sin compromiso?.- 4. La tarea.- 5. Descubrir la verdad.


1. Qué es la libertad
Se suele decir que Dios perdona siempre, los hombres perdonan algunas veces, pero la Naturaleza no perdona nunca. La naturaleza es real, existe, es verdadera y contra ella no caben opiniones ni gustos. Es como es o, mejor dicho, somos como somos, nos guste o no.
En el mundo moderno se ha identificado la libertad con la mera ausencia de impedimentos exteriores, como si fuera algo así como que uno pudiera hacer lo que quisiera siempre y en cualquier momento sin estar comprometido con nada ni con nadie
[1]. Este planteamiento, además de falso es muy empobrecedor. Es falso porque todos estamos condicionados por nuestras circunstancias. Pero además es muy pobre ser tan negativo. La libertad no está para no hacer, para no comprometerse, para no obligarse. La libertad se tiene para un montón de síes.
Plantear la libertad como una ausencia de compromisos equivale a suponer que mi libertad está delimitada o definida por las libertades de los demás que también se suponen como exentas de compromisos. Si yo soy libre para hacer lo que quiera y los demás son libres para hacer lo que ellos quieran nos tendremos que poner de acuerdo para no estorbarnos en nuestra libertad unos a otros. O nos limitamos recíprocamente nuestras libertades o el más fuerte será el libre y los demás nos aguantamos. Pero entonces la libertad ya no es humana, no es mía, será permitida por el fuerte, concedida por el estado. Sin embargo, yo he nacido libre, la libertad es innata, no quiero que me concedan la libertad, sino que me la reconozcan.
La libertad antes que nada es para el hombre y no al revés, el hombre no está al servicio de la libertad. Si mi libertad está a mi servicio puedo hacer con ella lo que quiera. ¿Qué voy a querer mejor que mi propio bien? Sí, la libertad está para mi bien. Desde luego si mi libertad está para mi mal no la quiero. Si no es para hacerme feliz prescindiré de mi libertad, como se prescinde de las enfermedades, de los desastres y los males.
¿Pero dónde está el bien? Porque si me equivoco al elegir el bien y elijo el mal, pues acabo en el mal. Soy libre para elegir, para elegir el bien que me hace mejor y más feliz. Pero tengo que saber elegir el bien. El bien existe. Los principios éticos son universales e inmutables, al igual que la naturaleza humana. El bien es real y no necesita de ningún apoyo religioso para fundamentarlo. Es de sentido común. Solo que el bien no se toca con las manos, ni se huele, ni hace ruido, ni se ve. Que el bien no sea perceptible por los sentidos no quiere decir que no exista.
No solamente existe lo que conocen mis sentidos y lo que yo mismo puedo comprobar. Si la realidad no fuera como ella misma es, sino como yo la pienso, si no existen verdades objetivas, si todas las opiniones son igualmente válidas por se personales y ninguna es verdadera, la convivencia se basaría en la fuerza de imponer una opinión a otra
[2].
Lo contrario a lo subjetivo y a la opinión personal no es el fundamentalismo, sino el realismo, la realidad objetiva, las cosas en su ser mismo, tal como son ellas mismas, aunque yo no sea capaz de conocerlas por mis limitaciones o por mi ignorancia. Luego la verdad existe aunque yo no la conozca, o aunque no sea capaz de descubrirla. Y la libertad interesa realmente porque existe algo más allá de la libertad misma, existe el bien del hombre al que puede llegar en el uso de su libertad eligiendo lo que le acerca al bien y rechazando lo que le aleja del bien.
El bien existe. La cuestión no está en la existencia o inexistencia del bien, sino en la capacidad de conocerlo. Algunos piensan que el hombre sólo es capaz de conocer por medio de sus sentidos. Como si sólo se pudiera certificar que la verdad es aquello que comprueban mis sentidos. Como si dijeran «sólo existe lo que toco», o «sólo es verdad lo que puedo ver». Como enseña Spaemann el dolor de muelas del prójimo no es algo empírico para mí, no lo compruebo con mis sentidos, a mí no me duele nada. Sin embargo, por medio de un proceso racional sí soy capaz de aceptar como verdad que a mi prójimo le duele porque la razón me dice que es verdad esa realidad que yo no siento
[3].
La cuestión es conocer el bien, mejor dicho, descubrirlo, como se descubre un tesoro escondido que cambia la vida del que lo encuentra. Porque los hombres siempre buscamos el bien. Todos, instintivamente, usamos nuestra libertad para buscar nuestro bien, nos queremos hacer el bien, conseguir la felicidad, ser mejores. Nadie usa su libertad en su propio perjuicio. Incluso los que eligen un mal lo hacen por la parte de bien que consideran que existe en esa elección.

2. Elegir es un compromiso
Los animales no son realmente libres. Actúan conforme a las reglas impuestas por la naturaleza. Toca comer, toca dormir, toca jugar. Los hombres son libres porque tienen razón. La libertad es racional, es un acto de la voluntad, «libertad es hacer lo que yo quiero». Y tengo la libertad para alcanzar el bien. Pero para obrar bien no basta con conocer la verdad, ni simplemente con desear ser bueno. Se requiere algo más que podríamos llamar el arte de poner en práctica lo bueno, convertir la verdad en norma de conducta. Eso es la prudencia, saber elegir el bien.
Para acertar en la elección del bien están las normas éticas. Pero la ética no es simplemente un deber, al estilo de los imperativos de Kant: tengo que ser bueno porque tengo el deber de ser bueno. No puedo ser malo porque es necesario ser bueno. Pero no, la ética no es un imperativo. Las ideas puras están bien para las matemáticas, donde dos más dos son siempre cuatro. Pero la vida es humana y dos más dos no siempre son cuatro. Los principios éticos ayudan, pero la ética no es una armadura
[4].
La ética no es un conjunto de normas o un recetario de buenas acciones. Como si la libertad se redujera a ir cumpliendo a lo largo del día una sucesión de acciones programadas para ser bueno. La ética es humana y como tal, antes que nada, es amor. Es vida real, compuesta de actos humanos –voluntarios y libres– que desde su imperfección llevan el amor y el don de uno mismo a los demás. Lo importante no es tener un recetario de buenas acciones, sino ser bueno, como lo importante no es tener un buen libro de cocina, sino cocinar bien.
Pero la gente no nace buena o mala, eso es el resultado de muchas cosas sobre las que decide la libertad personal de cada uno que elige hacer unas cosas y elige también no hacer otras cosas. Porque la «buena vida» se alcanza con la «vida buena», eligiendo el bien. Elegir el bien supone algunas veces elegir lo que no apetece a los sentidos: a la vista, al estómago, al sentimiento, al tacto, etc.
Y elegir es voluntad, es un acto voluntario que consiste en preferir algo y en renunciar a otro algo. Elegir es determinar, y para elegir se necesita la ayuda de una voluntad firme, atemperada en la lucha y en el esfuerzo
[5]. Pero hay que elegir bien, porque elegir mal es equivocarse. Si se elige bien se mantendrá la elección. No es lógico elegir bien para a renglón seguido elegir otra cosa que, por lógica ya no será el bien porque el bien ya lo habíamos elegido. Luego si se elige el bien se debe mantener la elección. Comprometerse con el bien elegido.
Libertad es elegir, la buena elección es elegir el bien, si se elige el bien se debe mantener la elección, si se mantiene la elección nos comprometemos. Luego libertad no es picotear en todas las flores, sino que libertad es compromiso, soy libre para comprometerme.
Y es en el compromiso donde mi libertad tiene un sentido, porque tiene un para qué, una finalidad. Soy libre para elegir y mantener la elección que he hecho contra todas las adversidades de tiempo, lugar, fortuna, dificultades, asperezas, incomprensiones... Y sigo siendo libre para mantener esa elección. Porque si no pudiera seguir eligiendo lo que quiero en cada momento significaría que he dejado de ser libre. Y aquí es donde se mide la grandeza de la libertad, por la categoría de la realidad a la que apunta. Si todo lo que puedo elegir es whisky o ginebra mi libertad no pasa de ser un capricho, una trivialidad.
Aquí está la dureza de nuestra libertad, en mantener la elección. Porque a todo nos acostumbramos y el acostumbramiento nos lleva a querer cambiar. Esto es una consecuencia de dar más prioridad a los sentimientos que a la voluntad. Pero el querer no es un acto de los sentidos, sino de la voluntad
[6].



3. ¿Libertad sin compromiso?
Para otras personas la libertad significa la ausencia de vínculos. No estar comprometido con nada ni con nadie para poder hacer en cada momento lo que cada uno quiera, sin estar atado por las propias promesas o decisiones anteriores. Sostienen que para poder seguir siendo libres no pueden atarse a nada, porque perderían su libertad.
Esta mentalidad entiende que libertad y compromiso son términos opuestos e incluso contradictorios. La libertad –dicen– sólo queda a salvo si no se compromete. Libertad es entonces libertad de elección y nada más. Pero entonces surge la pregunta ¿libertad de elección para qué? ¿para estar eternamente eligiendo sin parar? Y después de la libertad qué pasa.
Entienden que la libertad es un valor absoluto que no se puede limitar por ningún compromiso. Eso es tanto como admitir que todo lo que puedo elegir es bueno solo por el hecho de que lo he elegido libremente. Si la libertad es un bien, todo lo que haga libremente es bueno. Los demás deben limitarse a respetar mis decisiones no porque sean buenas o malas en sí mismas, no porque me hagan bien o mal, sino porque son libres y son las mías. Entonces respetar la libertad ajena consiste en no inmiscuirse en las decisiones del otro, aunque tales decisiones sean demenciales o brutalmente erróneas.
Sólo habrá una limitación: no hacer daño a los demás. Pero ¿qué daño? ¿sólo el físico o también el moral? De momento el físico, porque definir el daño moral supondría aceptar una definición del mal y también del bien que valga para todos. O sea, que para esta mentalidad la libertad es la facultad de poder elegir lo que cada uno quiera siempre y en cada momento con la única limitación de no hacer daño físico a los demás. Luego la libertad la limitan los demás.
Pero además, la libertad nunca es absoluta. Vivir no es sólo presente, sino también pasado y futuro. Cada uno de nosotros somos una vida, no un momento, y tenemos unas circunstancias, un tiempo, unas condiciones, unas capacidades, unas limitaciones. Yo no puedo decidir siempre todo lo que quiera, sencillamente porque muchas cosas son imposibles para mí, por ejemplo, haber nacido hace cuatrocientos años
[7]. Y es bueno, además de necesario, que acepte mis limitaciones y sepa vivir con ellas.
Entender la libertad al estilo del nihilismo light actual, significa sólo multiplicación de posibilidades de opción, pero no dejar emerger ninguna opción por la que valga la pena renunciar a todas las demás
[8]. Esto es una libertad vacía. Al final del camino nos está esperando la pregunta: ¿libertad para qué? ¿Libertad para no comprometerse? Es un absurdo. La libertad no es una veleidad, no es un juego infantil. Es la capacidad de construir mi propia vida y de construirla bien, de llegar hasta la felicidad. Porque soy libre puedo ser feliz o quedarme simplemente en pasar la vida. Libertad es elegir, pero hecha la elección la libertad se concreta en la perseverancia por amor en la decisión original. Esta libertad mantenida y acrecentada por los años es la verdadera fidelidad. Es el necesario incremento del amor, de un amor que se superpone a sí mismo a través de los años, para suplir el desgaste del paso del tiempo. Es la puesta al día de la primera elección a través de todas las peripecias existenciales[9].

4. La tarea
Para ejercer bien la libertad la tarea consiste es descubrir el bien, quererlo y mantener la elección hecha. Esto exige un esfuerzo personal. Para cambiar las situaciones tienen que cambiar las personas. Pero es que estamos siempre haciéndonos. La vida es un continuo hacerse. Esto supone aceptar tres puntos
[10]: 1) que la vida no es sólo movimiento, sino que tiene que tener consistencia, estar llena de contenido, de algo; 2) que vamos hacia algún sitio, tener una referencia, un norte; y 3) que nuestra vida es una, tiene un sentido de unidad interior a través de las circunstancias por las que pasamos, es nuestra vida.
Es necesario adquirir madurez personal para poder contar con las armas necesarias para querer el bien y comprometerse con el bien. De lo contrario no seremos capaces de mantener el rumbo. Sí haremos una elección, pero no tendremos fuerzas para soportarla. Una cualidad necesaria para la madurez es el dominio de uno mismo, de los sentimientos, de los afectos, deseos, etc. Dominar no quiere decir anular. Dominar quiere decir someter a la razón, someter a nuestra libertad para no ser esclavos de nuestros afectos, deseos, etc.
Porque cada vez se observa a más gente que no sabe a dónde va, que vive trasegando tópicos, sin una dirección definida, sin objetivos que merezcan la pena y llevados por los vientos que soplan hoy aquí y mañana allí
[11]. No hacerse cargo de la personal responsabilidad, transferirla a otros o quitarse de en medio cuando parece que las cosas empiezan a ir mal, equivale a olvidarse de la propia libertad que nos hizo elegir en su día. Por el contrario, mantenerse en la dificultad, aceptar los propios fallos, esforzarse por superar las dificultades que siempre existen es reafirmar la propia libertad y adquirir madurez y conciencia real de la vida y de las cosas.


5. Descubrir la verdad
La libertad tiene un sentido. Es un regalo del Creador para hacer el bien. También sirve para hacer el mal. Ésta es la grandeza de nuestra libertad. Podemos no entender a Dios. Por qué nos hizo libres. Qué cómodo sería no tener libertad. Es el amor infinito que Dios nos tiene que quiere que le queramos libremente y se arriesga a que le neguemos. La libertad supone escoger la vida
[12]. Jesús decía a los judíos que habían creído en Él: si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Jn, 8,32).
El fin de la libertad no es otro que escoger la Palabra de Dios, cumplir sus mandamientos y basta. Los mandatos del Señor muestran el camino hacia el bien, descubren la verdad. Dios es real, existe verdaderamente. Él es el dueño efectivo del Bien y del Mal. Sólo en Dios tiene sentido nuestra libertad.
Felipe Pou Ampuero

[1] Yepes Stork, Ricardo, El sentido de la libertad. www.arguments.blogspot.com
[2] Termes, Rafael, Libertad y verdad, ABC, 18 de septiembre de 1995.
[3] Spaemann, Robert, Dios, la libertad, la realidad. www.fluvium.org/textos/etica.
[4] Torres Dulce, Miguel-Ángel, Vivir, comentarios sobre lo ético, Mundo Cristiano, julio 2002, p. 63.
[5] Cardona Romeu, Victoria, Educación de la voluntad, www.ForumLibertas.com
[6] Contreras Luzón, José-María, Pequeños secretos de la vida en común, Planeta testimonio, Barcelona, 2000, 3ª ed. p. 79.
[7] Yepes Stork, Ricardo, El sentido de la libertad, op. Cit.
[8] Llano Cifuentes, Alejandro, La vida lograda, Ediciones Ariel, Barcelona. 2002.
[9] Llano Cifuentes, op. Cit.
[10] Rojas, Enrique, La personalidad sana, ABC, 26 de marzo de 1989.
[11] Rojas, op. Cit.
[12] San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 24.

martes, junio 07, 2005

6. La moda



LA MODA
Fecha: 4 de junio de 2005

TEMAS: Moda, Belleza.

RESUMEN: La moda es una forma de presentarse en sociedad. Manifiesta un modelo de persona. La moda actual no respeta la intimidad personal. El reto personal ante la moda es ser uno mismo. Resistir a la tentación de la mediocridad.

SUMARIO: 1. Comunicando.- 2. El negocio de la moda.- 3. Un modelo de persona.- 4. El vestido.- 5. La sensualidad.- 6. El reto personal.

1. Comunicando
El hombre sólo se conoce a sí mismo plenamente en el diálogo y en su apertura a la comunión interpersonal
[1]. El hombre es un ser social por naturaleza. Lo raro es ser un solitario. Vivimos con los demás y vivir en sociedad es algo natural para el hombre. El hecho de ver a los demás y el hecho de ser visto por los demás es algo muy humano.
En este ser social podemos entender la moda y el vestido como el acto por el cual la persona al arreglarse se anticipa y celebra el encuentro personal con los demás y se dispone a asistir a esas vidas que se enlazan con la suya. Es un acto de presencia personal
[2].
La moda es, ante todo, una manifestación social, una forma de presentarse en sociedad
[3]. Nos vestimos como queremos que nos vean las personas con las que vivimos o nos relacionamos. El vestido es, sobre todo, una representación social de uno mismo ante los demás. Pretendemos darnos a conocer a los demás por la forma en que primeramente nos ven. Así me ven, así soy.
Por esto, detrás de la moda hay una persona que quiere aparecer ante los demás y comunicar un mensaje: «así soy yo». En un primer vistazo conscientemente estamos queriendo decir y, de hecho, decimos: éste o ésta soy yo, pienso todo esto, vivo de esta manera, soy tradicional o moderno, frívolo o razonable, apasionado o sereno, me importa mucho lo que veas en mí o más bien poco. También digo con el vestido si me importas mucho tú o no me importas nada, si te quiero gustar o no. La moda no es una simple apariencia, sino que siempre es la exteriorización de nosotros mismos
[4].
Si no es así, si el vestido no representa lo que yo soy entonces resulta que estoy jugando con los mensajes. No digo lo que pienso, ni muestro lo que soy. Entonces me parezco a los que desfilan en carnavales vestidos de lo que no son, ocultándose detrás de un vestido que, por eso, toma el nombre de disfraz. Claro, que en carnavales todos jugamos a eso, a no ser lo que uno es. Pero cuando los carnavales se han terminado el disfraz envía un mensaje a los demás de engaño, de doblez, de falta de autenticidad o, quizá, de cobardía.

2. El negocio de la moda
Pero la moda también es un negocio que vende ropa y produce beneficios. Si vende mucha ropa produce muchos beneficios. Si vende poca ropa... se arruina. Es bueno recordar que si no se vende ropa alguien se arruina, de manera que el interés económico que tiene la moda motiva, en gran parte, los cambios de tendencia que cada año se producen en la forma de vestir. Existe una necesidad económica de vender ropa y de hacer comprar cada año una moda nueva que haga inútil la que se compró el año anterior de manera que uno cualquiera de nosotros pueda decir «no tengo nada que ponerme».
No es casual que cada año se impongan unas nuevas tendencias en la forma de vestir, en los colores, en los accesorios, en lo largo o en lo corto, en la ropa de mañana o en la de tarde. No es casual, es realmente necesario que así sea para que todo un mundo de trabajadores, fábricas, productores, transportistas, distribuidores, vendedores, diseñadores, ejecutivos y, sobre todo, empresarios puedan seguir obteniendo sus rendimientos económicos a costa de los cambios de las nuevas tendencias.

3. Un modelo de persona
El vestido no es la misma persona, es un accidente, una circunstancia de la persona, pero como dice Fernando Inciarte, cuando se habla de las circunstancias de las personas lo que está en juego no son las circunstancias, sino la persona misma que padece las circunstancias
[5].
Por encima de lo que la moda significa para cada uno y lo que representa para la economía, la moda refleja e impone unos determinados modelos de persona. Porque el vestido es un acto social. Nos vestimos para gustar a los demás, para gustarnos a nosotros mismos, para sentirnos integrados en un determinado ambiente, con unos amigos, con unos compañeros de trabajo, en la sociedad que vivimos.
Y al hacer referencia al modelo de persona ya no se trata solamente de un vestido o de un color. No se trata de una largura o de una cortura. Se trata, ni más ni menos, que de ti y de mí, de la persona. Entonces resulta que cuando la moda trata de un modelo de persona se refiere a lo esencial de la persona, no a lo exterior que la cubre y viste, sino a su esencia, a su manera de ser, a su intimidad.

4. El vestido
Se dice que los fines del vestido son tres: a) protegernos del frío y del calor, según la estación y el lugar donde se viva; b) permitir ser vistos de manera agradable por los demás, gustar y ser gustados; y c) guardar la intimidad, la propia persona.
Claro que la importancia que cada uno de a su intimidad está en función de su propia sensibilidad y de la conciencia de sí mismo que tenga. Una persona que no se considere valiosa no tendrá reparo en mostrar su intimidad a los demás. Hoy podemos constatar que este tipo de personas abundan, incluso que la sociedad actual no respeta a las personas en cuanto tales.
La moda actual no tiene reparo en no respetar la intimidad y el pudor de la persona con tal de resultar agradable a la vista y a los sentidos, es decir, con tal de gustar a los demás. Hay que gustar a cualquier precio, porque lo importante no es «ser uno mismo», sino «tener éxito» entre los demás. Y como la moda es un fenómeno de masas –se trata de vender mucho y a muchos, no nos olvidemos– se produce el acostumbramiento. Lo que en un principio resultaba chocante y grosero cuando es repetido por muchas personas y hasta por los líderes sociales empieza a ser visto como normal, pero no por propia convicción, sino por adormecimiento de la propia sensibilidad.

5. La sensualidad
Pero si se trata de gustar y de ser agradable ¿qué es realmente lo bello? De siempre ha existido una asociación natural entre bondad y belleza, porque lo bello es agradable y el bien es atractivo. Por eso Santo Tomás habla de la belleza como «esplendor de la forma»
[6]. Pero tenemos la tendencia a caer en la trampa de buscar la belleza en los patrones de la moda de cada año. ¿Qué belleza es esa? La verdadera belleza de la persona está en su corazón y desde ahí resplandece a toda la persona.
No es una frase cursi, con perdón. Todos somos capaces de ver en los ojos de cualquier persona su belleza, su hombría de bien, su capacidad de amar, su desinterés, su calidad humana...
La aceptación social del sacrificio de la propia intimidad dice mucho del concepto de persona que cada uno tiene. Entienden que su cuerpo es un instrumento que sirve para gustar a los demás. El propio cuerpo es concebido como una cosa, no como parte integrante de la persona.
Y se llega a esto porque se vive de los sentidos. Y se concibe como bueno lo que resulta agradable a los sentidos, lo que gusta a la vista, al tacto... y se concibe como malo lo contrario, lo que resulta ingrato a los sentidos. Se confunde el bien con el placer, lo bueno con lo apetecible. Sin embargo, el bien es lo que nos hace mejores personas. Unas veces el bien será apetecible y placentero y otras será costoso y esforzado, pero siempre será el bien. El bien es como la medicina que nos cura: unas veces dulce y otras amarga pero siempre saludable. Por el contrario, el veneno nos mata siempre, aunque tenga un dulce sabor.

6. El reto personal
La moda sí que identifica a la persona con una determinada sociedad y cultura, con un estilo de vida, con una determinada forma de ser. Y esta identidad que la moda lleva consigo no es pura apariencia, sino que afecta a la esencia misma de la persona. Un vestido remite necesariamente al hombre o la mujer que lo lleva o puede llevarlo
[7].
La moda es un lenguaje personal que habla de la propia persona a otras personas con las que se relaciona. Y sí, la moda expresa la persona que viste y calza. El vestido habla de la profesión, de la edad, las aficiones, las creencias, las prioridades, los intereses, los gustos, la tradición, la cultura, el respeto. El vestido habla de la escala de valores de la persona, de sus preferencias: «dime cómo vistes y te diré en qué crees». Claro que nadie se sitúa frente a su armario y se cuestiona su concepción antropológica de la existencia cotidiana en su aspecto relacional. Claro que no. Pero al elegir este o aquel pantalón o esta o aquella falda, claro que estoy eligiendo quién voy a ser hoy: una chica normal o una chica desinhibida.
¿Qué cuál es el reto personal de la moda? Que cada uno debe buscar la belleza personal, que la tenemos, pero sin permitir que otros nos impongan sus ideas y concepciones sobre la persona y sobre nosotros mismos. El reto personal es ser uno mismo. Casi nada. La belleza personal consiste en saber adecuar la forma de vestir, buscando el atractivo personal, sin traicionar la coherencia y las propias convicciones. Porque la elegancia es ante todo armonía, pero armonía no sólo de colores y estilos, sino de la persona, de la esencia personal con la presencia social, de lo que soy con lo que me visto. Soy elegante y armonioso cuando me presento tal como soy y visto de lo que soy y soy lo que aparento ser.
Las claves del buen gusto
[8] son:
1. Conocimiento propio: la moda es personal y hay prendas que no todo el mundo puede llevar. Hay que conocerse para saber qué tipo de ropa nos queda mejor y nos favorece y cuál no.
2. Guerra al disfraz: una cosa es vestirse y otra disfrazarse. El buen gusto requiere que la persona se vista para agradar a los demás, pero sin llamar la atención, ni aparentar lo que no se es ni se piensa.
3. Un vestido para cada ocasión: hay que saber vestirse apropiadamente, no es lo mismo la pista de tenis, que la oficina, o el supermercado, o un oficio religioso.
4. Yo soy mi propio diseñador: no hay que seguir al pie de la letra las tendencias de la moda, sino adaptarlas a cada uno.
«¡Queridos jóvenes! No os maraville todo esto: el misterio de la Cruz educa en un modo de ser y de obrar que no se ajusta al espíritu de este mundo. Por esto el Apóstol nos pone bien en guardia: "Y no os amoldéis a este mundo, sino, por el contrario, transformaos con una renovación de la mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, agradable y perfecto" (Rm 12, 2). Resistid, queridos jóvenes del UNIV, a la tentación de la mediocridad y del conformismo»
[9].
Felipe Pou Ampuero

[1] Prieto González, Pablo, Aspecto y presencia personal. Nuestro Tiempo, diciembre 2004, p. 96.
[2] Prieto González, Pablo, op. Cit. p. 98.
[3] Sánchez de la Nieta, Ana-Isabel, ¿Qué nos dicta la moda?, Mundo Cristiano, julio-agosto 2003, nº 505-506, p. 25.
[4] González, Ana-Marta, Pensar la moda, Nuestro Tiempo, diciembre 2003, nº 594.
[5] González, Ana-Marta, op. Cit.
[6] García, Nieves, Una moda que no pasa: la belleza interior. www.mujernueva.org, 19 de junio de 2003.
[7] González, Ana-Marta, op. Cit.
[8] Sánchez de la Nieta, Ana-Isabel, ¿Qué nos dicta la moda?, Mundo Cristiano, julio-agosto 2003, nº 505-506, p. 28.

[9] Juan Pablo II, Resistid a la tentación de la mediocridad. Mensaje a los jóvenes del UNIV, 25 de marzo de 2002.

sábado, mayo 07, 2005

5. Intimidad



INTIMIDAD
Fecha: 5 de mayo de 2005

TEMAS: Intimidad, Pudor, Persona.

RESUMEN: El hombre no es un animal, ante todo es hijo de Dios. El cuerpo es parte de la persona. Para llegar a la madurez la persona necesita ser educada también por la ley moral. La intimidad expresa el valor propio de cada persona. El pudor es la virtud que protege la propia intimidad. La modestia o compostura permite hacer visible la propia dignidad a los demás y a uno mismo.

SUMARIO: 1. A solas.- 2. El cuerpo.- 3. Las costumbres.- 4. Las leyes del pudor.- 5. Algunos consejos prácticos.

1. A solas
El hombre no es igual que el resto de los animales. Está sujeto a las leyes de la naturaleza como el resto de los animales, pero no es un animal más. Ni tan siquiera es el animal más perfecto de todos, es más que el resto de los animales porque es capaz de pensar por sí mismo y, por ser libre, puede no seguir su instinto.
El hombre intuye que merece un respeto especial, distinto del respeto que merecen todos los demás animales que habitan la Tierra. Cuando un hombre está a solas consigo, cuando consigue callar al mundo, descubre que en el fondo de sí mismo, en lo más íntimo se encuentra la imagen de Dios, porque lo creó a su imagen y semejanza.
El hombre es, en primer lugar, persona, hijo de Dios. El hombre es digno antes que útil o productivo, o rentable o bello o apetecible. El hombre es respetable por sí mismo. Este sí mismo de cada persona es lo que significa su intimidad personal, su propia existencia. Cuanto más rica es la personalidad más amplia y profunda es la intimidad de una persona y, por tanto, más profunda y más fuerte es la conciencia de su propio valor y la necesidad de su protección.
Llamamos pudor a esta conciencia personal que quiere proteger la esencia personal de cada uno, nuestra dignidad de personas frente a los demás animales y cosas y frente a las demás personas. Esta conciencia de sí mismo no se limita a lo interior de la persona, entendiendo lo interior como el mundo del espíritu o de los sentimientos. La percepción de uno mismo abarca no sólo el espíritu, sino también el propio cuerpo porque se es consciente que la persona no reside en la mente, sino que el espíritu se une al cuerpo de tal forma que éste adquiere un nuevo modo de ser, tan nuevo, que no cabe hablar de continuidad entre el cuerpo animal y el cuerpo del hombre
[1].
El hombre sabe que su cuerpo no es un trozo de materia orgánica, es su propia persona, mejor, la parte visible y material de su propia persona. Lo que percibimos al mirar en los ojos de una persona es el alma y un complejo de sentimientos, actitudes y deseos que asoman al mundo desde el interior de la persona y que nuestra mirada puede traducir y entender sin palabras.
Podríamos llegar a decir que en ocasiones el cuerpo oculta la persona cuando impide ver la personalidad que reside en él. El pudor, la protección de la intimidad personal, se nos aparece como el acto por el cual la persona se hace presente en su propio cuerpo despojándole de todos los matices animales para presentarlo a los demás como una persona, es decir, digna.
La manera quizá más grave de desposeer a las personas de su dignidad es violar su intimidad, es decir, forzarles a manifestar lo más íntimo de su persona contra su voluntad, es tanto como exponerlas a la vergüenza pública y privarlas de seguir siendo dueñas y señoras de aquello que es solo suyo: lo íntimo
[2].
Porque la belleza humana no es sólo física, sino también moral. Y así como la belleza física cambia y con el tiempo pasa, la belleza moral también puede cambiar pero no está sujeta a las leyes de la materia. La belleza interior de la persona se corresponde con su elegancia que significa distinción de uno mismo. Esto es la compostura, la armonía entre lo que una persona es y lo que una persona manifiesta por medio de su actuación, de sus gestos, de sus maneras, de su cuerpo...
Mantener la compostura exige cuidado, atención, dedicación. Obliga a cuidarse, a ocuparse de uno mismo y de la propia apariencia, porque la apariencia propia es una manifestación de la persona y, por tanto, no es indiferente, es personal y, por ser personal, la propia apariencia también es íntima.

2. El cuerpo
Es esencial recordar que la belleza significa, en primer lugar, armonía y proporción de las partes dentro del todo, sean las partes del cuerpo, del vestido, del lenguaje o de la propia conducta
[3]. Ser elegante hace referencia a un modo de actuar espontáneo y moderado con un gusto y estilo personales, que manifiestan a la propia persona y muestran una armonía poseída desde dentro de ella misma. Por esto mismo, el estilo personal es la expresión exterior de la propia personalidad. Una persona elegante tiene estilo propio y sabe disponer de las cosas con distinción, creando a su alrededor un ámbito cuidadoso y agradable para los demás que, por eso, le reconocen como elegante.
La capacidad humana de adornarse, de cuidarse y de vestirse está al servicio de la representación propia, que hace visible y presente a los sentidos lo que los propios sentidos por sí solos no pueden conocer: el júbilo, la dignidad, la veneración, la gratitud, el recuerdo, la fiesta, el amor, la pena...
¿Y qué ocurre con el cuerpo? Resulta que el cuerpo es parte de la persona. Es parte de su intimidad personal. El pudor corporal se manifiesta entonces como resistencia a la desnudez, como una invitación a buscar a la persona más allá de su propio cuerpo. El acto de pudor es, en el fondo, una petición de reconocimiento, como si quien fuera así mirado o deseado le dijera: «si te fijas sólo en mi cuerpo no podrás ver mi corazón».
Existe un pudor del cuerpo que rechaza los exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad y que inspira una manera de vivir que permite resistir a las tendencias de la moda y a la presión de las ideologías dominantes
[4]. Porque el cuerpo puede y debe llegar a ser una imagen visible de nuestra persona, un signo de nuestro misterio personal. Medio en broma, medio en serio se dice que una persona a los treinta años ya es responsable de su cara... y también de su cuerpo.
La esencia del pudor se encuentra en la personalización del propio cuerpo. El impúdico presenta su propio cuerpo como un simple objeto que llama la atención de manera inmediata y que no manifiesta la persona que encarna. Tanto es así que se puede llegar a pensar que la persona que no cuida su propia intimidad, no tiene una intimidad personal que salvar
[5].
Pero nuestro cuerpo no manifiesta toda nuestra intimidad. La persona entera, cuerpo y alma, es la que manifiesta toda nuestra intimidad. Pero, con todo, la exhibición del cuerpo no es indiferente porque cuando una persona descubre voluntariamente determinadas partes de su cuerpo está perdiendo su intimidad, se está mostrando como una cosa y con ello expresa una grave falta de respeto a su dignidad como persona y a la dignidad de los demás.
A veces, es una cuestión de un centímetro menos. Pero en ese pequeño recorrido se encuentra la diferencia entre ser mirada como una cosa objeto de deseo o como una persona. No es sólo una cuestión de más o menos tela. Con un determinado modo de vestir se asocia un significado de «disponibilidad sexual» que pervierte la mirada
[6].
Si reflexionamos sobre la mirada ante la cual se despierta o se pierde el pudor podemos descubrir que con solo el mirar de un modo o de otro la persona se pierde o se gana como tal persona y se puede convertir en una cosa. «El que mira a una mujer deseándola, ha cometido ya adulterio con ella en su corazón» (Mt. 5,28). Así pues, el cuidado de la intimidad no está solo en el cuerpo, sino que reside en toda la persona –cuerpo y espíritu– y es a la integridad personal donde se debe dedicar la atención necesaria para aprender a cuidar la intimidad personal.

3. Las costumbres
«Las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra. Sin embargo, en todas partes constituye la intuición de una dignidad espiritual propia del hombre. Nace con el despertar de la conciencia personal. Educar en el pudor a los niños y adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona humana»
[7]. Porque comportarse dignamente es algo que se aprende –nadie nace enseñado– y ser digno tiene que ver con algo tan sencillo como que lo indigno es feo y vergonzoso y debe ser ocultado mientras que lo digno que es bello y atrayente.
Forma parte de nuestra intimidad el vestido, las acciones y los gestos, hasta los movimientos corporales. Comer, limpiarse, sentarse, el tono de la conversación, la atención que se presta a los demás... Allí donde se expresa la persona podemos encontrar una manifestación de su dignidad personal, de su intimidad, donde podemos encontrar a la persona por sí misma, sin añadidos extraños a lo personal.
La permisividad de las costumbres es una concepción errónea de la libertad humana. La persona no nace desarrollada, ni física ni moralmente. Para llegar a su madurez necesita ser educada también –además de en otras materias– por la ley moral. Esta educación moral es labor primera y primordial de los padres y luego de los educadores que quieran enseñar a la juventud a respetar la verdad, las cualidades del corazón, la dignidad moral y espiritual de la persona
[8].
Contra la inmutabilidad de la ley moral se podría decir que los usos y las costumbres, la cultura de cada tiempo y lugar cambian dentro de ciertos límites las leyes del pudor. Y es verdad. Pero no lo es menos que siempre existe un límite entre lo decente y lo indecente; y que los usos, las costumbres y la moda, por definición, son cambiantes: «Para convencerse de que resulta ridículo tomar la moda como principio de conducta, basta mirar algunos retratos antiguos»
[9].
No es verdad que nos podamos acostumbrar a lo indigno, ni a lo indecente, ni a lo irrespetuoso. Pensar lo contrario sería ingenuo si no fuera verdaderamente herético, pues, al menos en la práctica, niega el dogma del pecado original y las consecuencias que se derivan de éste: la naturaleza humana ha sido deteriorada, es naturaleza caída
[10].
Por lo demás, y aparte verdades de Pero Grullo, todos podemos comprender que no es lo mismo desnudarse que no vestirse. El que está desnudo es porque antes se ha despojado del vestido y éste es un acto muy cargado de significación y de expresividad en nuestra sociedad europea. Desde luego, tiene un significado muy distinto a la natural desnudez del «buen salvaje» del Amazonas.

4. Las leyes del pudor
Nadie tiene dudas de que robar está mal y es transgredir una ley natural y divino positiva. Sin embargo, hay que enseñar a los niños a no apoderarse de lo ajeno y respetar la propiedad privada. Por esta enseñanza no causamos ningún daño al niño, ni le creamos un trauma emocional con consecuencias para su vida adulta: simplemente le formamos como persona. De igual manera se debe educar en el pudor y esto requiere un esfuerzo y, en ocasiones, una lucha ascética. El pudor es una virtud y como todas las virtudes se adquieren con hábito y constancia.
Porque no todo el mundo puede permitirse mirar cualquier cosa, como no todo el mundo puede permitirse escalar cualquier montaña. Lo que para un escalador avezado es prudente, para otro será una temeridad
[11].
La regla que enseña a ocultar y a enseñar lo íntimo embellece la persona, porque la hace dueña de sí misma. La muestra a los demás reservada para sí mismo, orientada hacia su intimidad y, por tanto, digna, valiosa. Quien no siente la necesidad de ser pudoroso es que carece de intimidad: vive en la superficie, esperando a los demás en la epidermis, sin posibilidad de llegar a conocer la persona que habita en ese cuerpo.
Para saber qué es pudor e impudor en el hombre y en la mujer, cada uno de ellos ha de tener en cuenta la natural diferencia de percepción del otro. Los dos ven, pero no miran de la misma manera. Con esto es necesario contar con la realidad de las cosas, de igual manera como se cuenta con que necesitamos oxígeno para respirar. Somos reales y somos así: los hombres y las mujeres no tienen la misma sensibilidad.
Hay que tener en cuenta que ser elegante significa tener buen gusto. El buen gusto es una manera de conocer, un cierto sentido de la belleza o de la fealdad de las cosas y de su disposición alrededor de nosotros. Educar la elegancia comienza por enseñar las buenas maneras que en palabras de Kant «son lo que transforma la animalidad en humanidad».
La persona resulta agradable y bella si es elegante y para ser elegante hay que estar arreglada y compuesta. Compuesta no sólo en los vestidos o en lo físico, sino también armoniosa en los gestos y modales: como dice santo Tomás de Aquino la compostura o el decoro es una virtud que regula los movimientos externos del cuerpo.
La compostura incluye, en primer lugar, la ausencia de lo sucio y manchado que podría afear la persona. En segundo lugar, busca la pulcritud, un aseo cuidadoso, el cuidado de la propia presencia, estar «compuesta» y preparada, en disposición de aparecer públicamente ante quien corresponda en cada caso. Y en tercer lugar, la compostura supone orden, saber estar, armonizar consigo mismo y con lo que le rodea. Se refiere sobre todo a los gestos y los movimientos, a las actitudes y, en general, es el decoro. Así pues, una persona decorosa y compuesta será una persona limpia, cuidada y armoniosa.
Es evidente que es necesario estar en lo detalles, en los gestos, en el vestido, en las maneras, en los modales, hasta en los colores. El pudor, como cualquier otra virtud, estriba de ordinario en cosas pequeñas, que juntas llegan a formar una gran virtud. Cosas pequeñas y actitudes constantes, de cada día, de cada momento...
La compostura designa ausencia de fealdad en la figura y conducta personales y es considerada como modestia –que es moderación y medida de las cosas– que inspira la elección del vestido, mantiene silencio o reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana, se convierte en discreción ante la curiosidad de extraños. La dignidad humana se protege con la vergüenza, con el pudor y con la elegancia. La modestia hace posible el pudor como respeto de la intimidad personal. Y el pudor permite la pureza del corazón que nos alcanzará el ver a Dios y ver las cosas según el designio del Creador
[12].


5. Algunos consejos
Algunos consejos para mejorar en la virtud del pudor pueden ser los siguientes:
a) Controlar el exceso de curiosidad: la curiosidad que va más allá de la caridad y del interés por los demás no es buena ni a nadie beneficia. Hay que evitar el chismorreo, la maledicencia, el comentar por comentar los sucesos ajenos, el entrometerse en los asuntos ajenos, prestarse a escuchar conversaciones y noticias que no nos interesan, ver fotografías ajenas, etc...
b) Dominar los propios sentimientos: la persona y sus sentimientos no son una fuerza alocada que actúa espontáneamente. El corazón siente, pero la razón decide y se ama con la voluntad que también es humana y natural. Lo antinatural –por inhumano– es actuar sin razonamiento, por impulsos emocionales.
c) Comportarse de manera sosegada: el comportamiento personal debe ser calmado, mesurado, medido, modesto. Tomarse tiempo para decidir y para actuar. Tiempo para uno mismo, para reflexionar. Tiempo para los demás, para comprenderlos, para conocerlos.
d) Mantener la dignidad en el vestido: no se debe vestir de cualquier manera, sino de la manera adecuada para cada ocasión. Lo más importante no es ir vestido a la moda, sino ir dignamente vestido y a la moda. Hay que saber compaginar las dos cosas. Pero lo principal es la dignidad y lo secundario las modas pasajeras.
e) Respetar la intimidad propia y la ajena: para educar la virtud del pudor se deben promover unos hábitos relacionados con el respeto a la propia intimidad y a la intimidad de los demás. Por ejemplo: llamar a la puerta antes de entrar en el cuarto; preguntar cosas delicadas a solas con los padres; no andar por la casa a medio vestir; no contar a los extraños sucesos de la vida familiar; regresar a casa a una hora discreta; seleccionar las diversiones y los espectáculos, el cine, los programas de televisión, las lecturas; adoptar posturas que no incomoden a los demás; ser delicados en el trato social; acomodarse a la sensibilidad y limitaciones de los demás en cualquier ocasión.

Felipe Pou Ampuero

[1] Antonio Orozco, El pudor: defensa necesaria de la dignidad personal. Arvo.net.
[2] Ricardo Yepes Stork, La elegancia, algo más que buenas maneras. www.arvo.net.
[3] Ricardo Yepes Stork, ob. Cit.
[4] Catecismo de la Iglesia Católica. Nº 2523.
[5] Mikel Gotzon Santamaría Garai, Saber amar con el cuerpo, Eunsa, Pamplona, 1996, p.111.
[6] Mikel Gotzon Santamaría Garai, ob. cit. P. 108.
[7] Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2524.
[8] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2526.
[9] San Josemaría Escrivá, Surco, n. 48.
[10] Antonio Orozco, ob. cit.
[11] Mikel Gotzon Santamaría Garai, ob. cit. P. 116.
[12] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2531.