sábado, abril 01, 2006

14. Dolor


Fecha: 2 de abril de 2006

TEMAS: Dolor. Sufrimiento. Fracaso.

RESUMEN: 1. Nuestra calidad de vida no puede depender de suprimir el sufrimiento y el dolor de la misma —entre otras cosas porque eso es imposible— sino que debemos saber convivir con el dolor y con los contratiempos.

2. Por lo general, Dios —el Creador— permite que las leyes de la naturaleza funcionen. El avión que cae del cielo nunca se salva porque aparezca una mano gigante y divina que lo recoge y deposita en el suelo.

3. El creyente es animado a ver la gloria de Dios en el mundo creado. El dolor y el sufrimiento no son un obstáculo insuperable o un fatalismo pagano, sino que pueden ser ocasiones de mejorar en la propia vida. Dios no es indiferente ante el bien y el mal.

4. El sufrimiento tiene carácter de prueba, crea la posibilidad de reconstruir el bien en el mismo sujeto que lo padece. Lo que hace feliz al hombre en la tierra no es la ausencia de dolor, sino aprender a vivir con el dolor, a tolerar lo malo inevitable.

5. Si se sabe asumir, el dolor advierte al hombre del error de las formas de vida superficiales, le ayuda a no alejarse de los demás, a no sentirse diferente de sus iguales. En las tragedias Dios ve más lejos. Son medios de un plan superior.


SUMARIO: 1. El dolor.— 2. ¿Dónde está Dios?— 3. ¿Sólo físico?— 4. Aprender a vivir.— 5. Conocer el dolor.

1. El dolor

Hace poco tiempo se ha cumplido el aniversario de la tragedia del tsunami asiático y del desastre del huracán de Nueva Orleáns. A través de las imágenes de la televisión y las fotos de los periódicos nos pareció vivir en directo el sufrimiento y el dolor de tantas personas inocentes a las que la tragedia trataba por igual, sin importar su posición, cultura, medios o creencias.

Estos acontecimientos nos han vuelto a recordar la cara real de la vida. La vida no es un cuento, donde todo sale bien a la primera y sin esfuerzo. Eso no existe. Es un sueño. El dolor, el sufrimiento, se hace presente en nuestra vida y se convierte en un invitado que se instala sin pedir permiso.

El dolor existe, es real y es inevitable porque forma parte de la vida. Todos tenemos contratiempos todos los días, aunque felizmente, no son tragedias. Nos deberíamos avergonzar al caer en la cuenta que convertimos en tragedias contratiempos sin ninguna importancia como encontrarnos la rueda del coche pinchada, el retraso del autobús, no encontrar aparcamiento, etc. Pero sufrir es, a veces, el precio que se debe pagar por la vida. Y si no se está dispuesto a pagarlo, la vida puede volverse muy pobre
[1].

Nuestra calidad de vida no puede depender de suprimir el sufrimiento y el dolor de la misma —entre otras cosas porque eso es imposible— sino que debemos saber convivir con el dolor y con los contratiempos. Todo pasa, ningún éxito o fracaso son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza y hay que aceptarlos como parte de la dualidad de la naturaleza, porque pertenecen a la misma esencia de las cosas[2].


2. ¿Dónde está Dios?

Sin embargo, ante el sufrimiento propio y ante el dolor de los pequeños no comprendemos que siendo Dios creador de todo el Universo, de lo visible e invisible, permita que exista el mal y las tragedias en el mundo, que se cause daño a los débiles y a los inocentes.

Esto provoca la pregunta de por qué un Dios bueno crearía una naturaleza tan hostil
[3]. Nos resulta difícil encontrar una respuesta. Sin embargo, observamos que Dios raramente interfiere en las leyes de la naturaleza por Él creada y que cuando lo hace a esa intervención divina los hombres la llamamos «milagro», desde luego, algo absolutamente anormal y extraordinario que, incluso, a los científicos les cuesta admitir.

Parece que lo lógico es que Dios no se entrometa en los desastres naturales y deje actuar a la naturaleza. Pero entonces ¿por qué Dios creó una naturaleza tan adversa pudiendo haber creado un paraíso? Por lo que la fe nos dice sabemos que lo hizo así para que los hombres, entre todos juntos, trabajásemos para superar las amenazas naturales: esto es el significado del «dominar la tierra» a que se refiere el Génesis, y no arruinarla mediante un abuso de los recursos naturales.

Ningún individuo por sí solo podría descubrir la vacuna para una enfermedad, pero cuando las personas ponen en común sus esfuerzos pueden crear universidades y centros de investigación que avanzan en la medicina y llegan a descubrir vacunas y remedios para los males.

La cercanía y la inmediatez de la tragedia nos hace olvidar que las catástrofes vienen afligiendo a la humanidad desde los días de Noé y no justo desde el año pasado. Esta tragedias —y todas— son horribles, pero en vez de agitar un puño desafiante ante Dios, podríamos examinar con calma cómo organizó Dios el mundo
[4].

Por lo general, Dios —el Creador— permite que las leyes de la naturaleza funcionen. El avión que cae del cielo no se salva porque aparezca una mano gigante y divina que lo recoge y deposita en el suelo. A veces, mueren montañeros que han desafiado los picos helados más altos del planeta; y, a veces, se ahoga gente inocente pero que vivía en zonas inundables situadas debajo del nivel del mar. Existe la ley de la gravedad y las demás leyes naturales.

Dios deja hacer. Sobre todo deja hacer al hombre con los demás hombres sus hermanos. Dios ha creado el mundo que tenemos y nos lo ha entregado para que lo vivamos. Lo ha hecho así y a nosotros nos toca descubrir el verdadero y auténtico sentido del sufrimiento y del dolor. Y es aquí donde el hombre se pregunta el por qué del sufrimiento
[5].

Pero el hombre, con frecuencia, no dirige esta pregunta al mundo, aunque muchas veces el sufrimiento provenga de él, sino que se la hace a Dios como Creador y Señor del mundo. Y hay que tener cuidado, porque en la línea de esta pregunta se puede llegar no sólo a múltiples frustraciones y conflictos en la relación del hombre con Dios, sino que sucede, incluso, que se puede llegar a la negación misma de Dios.

Sin embargo, Dios espera la pregunta y la escucha. En el Libro de Job la pregunta ha encontrado su expresión más viva. El suyo es el sufrimiento de un inocente. Toda la Sagrada Escritura es un gran Libro sobre el sufrimiento: por ejemplo, la dificultad en comprender por qué los malvados prosperan y los justos sufren (Ecl 4, 1-13)
[6].

Frente al sufrimiento injusto un materialista concluye que en ausencia de cualquier orden moral visible inmediato no existe nada trascendente
[7]. Ante las recientes tragedias enseguida han proclamado con confianza el supuesto absurdo de las creencias religiosas y apenas han hecho un esfuerzo por comprobar el contenido de dichas creencias, como si fuera cierto que en los últimos 2000 años los cristianos nunca hubieran tenido que responder a las cuestiones planteadas por el dolor y el sufrimiento.

Otras veces, queremos ver en el sufrimiento una suerte de castigo o compensación por el pecado humano, que surge como si fuera un ajuste de cuentas con la divinidad. Sin embargo, Cristo mismo eliminó esta idea de proporción estricta y justiciera entre el sufrimiento y la culpabilidad: siendo inocente cargó sobre Sí todos nuestros males.

El hombre ilustrado piensa que la naturaleza es algo benévolo y benigno, ingenuo y angelical. Pero esta no es la verdadera cara de la naturaleza. La naturaleza real es la que existe. Y la naturaleza que existe es la creada por Dios, en su belleza y en su fuerza, en su complejidad y en su esplendor. Un cristiano no ve sólo naturaleza, sino Creación. El creyente es animado a ver la gloria de Dios en el mundo creado, una gloria que eleva una naturaleza que ha sido redimida. Esta visión va más allá de la visión elaborada por la visión mecanicista de la modernidad.

En cuanto al dolor y al sufrimiento el cristiano da otra dimensión a estos acontecimientos. Dios puede hacerlos ocasiones para cumplir sus fines buenos aunque el dolor no sea en sí un bien moral ni tampoco deseable. El dolor y el sufrimiento no son un obstáculo insuperable o un fatalismo pagano, sino que pueden ser ocasiones de mejorar en la propia vida. Dios no es indiferente ante el bien y el mal, es un Dios bueno y no un hado oscuro, indescifrable y misterioso. «El Señor no es un soberano remoto, cerrado en su mundo dorado, sino una presencia vigilante que está de la parte del bien y de la justicia, ve y provee, interviniendo con su palabra y su acción»
[8].


3. ¿Sólo físico?

El sufrimiento y el dolor, sobre todo el físico, está ampliamente difundido en el mundo de los animales. Pero junto al dolor físico se encuentra el dolor moral que sólo puede experimentar el hombre. Solamente el hombre cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta por qué
[9]. Y es verdad que el sufrimiento es un hecho fundamental en la vida de cada hombre. Es tan profundo como el hombre mismo. Existe sufrimiento porque existe la alegría, porque tenemos sentidos y sensibilidad. De lo contrario no sentiríamos nada, seríamos como piedras. El dolor forma parte de la vida hasta tal punto que una vida sin dolor no es una vida completa.

Pero si el sufrimiento es del hombre, si es humano, es preciso considerarlo desde una perspectiva que trascienda su dimensión meramente física y abarque toda la persona: también como sufrimiento moral. Si es verdad que el sufrimiento puede tener un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad lo contrario: que todo sufrimiento sea consecuencia de una culpa anterior y necesariamente tenga el carácter de un castigo
[10].

La Revelación, palabra de Dios mismo, considera con toda claridad el problema del sufrimiento del hombre inocente: si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar la santidad de Job. El sufrimiento tiene carácter de prueba, crea la posibilidad de reconstruir el bien en el mismo sujeto que lo padece. El sufrimiento nos permite ver la realidad, la nuestra, la del mundo que nos rodea, la de los demás. El dolor «nos pone los pies en la tierra» y de esta manera nos abre los ojos para ver la misericordia de Dios.


4. Aprender a vivir

Debemos aprender a vivir y a convivir con el dolor. Lo que hace feliz al hombre en la tierra no es la ausencia de dolor, sino aprender a vivir con el dolor, a tolerar lo malo inevitable
[11]. En esto reside gran parte de la sabiduría de la vida.

Y como el dolor siempre será nuestro compañero de viaje, una persona demuestra inteligencia cuando sabe aprender de los sufrimientos, de las dificultades y de los fracasos y no se envanece con los triunfos. Se dice que un hombre inteligente se recupera enseguida de un fracaso, pero un hombre mediocre jamás podrá recuperarse de un triunfo.

Saber encajar los golpes de la vida no significa ser insensible, sino que significa, más bien, aprender a no pedir a la vida “imposibles” pero sin por esto caer en la indolencia. Significa también saber aprender a respetar y estimar lo que a otros les diferencia de nosotros y, al mismo tiempo, mantener las propias convicciones. Ser pacientes y saber ceder, pero sin hacer dejación de derechos ni abdicar de la propia personalidad.

Tenemos que aprender a enfrentarnos a solas con la realidad que nos rodea, saber que hay cosas como la frustración de un deseo intenso, la deslealtad de un amigo, la tristeza al comprobar las limitaciones o defectos, propios y ajenos, las tragedias, la enfermedad... Y aceptarlas como parte integrante de la vida, como las sombras que hacen posible el cuadro de nuestra vida.

También vivimos situaciones especiales, felices, radiantes, que nos gustaría prolongar para siempre. Pero no podemos dejar de vivir la vida real. No podemos inventarnos una realidad imaginada, fabricada a nuestro gusto. La experiencia de la vida sirve de bien poco si no se sabe aprovechar. El simple transcurso de los años no aporta sin más la madurez de la persona. La madurez y el «saber vivir» es algo que siempre se alcanza gracias a un proceso de educación y de formación. William Shakespeare dejó escrito que no hay otro camino para la madurez que aprender a soportar los golpes de la vida.

Da pena ver a personas inteligentes que no pueden soportar un pequeño o gran batacazo en su brillante carrera, o en la amistad, o en lo afectivo o en lo profesional y se hunden en la tristeza y la pena: el mayor de los fracasos es no hacer las cosas por el simple miedo a fracasar
[12].

Hay personas que son como un manojo de sentimientos que sólo quieren aceptar la parte fácil de la vida. Quieren el fin, pero no quieren los medios necesarios para alcanzar ese fin. Quieren ser premios Nóbel sin estudiar; enriquecerse sin dar ni golpe; ganarse la amistad de todos sin hacer un favor a nadie o ingenuidades por el estilo. Son personas que quieren triunfar en la vida —como todo el mundo— pero olvidan el esfuerzo continuado que esto supone: para hacer una catedral hay que poner piedra a piedra.

La pereza y la falta de una adecuada educación de la voluntad constituyen una de las más doloras formas de pobreza porque impiden a los que la padecen disfrutar de la vida y recrear su espíritu al nivel que corresponde a nuestra naturaleza humana.



5. Conocer el dolor

El verdadero éxito en al vida consiste en aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse —decía Winston Churchill— porque el fracaso es connatural al hombre. Triunfar es aprender a fracasar. El éxito en la vida consiste en saber afrontar las inevitables faltas de éxito de cada día, en superar los tropiezos con deportividad.

Y el dolor, unido a todos los fracasos, es una escuela donde los corazones de los hombres se forman en la misericordia y en la compasión. Una escuela que nos brinda la oportunidad de curarnos de nuestro egoísmo e inclinarnos un poco hacia los demás, nos muestra el perfil más profundo de las cosas.

Si se sabe asumir, el dolor advierte al hombre del error de las formas de vida superficiales, le ayuda a no alejarse de los demás, a no sentirse diferente de sus iguales. El dolor nos vuelve más comprensivos, más tolerantes, más cariñosos, más pacientes... el dolor nos hace mejores personas.

«Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz»
[13].

En las tragedias Dios ve más lejos. Son medios de un plan superior que tiene un fin. Esto es un misterio que no podemos comprender con nuestra sola inteligencia y es la fe la que nos ayuda a comprenderlo. Ante tantos dramas como afligen al mundo, los cristianos confiesan con humilde confianza que sólo Dios da al hombre y a los pueblos la posibilidad de superar el mal para alcanzar el bien
[14].

La respuesta sobre el sentido del sufrimiento ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo: el sufrimiento se convierte en participación en la obra salvífica de Jesucristo
[15]. Cristo en la cruz nos enseña a entregar el bien cuando nos hacen mal, a pagar con amor el odio, a perdonar a los que nos perjudican, a no devolver mal por mal. De esta manera el bien vence al mal y cobra un nuevo sentido el sufrimiento, el sentido de convertir o redimir el mal por el bien. Y este programa cristiano del dolor no se vive porque sí, o por necesidad, sino por cariño a los demás.

Nos sugiere no insultar cuando nos insultan, no dañar cuando nos hacen daño, no mentir cuando nos mienten, no deshonrar cuando nos deshonran. De esta manera, en nuestra vida —y en nuestro ambiente— el bien vence al mal.

«Cristo nos hace entrar en el misterio y nos descubre el por qué del sufrimiento, en cuanto somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino. El Amor es también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta pregunta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo»
[16].



Felipe Pou Ampuero

[1] Rebeca Reynaud, La actuación de los católicos, www.fluvium.org.
[2] Alfonso Aguiló, Sobreponerse a la dificultad, www.interrogantes.net.
[3] Rabino Daniel Lapin, Nueva Orleáns, si Dios no lo hizo ¿quién lo hizo?, www.forumlibertas.com
[4] Rabino Daniel Lapin, loc. cit.
[5] Juan Pablo II, Carta apostólica “Salvifici doloris” sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, Vaticano 11 de abril de 1984, n.9.
[6] Juan Pablo II, Carta apostólica “Salvifici doloris”, n. 6.
[7] ¿Dónde está Dios en los tsunamis y tragedias?, Zenit, Semana Internacional, 17 de diciembre de 2005.
[8] Juan Pablo II, Dios no es indiferente al mal, Vaticano, 28 de enero de 2004.
[9] Juan Pablo II, Carta apostólica “Salvifici doloris”, n.9.
[10] Juan Pablo II, Carta apostólica “Salvifici doloris”, n.11.
[11] Alfonso Aguiló, Sobreponerse a la dificultad.
[12] Alfonso Aguiló, Sobreponerse a la dificultad
[13] Card. Joseph Ratzinger, Dejar obrar a Dios, L’Osservatore Romano, 7 de octubre de 2002.
[14] Juan Pablo II, No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien, Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz. Vaticano, 8 de diciembre de 2004, n.11.
[15] Catecismo de la Iglesia Católica, n.1521.
[16] Juan Pablo II, Carta apostólica “Salvifici doloris”, n.13.

viernes, marzo 03, 2006

13. Fecundación

Fecha: 2 de marzo de 2006

TEMAS: Fecundación in vitro. Vida. Reproducción asistida.
RESUMEN: 1. No es lo mismo una persona que una cosa. Las cosas sirven para algo, valen en tanto que sirven o son útiles. Las personas valen por sí mismas, sirven por ellas mismas, no sirven para algo, sino que son alguien.

2. La dignidad humana es innata a la persona, nace con ella como parte integrante de su propia manera de ser como persona humana.

3. Lo que soy en un determinado momento lo soy al principio.

4. Lo que sucede es que los que quieren defender esta matanza necesitan cambiar el nombre de las cosas y llamar a la cosas por lo que no son para poder justificar sus horribles pretensiones.
5. El embrión humano es una persona humana desde el primer momento de su concepción.

SUMARIO: 1. Ideas claras.— 2. Personas y cosas.— 3. Dignidad humana.— 4. Se empieza en el principio y se acaba en el final.— 5. Matar para curar.— 6. Situación legal actual.— 7. Autoridad ilegítima.

1. Ideas claras

El 21 de diciembre de 2005 la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados ha aprobado el Proyecto de Ley 121/000039 sobre “Técnicas de reproducción humana asistida” que pretende reformar la Ley 45/2003 de noviembre de 2003 que, a su vez, reformó la Ley 35/1988 de Reproducción. La aprobación definitiva de esta ley queda pendiente de su votación en el Pleno del Congreso y su tramitación posterior en el Senado.

Si el proyecto de ley fuera aprobado tal como está redactado, España contaría con una de las legislaciones más permisivas del mundo en materia de fecundación in vitro (FIV)[1]. Pero antes —o mejor— que hablar de términos científicos y técnicos y de leyes, proyectos y conceptos jurídicos que son como árboles que no dejan ver el bosque, propongo tomar distancia, alejarnos un poco del tema y tener cuatro ideas claras para luego volver a los datos y tener criterio.

2. Personas y cosas

No es lo mismo una persona que una cosa. Una silla es una cosa, sirve para sentarse. Una mesa es una cosa, sirve para comer, para escribir, para conversar alrededor de ella, para hacer familia... Un árbol es una cosa, es un ser vivo, vegetal, criatura de Dios, que merece ser respetada y querida como muestra de la grandeza del Creador que se refleja en todas las obras de la Creación. Pero el árbol es una cosa. Un perro es un animal, es una cosa. Muy útil para el hombre, gran compañero y guardián, pero no tiene conciencia, no conoce a Dios, no puede amar, no tiene libertad... Una vaca es una cosa, etc.

Una mujer es una persona, no es una cosa que se usa, se deja y se coge, se abandona, se utiliza. Una niña es una persona, un mundo en su mirada, una capacidad de dar y de darse, de amar y de ser amada, de ofrecer su vida por sus hijos y por todos los hijos del mundo. Una niña es alguien de valor aunque algunos hombres no lo quieran reconocer. Un africano es una persona no es un animal, no es como una vaca. No es como un orangután. Un judío, un árabe, son personas, lo han sido siempre, son hijos de Dios, imagen visible del Dios vivo[2].

Las cosas sirven para algo, valen en tanto que sirven o son útiles. Me dan alimento, me dan compañía, me dan madera, sombra, emociones, etc. Las personas valen por sí mismas, sirven por ellas mismas, no sirven para algo, sino que son alguien. Las cosas no tienen derechos, más bien son el objeto sobre el que recae los derechos, no son titulares de nada porque no son personas. Las personas sí tienen derechos porque son los titulares de los derechos y no deben ser el objeto de los derechos. O sea, que los perros no tienen derecho a la vida aunque haya que respetar su existencia, ni los hijos son propiedad de los padres aunque tengan obligación de respetarlos, porque los perros no son personas, ni los hijos son cosas.

3. Dignidad humana

Las personas tienen una consideración especial que es consecuencia de su valor propio, intrínseco, específico, por ser ellas mismas, con independencia de que sean listas o tontas, sanas o enfermas, blancas o negras, de Kenia o de Alemania... La dignidad humana es propia de la persona y se tiene por ser imagen y semejanza de Dios, no por otra cosa, porque Dios es el Bien.

Las personas no tienen solo derecho a la vida, al trabajo, al salario justo, a ser respetados. Las personas nacen con todos esos derechos porque les pertenecen, les corresponden. Ninguna autoridad, partido político, estado o ideología tiene autoridad para dar a las personas derechos, sino que como los derechos les son propios a las personas cualquier instancia que se los niegue o perjudique incurre en un grave quebranto del orden social justo y se opone a la verdadera dignidad de todo ser humano. La dignidad humana es innata a la persona, nace con ella como parte integrante de su propio ser.

Dentro de estos derechos que corresponden a la persona por sí misma, por su propia dignidad, tiene un valor especial el derecho a la vida, porque sin él serían ilusorios los demás derechos —para qué quiero que me reconozcan el derecho a la libertad de expresión, si no estoy vivo—. El derecho a la vida es el reconocimiento del valor sagrado e inviolable de la vida humana desde su comienzo mismo hasta su final.

Más aún. El derecho a la vida también significa que toda persona, cualquier persona, tiene derecho —le corresponde por derecho propio— a nacer en el seno de una familia, con un padre y con una madre, como fruto de un amor de entrega, de una unión humana y rodeado del cariño de sus familiares. Que esto no sea así en muchas ocasiones no significa que deba ser así en todas las ocasiones, ni tampoco significa que no sea un derecho propio de cada persona[3].

4. Se empieza en el principio y se acaba en el final

Cualquier acontecimiento empieza en el principio (sic). Desde luego lo que no tiene sentido es que las cosas empiecen por el medio. Un partido de fútbol empieza cuando el árbitro hace sonar el silbato, al principio. No sería lógico pensar que el partido comienza en el minuto catorce y que hasta entonces solamente se trata de veintidós señores corriendo detrás de un balón. Antes del principio hay unos entrenamientos, estiramientos, fotos y demás, pero el partido no ha comenzado. Luego comienza en el minuto cero y dura hasta el minuto noventa, salvo prórrogas.

Una carrera ciclista empieza cuando comienza. Los ciclistas no acaban como empiezan. Están mucho más cansados, algunos abandonan la carrera, otros tienen una desgraciada caída y a medida que la carrera avanza los corredores se mueven de posición y la fisonomía de la carrera no es la misma en ningún momento. Se trata de una carrera que está «viva».

Todos estamos de acuerdo. Tan estamos de acuerdo que necesitan falsear la realidad. No pueden decir que los judíos no son personas, ni que los africanos no merecen vivir, ni que las mujeres solo sirven para satisfacer a los machos. No pueden decir que algunas personas son cosas. Por esto tienen que inventarse que la vida humana no comienza cuando un óvulo es fecundado por un espermatozoide, sino luego, después del principio, pongamos por caso que a los catorce días. ¿Por qué? Pues porque es cuando el óvulo se implanta en el útero. Pero no pasa de ser un contrasentido que si ha podido implantarse en el útero es porque ese “grupo de células” tiene la vida suficiente como para poder desarrollarse. El mismo principio de vida que hace que de un óvulo fecundado se dé paso a dos células y luego a cuatro y a más, ese mismo principio y las condiciones necesarias son las que permiten que “aquello” se convierta en Felipe, José, María, Ana.

No es lógico, ni es serio sostener que el pre-embrión no es humano, que solamente es un “grupo de células” que al decimocuarto día se convierte en una persona. No es serio, si no fuera un atentado contra la vida de esa persona que ya es suficientemente grave. Pero además es un insulto a la inteligencia de los demás. O sea, que yo soy una persona que antes de ser persona he sido una cosa. Primero fui un grupo de células sin nombre y luego he sido una persona. Luego fui un pre-adolescente y luego un pre-padre y un pre-adulto. Y ahora soy un adulto, pero soy un pre-anciano, y luego seré un anciano pre-cadáver. Y lo mejor de todo es que nunca seré el mismo. Debería ir pensando los nombres que voy a elegir para cuando sea anciano y para cuando sea cadáver.

No puede ser. Lo que se es en un determinado momento se es al inicio. Cómo si acaso no se llegara a ser lo que uno es si no es siéndolo desde el principio. Porque una cosa es cierta. Que no ha ocurrido nada extraordinario ni nuevo. Es el simple desarrollo embrionario del óvulo fecundado que se va dividiendo en células según un plan biológico cuya ley lleva dentro de sí mismo, su famoso “código genético”.

Lo que sucede es que los que quieren defender esta matanza necesitan cambiar el nombre de las cosas y llamar a la cosas por lo que no son para poder justificar sus horribles pretensiones. Pero esto es una historia muy vieja. Los abortistas no llaman homicidio al aborto, sino que lo definen como una “interrupción voluntaria del embarazo” y enseguida se olvidan de ese nombre tan largo y lo llaman por sus iniciales “IVE” para que creamos que están hablando de un nuevo tren de alta velocidad. Tampoco los nazis hablaban de matanza de judíos, sino que siempre se referían a la “solución final”. Los bolcheviques lo llamaban “reeducación” y otros hablaban de “limpieza étnica”. En fin, que la imaginación de los hombres perversos no tiene límites para inventarse nombres que ocultan la verdad.

El embrión humano es una persona humana desde el primer momento de su concepción[4], esté implantado o no, haya sido fecundado naturalmente o por medios artificiales, sea grande o pequeño, sano o con deformaciones, útil o inútil para la ciencia. Y como persona humana nace con todos los derechos, los trae consigo, y a nosotros sólo nos corresponde reconocerlo, respetarlo, defenderlo y cuidarlo[5].

5. Matar para curar

Por favor, que alguien me explique cómo se puede curar matando. Y al que mato para curar a otro ¿cómo lo curo? ¿Acaso no tiene derecho a ser curado también? Parece que no. Parece que solo tienen derechos unos, pero otros no porque no somos tan iguales como se dice. Va a resultar que unos son más iguales que otros. Y estos otros no son nada iguales a los que tienen derecho a su salud a costa de la muerte de otros.

El fin no justifica los medios. De una acción mala e ilícita —como es matar— no se puede obtener un fin bueno y lícito —como es curar—. Esto sería tanto como reconocer que del mal se obtiene el bien. Pues no y otra vez no. Del mal sólo se obtiene el mal. Al mal sólo se le vence con el bien. Y el mal tiene nombre y apellidos, el de las personas que libremente han elegido hacer el mal en lugar de hacer el bien.

Es de sentido común que un mal no se arregla con un mal mayor, sería peor el roto que el descosido dice el refrán. Donde no hay mata no hay patata, dice otro. Donde no hay bien ¿cómo voy a sacar algo bueno? Es sencillamente imposible.

Por otra parte y dejando de lado lloros, lástimas y sentimentalismos, qué se consigue matando para curar: curar a alguien, ¿seguro? De qué, de su enfermedad. Y ¿cómo le explico luego que hemos matado a su hermanito para que él pueda curarse? ¿Lo comprenderá? ¿Y si le diera por pensar que él y su hermanito son hijos de los mismos padres…?

6. Situación legal actual

La primera ley de reproducción asistida Ley 35/1988 siendo una ley de las más permisivas de su época, prohibía la obtención de embriones humanos con cualquier fin distinto a la procreación, también prohibía la clonación humana y sólo permitía la investigación con embriones muertos.

Pero permitía que se pudieran acumular los embriones sobrantes de la fecundación in vitro de tal manera que se creó un problema de acumulación de embriones humanos congelados lo que unido a la prohibición de investigación y de comercialización llegó a generar un auténtico problema para las clínicas de reproducción. Sólo una clínica valenciana reconoció tener 40.000 embriones ultra congelados. Se calculaba que en España podía existir alrededor de 200.000 embriones congelados.

La reforma pretendida por la Ley 45/2003 quería terminar con esas prácticas y daba a las parejas distintas opciones para que determinasen el destino de los embriones congelados: que la propia madre asumiera gestar a los embriones “sobrantes”; que se donaran a otras parejas con fines reproductivos o que se descongelaran. Esto último llevaría consigo la muerte —así se llama el final de la vida humana— del embrión. La ley 45/2003 permitía que una vez muerto el embrión humano la pareja permitiera la utilización de las células del embrión con fines de investigación sin que en ningún caso se permitiera su reanimación para obtener células de un embrión vivo.

Para evitar que se volviera a repetir la acumulación de embriones esta ley limitaba a tres el número de óvulos que se podían fecundar —lo que luego serían embriones— y también limitaba a tres el número de embriones que se podían transferir al útero de la mujer en cada ciclo. Con todo, en otros países como Suecia y Gran Bretaña[6] se limita a un solo embrión en cada ciclo con el fin de evitar los partos múltiples y el riesgo para la salud de la madre y de los hijos.

A pesar de todas sus buenas intenciones esta reforma del año 2003 no era buena, ni ética, ni científicamente. La Conferencia Episcopal Española así lo dejo dicho en su Nota de 25 de julio de 2003 “Una reforma para mejor pero muy insuficiente”.

Este planteamiento de la ley de 2003 no era un dechado de virtudes, pero quería ser algo respetuoso con el embrión humano. El proyecto de ley 121/000039 supone un giro radical con todo lo anterior, sobre todo porque ya de entrada no se trata de solucionar problemas relacionados con la infertilidad de una pareja[7]. Y aun cambiando muchas cosas lo más importante es lo que no se dice:


1. Se permite la generación expresa de embriones para investigar[8]. De manera que los embriones congelados pasan de ser un problema de almacenamiento a ser un auténtico filón de oro para ciertas clínicas que ven recompensados sus costes de congelación en nitrógeno líquido.
2. Se permite la clonación humana no reproductiva. Porque no se prohíbe la clonación, así, a secas, sino que solo se prohíbe la reproductiva, luego se autoriza la no reproductiva o de investigación, terapéutica, industrial, farmacológica, etc.
3. Se fomenta la generación de embriones sobrantes destinados a la investigación porque se suprime el límite de tres óvulos fecundados en cada ciclo y se elimina también la obligación de crioconservar los embriones sobrantes, permitiendo que sean directamente utilizados (“en fresco”) para investigar.
4. Se permite la comercialización, tráfico y uso industrial de los embriones por la vía indirecta de suprimir la calificación de estas acciones como infracciones muy graves. Es algo así como si mañana el Código penal dijera que matar a un indigente no es un delito de asesinato, sino una faltita sancionable con multa de treinta euros y... a casa.
5. Se autoriza cualquier tipo de selección eugenésica de embriones humanos. Se pueden seleccionar los embriones por criterios distintos de la mera viabilidad del embrión. De tal manera que se pueden desechar los que no sean rubios, o altos o no tengan la compatibilidad deseada para curar a su hermanito, aunque estén perfectamente sanos y viables.


Y entonces viene la pregunta del millón. ¿Quiénes son los beneficiados por esta reforma? Porque el embrión desde luego que no. Las parejas infértiles tampoco. ¿No serán las clínicas reproductivas y las industrias de la fecundación artificial...? Cada uno que juzgue.



7. Autoridad ilegítima


Que cómo hemos podido llegar a esto. A permitir legalmente la fecundación de ovocitos animales con esperma humano, por ejemplo. A que se vendan personas, a que se ponga el mercado de la genética al alcance de nuestras manos, por otro ejemplo. Pues muy fácil.


A todo esto no se llega de golpe, de repente, de un día para otro, sino que se va llegando poco a poco y un buen día te encuentras que es lo más normal del mundo utilizar a unas personas en beneficio de otras. Y que haya una ley y un parlamento que lo ampare y que se crea con derecho a legislar sobre todo sin ningún límite. Sin más derecho que el de haber sido elegido democráticamente, como si eso fuera razón suficiente para hacer lo que uno quiera sin importar los demás o la realidad de las cosas, como si fueran los dueños absolutos de la vida.


No existe autoridad humana que pueda legitimar lo que va contra la naturaleza humana y contra la dignidad del hombre[9]. No es lícito producir seres humanos artificialmente con un fin utilitario y condenar a muerte a los que no sirven para los fines deseados. La autoridad no es legítima si va contra la dignidad del hombre.


Felipe Pou Ampuero

[1] Carlos Llano, Fecundación artificial: de medicina a industria, Aceprensa, Madrid, servicio 16/06 de 15 de febrero de 2006.
[2] Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española, “Por una ciencia al servicio de la vida humana”, Madrid, 25 de mayo de 2004.
[3] Instrucción “Donum Vitae”, Congregación para la Doctrina de la Fe, Vaticano, 22 de febrero de 1987.
[4] Mons. Fernando Sebastián Aguilar, Una ley cruel y engañosa, Diario de Navarra, 21 de febrero de 2006.
[5] Instrucción “Donum Vitae”, Congregación para la Doctrina de la Fe, Vaticano, 22 de febrero de 1987.
[6] Gonzalo Herranz, Diario Médico, 20 de diciembre de 2005.
[7] Carlos Llano, Fecundación artificial: de medicina a industria, Aceprensa, Madrid, servicio 16/06 de 15 de febrero de 2006.
[8] Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española, “Ante la licencia legal para clonar seres humanos y la negación de protección a la vida humana incipiente”, Madrid, 9 de febrero de 2006.
[9] Mons. Fernando Sebastián Aguilar. Op. Cit.

jueves, febrero 02, 2006

12. Verdad

VERDAD

Fecha: 2 de febrero de 2006

TEMAS:
Verdad, Conciencia.

RESUMEN:
1. El hombre moderno se empeña en conocer la realidad que le rodea, tanto la física, como al mismo hombre, con métodos que corresponden a una forma unilateral de racionalidad. El hombre puede conocer la verdad cuando acepta que la verdad existe y no le pertenece, cuando reconoce al Creador como Señor de la verdad, del bien y del mal. El hombre conoce la verdad por medio de la ley natural escrita en su corazón que le dice lo que es bueno y lo que es malo. Es la voz de la conciencia que cada hombre debe seguir y preocuparse de formar y cultivar.

2. El hombre tiene capacidad para conocer la verdad, pero antes tiene que entender que la razón humana es limitada y por sí sola no puede conocer la verdad, sino que necesita de la ayuda de la fe que se reconoce no como un límite a la razón humana, sino como una ayuda, como una luz nueva en el entendimiento de la verdad.

3. La verdad también tiene un contenido moral que suscita y exige un compromiso coherente de vida: comporta el cumplimiento de los mandamientos divinos de tal manera que se puede tener por cierto que quien deliberadamente no quiere cumplir los mandatos divinos no está en la verdad y, por no estar en la verdad, es falso.

4. El obrar del hombre es moralmente bueno no tanto cuando su intención es buena, o sus deseos son sinceros, sino cuando sus elecciones están conformes con el verdadero bien del hombre y expresan la ordenación de la persona hacia su fin último que es Dios. La fe también nos muestra que sólo Dios es Bueno y de esta manera nos remite a la primera tabla de los mandamientos divinos que exige reconocer a Dios como Señor único y absoluto y darle culto solamente a Él porque es infinitamente santo.


SUMARIO: 1. La verdad se conoce.- 2. Para ser libres.- 3. Donde está la verdad.- 4. La sorpresa.-

1. La verdad se conoce

Para medir la anchura de mi mesa de trabajo necesito un metro. Con este aparato consigo saber si es ancha o estrecha y conozco su medida exacta. Para medir mi capacidad de aventura no me sirve un metro. Es que no me sirve para nada absolutamente. Sin embargo, los hombres, que somos bastante tercos, nos seguimos empeñando en conocer lo espiritual con métodos de conocimiento de lo material. Y resulta que el metro no vale para lo espiritual, por mucho que me empeñe.

El hombre moderno se empeña en conocer la realidad que le rodea, tanto la física, como al mismo hombre, con métodos que corresponden a una forma unilateral de racionalidad y olvida que no tendría razón para conocer si Dios no se la hubiera dado. Luego será Dios quien mejor conoce al hombre. Mejor incluso que las propias razones del hombre que siempre serán limitadas.

La capacidad de conocimiento intelectual distingue radicalmente al hombre de los animales, donde la capacidad de conocer se limita a los sentidos. Este conocimiento intelectual hace al hombre capaz de discernir, de distinguir entre la verdad y la no verdad. El hombre tiene dentro de sí una relación esencial con la verdad que determina su carácter de ser transcendente[1].

El hombre puede conocer la verdad cuando acepta que la verdad existe y no le pertenece, cuando reconoce al Creador como señor de la verdad, del bien y del mal. El hombre conoce la verdad por medio de la ley natural escrita en su corazón que le dice lo que es bueno y lo que es malo. Es la voz de la conciencia que cada hombre debe seguir y preocuparse de formar y cultivar.

Y esta ley natural es la Palabra de Dios que se confirma con la Revelación del Evangelio. Cuando Jesús dice «Yo soy la Verdad, el Camino y la Vida» no hace sino ratificar que sólo Dios es Bueno, sólo Él es el dueño del bien y del mal.

Por esto, si existe la obligación de cada hombre de seguir la voz de su conciencia y el derecho a ser respetado en la búsqueda de la verdad, existe aún antes la obligación moral, grave de cada uno, de buscar la verdad y de seguirla una vez conocida[2].

2. Para ser libres

El hombre es tentado continuamente a apartar su mirada del Dios vivo y verdadero y dirigirla a los ídolos, cambiando la verdad de Dios por la mentira. De esta manera su capacidad para conocer la verdad queda ofuscada y se debilita su voluntad para someterse a ella. Acaba buscando una libertad ilusoria fuera de la misma verdad porque no deja de ser una libertad falsa, es decir, lo contrario de la libertad: la esclavitud.

Al prohibir al hombre comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, Dios afirma que el hombre no tiene ese poder, sino que participa de él solamente por medio de la luz de la razón natural y de la revelación divina que le manifiestan las exigencias de la misma verdad y dónde se encuentra el bien y el mal[3]. El hombre tiene capacidad para conocer la verdad, pero antes tiene que entender que la razón humana es limitada y por sí sola no puede conocer la verdad, sino que necesita de la ayuda de la fe que se reconoce no como un límite a la razón humana, sino como una ayuda, como una luz nueva en el entendimiento de la verdad.

Si Dios es el dueño del árbol de la vida, solamente la libertad que elige a Dios conduce a la persona a la verdad, a su verdadero bien. Podemos decir que la libertad es auténtica en la medida que realiza el verdadero bien. Sólo entonces ella misma es un bien[4].

Pero el hombre descubre que su libertad está inclinada misteriosamente a traicionar esta apertura a lo Verdadero y al Bien y que, con demasiada frecuencia, prefiere de hecho escoger bienes contingentes, limitados y efímeros. Y es el mismo Cristo quien manifiesta que el reconocimiento honesto y abierto de la verdad es condición indispensable para conseguir la auténtica libertad: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32).

Además hay que tener presente que una palabra no es acogida auténticamente si no se traduce en hechos, si no es puesta en práctica. La verdad también tiene un contenido moral que suscita y exige un compromiso coherente de vida: comporta el cumplimiento de los mandamientos divinos de tal manera que se puede tener por cierto que quien deliberadamente no quiere cumplir los mandatos divinos no está en la verdad y, por no estar en la verdad, es falso.

Se impone una distinción de carácter específicamente ético. Es la distinción entre el bien honesto, el bien útil y el bien deleitable. Sólo cuando la acción que realizo es honesta y son honestos también los medios que utilizo el fin pretendido puede considerarse honesto y bueno. El bien honesto es cumplir los mandatos de Dios incluso por encima de mi propia utilidad o provecho y hasta de mis propios sentidos, apetencias o satisfacciones intelectuales o sensuales.
Es inaceptable la actitud de quien hace de su propia debilidad el criterio de la verdad sobre el bien, de manera que se pueda sentir justificado por sí mismo, incluso sin necesidad de recurrir a Dios y a su misericordia. Porque si el hombre redimido todavía peca, esto no se debe a la imperfección de la Redención de Cristo, sino a la voluntad del mismo hombre de sustraerse a la gracia que brota de la Redención[5].

La verdad es necesaria para ser libre porque sólo la verdad nos hace libres. El hombre se tiene que fiar del Creador, confiar que los límites de la criatura son, en realidad, las luces y la iluminación de la razón: definen la ley de la libertad del hombre.

3. Donde está la verdad

La historia del hombre se desarrolla en la dimensión horizontal del espacio y del tiempo. Pero, al mismo tiempo, está como traspasada por una dimensión vertical. En efecto, la historia no está escrita únicamente por los hombres, junto con ellos la escribe también Dios[6]. Dios no abandona al hombre, sino que le muestra la verdad constantemente en todo tiempo y lugar. El obrar del hombre es moralmente bueno no tanto cuando su intención es buena, o sus deseos son sinceros, sino cuando las elecciones de la libertad están conformes con el verdadero bien del hombre y expresan la ordenación de la persona hacia su fin último que es Dios. En esta tarea la verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre que de esta manera es ayudado a conocer y amar al Señor.

La felicidad del hombre no está en hacer lo que sus deseos le dictan en cada momento, sino en aprender a desear lo que debe hacer, en querer la misma verdad sobre el hombre. Lo propio de la fe cristiana en el mundo de las religiones es que sostiene que nos dice la verdad sobre Dios, sobre el mundo y sobre el mismo hombre. La fe cristiana es la fe verdadera por ser la fe auténtica, del mismo Dios. De alguna manera la fe protege la razón de la superstición y del miedo, a la vez que invita a reconocer la existencia del misterio. La fe ayuda a la razón a percatarse de sus límites, pero también le ayuda a recuperar la confianza en la grandeza de sus posibilidades[7].

Y forma parte, y parte esencial, de la verdad del hombre la existencia del pecado original. Las ciencias humanas, como todas las ciencias experimentales, parten de un concepto empírico y estadístico de la «normalidad». La fe nos enseña que esta normalidad lleva consigo las huellas de una caída del hombre desde su condición originaria, es decir, que está afectado por el pecado original.

La fe también nos muestra que sólo Dios es Bueno y de esta manera nos remite a la primera tabla de los mandamientos divinos que exige reconocer a Dios como Señor único y absoluto y darle culto solamente a Él porque es infinitamente santo. Sólo Dios es el Bien supremo, la base inamovible y la condición insustituible de la moralidad. Así el Bien supremo y el bien moral se encuentran en la verdad: la verdad de Dios Creador y Redentor y la verdad del hombre creado y redimido por Él[8].

Es necesario que el hombre moderno se dirija de nuevo a Cristo para obtener de Él la respuesta a lo que es la verdad y el bien y también la respuesta a lo que es la mentira y el mal. Nadie es bueno sino sólo Dios. Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien porque Él es el mismo Bien.

4. La sorpresa

Porque para el hombre moderno la mayor sorpresa —la mayor perplejidad para el científico— es que «no es el poderío que redime al hombre, sino el amor... ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte!... El Dios que se ha hecho Cordero nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres»[9].

La verdad sobre el hombre no procede de una declaración humana, sino del mismo mensaje de Dios que se hace hombre y nos revela cuál es la verdadera dignidad de la persona humana. Nuestra actitud de tolerancia y respeto al prójimo, no importa cuál sea su raza o condición es tributaria de esta revolución cristiana[10]. La ley de Dios no es solo una colección de conductas prohibidas, sino que representa el valor inviolable de todo hombre, su verdadera dignidad. Más aún. No se queda en prohibir el mal, porque no hacer el mal no es semejante a no hacer nada. Nada es no hacer nada, ni el bien, ni el mal. No hacer el mal es equivalente a hacer el bien. Porque no existe un territorio neutro entre el bien y el mal, más bien existe una fina y delgada frontera que delimita lo bueno de lo malo de manera que si no haces el bien te estás acercando peligrosamente al mal.

Y en la verdad del hombre también se encuentra el amor que Dios le tiene. «Nuestro Padre del cielo no nos quiere por el bien que hacemos: nos ama gratuitamente, por nosotros mismos, porque nos ha adoptado para siempre como hijos suyos»[11]. Y esto es tan así que en la vida de los santos se puede comprobar que Dios no elige a los capaces, sino que concede su gracia a los elegidos.

La primera y fundamental verdad del hombre es que es creado por Dios, a su imagen y semejanza, y de una determinada manera y modo de ser. Como unidad de alma y de cuerpo. Mediante el cuerpo el hombre participa del mundo material, sensible, contingente. Mediante su espíritu el mismo hombre supera la totalidad de las cosas y penetra en la estructura más profunda de la realidad porque puede conocer las cosas como las conoce el Creador[12]. El hombre por tanto, tiene dos características muy diversas: es un ser material, vinculado a este mundo mediante su cuerpo; y un ser espiritual abierto a la trascendencia y al descubrimiento de una verdad más profunda por medio de su inteligencia que le hace partícipe de la luz de la inteligencia divina.

La verdad del hombre nos dice que está abierto a la trascendencia, al infinito y a todos los demás seres creados. Nos dice que el hombre existe como un ser único, irrepetible: existe como un «yo». La verdad del hombre nos dice que cada hombre existe como una historia única, distinta de las demás, irreductible ante cualquier intento de limitarlo a pobres esquemas de pensamiento o a sistemas de poder.

«La Iglesia conserva la memoria de la historia del hombre desde sus comienzos: de su creación, de su vocación, de su elevación y de su caída. En este marco esencial discurre toda la historia del hombre, que es la historia de la Redención. La Iglesia es la madre que, a semejanza de María, guarda en su corazón la historia de sus hijos, haciendo propios todos los problemas que les atañen»[13].




Felipe Pou Ampuero

[1] Juan Pablo II, Catequesis sobre el Credo, www.interrogantes.net
[2] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, Vaticano, 6 de agosto de 1993, n.34.
[3] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, Vaticano, 6 de agosto de 1993, n.41.
[4] Juan Pablo II, Memoria e identidad, Vaticano, 2005, p. 58.
[5] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, Vaticano, 6 de agosto de 1993, n. 104.
[6] Juan Pablo II, Memoria e identidad, Vaticano, 2005, p. 189.
[7] Mons. Javier Echeverría. Nuestro Tiempo, junio 2005, n. 612, p.34.
[8] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, Vaticano, 6 de agosto de 1993, n. 99.
[9] Benedicto XVI, Homilía en inicio de ministerio petrino Vaticano, 24 de abril de 2005.
[10] Marcello Pera, Presidente del Senado de Italia. “La crisis del relativismo en Europa”, ABC, 2 de mayo de 2005.
[11] Jacques Philippe, La libertad interior, Ed. Rialp, 2002, p. 151.
[12] Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. Librería Editrice Vaticana, 2005, n. 127.
[13] Juan Pablo II, Memoria e identidad. Vaticano, 2005, p. 186.

lunes, enero 02, 2006

11. Relativismo

RELATIVISMO

Fecha: 2 de enero de 2006

TEMAS: Relativismo, Verdad.

RESUMEN:
1. Para el relativista la verdad no existe, sólo existen las opiniones mayoritarias, porque cualquier opinión es igual de válida y verdadera que su contraria. Pero no es verdad que todas las opiniones merezcan el mismo respeto. Quienes merecen el mismo –y todo el respeto– son las personas, pero no sus opiniones.

2. No todas las culturas tienen el mismo valor ético. Hay culturas como la europea, con raíces cristianas, que ha transmitido al resto del mundo el valor de la dignidad del hombre, del bien común, de la ayuda solidaria, del intercambio de bienes, del respeto de las demás culturas y religiones. Y existen otras culturas bárbaras que no tienen ningún respeto por nada de lo ajeno y extraño y menos valores éticos que no sea el aniquilamiento del contrario y del inferior.

3. Toda sociedad necesita de la verdad, de los valores y de las ideas verdaderas. No todas las opiniones valen lo mismo, pero sí es posible que todas tengan algo o mucho de verdad. La que más se acerca a la verdad es la más verdadera, que no única. Por esto todas las opiniones valen, aunque no todas valen lo mismo.

4. No solamente es verdad aquello que se puede comprobar con las leyes empíricas, quedan fuera de esta comprobación muchas realidades que superan los mismos sentidos y que sirven para explicar la misma existencia del hombre. Porque la verdad existe. Y en este sentido hay que reconocer que la verdad no es nada opinable.

5. Por medio de la figura del árbol de la ciencia del bien y del mal, la Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y sobre el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios. El hombre no es el dueño del bien y del mal, no es el dueño de la verdad. Con mayor motivo, la autoridad civil –que es una reunión de hombres, no lo olvidemos– no puede decidir lo que es bueno y lo que es malo.

SUMARIO: 1. La mayoría.- 2. La verdad existe.


1. La mayoría

En la vida social de los hombres hay muchas cosas que son por sí mismas opinables. Tanto da que se decida de una manera como de otra: el color de los autobuses urbanos puede ser verde o rojo, o hasta azul. Cualquier color es bueno y todos son válidos. En algunos casos habrá que tener en cuenta otras circunstancias. Si se trata de un país nórdico será conveniente, aunque no necesario, que el autobús tenga un color llamativo y visible, un verde chillón, por ejemplo, para que todo el mundo lo vea bien.

Por fuerza de vivir la democracia y de creer en ella como el mejor sistema político de los posibles, se va imponiendo el principio de que todas las opiniones valen lo mismo. Por tanto, nada valen en sí mismas sino que sólo valen en función de los votos que las respaldan[1]. Esto supone negar la existencia de una verdad universal, válida para cualquier tiempo, lugar y cultura. ¿Dos más dos son cuatro? Supongamos que la mayoría vota a favor de cinco. ¿Quién se equivoca? Se equivoca la mayoría, claro está.

Porque cuando alguien niega que exista una verdad absoluta y universal no está discutiendo las matemáticas, ni las leyes físicas –las cosas caen hacia abajo–, sino que realmente está adoptando un concepto propio de lo que es la verdad y el bien: para el relativista la verdad no existe, sólo existen las opiniones mayoritarias, porque cualquier opinión es igual de válida y verdadera que su contraria.

Sin embargo, este postulado relativista hace agua por muchos sitios. Si no existe la verdad, tampoco debería ser cierto el propio principio relativista. Por qué va a ser verdad que no existe la verdad. Eso dependerá de la opinión mayoritaria. De modo que pudiera darse el caso que en Murcia sí existiera la verdad y en Cartagena no. Pero no es así. Para el relativista la verdad no existe nunca ni aunque la mayoría opine que sí existe la verdad. Pocas opiniones son tan dogmáticas como las opiniones relativistas[2].

La ciencia no es relativa, ni los científicos son relativistas. Ningún científico piensa que su opinión vale lo mismo que cualquier otra. Busca la verdad y si cree que está en ella intenta convencer a los demás de su descubrimiento. Por el contrario, los demás colegas intentan demostrar los errores del contrario y sólo el que supera las críticas de los demás por tener mejores razones es el mejor científico.

No es verdad que todas las opiniones merezcan el mismo respeto. Quienes merecen el mismo –y todo el respeto– son las personas, pero no sus opiniones. Por el contrario, tenemos la obligación grave de ayudar a los demás a mejorar sus opiniones, a sacarles de su error, de su ignorancia, de su engaño. Y también tenemos la obligación de mejorar nuestras opiniones, de acercarnos a la verdad, de salir de nuestros errores, de nuestra ignorancia, de nuestras inercias.

No todas las culturas tienen el mismo valor ético. Hay culturas como la europea, con raíces cristianas, que ha transmitido al resto del mundo el valor de la dignidad del hombre, del bien común, de la ayuda solidaria, del intercambio de bienes, del respeto de las demás culturas y religiones. Y existen otras culturas bárbaras que no tienen ningún respeto por nada de lo ajeno y extraño y menos valores éticos que no sea el aniquilamiento del contrario y del inferior. No hay que tener ningún complejo triunfalista para sostener que la cultura europea transmitida por hombres y mujeres reales, heroicos y defectuosos a la vez, es claramente mejor que otra cultura que no respeta al contrario y sostiene que la mejor solución es su muerte, eso sí muerte santa: dicen. Para un relativista todas las culturas son igualmente buenas porque todas tienen una parte de verdad. Pues no. El hecho de que todas tengan una parte de verdad no quiere decir que todas sean iguales[3].

Porque cuando no se trata de elegir el color del autobús sino que se trata de la verdad misma, la verdad no depende de la mayoría de las opiniones. Si muchos, incluso todos, dijeran que la raza judía no tiene derecho a vivir no estarían en la verdad. Lo único cierto es que estarían todos equivocados. «Es un deber de la Humanidad proteger al hombre contra la dictadura de lo coyuntural convertido en absoluto y devolverle su dignidad, que justamente consiste en que ninguna instancia humana puede dominar sobre él, porque está abierto a la verdad misma»[4].

Y es que la verdad es la verdad, no puede depender de la opinión mayoritaria, porque entonces sería cambiante, variable, histórica. Eso son las modas, las opiniones, las corrientes de pensamiento. La verdad es absoluta, definitiva, total. La verdad es superior al mismo hombre porque no depende del hombre sino que es la misma verdad la que hace al hombre verdadero cuando su vida se ajusta a la misma verdad de todo lo creado.

Toda sociedad necesita de la verdad, de los valores y de las ideas verdaderas. La abolición de la esclavitud, de la tortura, del abuso de la infancia, del tráfico de drogas, el crimen del aborto, los derechos humanos, no han sido el resultado de una votación por mayoría para saber si estamos a favor o en contra. La dignidad del hombre y de la mujer no se ha votado ni se puede votar porque es verdadera, no puede ser sino el resultado de una proclamación. La aparente terquedad con que se alzan determinados valores humanos innegociables responde a una profunda verdad[5].

Supongamos por un momento que los relativistas tienen razón y que la verdad no existe: todas las opiniones tienen su parte de verdad, por tanto, todas son igualmente verdaderas, por tanto, será mejor (más verdadera, aunque ninguna lo sea porque la verdad no existe) la opinión más votada. Será mejor porque es mayor el número de votos, no porque sea de mejor calidad la opinión. Llegamos a la cantidad, al número de votos. Y yo pregunto: ¿si no existe la verdad, por qué debemos elegir por votos? Mejor y más rápido elegir por la fuerza. Yo soy más fuerte, tengo más cañones y, por tanto, tengo la mejor opinión. Y quien me convence de que no tengo la razón si la verdad no existe. ¿Por aquello de la no-violencia? Pero no quedamos en que no existe la verdad, es igualmente verdadera la violencia que la paz.

El totalitarismo nace de la negación de la verdad en sentido objetivo. Si no existe una verdad trascendente al hombre y a la misma sociedad y hasta trascendente al mismo poder, tampoco existe ningún principio seguro que garantice las relaciones justas entre los hombres[6]. Porque si una sociedad no reconoce que existe una verdad que le trasciende triunfa la fuerza del poder y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propia opinión sin respetar los derechos de los demás. “La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar”[7].

En una organización democrática la noción de la verdad debe estar en el centro de la vida pública. Si no existe la verdad no es posible el debate, porque cualquier discusión deja de ser un proceso de búsqueda de la verdad y se transforma en una tramoya de poder. Llegamos así a entender que si no existe la verdad, si todas las opiniones valen lo mismo, pierde su sentido el pluralismo democrático[8]. Todas las opiniones no valen lo mismo, pero sí es posible que todas tenga algo o mucho de verdad. La que más se acerca a la verdad es la más verdadera, que no única. Por esto todas las opiniones valen, aunque no todas valen lo mismo.

Pero el tema de la verdad es más personal y menos político. También, y sobre todo, existe la verdad sobre el hombre. No todas las opiniones sobre el hombre y la persona valen lo mismo. Hay opiniones acertadas y equivocadas. Y también existe una opinión sobre el hombre que es verdadera porque conoce la verdad del hombre. Pero antes de decidir cuál es la verdad del hombre es necesario decidir si la verdad existe. Porque si decido que la verdad no existe no buscaré ninguna verdad inexistente sobre el hombre.

La democracia y la cultura democrática son propias de la solución de las cosas públicas. Para elegir el color del autobús sirve la mayoría de las opiniones. Para decidir la suerte del pueblo judío no sirve la opinión de la mayoría. Y ¿por qué? ¿Dónde está la verdad? ¿Por qué la vida del pueblo judío es la decisión verdadera y su exterminio está mal? ¿Qué instancia superior al hombre dice qué es la verdad?

No solamente es verdad aquello que se puede comprobar con las leyes empíricas, queda fuera de esta comprobación muchas realidades que superan los mismos sentidos y que sirven para explicar la misma existencia del hombre: el amor, la felicidad, la satisfacción, el espíritu de entrega a los demás, el bien común...

El relativismo de nuestro tiempo –hijo de la Ilustración– tiene como punto de partida la desaparición de Dios de la vida tanto pública, como de la personal de cada uno. «Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas... adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da la medida para discernir lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad»[9].

El hombre moderno ha renunciado a la búsqueda de la verdad. La cuestión de la verdad queda aparcada y se funciona con un sucedáneo que busca solamente el «sentirse bien con uno mismo» como si a esto se redujera la existencia del hombre. La pregunta de Pilatos: ¿Qué es la verdad?, emerge también hoy desde la triste perplejidad de un hombre que a menudo ya no sabe quién es, de dónde viene ni adónde va. «La ley de Dios es siempre el único verdadero bien del hombre»
[10].

Las reglas fundamentales de la vida social comportan unas exigencias determinadas a las que deben atenerse tanto los ciudadanos como los poderes públicos puesto que el poder no es superior a la Verdad, sino que, al igual que el mismo hombre, queda limitado por ella.

2. La verdad existe

Porque la verdad existe. Y en este sentido hay que reconocer que la verdad no es nada opinable. La verdad es terca y se impone contra toda opinión y hasta contra la misma mayoría más absoluta de todas. Es más, la verdad es categórica: lo contrario de la verdad es la mentira. Te pongas como te pongas: dos más dos son cuatro. Porque la verdad es eso: la verdad, no es una simple opinión y además existe.

Una cosa es pretender tener siempre la razón y otra cosa distinta es decir que existe una verdad universal sobre el bien y el mal que todos debemos procurar conocer y descubrir. Y en este proceso es evidente que las opiniones que más cerca están de la verdad son más verdaderas que sus contrarias que están más alejadas de la verdad. Aunque los más alejados tendrán algo de verdad. Hay que reconocerlo. No se puede decir que la verdad no exista, ni que dé igual una verdad que otra, ni que la verdad se vaya a componer entre las opiniones de todos sacando un promedio. Pero sí debe aceptarse que muchos otros tienen parte de la verdad y que yo no tengo toda la verdad.

«Hay formas de comportamiento que nunca pueden servir para hacer recto y justo al hombre, y otras, que siempre pertenecen al ser recto y justo del hombre»[11]. Y el hombre tiene inteligencia para conocer la verdad y para discernir lo verdadero de lo falso. Y tiene libertad para poder elegir la verdad y desechar la mentira. Pero la razón humana también está sometida a la verdad puesto que no puede disponer qué es verdad y qué es mentira. La razón descubre la verdad, pero no la crea, no la inventa, no la decide. La autonomía de la razón no puede significar la creación por parte de la misma razón de los valores y de las normas morales[12]. Existe un falso concepto de la autonomía de las realidades terrenas: el que considera que las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin hacer referencia al Creador[13].

Por medio de la figura del árbol de la ciencia del bien y del mal, la Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y sobre el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios. Pero también nos dice que la verdad existe y que existe el bien y el mal, es decir, la ley divina y la norma moral que obliga al hombre a cumplirla para estar en la verdad. El hombre que niega los límites del bien y del mal, la medida interna de la Creación, niega la verdad. Vive en la falsedad, en la irrealidad[14].

El hombre no es el dueño del bien y del mal, no es el dueño de la verdad. Con mayor motivo, la autoridad civil –que es una reunión de hombres, no lo olvidemos– no puede decidir lo que es bueno y lo que es malo. No tiene ese poder. Llegar a pensar que todo lo que emana de la autoridad civil resulta bueno y justo, es el caldo de cultivo propio del Estado Ético de los fascismos. Es lamentable, por no decir trágico, que a los gobernantes se les ocurra inmiscuirse en asuntos que no les compete
[15]. ¡Cuánto mejor sería que se dedicaran a decidir el color de los autobuses urbanos!


Felipe Pou Ampuero

[1] Jaime Nubiola. La dictadura del relativismo. www.Scriptor.org
[2] Alfonso Aguiló Pastrana. ¿Por qué una opinión va a ser mejor que otras? Mundo Cristiano, mayo 2004, p. 45.
[3] Marcello Pera, Presidente del Senado de Italia. “La crisis del relativismo en Europa”, ABC, 2 de mayo de 2005.
[4] Card. Joseph Ratzinger, Conferencia en el Primer Congreso Teológico Internacional. Madrid, 16 de febrero de 2000.
[5] Alfonso Aguiló Pastrana. ¿Por qué una opinión va a ser mejor que otras? Mundo Cristiano, mayo 2004, p. 46.
[6] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, 6 de agosto de 1993, n. 99.
[7] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, 6 de agosto de 1993, n. 99.
[8] Jaime Nubiola. La dictadura del relativismo. www.Sriptor.org
[9] Card. Joseph Ratzinger. Homilía en la Misa por la elección del Papa. Vaticano, 18 de abril de 2005.
[10] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, 6 de agosto de 1993, n. 84.
[11] Card. Joseph Ratzinger, Conferencia en el Primer Congreso Teológico Internacional. Madrid, 16 de febrero de 2000.
[12] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, Vaticano, 6 de agosto de 1993, n.40.
[13] Const. Gaudium et Spes, n.36.
[14] Card. Joseph Ratzinger, Creación y Pecado, Eunsa, Pamplona, 2005, p. 97.
[15] Alejandro Llano Cifuentes, Control mental y objeción de conciencia. Alfa y Omega, 2 de junio de 2005.

sábado, diciembre 03, 2005

10. Fidelidad


FIDELIDAD
Fecha: 26 de noviembre de 2005

TEMAS: Fidelidad, Amor.

RESUMEN: La fidelidad viene determinada por los valores y las metas a los que el hombre quiere ser fiel. El mantenimiento de la fidelidad exigen al hombre y a la mujer una disposición de fondo a unos actos concretos de renuncia que sacrifican lo accesorio para guardar y proteger lo principal. Ser fiel significa superponer la voluntad de querer al desgaste del primer amor producido por el tiempo y la rutina. La fidelidad cuenta con los propios defectos del otro y con sus propios aciertos. Por todo ello, la fidelidad implica necesariamente el perdón y la comprensión que se alcanzan sólo con amor. ¿Por qué es preciso amar siempre al otro cónyuge, incluso cuando muchos motivos, aparentemente justificados, inducirían a dejarlo? La respuesta más radical presupone ante todo el reconocimiento del valor objetivo y esencial del vínculo matrimonial. Y es que la fidelidad matrimonial no se tiene, sino que se conquista, se construye cada día y la conseguida no vale para el día siguiente. El matrimonio fiel tiene un valor propio que es la fidelidad de los esposos querida y vivida como un regalo diario.

SUMARIO: 1. Ser fiel.- 2. El compromiso.- 3. Ser infiel.- 4. A pesar de todo... fiel.- 5. Fidelidad conyugal.- 6. El amor.

1. Ser fiel
Dice Paulo –jurista romano– que «no quedamos obligados por la forma de unas letras, sino por la declaración que aquéllas expresan»
[1]. Porque es verdad que un hombre cuando se quiere obligar queda obligado por sí mismo, por su sola voluntad, sin tener que escribir ni firmar nada. Todo eso será un formidable elemento de prueba para recordar el hecho o para compeler a cumplirlo, pero los hombres quedamos obligados por nuestra sola voluntad.
Es fiel quien cumple la palabra dada. Pero no se es fiel a secas porque no existe la fidelidad por sí misma, vacía de contenido. Se es fiel a algo o respecto de algo o de alguien. De manera que la fidelidad viene determinada por los valores y las metas a las que el hombre quiere ser fiel
[2]. Se puede ser fiel a la esposa o al equipo de fútbol, o a ambos. A diferencia de otras virtudes que tienen una materia específica, la fidelidad no se presenta tanto como un valor en sí misma, sino más bien como la permanencia de unos valores y la adhesión de la persona a los mismos.
Pero aun siendo fiel a algo o a alguien, tampoco se es fiel respecto de una multitud amorfa de personas o a una realidad indefinida, sino que se es fiel respecto de alguien concreto y de unos valores determinados. Se es fiel a un compromiso que se convierte en un vínculo
[3].
Ser fiel se podría equiparar a ser leal. Para nosotros una persona es leal cuando «acepta los vínculos implícitos en su adhesión a otros —amigos, jefes, familiares, patria, instituciones, etc.— de tal modo que refuerza y protege, a lo largo del tiempo, el conjunto de valores que representan»
[4]. Pero la fidelidad es una virtud que viene determinada por los valores y las metas a los que el hombre quiere ser fiel. Porque la perseverancia en el logro de un objetivo rastrero o miserable no merece ser llamada fidelidad, sino reincidencia.
Sin embargo, la fidelidad y la lealtad son dos virtudes de la persona humana que en el uso común y hasta filosófico se confunden y pueden resultar equivalentes. Sin embargo, se diferencian en el lenguaje religioso o teológico.
Se podría decir que la lealtad es la actitud consciente o espontánea de cumplir los compromisos adquiridos y atenerse a la palabra dada expresa o tácitamente. Mientras que la fidelidad sería la voluntad libre, firme y constante de mantenerse activamente vinculado a personas, ideales y modos de vida, legítimamente aceptados, a pesar de la erosión del tiempo y de los obstáculos interiores y exteriores, que suelen ocasionar de modo natural cambios en el querer.
Se es leal a los compromisos y se es fiel a los valores y a las personas. Se es leal al lo pasado y asumido y se es fiel a lo futuro y a lo que está por suceder. Los esposos se prometen fidelidad para el resto de su vida y son leales a los compromisos que se dieron.
Así pues, la fidelidad implica una cierta sanción y horizonte espiritual o religioso y no se trata de una disposición estática, sino de una tendencia del alma más que de un estado, porque es dinámica y creativa.

2. El compromiso
Por ser libre, la persona es capaz de comprometerse. Hasta el punto que lo propio de los hombres es comprometerse, en esto se diferencian de los animales. Pero además el compromiso de cada cual le define como tal persona respecto de las demás personas que se han comprometido de otras maneras. No es lo mismo comprometerse con Dios y por Él con los demás, que comprometerse con uno mismo por encima de cualquier otro compromiso, por ejemplo.
Pero el hombre es un ser inacabado y cuando viene al mundo tiene por delante la bella y arriesgada tarea de perfeccionarse continuamente, de acabarse, para llegar a ser el que debe ser
[5]. Y tiene que aprender a ser fiel y ejercitarse en la fidelidad.
El mantenimiento de la fidelidad exigen al hombre y a la mujer una disposición de fondo a unos actos concretos de renuncia que sacrifican lo accesorio para guardar y proteger lo principal. Y en este ejercicio y elección cotidiana se aprende la fidelidad. Nadie se hace bueno o malo, fiel o infiel por una sola acción. Quien tiene aciertos todavía puede equivocarse y hasta estropear lo que llevaba conseguido. No sirve conformarse con lo ya conseguido sino que es necesario seguir avanzando
[6].
El camino de la fidelidad es de largo recorrido y dada la condición humana, de la que ninguno somos ajenos, suele ser accidentado. Condición humana que aparece disfrazada de altibajos, vacilaciones, desalientos, cansancios, que no son sino el tributo que el hombre debe pagar a su frágil condición. Y por medio de estas circunstancias debe avanzar la fidelidad.
Lo que sí es cierto es que la fidelidad no es una situación estática, quieta, inmóvil. Ser fiel significa superponer la voluntad de querer al desgaste del primer amor producido por el tiempo y la rutina. Fidelidad es querer querer, es una determinada determinación de querer.
Y para saber elegir hay que saber qué se quiere elegir, conocer la realidad de las cosas, su verdadera cara. Sabemos lo que elegimos cuando elegimos lo que verdaderamente queremos y lo queremos porque lo decidimos así en un principio. En el fondo, la fidelidad consiste en elegir lo que de alguna manera ya se había elegido antes, aunque se actualiza dicha elección en el cada día.
Cuando un esposo decide marcharse a casa y evitar cierta «cena de trabajo» está decidiendo ser fiel a su mujer. Pero lo cierto es que está volviendo a elegir a su mujer respecto de cualquier otra porque ya la eligió un día y le prometió seguir eligiéndola cada día y en cada circunstancia.

3. Ser infiel
Pero el espíritu humano alberga como parte integrante de su fragilidad una notable capacidad de ligereza y de banalidad ante bienes importantes que ya posee. Es capaz de distraerse con una hojarasca que vuela en el aire. No siempre, ni en todo caso, se es infiel por malicia, a veces por simple despiste, ignorancia en las prioridades. No tener claro qué es lo importante.
Se puede ser infiel por preferir el éxito profesional que hace merecer a uno mismo delante de sus compañeros, aunque cuando salga a la calle nadie sabe quién es ese señor que parece que se cree alguien. También se puede ser infiel por preferir el deporte, los hobbies o hasta los propios hijos por encima del cumplimiento del compromiso matrimonial que los justificó. Si se piensa detenidamente es un absurdo. Se casa con una señora porque le promete amor eterno y luego a quien quiere de verdad es a los hijos que le dio su señora, pero a la señora no.
Pero las infidelidades que podemos comprobar y hasta padecer o protagonizar nos confirman que solamente quien tiene la posibilidad de ser fiel también tiene la posibilidad de ser infiel. El perro es el mejor amigo del hombre pero no es fiel, ni tampoco infiel. Será agradecido y no morderá la mano que le da de comer, pero no se compromete ni se vincula con su amo.
La fidelidad es cosa humana, de hombres y de mujeres, no de ángeles y de demonios. Y somos fieles como lo puede ser una persona, a veces con heroicidad, pero siempre con sentido de la realidad. Por esto la fidelidad cuenta con los propios defectos e imperfecciones, así como con las propias virtudes. Y por esto, también, la fidelidad cuenta con los propios defectos del otro y con sus propios aciertos. Por todo ello, la fidelidad implica necesariamente el perdón y la comprensión que se alcanzan sólo con amor.
Tan es así que ser fiel es saber perdonar. A veces es más costoso perdonar que pedir perdón. Y para saber perdonar hay que saber ser fiel al compromiso inicial donde lo que se prometió es fidelidad no compensación de activos y pasivos, como si de una contabilidad se tratara. Se perdona porque se es fiel a la promesa realizada.
No quiere decirse que para ser fiel sea necesario ser infiel, como si fuera una premisa imprescindible, sino que la fidelidad y la infidelidad son posibles, reales. Sólo los hombres capaces de ser infieles, porque pueden hacer el mal y no lo hacen, pueden elevarse a la fidelidad
[7].

4. A pesar de todo... fiel
Pero el hombre, aunque no quisiera, arrastra consigo el peso de su egoísmo, de sus descuidos, prejuicios y demás circunstancias que se encuentran en el origen de muchos fracasos en la elección de un modo de vivir que debería ser irrevocable. El hombre es un ser racional, pero no siempre obedece a su razón, ni está tan claro que al mundo le muevan las ideas, sino más bien los corazones enamorados. Quizás sea porque el amor es lo único que engrandece a un hombre y al final de los tiempos es lo único que queda.
Hoy día vivimos en una sociedad utilitarista, afanosa de dominar y poseer cosas y bienes
[8]. Tendemos a pensar que podemos disponer a nuestro antojo de los seres que tratamos, como si fueran objetos, nuestros juguetes: ahora quiero, ahora no quiero.
Vivimos en una sociedad adolescente, con miedo al compromiso, que vive de películas y de historias fantásticas que nunca podrán hacerse realidad. Lo cotidiano aparece como la espera de un momento excepcional que algún día llegará, en lugar de ser el espacio en el que se teje el compromiso de la vida real, la única que tenemos entre nuestras manos
[9].
Para una persona fiel, lo importante no es cambiar y probar otras cosas o personas o situaciones, sino realizar en su propia vida el ideal al que se comprometió y mantener su empeño en ello. El fiel cumple con su voluntad, quiere lo que dijo que iba a querer. Y el que es fiel a una promesa o a un compromiso no es un terco, sino más bien tenaz, perseverante, porque con su fidelidad muestra el valor propio del compromiso.

5. Fidelidad conyugal
Los esposos son ante todo eso mismo, personas que se han esposado, prometido, comprometido el uno con el otro. La mentalidad actual, fuertemente secularizada, que propugna valores apartados de Dios, que es el dueño del bien y del mal, llega a preguntarse ¿por qué un cónyuge debe ser fiel al otro?
[10] A esta pregunta se puede contestar con variados motivos, entre ellos, por el propio bien de los hijos. Bien, pero incorrecto. Se puede volver a formular la pregunta de otra manera ¿por qué es preciso amar siempre al otro cónyuge, incluso cuando muchos motivos, aparentemente justificados, inducirían a dejarlo?
La respuesta más radical presupone ante todo el reconocimiento del valor objetivo y esencial del vínculo matrimonial. Marido y mujer son esposos, cónyuges, personas unidas, vinculadas. Pero no unidos como unos esclavos obligados y castigados a permanecer siempre así, sino unidos por el don recíproco y la promesa de amor hecha un día contra toda adversidad, a pesar de los propios errores, mejor, con los propios errores. Promesa que es posible porque queda avalada por Dios mismo. ¡Dios es fiel!
[11] Y la fidelidad humana, es imagen de la divina, como lo es la propia naturaleza del hombre fundada en su especial dignidad. No hay espacio en la Iglesia para una visión inmanente y profana del matrimonio, simplemente porque esta visión no es verdadera, ni teológica ni jurídicamente[12].

6. El amor
Porque la fidelidad exige amor, pero ¿en qué reside el verdadero amor? El enamoramiento está presidido por emociones y sentimientos, pero el amor está compuesto además del enamoramiento por la voluntad, la inteligencia, el compromiso y la entrega
[13]. No se puede confundir el amor con la simple pasión o con el simple sentimiento que es pasajero y efímero, además de condicionado a cantidad de variables entre las que se encuentran algo tan elemental como el frío y el calor.
El amor es un sentimiento y hay que sentirlo así, pero no se agota en eso solamente. Esto es muy poco, es una versión muy descafeinada del verdadero amor. No serviría para explicar por qué una madre se levanta por la noche cada tres horas para dar de comer a su pequeño, por qué un padre espera despierto para ver llegar a sus hijos por la noche, por qué un esposo renuncia a un ascenso por no apartarse de su mujer... Todo esto, y mucho más no se explica con un simple sentimiento, como si se pudiera decir «es que yo lo siento así» o «me apetece».
Y es que la fidelidad matrimonial no se tiene, sino que se conquista, se construye cada día y la conseguida no vale para el día siguiente. La fidelidad no admite vivir a cuenta del pasado, sino que siempre mira hacia delante.
A menudo se confunde la fidelidad con el aguante, como si ser fiel significara aguantar carros y carretas y estar dispuesto a todo. Pero la fidelidad supone un valor más elevado, supone crear en cada momento de la vida lo que uno mismo, un día, prometió crear
[14]. Supone cumplir la promesa que se dio de crear un hogar en todas las circunstancias, favorables o adversas, asumiendo las riendas de la propia vida y comprometiéndose a vivirla no a merced de los sentimientos cambiantes de cada momento sino por el valor de la unidad conyugal.
Y es que al hablar de un matrimonio fiel, de un matrimonio indisoluble, por error se piensa siempre en un matrimonio para toda la vida, como si la fidelidad fuera una cuestión de tiempo, para medir la duración de un matrimonio. El matrimonio fiel es duradero o de duración indefinida. No es así.
Cuando se habla de fidelidad a lo que realmente se alude es a la calidad de la unión. Un matrimonio fiel es un matrimonio valioso y por esa razón permanecerá en el tiempo, pero no porque tenga una fecha de caducidad ilimitada, sino porque tiene un valor propio que es la fidelidad de los esposos querida y vivida como un regalo diario, como una riqueza interior de la que se nutre el valor de la propia unión. El matrimonio no dura porque se han prometido fidelidad, sino que porque son fieles el matrimonio será para toda la vida por encima de las dificultades que no faltarán.



Felipe Pou Ampuero

[1] Digesto, 44, 7, 38.
[2] José Morales, Fidelidad, Ediciones Rialp, S.A. , Madrid 2004, p.39.
[3] José Morales, ob. Cit., p.67.
[4] David Isaacs, La educación de las virtudes humanas, Eunsa, Pamplona, 1976, p.239.
[5] José Morales, ob. Cit., p.218.
[6] José Morales, ob. Cit., p.217.
[7] José Morales, ob. Cit., p.166.
[8] Alfonso López Quintás. El valor de la fidelidad matrimonial. www.Catholic.net.
[9] Tony Anatrella. La mentalidad juvenil en el mundo occidental. Aceprensa, 8 de octubre de 2003, servicio 136/03.
[10] Juan Pablo II, El origen de la crisis del matrimonio. Discurso a la Rota romana, 30 de enero de 2003.
[11] Juan Pablo II, El origen de la crisis del matrimonio. Op. Cit.
[12] Juan Pablo II, El origen de la crisis del matrimonio. Op. Cit.
[13] Enrique Rojas, Remedios para el desamor. Mujer Nueva.
[14] Alfonso López Quintás. El valor de la fidelidad matrimonial. www.Catholic.net