domingo, junio 09, 2013

73. Año de la fe


01 de junio de 2013               


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TEMAS: Fe, Cultura.
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RESUMEN: 1. Las certezas racionales —las verdades— que se admiten sin ninguna reserva en la actualidad solamente son aquellas que derivan del conocimiento científico y tecnológico.
2. Ante esta mentalidad, la fe —la existencia de Dios y de Jesucristo como el único Salvador del hombre— queda en entredicho o cuando menos en la duda racional de las afirmaciones genéricas no comprobadas racionalmente.
3. En nuestra sociedad todavía perviven tradiciones religiosas y celebraciones sociales de carácter religioso, pero la cultura actual no está fundada en la fe en Cristo.
4. Para el cristiano no bastan las tradiciones y fiestas religiosas, sino que la fe supone una verdadera conversión del corazón y la adhesión de amor y obediencia a Jesucristo muerto y resucitado.
5. Así las cosas, la mayoría, vive, de hecho, en un ateísmo práctico que puede coexistir con algunas prácticas religiosas, pero que termina imponiéndose y ahogando la fe y la vida cristiana de la mayoría de los que se confiesan creyentes.
6. Para vivir como si Dios existiera hay que creer que Dios vive realmente. Y esto supone creer en la Palabra de Dios revelada por Jesucristo. El creyente tiene que estar convencido que Jesús es el Salvador del hombre.
7. En el Año de la Fe se nos pide un cambio de mentalidad y un cambio de actitud, un cambio en la manera de ser y de vivir nuestra fe y nuestro misterio.


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1. La fe en la sociedad actual
La fe en el mundo actual se encuentra sometida a una serie de interrogantes que tienen su origen en el cambio de mentalidad sufrido como consecuencia del triunfo de la revolución cultura. Si tuviéramos que reducir las causas de este cambio de mentalidad a una sola, en mi opinión, deberíamos concluir que el hombre actual ha renunciado al modo de conocer propio de la fe.
Las certezas racionales —las verdades— que se admiten sin ninguna reserva en la actualidad solamente son aquellas que derivan del conocimiento científico y tecnológico, es decir, las que provienen de una manera de conocer experimental que todo lo basa y lo confía en la comprobación física y científica de los experimentos.
Ante esta mentalidad, la fe —la existencia de Dios y de Jesucristo como el único Salvador del hombre— queda en entredicho o cuando menos en la duda racional de las afirmaciones genéricas no comprobadas racionalmente.
Ante esta situación, Benedicto XVI dirigió a todos los católicos una Carta Apostólica en forma de “Motu propio” titulada «La Puerta de la Fe» y fechada en Roma el día 11 de octubre de 2011, por la cual estableció la celebración de un Año de la Fe que terminará este próximo 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.
Esta Carta es una llamada de atención a todos los creyentes para recordar que la vida de comunión con Dios no es consecuencia de una convicción racional humana, sino que es un don que se recibe de Dios y se acoge en el corazón de cada uno de los hombres transformando por entero la propia vida. Así, la fe no es —no puede ser— algo anecdótico, superficial, intranscendente, sino que la fe debe ser, y es, el hecho central de nuestra vida: creo en Dios.
Si salimos a la calle de paseo nos encontramos con un mundo en el que la cultura, la prensa, las conversaciones, la economía, la política, en suma, eso que denominaríamos la «gente» no vive como si Dios existiera. Dios no es la referencia del mundo actual. La ley de Dios no es la suprema ley que inspira cualquier otra ley humana, ni su trasgresión se tiene por peligrosa o prohibida.
Con cierta tristeza, pero con sentido de la realidad, podríamos decir que en la sociedad actual la mayoría de los bautizados no viven la fe:
— De 100 niños que nacen, 80 reciben el bautismo, 60 la comunión, 20 la confirmación y sólo 5 viven como cristianos.
— De cada 100 parejas, 30 son de hecho, 35 son matrimonios civiles y 35 son sacramentales.
— De cada 100 familias, 40 llevan a sus hijos a colegios católicos, pero sólo 15 lo hacen por razones religiosas.
En nuestra sociedad todavía perviven tradiciones religiosas y celebraciones sociales de carácter religioso, pero la cultura actual no está fundada en la fe en Cristo. Para el cristiano no bastan las tradiciones y fiestas religiosas, sino que la fe supone una verdadera conversión del corazón y la adhesión de amor y obediencia a Jesucristo muerto y resucitado.
La fe cristiana está dejando de ser patrimonio general de la sociedad, elemento central de la cultura influyente. Lo culturalmente válido es la abstención, la omisión de lo religioso, el desconocimiento de lo sagrado, la pura dimensión material y sociológica de la vida.
El hombre se considera como el resultado fortuito de una evolución ciega, que nadie explica, en virtud de la cual ha tenido la suerte de alcanzar la autoconciencia y la libertad. Una libertad, por tanto, indeterminada, sin normas ni fines de ninguna clase, por tanto, la propia naturaleza humana no tiene por qué ser vinculante para ninguno de nosotros.
Así las cosas, la mayoría, vive, de hecho, en un ateísmo práctico que puede coexistir con algunas prácticas religiosas, pero que termina imponiéndose y ahogando la fe y la vida cristiana de la mayoría de los que se confiesan creyentes.
Y ante esta situación ¿qué nos propone la Iglesia por medio de la Carta Apostólica de Benedicto XVI?, pues nos propone fundamentalmente dos cosas:
— Primero ayudar a creer a todos los hombres, creyentes y no creyentes.
— Segundo,  “redescubrir” la fe.
Esto supone que la idea de la fe que estamos acostumbrados a manejar y a entender es una idea imperfecta y, en parte, errónea. Porque la fe no es tanto creer en Dios y que Dios existe, que desde luego así es, sino sobre todo la fe consiste en una conversión radical de la persona que vive como que Dios es el centro y la raíz de su vida y de su existencia, que da sentido a su vida que se centra en el amor a Dios sobre todas las cosas y el deseo de vida eterna con Cristo.

2. Una manera de entender la vida
Pero la fe no queda reducida a una fórmula verbal, una recitación, unos textos, ni siquiera unas formalidades u horarios semanales, sino que la fe que transforma la vida significa que el creyente, porque sabe que Dios es su Padre, vive abandonado en su Señor. La fe no renuncia al hombre, ni a su cuerpo, ni a sus potencias, ni menos aún a su inteligencia, pero la fe se apropia del corazón del hombre y si no es así la fe no convierte al hombre en creyente.
Tener fe no solo supone conocer una lista de preceptos. La fe es un acto de voluntad y supone un acto de amor y de entrega de la propia vida a la voluntad de Dios. También hoy es necesario renovar la fe personal y descubrir la alegría de creer. La Iglesia y la sociedad esperan de los creyentes que seamos ejemplos creíbles de personas que tienen fe, que nuestra fe sea concreta, real, material,  hecha de cosas y sucesos cotidianos. Sobran los textos y las frases y faltan modelos hechos realidad.
Porque la fe es un don de Dios, pero ese don necesita ser acogido en el corazón del hombre para hacerlo vida propia. La vida del creyente debe ser un desbordamiento de la fe interior. Por esto, la fe nunca puede ser un hecho privado, íntimo, casi secreto del interior de un cristiano, sino que la fe tiene que ser algo manifiesto, público y hasta notorio. ¡Se tiene que notar que soy creyente! Si no es así, si vivo, digo y hago como si no fuera creyente no será mucha la fe que tengo.

3. Algo tiene que cambiar
Para vivir como si Dios existiera hay que creer que Dios vive realmente. Y esto supone creer en la Palabra de Dios revelada por Jesucristo. El creyente tiene que estar convencido que Jesús es el Salvador del hombre. La felicidad del hombre, de la sociedad y del mundo no es el progreso, ni la ciencia, ni la tecnología, ni la economía de escala ni nada de todo eso, siendo todo eso muy importante y nada despreciable. Pero la felicidad del hombre no se encuentra ahí. Solo Jesús es el Salvador necesario con una exclusividad absoluta y total porque tiene «palabras de vida eterna» y porque es «el camino, la verdad y la vida».
El centro del mensaje de la Iglesia y de la fe no es el hombre. La Iglesia  ha sido instituida para salvar al hombre, pero el centro de la Iglesia es Dios. Y el mensaje de la fe es que Jesús salva. La palabra de Jesús, su Evangelio, explica el sentido de la vida y del hombre. El que quiera salvarse y dar sentido a su vida debe vivir conforme al Evangelio y no de otra manera.
También muchas personas que no tienen el don de la fe buscan el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico “preámbulo” de la fe porque conduce a las personas al misterio de Dios. La misma razón humana tiene inscrita la exigencia de que la vida y el hombre es permanente y tiene un valor por encima de todo lo demás que existe.
En el Año de la Fe se nos pide un cambio de mentalidad y un cambio de actitud, un cambio en la manera de ser y de vivir nuestra fe y nuestro misterio. Para que esto suceda es necesario lo siguiente:
«1) Tenemos que convertirnos, ponernos enteramente en manos del Señor para ser sus enviados. Cambiar en nuestra manera de pensar, de sentir, de razonar.
2) Cambiar nuestra visión de la Iglesia y del mundo. La Iglesia ha sido fundada por Cristo para anunciar el Evangelio y el anuncio es para todo el mundo, no sólo para los que ya son creyentes, también para los incrédulos, los desinteresados, los apartados.
3) Aprender mejor nuestra fe, estudiar el Catecismo de la Iglesia Católica.
4) Ser testigos de Cristo, vivir la fe como testimonio en público y con sinceridad, sin miedos ni vergüenzas» (Mons. Fernando Sebastián, Anunciar la fe…). ■


Felipe Pou Ampuero

Bibliografía
1.      Benedicto XVI, Carta apostólica Porta fidei, Ciudad del Vaticano, 11 de octubre de 2011.
2.      Mons. Javier Echevarría, Carta pastoral con ocasión del Año de la Fe, Roma 29 de septiembre de 2012.
3.      Mons. Fernando Sebastián, Anunciar la fe en la sociedad actual,  conferencia pronunciada en el Encuentro de sacerdotes de Iranzu (Navarra), agosto 2012, publicada en La Verdad, nº 3896, p. 22 y ss.

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