sábado, mayo 05, 2012

70. Mujeres del siglo XXI



Fecha: 01 de mayo de 2012           

* * * * *
TEMAS: Mujer, feminismo, género.
* * * * *
RESUMEN: 1. La sociedad, la cultura, no siempre ha sabido comprender la importancia y la necesidad que tenemos de la existencia de la mujer. Desgraciadamente, en muchas ocasiones, tampoco las propias mujeres han sabido comprender su condición femenina.
          2. Es evidente que todos nacemos con un cuerpo y una sexualidad concreta. Y si no somos capaces de aceptarnos tal y como somos es claro que tendremos un gran problema en nuestra vida porque seremos unas personas profundamente desgraciadas.
           3. La igualdad de la mujer no consiste tanto en que se libere a la mujer de los roles que tradicionalmente ha desempeñado, sino que consiste más bien en luchar para que esos roles sean reconocidos y tengan la misma dignidad y valor que otros roles que tradicionalmente se han atribuido a los varones.
4. Las madres nos recuerdan que sería monstruoso un mundo que se burlara del alma humana, que no tuviera capacidad de fijarse y pararse un momento en cada una de las personas que lo componen, en tantos pequeños detalles insignificantes pero que hacen la vida más digna y humana.
5. En efecto, es la madre la que pone los cimientos de una nueva personalidad humana con sus cuidados en los primeros años, con sus primeras muestras de cariño, con su conversación llena de comprensión, con su actitud acogedora y hospitalaria.

  
* * * * *

SUMARIO: 1. Un nuevo feminismo.- 2. Mujeres.- 3. Madres.

1. Un nuevo feminismo
Qué sería de un mundo sin mujeres donde solamente vivieran varones. Sería un mundo aburrido, además de desordenado… Pero qué sería de un mundo sin varones, donde solamente habitaran mujeres. Además de ser un mundo sin futuro porque no nacerían niños, sería un mundo sin interés.
La mujer es un verdadero regalo para el hombre, quiero decir, que es un verdadero regalo para toda la humanidad. La mujer es mujer y esta condición femenina forma parte esencial de su persona, no es un simple accidente añadido, como quien ha nacido en una determinada ciudad.
La sociedad, la cultura, no siempre ha sabido comprender la importancia y la necesidad que tenemos de la existencia de la mujer. Desgraciadamente, en muchas ocasiones, tampoco las propias mujeres han sabido comprender su condición femenina.


Si echamos la mirada atrás podemos comprobar que el movimiento feminista ha cambiado profundamente nuestras vidas. Podríamos empezar por fijarnos en los comienzos de la Revolución Francesa. Algunas mujeres se dieron cuenta que los derechos humanos que se reivindicaban beneficiaban exclusivamente a los varones. Estas mujeres pedían para sí los mismos derechos y obligaciones a que aspiraban los hombres, incluso el derecho a ser ajusticiadas en el patíbulo. Por desgracia, alguna lo logró y consiguió terminar sus días en la guillotina.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, una parte de las feministas ya no aspiraban a tener los mismos derechos que los hombres sino que querían algo más, querían ser como los mismos hombres y hacer lo que hacían los hombres. Esto significaba que las feministas empezaron a rechazar aquellas ocupaciones específicas  y propias de la mujer tales como la maternidad.
Más tarde, cayeron en la cuenta de que ese “deseo de ser como el varón” manifestaba en realidad un cierto complejo de inferioridad y se plantearon ser mujeres prescindiendo de los hombres y convertirse en unas terribles trabajadoras en competencia con el hombre más trabajador.
 El movimiento feminista llegó a sostener que la verdadera liberación de la mujer se lograría cuando nos olvidáramos de la condición femenina de las mujeres y las apreciáramos sin tener en cuenta su condición de mujer: solamente como personas, sin sexualidad.
Sin embargo, es evidente que todos nacemos con un cuerpo y una sexualidad concreta. Y si no somos capaces de aceptarnos tal y como somos es claro que tendremos un gran problema en nuestra vida porque seremos unas personas profundamente desgraciadas.
Por lo que se refiere a nosotros mismos, no tenemos un cuerpo como quien tiene un vestido o una moto. Antes bien, somos nuestro cuerpo porque el cuerpo es personal y forma parte de nosotros mismos. No nos limitamos a vivir dentro de nuestro cuerpo como si estuviéramos de alquiler en un apartamento, sino que mi cuerpo soy yo.
Y hablando del cuerpo, me parece claro que ser mujer es diferente de ser varón. Pero lo que quizá no vemos tan claro es que esta diferencia no solamente se refiere a nuestro cuerpo, sino que trasciende a toda nuestra persona y así somos varones o son mujeres como una determinada manera de vivir, de sentir, de pensar, de amar.

2. Mujeres
 Y ahora que llevamos más de una década de este siglo XXI nos podríamos preguntar cómo debería ser la mujer de este siglo. Ante todo, mujeres iguales a los hombres, sin ningún complejo de inferioridad, al contrario, orgullosas de su igualdad. Pero, atención, la mujer no es como el varón. Si así fuera sería una especie de varón afeminado.


El Génesis afirma que Dios creó al hombre —varón y mujer— a su imagen y semejanza. Esto significa que los dos sexos poseen la misma naturaleza de seres racionales y libres, que ambos han recibido el mandato divino de someter la tierra y cada uno tiene relación directa y personal con Dios. Tanto la mujer como el varón han sido amados por Dios por sí mismos y en esto reside su dignidad.


La mujer no es un ser definido a partir del varón, ni debe su existencia a la existencia previa del varón como si a él estuviera condicionada. Pero esta igualdad en la dignidad se demuestra en la diferencia que, por otra parte, es señal de la creación divina: no existen dos pájaros iguales, ni dos flores, ni dos personas porque la diferencia nos recuerda que al Creador, como al buen artesano, ninguna criatura ha salido de sus manos igual que la anterior.


Sin embargo, la mujer ha tenido que luchar por conquistar su puesto en la sociedad. Pero la mujer actual no debe caer en la tentación de compararse con el varón. No hace falta y, sobre todo, es que no es un varón; es una mujer ¿recuerdan?


La mujer es igual al hombre, o, si se prefiere, semejante, pero no es idéntica porque no es un hombre y sería una grave error que la mujer aspire a ser un hombre. La cuestión de la igualad entre los sexos debe ser tratada con una nueva perspectiva. No se trata tanto de afirmar que hombre y mujer son iguales, sino que se trata más bien de concretar qué significa la igualdad de los sexos, porque si pretendemos que la mujer sea igual al varón en todo ¿no estaremos elevando al varón a la categoría de modelo a seguir y así considerándolo superior a la mujer?


Los hombres y las mujeres del siglo XXI deben comprender que solamente respetando la propia naturaleza serán verdaderamente felices y la primera naturaleza que deben respetar es la propia: la mujer su propia feminidad. La mujer actual debe ser mujer y poner empeño en serlo realmente porque siéndolo podrá alcanzar el propio desarrollo y la realización personal. Esta aceptación de su propia manera de ser le ha de llevar a aportar a los hombres, a la familia y a la sociedad lo que es propio de la mujer, ese genio femenino que nadie como la misma mujer es capaz de dar.


La aceptación de la naturaleza humana como algo que nos viene dado, con lo que nacemos, supone aceptar que existe un Ser superior que nos ha dado esa naturaleza desde el amor y para amarnos y se puede entender que aceptar la Creación en nosotros mismos es el mayor bien que nos podemos hacer y es la única manera de realizarnos plenamente.


El problema no es solo jurídico, económico u organizativo, sino sobre todo de mentalidad, de cultura y de respeto. Se necesita una justa valoración del trabajo desarrollado por la mujer en la familia. Porque de lo contrario estamos pidiendo a la mujer que se comporte como lo que no es. ¿Acaso ser mujer no es tan importante y bueno como ser hombre?


La igualdad de la mujer no consiste tanto en que se libere a la mujer de los roles que tradicionalmente ha desempeñado, sino que consiste más bien en luchar para que esos roles sean reconocidos y tengan la misma dignidad y valor que otros roles que tradicionalmente se han atribuido a los varones. Evitando pensar que el tiempo dedicado a la familia sea un tiempo robado al desarrollo y la madurez de la personalidad. No existe una razón por la cual sea más importante diseñar un maravilloso satélite artificial que cuidar la cuna donde duerme tranquilo sabiéndose cuidado por su madre, el hombre o la mujer que en el futuro diseñará ese satélite.

3. Madres
Una mujer puede ser médico, ingeniero, arquitecto, conductor de autobús…, igual que un hombre. Pero un hombre no puede ser madre. Lo propio de la mujer es ser madre: la maternidad. De la misma manera que lo propio del varón es ser padre. En todo lo demás podríamos decir que son intercambiables menos en la maternidad o en la paternidad.


Es verdad, la mujer es madre y esta cualidad forma parte intrínseca de su ser. La mujer es madre por naturaleza y la capacidad de dar vida, sea puesta en acto o no, estructura la personalidad femenina, le hace pronta a la madurez y provoca un mayor respeto por lo concreto que se opone a las abstracciones teóricas e intelectuales, a menudo, letales para la existencia de los individuos y de la sociedad. Las madres no pretenden salvar a la “humanidad” (así con letras de molde y mayúsculas), sino que pretenden —y lo consiguen— salvar a sus hijos, a su familia, a su esposo, a sus seres queridos, a su sociedad.
Es la madre la que forma a los hombres en el hogar familiar y esto es lo que necesita nuestra sociedad tan materializada. Las madres nos recuerdan que sería monstruoso un mundo que se burlara del alma humana, que no tuviera capacidad de fijarse y pararse un momento en cada una de las personas que lo componen, en tantos pequeños detalles insignificantes pero que hacen la vida más digna y humana.
Las madres saben muy bien qué significa sacrificarse por sus hijos: no se trata solamente de concederles unas cuantas horas o de llevarles y traerles de las clases extraescolares. Significa gastar en su beneficio toda su vida. Las madres viven pensando en los demás, recordando los gustos y los deseos de todos para darles siempre una alegría.
Para una madre no solo es importante ser y vivir de esta manera, sino que enseña a sus hijos a vivir y ser hombres y mujeres cabales. Supone enseñarles a ser personas que viven para los demás, que superan sus egoísmos, que se preocupan del que no está pasando un buen momento. Estos y otros detalles parecidos son la verdadera solidaridad de las personas que no es otra cosa que cariño concreto por todos y cada uno de los que viven a nuestro lado.
En efecto, es la madre la que pone los cimientos de una nueva personalidad humana con sus cuidados en los primeros años, con sus primeras muestras de cariño, con su conversación llena de comprensión, con su actitud acogedora y hospitalaria. Con razón afirma la sabiduría popular que quien enseña a un niño forma un hombre, pero quien enseña a una mujer educa un pueblo.■




BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
1. Juan Pablo II, Carta Apostólica Mulieris Digntatem,  Vaticano, 15 de agosto de 1988.
2. Juan Pablo II, Enc.Laborem exercens, Vaticano, 14 de septiembre de1981, n. 19.
3. Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de laPaz, 1 de enero de 2012.
4. San Josemaría Escrivá, La mujer en la vida del mundo y de la Iglesia, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer.
5. Mons. Javier Echevarría, El mundo necesita del genio femenino, Diario ABC, 8 de marzo de 2006.
6. Jutta Burggraf, Varón y Mujer: ¿Naturaleza o cultura?
7. Jutta Burggraf, Para un feminismo cristiano: reflexiones sobre la Carta Apostólica “Mulieris Dignitatem”, Romana, nº 20, 1 de marzo de 2007.
8.  Jutta Burggraf, En torno a un nuevo modo de hablar, www.arvo.net
9.   Mary Ann Glendon, Las mujeres y la cultura de la vida, 24 de noviembre de 2011.
10. Monserrat Martín, Feministas o femeninas, www.mujernueva.com
11. Valores femeninos, valores de la sociedad, Mundo Cristiano, septiembre 2004.
12. Janne Haaland Matlary, L’Observatore Romano, 12 de febrero de 2005.
13. Janne Haaland Matlary, Maternidad y feminismo,  Lexicon, Consejo Pontificio para la Familia,  Ed. Palabra, 2004, p. 716.
14. Gloria Solé Romeo, La mujer, Aceprensa, servicio 135/98.
15. Natalia López Moratalla, No existe un cerebro unisex, Entrevista publicada en ALBA, octubre 2007.
16.  María Martínez López, Mujeres jóvenes, preparadas y en casa. Alfa y Omega.
17.  Karna Swanson, El trabajo de la mujer: algo más que freír tocino. www.mujernueva.org.
18. María Pía Chirinos, La excelencia en el hogar, www.zenit.org, 6 de febrero de 2007.
19. Nieves García, ¿Liberarse de la maternidad? No, gracias, Mujer Nueva, 2 de mayo de 2003.


Felipe Pou Ampuero

domingo, marzo 18, 2012

69. Justicia



Fecha: 01 de marzo de 2012                       

TEMAS: Justicia, Bien común, Derecho.

RESUMEN: 1. El mundo que nos rodea y en el que vivimos tiene una existencia independiente de nosotros mismos.
2. La justicia es anterior a las leyes, las leyes no son justas por el solo hecho de ser tales.
3. El deber fundamental y primario de la acción política y de los políticos es un compromiso fundamental para servir al derecho y a la justicia.
4. Debemos aprender a mirar la naturaleza para así poder descubrir la justicia que está impresa en ella.



SUMARIO: 1. Primero lo justo.- 2. ¿Qué es lo justo? - 3. Compromiso por la justicia.- 4. La naturaleza es justa.

1. Primero lo justo
La realidad de las cosas nos hace comprender que el mundo que nos rodea y en el que vivimos tiene una existencia independiente de nosotros y de la percepción sensorial que podamos tener de la realidad. Las cosas son como son; y ¿cómo son las cosas? Pues las cosas son como son y no de otra manera. Con estas palabras didácticas y reiterativas se expresaba un profesor universitario para infundir a sus alumnos el convencimiento profundo de la existencia objetiva del mundo.
De la experiencia personal de cada uno también podemos concluir que nuestra inteligencia y razón es la que nos permite conocer la realidad como extraña a nosotros mismos, aunque tengamos que conocerla por los medios naturales de que disponemos: los sentidos y la razón.
Pero la existencia de la naturaleza, de los animales, de las demás personas no depende de nosotros. También conocemos que existe otra realidad además de la física que vemos y tocamos. Es la realidad moral de la que participamos los hombres en cuanto que somos seres morales.
Quizá con dificultad racional, pero con segura intuición, podemos afirmar que en la vida de los hombres hay acciones y conductas que están mal y otras que están bien. Para condenar la esclavitud no necesitamos ninguna ley previa que la condene. Someter a esclavitud a otra persona, hombre o mujer, es un acto ilícito aunque algunas leyes y países no lo reconozcan así.
Llegamos a la profunda convicción de que la justicia es anterior al derecho por cuanto las leyes humanas emanadas de la institución correspondiente —parlamento, poder soberano, monarca absoluto, emperador— no tienen autoridad superior para definir lo que es justo o injusto. Si así fuera, por definición, no existirían nunca leyes injustas: por el solo hecho de ser leyes y tener los atributos propios de la ley ya serían justas.
La historia más reciente nos ha demostrado trágicamente que no es así. La justicia no emana del pueblo, ni mucho menos emana de los órganos legislativos del pueblo. Más bien, al contrario, el derecho y los órganos del Estado de los que emanan las leyes quedan sometidos a la justicia y tienen el deber de buscarla y promoverla para el bien de todos los ciudadanos.
El Estado no se inventa  la justicia, sino que la descubre, la busca y la instaura. Luego: la justicia es anterior a las leyes de los estados. Y si esto es así, cuando una ley de un estado conculca los principios anteriores y previos de la justicia podemos decir que es una ley injusta y contraria al bien común.
Será una ley injusta no tanto porque así lo diga un grupo mayor o menor de opiniones o incluso una mayoría de ciudadanos, sino que será injusta porque es contraria a lo justo que es anterior a la ley y a la opinión personal o mayoritaria de cada uno. A estos efectos, podemos considerar que la voluntad personal viene a constituirse en ley privada de actuación para cada persona. Utilizando el paralelismo de la analogía se podría decir que cada persona es soberana para gobernarse conforme a su voluntad y esta soberanía es la esencia del ejercicio de nuestra libertad. Pero, al igual que respecto del Estado soberano, la voluntad personal no es una voluntad autónoma respecto de la ley moral que pueda decidir lo que es bueno o malo a su antojo.
¿Se imaginan a una persona manifestando que para ella la esclavitud no es algo malo y, por tanto, somete a esclavitud a las personas que le rodean?
Podríamos enfocar así la cuestión de la justicia en el Estado de Derecho. El Estado de Derecho es una organización política para la consecución del bien común de los ciudadanos entendido como la paz social, la justicia y el interés general. Entre los fundamentos del Estado de Derecho se encuentra conseguir el imperio de la justicia en las relaciones de los ciudadanos. Entre los instrumentos de actuación del Estado de Derecho se encuentra el Derecho como ordenación de los bienes y de los servicios de una comunidad. Pero esta ordenación no puede ser caprichosa —no sería lógico— cuando el fin principal por el cual existe es la consecución de la justicia. El derecho es inseparable de la justicia[1], porque un derecho que no sirva a la justicia es un derecho injusto ciertamente, pero sobre todo, es un contrasentido, porque un derecho injusto deja de ser derecho.
Es cierto, el derecho no es solamente un sistema de ordenación o de organización para la atribución de derechos y obligaciones, sino que tiene un fin último y superior que, por esto mismo, es un fin exterior al derecho mismo: la obtención de la justicia.

2. ¿Qué es lo justo?
            Pero cómo se descubre lo justo. «Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser un criterio suficiente. Pero es evidente que en las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta: en el proceso de formación del derecho, una persona responsable debe buscar los criterios de su orientación»[2].
            En la Roma pagana, el jurista Ulpiano define la justicia como Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi —la justicia es la constante y continuada voluntad de conceder a cada uno su derecho—. A su vez, por derecho en Roma se entendía: vivir honestamente, no hacer daño a nadie y dar a cada uno lo suyo.
            La justicia es un valor objetivo, no es un valor o una opinión personal. Porque si se trata de una opinión personal de cada uno no podemos apelar a la justicia para reclamar nuestros derechos o la restauración de un daño que nos han infringido. Solamente si la justicia es un valor objetivo con autoridad común a todos los ciudadanos y superior a la opinión personal puede tener fuerza moral y jurídica para obligar a las personas.
            La justicia es un valor común y superior a los hombres y no puede quedar reducido a unos criterios de reparto de los bienes y derechos. Si así fuera la justicia se reduciría a unas cuantas normas reglamentarias previamente decididas por los hombres por mayoría. Si así fuera sería justo que la mayoría decidiera que la esclavitud es un derecho. Pero no es así.
            La justicia no es dar o repartir cosas a los hombres, sino que la justicia es saber decidir a quién le pertenece esa cosa. La organización política del Estado de Derecho no se conforma con que se paguen las deudas, es decir, con que los ciudadanos actúen con justicia en sus relaciones con los demás, sino que persigue que sus ciudadanos sean justos por sí mismos. Y en este sentido ser justo no siempre es equivalente a obedecer las leyes —las leyes injustas desde luego no—, ni tampoco significa ser igualitario, puesto que el hombre justo debe soportar las cargas sociales en proporción a su capacidad y esto suele significar que los poderosos deben soportar más cargas que los demás.
            Las leyes son justas no solamente cuando distribuyen los bienes o establecen unas reglas sociales aceptadas por la gran mayoría, sino que la justicia de las leyes se mide además porque va más lejos de esos actos de mera ordenación o de organización social y llega hasta los actos de valor: por ejemplo, no abandonar las filas en un combate, guardar la paz social, contribuir al progreso social[3]. Para la gran mayoría de las cuestiones puede ser suficiente el criterio de la mayoría de los ciudadanos, pero para las cuestiones fundamentales del derecho, donde está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta, como recordó Benedicto XVI en su viaje a Alemania.
            Sin embargo, estas cuestiones fundamentales que afectan a lo más esencial del hombre no son evidentes para todos los hombres y pueblos, aunque eso no quiere decir que no puedan ser conocidas por los hombres de ninguna manera. Pero lo que sí es cierto es que esas cuestiones fundamentales existen y la humanidad sí las reconoce, aunque no todas en la misma medida.
            La justicia no es una convención humana o el resultado de un compromiso, porque la justicia viene determinada previamente por la existencia del mismo hombre. Las cosas y situaciones son justas porque hacen justicia al hombre. Es el hombre el que determina la necesidad de hacer justicia primero con él y luego en sus relaciones con otros hombres.
            Contra esta concepción objetiva y universal de la justicia se opone radicalmente la concepción relativista de la justicia que entiende que los criterios de justicia dependen de una determinada concepción de la sociedad, de la organización política y hasta del mismo hombre. Concepción relativista que es esencialmente personal de cada hombre y, por tanto, subjetiva. Así, la concepción relativista de la justicia queda a merced de quienes tengan el poder de crear opinión e imponerla a los demás en cada momento.
            Se ve fácil que si la justicia fuera relativa y subjetiva podrían coexistir tantos conceptos de justicia como parlamentos existan y, lo que es peor, podrían coexistir dos conceptos diametralmente opuestos sobre la justicia: para unos la esclavitud sería un derecho mientras que para los otros la esclavitud es una injusticia.

3. Compromiso por la justicia
            El deber fundamental y primario de la acción política y de los políticos es un compromiso fundamental para servir al derecho y a la justicia. En el momento histórico actual en el que el progreso científico le ha permitido al hombre llegar a límites insospechados hasta hace pocas décadas atrás, adquirir un compromiso por la justicia y encauzar —que no limitar— el progreso en todos sus ámbitos hacia la paz social, la justicia y el bien común es una obligación política ineludible.
            La política no puede ser un instrumento de poder y de organización, sino que debe reconocerse como la búsqueda y consecución de la justicia en la sociedad. A este criterio de la justicia se debe someter cualquier otro objetivo político de manera que valorado con esta nueva luz no se permita su existencia si no contribuye a hacer el mundo y la vida del hombre más justa.
            Para conseguir que el político —es decir, cualquier ciudadano— adquiera esta convicción por la justicia es necesario que reciba la adecuada formación cultural y moral que le permita al menos sospechar que la justicia es un valor a conseguir y que ese valor además es objetivo y universal. Es necesario enseñar que la justicia no es un capricho personal, sino una necesidad vital del hombre.
            La primera tarea política es el mismo hombre y su formación moral. De este objetivo dependerá el éxito de cualquier. El respeto de la persona debe estar en el centro de las instituciones y de las leyes para proponer objetivos políticos justos y apropiados a la dignidad de la persona.
            La primera necesidad política del Estado de Derecho debería ser la capacidad de distinguir el bien del mal[4] y así establecer un verdadero derecho y servir a la justicia y la paz.

4. La naturaleza es justa
            La naturaleza es apropiada para el hombre y hasta se puede afirmar que el hombre forma parte de la naturaleza además de tener su propia naturaleza, la humana. La naturaleza es justa porque es un bien para el hombre. La primera formación del hombre consiste en enseñarle a reconocer su propia naturaleza y poder admirar la imagen del Creador que lleva impresa en su corazón[5].
            Debemos aprender a ver, aprender a mirar la naturaleza para así poder descubrir la justicia que está impresa en ella. La justicia es natural y lo injusto será contrario a la naturaleza. Esta es la auténtica ecología de la Creación. La ley natural ordena la naturaleza hacia el bien común y la justicia y las leyes humanas no pueden transgredir la ley natural so pena de incurrir en grave injusticia.
            El hombre tiene raciocinio y es capaz de «leer» en la naturaleza que le rodea. Debemos aprender a leer sabiendo no solamente mirar la naturaleza, sino admirarla  y ver en el mundo que nos rodea no solamente una sucesión de causas y efectos mecánicos, sino un origen trascendente y creador que explica nuestra existencia y ordena todo al mismo principio creador. Si no conseguimos leer la naturaleza de esta manera todo carecerá de sentido al no poder conocer el origen de la primera causa no causada, ni tampoco entender el fin último de todas ellas.
            Aprender de la naturaleza implica para el hombre la aceptación de que no se ha hecho a sí mismo, sino que es criatura, es racional y es amado. A esto puede llegar a conocerlo por su racionalidad al comprender que el hombre no se da a sí mismo la vida ni la propia existencia.
            En la propia naturaleza del hombre también se encuentra la propia ley interior de su conciencia que le sugiere criterios morales de actuación que al referirse a hacer el bien y evitar el mal debemos reconocer como la primera ley justa que conoce todo hombre.
            «El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral. Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos. Corresponde a la Iglesia recordar estos derechos a los hombres de buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1930).

Felipe Pou Ampuero




[1] Benedicto XVI, Audiencia al Tribunal de la Rota Romana, Ciudad del Vaticano, 9 de enero de 2012.
[2] Benedicto XVI, Viaje a Alemania, Discurso en el Reichstag, Berlín, 22 de septiembre de 2011.
[3] Cfr. Aristóteles, Moral a Nicómaco, libro quinto.
[4] Benedicto XVI, Viaje a Alemania, Discurso en el Reichstag, Berlín, 22 de septiembre de 2011.
[5] Ernesto Juliá Díaz, ¿Quién es el hombre?

sábado, febrero 04, 2012

68. Economía humana

Fecha: 01 de febrero de 2012


TEMAS: Economía, Empresa, Ética.

RESUMEN: 1. Una de las aportaciones del cristianismo a la economía es la de ofrecer una visión panorámica del sentido y finalidad del mundo, del sentido de la vida y del hombre.
2. Los bienes de la tierra son un don que debemos usar con generosidad, con la misma con la que los hemos recibido. Los bienes son para compartirlos para que a nadie le falte lo necesario para llevar una vida digna y en este sentido, las riquezas que se poseen tienen un sentido social.
3. Las diferencia iniciales de la Creación y de la misma situación de los hombres no son diferencias constitucionales, sino diferencias estructurales que los mismos hombres con su libertad y son su inteligencia pueden solucionar para contribuir al desarrollo de la Creación.
4. Por el principio de subsidiariedad todo lo que el hombre pueda hacer y desarrollar por sí mismo y en el ejercicio de su libertad y de su inteligencia no es lícito impedírselo.
5. Hay que «dejar hacer» a los hombres y también hay que «hacer hacer» a los hombres lo que ellos puedan hacer por sí mismos, sin fomentar la pereza, la apatía, la comodidad y la falta de responsabilidad.
6. No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume mejor cuando está orientado sólo a tener más bienes y no a ser mejor persona. Es necesario realizar un esfuerzo social y político para implantar estilos de vida a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones.

  
SUMARIO: 1. El plan general.- 2. Las diferencias.- 3. La realidad económica.- 4. Una oportunidad.

1. El plan general
El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente[1].
Una de las aportaciones más generales del cristianismo a la economía es la de ofrecer una visión panorámica del sentido y finalidad del mundo, del sentido de la vida y del hombre. Importa saber cómo se fabrican los productos y cuáles son las mejores técnicas de producción y los más eficientes procedimientos de venta y de distribución, pero por encima de todo esto está el conocimiento del hombre y del mundo que nos rodea, en definitiva, saber para qué se hacen las cosas vale más que el mismo hecho de poder hacerlas.
La economía debe estar al servicio del hombre, considerado siempre como un fin en sí mismo, y ser la consecuencia de la participación de todos y para beneficio de todos, por esto debe estar debidamente regulada y supervisada como garantía del bien común. Además de lo anterior, en el actual momento histórico, la economía debe tener un enfoque y una autoridad global[2].
Todo empieza con la Creación, con el origen del universo. Todos los bienes  y las riquezas de la tierra son buenos porque proceden de Dios y en Él tienen su fin. Pero la Creación no es un absurdo, tiene una lógica, unas leyes y unos principios que rigen la naturaleza y los mismos bienes. La Creación está bajo el gobierno y cuidado del Creador que no abandona el mundo a su suerte, sino que se implica en su futuro y lo mantiene.
Dentro de este plan divino se encuentra el hombre, también creado por Dios como una criatura más de todas pero, a la vez, con unas cualidades tales que le asemejan a su Creador y le hacen acreedor de una dignidad superior a todo lo creado. El hombre, creado como varón y mujer, recibe el encargo de dominar la tierra.
Pero el hombre no gobierna la tierra de cualquier manera, sino que debe gobernarla conforme a las leyes naturales. Existe una ecología natural y un respeto de la naturaleza, pero antes aún, existe una ecología humana y un respeto del hombre por el mismo hombre.
El hombre es libre, mientras que las demás criaturas no son libres, sino que están determinadas por su propia naturaleza y por su instinto. El hombre puede querer colaborar en la Creación o puede no querer, de él depende y por eso es libre. Pero la libertad del hombre no es absoluta porque no procede de él mismo, sino que al ser recibida como un don más tiene una limitación. La libertad del hombre no le permite fijar el orden moral (el bien y el mal), sino que éste responde al designio del Creador. Pero el hombre, por ser racional, puede reconocer ese orden y puede amarlo o rechazarlo.
Pero una cosa es clara, el hombre ha sido creado para gobernar la tierra y hacerla crecer y, por tanto, la administración de los bienes  —la economía— no es algo ajeno a los planes de la Creación sino  que forma parte de los mismos y de la vida ordinaria de los hombres. Dedicarse a la economía no es nada extraño, ni contrario a la dignidad humana, sino que forma parte de la misma puesto que ninguna otra criatura puede dedicarse a la economía.
Los bienes de la tierra son un don que debemos usar con generosidad, con la misma con la que los hemos recibido. Los bienes son para compartirlos para que a nadie le falte lo necesario para llevar una vida digna y en este sentido, las riquezas que se poseen tienen un sentido social[3].

2. Las diferencias
            Al contemplar el mundo podemos observar dos cosas: a) por un lado, que los bienes no están repartidos de manera uniforme entre todas las personas, sino que mientras unos tienen bienes en abundancia a otros les falta hasta lo necesario;  y b) que existen bienes suficientes para todos de tal manera que si los bienes se repartieran con equidad todos los hombres podrían poseer los bienes necesarios para tener una vida digna ellos y sus familias.
            El plan de la Creación cuenta con que el mundo no es igualitario, existen diferencias entre los hombres y las mujeres, entre los altos y los bajos, los listos y los menos listos, los de arriba y los de abajo, etc.: el igualitarismo generalizado no entra en los planes de la Creación.
            Pero, al mismo tiempo, todos los hombres y todas las mujeres participan de la misma dignidad —son la misma imagen y semejanza— y están llamados a la misma excelencia luego tenemos que concluir que las diferencia iniciales de la Creación y de la misma situación de los hombres no son diferencias constitucionales, sino más bien diferencias estructurales que los mismos hombres con su libertad y son su inteligencia pueden solucionar para contribuir al desarrollo de la Creación[4].
  
3. La realidad económica
            Hay tres principios generales que tienen aplicación en el campo económico[5]:
            a) Principio de la dignidad de la persona. Este principio, ya lo sabemos, dice que todo ser humano tiene valor en sí mismo, con independencia de lo que tenga o posea, de su raza, credo, cultura o situación. El hombre vale por lo que es y no vale por lo que tiene o significa. Por tanto, todos los hombres valen igual.
            El fundamento y razón de la dignidad de los hombres y de las mujeres es haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, es decir, poder amar y ser amados. Por la fuerza de la dignidad de los hombres, toda la creación está puesta a su servicio y también la actividad económica y la administración de los bienes y las riquezas de la tierra.
b) Principio de subsidiariedad.  El segundo principio general es el que dice que todo lo que el hombre pueda hacer y desarrollar por sí mismo y en el ejercicio de su libertad y de su inteligencia no es lícito impedírselo. También dice que todo lo que una estructura social inferior pueda realizar no debe realizarlo una estructura social superior[6].
            c) Principio de solidaridad. Pero el hombre no vive aislado y despreocupado de sus semejantes, sino que debe preocuparse de los demás hombres porque tienen su misma dignidad y son sus iguales.
Hay que «dejar hacer» a los hombres y también hay que «hacer hacer» a los hombres lo que ellos puedan hacer por sí mismos, sin fomentar la pereza, la apatía, la comodidad y la falta de responsabilidad en el desarrollo económico y social de los pueblos. Los hombres tenemos talentos para ejercerlos en bien de todos, no para enterrarlos cuidadosamente. Hay que trabajar por el común de todos y hay que arriesgar los talentos, no es lícito guardarlos.
La solidaridad está unida al bien común que es el conjunto de condiciones de la vida social que permiten a las asociaciones y a cada uno de sus miembros perfeccionarse más fácilmente[7]. Pero el bien común —por definición— es común a todos los pueblos de la tierra, no sólo a los desarrollados o a los de cultura occidental. El verdadero test del bien común es la efectiva solidaridad con las personas que corren grave riesgo de quedar socialmente descolgados del desarrollo como pueden ser los mayores, los inmigrantes y los jóvenes[8].
Junto con los principios señalados también existen otros principios de aplicación en el orden económico que conviene recordar:
d) La centralidad de la persona. El hombre es el autor, el centro y el fin de cualquier actividad económica (Gaudium et Spes, n.63). Es más importante la persona del trabajador que el resultado de su trabajo.
e) El destino universal de los bienes. Los bienes creados son para todos los hombres y pueblos que tienen un legítimo derecho a disfrutar de ellos. Es la función social de la propiedad. Este derecho lleva aparejada la obligación ética de los pueblos desarrollados de no impedir y hasta de facilitar el acceso a los bienes de la tierra a todos los hombres y pueblos que la habitan.
f) El desarrollo integral del hombre.  El desarrollo de los hombres y de los pueblos no deben atender solamente a las condiciones económicas, materiales y técnicas de la producción de bienes y servicios, sino, sobre todo, al desarrollo de la persona en todas sus dimensiones: materiales, espirituales, familiares, culturales, artísticas, sociales, deportivas, etc.
No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume mejor cuando está orientado sólo a tener más bienes y no a ser mejor persona. Por esto es necesario realizar un esfuerzo social y político para implantar estilos de vida a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones[9].
g) La sostenibilidad de la naturaleza. El hombre es el administrador de la naturaleza y no un devastador o depredador de la misma. Mientras se sirve de la naturaleza para su desarrollo y el de todos los pueblos también debe cuidarla y mantenerla —administrarla— y conservarla para que la naturaleza pueda seguir sirviendo a los demás hombres, sin divinizarla, pero tampoco sin despreciarla.

4. Una oportunidad
            Una auténtica democracia solamente es posible en un Estado de Derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Es necesario reconocer que si no existe una verdad última que guía y orienta la acción política y económica, entonces las convicciones humanas pueden ser instrumentadas para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia[10].
            El problema de fondo estriba en que el éxito de la actividad económica se mide en términos de rendimiento económico o beneficio empresarial y, por tanto, su búsqueda lleva a convertir a las personas empleadas en «factores de producción» al servicio de dicho éxito.
            Esta crisis es mucho más que financiera y económica, tiene raíces éticas, culturales y antropológicas, y nos obliga a cambios profundos de toda índole. Por ello, el tiempo presente no puede ser baldío. La crisis debe ser una oportunidad para reconocer nuestras carencias técnicas, institucionales y, sobre todo, éticas y culturales, y para avanzar por caminos de humanidad; caminos que sitúen a la persona en su integridad, y a todas las personas por igual, en el centro de nuestra economía y de nuestra sociedad global[11]. ■



[1] Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, n.36.
[2] Una economía al servicio de las personas, Carta pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria,  2011,  n. 40.
[3]  Gregorio Guitián, Negocios y moral, Eunsa,  Pamplona, 2011, p. 65.
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1936-1937.
[5] Gregorio Guitián, Negocios y moral, Eunsa,  Pamplona, 2011, p. 75.
[6] Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, n. 15.
[7] Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, n. 26.
[8] Una economía al servicio de las personas, Carta pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria,  2011,  n. 35.
[9] Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, n. 36.
[10] Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, n. 46.
[11] Una economía al servicio de las personas, Carta pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria,  2011,  n. 40.

sábado, enero 07, 2012

67. Mercado

Fecha: 01 de enero de 2012                       

TEMAS: Economía, Empresa, Libre mercado.

RESUMEN: 1. El libre mercado es la manera por la cual los agentes económicos se comunican y ponen de acuerdo entre sí para asignar los recursos disponibles y determinar qué producir, cuánto y a qué precio.
2. La crisis ha demostrado que el mercado, dejado a sí mismo, no solamente puede resultar ineficiente, sino que puede acabar promoviendo prácticas inmorales y generar un desastre global.
3. El libre mercado debe servir a la sociedad y a la justicia y, por esta razón, debe estar ordenado hacia esos mismos fines. Las leyes deben asegurar que siempre se obtendrá el precio de mercado de los bienes y que siempre existirá la libre competencia entre los agentes económicos.
4. Quedan fuera del libre mercado todas las personas y pueblos que careciendo de poder adquisitivo no pueden acceder al mercado ni beneficiarse de los bienes ofrecidos.
5. Existen necesidades de los hombres que no están en el comercio de los hombres, son ajenas al libre intercambio de bienes y servicios pero son aún más necesarias para los hombres. Tal es el caso, por ejemplo, del hogar, de la familia, del respeto a la dignidad de la persona, del debido descanso, del acceso a la cultura y las formas de conocimiento.
6. La cultura, la familia, la educación y la religión, proporcionan a los hombres y a la sociedad el verdadero sentido de la vida y sitúan a la economía en sus justos límites al servicio del hombre y de la sociedad no permitiendo que ningún hombre se convierta en un siervo de otro hombre o de un sistema económico.
7. No es malo el deseo de vivir mejor y de querer conseguir avances técnicos y mejoras en la calidad de vida. Pero el fin debe ser siempre el crecimiento del hombre. El fin de la actividad económica es permitir al hombre ser mejor persona y madurar en su personal desarrollo.



SUMARIO: 1. El fin del mercado.- 2. Para la sociedad.- 3. Los límites.

1. El fin del mercado
La actividad económica está destinada a satisfacer las necesidades de los hombres y no está destinada a aumentar el lujo o el poder.
El libre mercado es la manera por la que los agentes económicos se comunican y ponen de acuerdo entre sí para asignar los recursos disponibles y determinar qué producir, cuánto y a qué precio[1]. Es un instrumento, una herramienta por la cual los vendedores ofrecen y los compradores demandan algo y convienen en el precio y la forma de pago.
Pero el hecho de ser un instrumento o un medio no significa necesariamente que sea moralmente neutro. Aparecen dos elementos importantes: a) de una parte, se funda en la libertad de los agentes económicos a los que nadie obliga a vender ni a comprar. Y esta libertad de contratar es algo inicialmente bueno. En general, la libertad es siempre inicialmente buena y deseable. Pero la libertad no es un fin en sí misma y siempre hay que tener en cuenta el fin perseguido con el ejercicio de la libertad. Se puede usar para el bien, pero también es posible usar la libertad para el mal.
b) En segundo lugar, aparece también la competencia puesto que el libre mercado supone que los vendedores y compradores concurren y en función de lo que unos ofrecen y otros demandan se encuentra un punto de concurrencia que determina el mejor precio del contrato: el precio de mercado.
La competencia es buena también, porque estimula la mejora de la oferta y la perfección del trabajo personal para resultar finalmente elegido entre todos los candidatos. Es decir, la competencia favorece la eficiencia y la mejora de la productividad.
Desde el punto de vista técnico, el libre mercado es una manera de organizar la actividad económica que comparada con otros sistemas posibles logra una eficiencia bastante contrastada. Además, la sola concurrencia de distintos compradores y de distintos vendedores es capaz de generar el precio de los bienes atendiendo no a los intereses de una persona en particular, sino a la estimación general de unos y otros hasta conseguir lo que se llama precio de mercado.
De esta manera, el libre mercado modera posibles excesos y se convierte en un instrumento que facilita la justicia en los intercambios de bienes y servicios. Así se podría concluir que el libre mercado en sí mismo considerado no es malo, sino que respeta la libertad humana y favorece el ejercicio de la justicia mediante el ejercicio de los propios talentos en la actividad económica.
Sin embargo, también por experiencia sabemos que, a veces, se producen abusos de poder, faltas de cumplimiento o de respeto a las reglas establecidas y, en definitiva, injusticias. Así ocurre, cuando un vendedor baja los precios por debajo del coste del producto para causar pérdidas a sus competidores y procurar su eliminación definitiva con la intención de dominar el mercado. O también, cuando se producen reducciones excesivas en los costes de producción al no cumplir con las debidas medidas de seguridad, de higiene, de abono de salarios mínimos, etc. En estos casos, y en otros parecidos, se está utilizando la libertad de mercado con fines torcidos puesto que no se pretende realizar una actividad económica justa, ni ajustar el precio real de las cosas, sino conseguir una posición dominante del mercado con el propósito de eliminar del mercado a todos los demás posibles agentes sociales.
La crisis ha demostrado que el mercado, dejado a sí mismo, no solamente puede resultar ineficiente, sino acabar promoviendo prácticas inmorales y generar un desastre global. No se trata de ningún modo de negar lo que de beneficioso y necesario tiene el mercado; sin embargo, no es cierto que lo mejor para el bien común sea dejar que el mecanismo del mercado obre con entera libertad sin ninguna interferencia de ningún tipo[2].
Para evitar los abusos e injusticias en el mercado es necesario regular y controlar la actividad económica. Regular es ordenar la economía pero no impedirla ni asfixiarla. La ordenación del libre mercado debe atender a favorecer la misma existencia del mercado y de sus fines primordiales que consisten en obtener el intercambio de bienes y servicios al mejor precio posible.
Lo que no es posible es que el mercado se regule a sí mismo puesto que tendería a la mayor ganancia del vendedor o al mayor beneficio del comprador que siempre procuraría eliminar los posibles competidores para negociar desde una posición de fortaleza. El libre mercado debe servir a la sociedad y a la justicia y, por esta razón, debe estar ordenado hacia esos mismos fines. Leyes deben asegurar que siempre se obtendrá el precio de mercado de los bienes y que siempre existirá la libre competencia entre los agentes económicos.
La economía tiene por finalidad el bienestar de la sociedad y el correcto uso y reparto de la riqueza y de los bienes de la tierra. Es un fin común para toda la sociedad extraño al enriquecimiento exclusivo de unos pocos a costa de la explotación de otros. Al mismo tiempo, este fin común aplica la justicia y pretende beneficiar al que trabaja y aplica su esfuerzo e ingenio en producir bienes al mejor precio para conseguir la mejor venta.

2. Para la sociedad
Esta misma regulación del libre mercado debe atender no solamente a las necesidades económicas del mercado y de los intercambios comerciales, sino de la propia sociedad y de las personas que la integran. No podemos olvidar que el mecanismo del libre mercado considera tan solo a unos vendedores que ofrecen unos bienes y a unos compradores que ofrecen un dinero por ellos. Quedan fuera del libre mercado todas las personas y pueblos que careciendo de poder adquisitivo no pueden acceder al mercado ni beneficiarse de los bienes ofrecidos.
El libre mercado tiene, ciertamente, limitaciones por su mismo objeto. Unas veces porque solamente atiende a la solución de problemas que se puedan resolver con poder adquisitivo[3], es decir, problemas económicos, pero no culturales, sociales, de desarrollo humano. Otras veces, porque existen necesidades de los hombres que no se pueden comprar ni vender porque no están en el comercio de los hombres, son ajenas al libre intercambio de bienes y servicios pero son aún más necesarias para los hombres. Tal es el caso, por ejemplo, del hogar, de la familia, del respeto a la dignidad de la persona, del debido descanso, del acceso a la cultura y las formas de conocimiento.
Es decir, no todos los problemas de los hombres se resuelven comprando ni vendiendo, ni con arreglo a las normas del libre mercado. Tampoco todos los problemas se resuelven solamente con arreglo a los criterios de justicia. La sola dignidad de cada hombre exige algo más que el cumplimiento de lo justo, de lo debido. La dignidad del hombre no es algo que se paga, que se cumple con justicia, sino que es algo que se admira y se contempla por su misma dignidad y ante la cual no basta con la justicia, sino que es necesario ir más allá de los planteamientos justos para llegar a la generosidad y al don[4].
Ya se ve que la economía no lo es todo en la vida humana. Si lo fuera, la vida humana no gozaría de la dignidad que tiene y quedaría muy limitada. Luego a nadie puede extrañar que existan límites al libre mercado. Límites sí, impedimentos no.

3. Los límites
La persona es el centro de la actividad económica lo que significa mucho más que un reparto equitativo de la riqueza. El problema de fondo estriba en que el éxito de la actividad económica se mide en términos de rendimiento económico o beneficio, y, por tanto, su búsqueda lleva naturalmente a convertir a las personas empleadas en “factores de producción” al servicio de dicho éxito[5].
Y ¿cómo se determinan los justos límites al mercado? Curiosamente, los límites del mercado no se determinan por leyes económicas, sino por leyes culturales y por pautas de estilo de vida. Estos límites se fijan por medio del fortalecimiento de las instituciones que defienden y aseguran la dignidad de hombre. La cultura, la familia, la educación y la religión, proporcionan a los hombres y a la sociedad el verdadero sentido de la vida y sitúan a la economía en sus justos límites al servicio del hombre y de la sociedad no permitiendo que ningún hombre se convierta en un siervo de otro hombre o de un sistema económico.
Pero si se descuidan estas instituciones, si la cultura no es trascendente, si la educación es solamente técnica, si la familia se desestructura, si la religión se ignora, la actividad económica acaba convirtiéndose en consumismo, es decir, en afán de poseer bienes, servicios y riquezas con olvido de la dignidad del mismo hombre. Aún más, acaba por convertir a las riquezas en un verdadero fin de la vida para el hombre que solo tendrá sentido si es para tener más bienes y más bienestar material.
No es malo el deseo de vivir mejor y de querer conseguir avances técnicos y mejoras en la calidad de vida y de bienestar material y social. Pero el fin debe ser siempre el crecimiento del hombre entero, en cuerpo y alma. El fin de la actividad económica no es el permitir al hombre tener más bienes, sino ser mejor persona y madurar en su personal desarrollo.
Detrás del consumismo se esconde una visión materialista de la vida y de la felicidad, donde lo único que tiene importancia son los bienes y la comodidad personal adquirida olvidando la vida espiritual del hombre y, al fin, al mismo hombre.
No es que los bienes materiales no sean buenos ni convenientes, es que son insuficientes para la felicidad del hombre. No satisfacen las ansias de felicidad humanas y por esta razón es preciso atender a un verdadera cultura que pueda orientar la vida y las necesidades de los hombres, también las necesidades del libre mercado.
Los bienes son necesarios para el desarrollo de las personas y de la sociedad. Se trata de erradicar el consumismo, pero no el consumo de los bienes y ofrecer un estilo de vida más sobrio que busque la verdad, el bien y la belleza, así como la solidaridad con los demás hombres para un crecimiento común[6].
La respuesta obviamente es compleja. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por «capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa.[7]




Felipe Pou Ampuero



[1] Gregorio Guitián, Negocios y moral, Eunsa, Pamplona, 2011, p. 85.
[2] Una economía al servicio de las personas, Carta pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Cuaresma Pascua 2011, n. 18.
[3] Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, n. 34.
[4] Benedicto XVI, Encíclica Caritas in veritate, n. 34.
[5] Una economía al servicio de las personas, Carta pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Cuaresma Pascua 2011, n. 20.
[6] Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, n. 34.
[7] Juan Pablo II, Encíclica Centesimus annus, n 42.