viernes, noviembre 24, 2023

116. Racionales

 

Somos racionales para razonar nuestros actos.

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El hombre es racional y la razón es un don que nos asemeja a Dios. Por medio de la razón podemos discernir entre lo bueno y lo malo y distinguir lo que nos hace bien de lo que nos hace daño. Por la razón el hombre es capaz de elevarse sobre el mundo material y trascender las cosas y los animales y preguntarse por el origen de todo lo que existe y por el sentido de su vida. Puede ir más allá de lo que ven sus ojos y conocer las cosas por su realidad interior superando las simples apariencias.

Chesterton decía que «para entrar en la Iglesia hay que quitarse el sombrero, no la cabeza». Dios que nos ha creado racionales no quiere que dejemos de pensar, ni que nos comportemos como autómatas, al contrario, desea que utilicemos la razón para conocernos a nosotros mismos y para conocerle a Él como nuestro Creador.

En nuestra propia naturaleza se encuentra la capacidad –que a la vez es obligación– de ser razonables, de pensar y argumentar, de vivir cabalmente y no de otro modo. También de conocer nuestras limitaciones y posibilidades. Una razón autónoma y orgullosa se convierte en una razón enloquecida que se cree todopoderosa hasta la violencia y el holocausto.

El hombre no nace enseñado sino que debe aprender a vivir y en ese aprendizaje se recorre toda la vida. Como todas las potencias humanas la razón debe desarrollarse y se perfecciona por medio de la sabiduría la cual atrae con suavidad la mente del hombre a la búsqueda y al amor de la verdad y del bien. Persuadido por la sabiduría el hombre se alza por medio de lo visible hacia lo invisible.

La razón debe estar a la altura de su Creador y ser una razón que, aun siendo humana, no se conforma con certezas comprobables sino que aspira a buscar la razón última de las cosas. Una razón que se deja iluminar por la fe para alcanzar el conocimiento de lo que no podemos alcanzar con nuestras solas fuerzas. Una razón que no se conforma con conocer cómo es la vida del hombre, sino que aspira a conocer para qué es la vida del hombre.

Puesto que el hombre no se ha creado a sí mismo  debe saber responder al sentido último de su existencia para tener una vida lograda. Una cultura y una filosofía que no den respuesta al sentido de la vida humana no serán válidas y empujarán al hombre a la desesperación. Por esto, en la actualidad resuena con nuevo significado la máxima latina sapere aude (atrévete a saber, ten el valor de usar tu propia razón) para no dejarse engañar por los prejuicios de la cultura posmoderna que ha renunciado a buscar la verdad.

 

Bibliografía

1.  Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n. 15 y ss y 57 y ss.

2.  Catecismo Iglesia Católica, n. 1730, 1778.

3. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. n. 114

4.  Benedicto XVI, Enc, Deus caritas est, n. 28.

5.  San Juan Pablo II, Enc. Fe y Razón, n. 80 y ss.

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