domingo, marzo 15, 2015

82. Defender la vida

TEMAS: Vida, aborto, política.
* * * * *

RESUMEN: 1. La defensa de la vida no es un dogma católico, ni musulmán, ni confesional. Defender la vida es humano.

2. Si quiero defender la vida debo votar al partido que me asegure que defiende la vida. Votar a un partido que no me asegure la defensa de la vida no es coherente.

3. ¿Se puede conseguir la defensa de la vida sin intentarlo siquiera?


* * * * *

¿Cómo se defiende la vida? ¿Se defiende desde el silencio? ¿Se defiende a gritos?

Estamos en tiempo de elecciones y todos los defensores de la vida desde su concepción hasta la muerte natural se encuentran preocupados sobre cómo pueden defender la vida con su pequeña aportación electoral, con su voto. Los partidos políticos convocados a las urnas se disputan el voto de los ciudadanos presentado programas y propuestas electorales que aseguran cumplir en los próximos años si se les da el apoyo que necesitan.

Ocurre que los defensores de la vida se encuentran desengañados porque el partido político que prometió avanzar en la defensa de la vida no ha cumplido sus promesas electorales y todas aquellas promesas que figuran por escrito en el programa electoral han quedado en un incumplimiento. Para algunos ciudadanos no es un simple incumplimiento de una promesa sobrevenido por unas circunstancias imprevistas que han impedido realizar el programa ofertado. No, para algunos ciudadanos el incumplimiento es un verdadero engaño que reúne todos los requisitos necesarios para captar el voto de los defensores de la vida, asegurarse el poder político y, luego, no defender la vida.

Porque si se hubiera querido defender la vida se hubiera hecho cuanto antes, desde el primer día del mandato, desde el primer aliento, desde la primera mayoría absoluta. Además, con cuatro años por delante, el desgaste electoral que se hubiera producido se podría haber disuelto y asimilado. Además, como no es incompatible defender la vida con superar una crisis económica, como la prima de riesgo no exige la promoción del aborto, ni la píldora abortiva, ni el sostenimiento económico de las clínicas abortivas, podría haberse impedido todo lo anterior y, a la vez, superar la crisis y llegar al final del mandato electoral con todas las promesas cumplidas.

La defensa de la vida no es un dogma católico, ni musulmán, ni confesional. Defender la vida es humano. Uno de los principios naturales que se pueden reconocer en todos los animales y seres vivos es el mantenimiento y conservación de la vida y la procreación. Por este instinto natural se mantiene la vida y se defiende la propia existencia frente a los peligros exteriores. Defender la propia vida y defender la vida de los propios forma parte de la naturaleza del hombre y la defensa y protección de los pequeños y necesitados es innato al instinto natural de conservación. Para las mujeres, que son madres, la defensa de la vida de sus hijos forma parte del instinto maternal.

Defender la vida no es un principio católico. No se trata de ser un buen católico, ni tan siquiera se trata de ser un ciudadano decoroso. La defensa de la vida es algo que forma parte de una vida recta, ordenada, verdadera, una vida que acierta a vivir conforme a la propia existencia del hombre. Defender la vida es de buenos ciudadanos, de gente de conciencia, de hombre cabales, sean o no católicos, musulmanes, budistas o ateos.

Pero el tiempo pasa y así se han pasado cuatro años y nos volvemos a encontrar ante unas elecciones donde unos partidos políticos vuelven a prometernos la defensa de la vida. Pero ya sabemos lo que sucede. Ya sabemos lo que da de sí esa promesa electoral. El primer arrebato —¿es así como se dice?— nos hace pensar que no merece la pena votar a quien no cumple sus promesas, que no merece la pena votar a nadie y que se trata de un juego de chamarileros.

Sin embargo, el sistema está dispuesto de otra manera. Las elecciones se convocan para elegir candidatos. Candidatos que sobre su conciencia pesa el que cumplan sus promesas electorales. Pero los candidatos siempre se eligen y la ausencia de voto no impide esa elección ni invalida la de los elegidos. No es posible votar contra nadie. Solamente es posible el voto positivo a favor de alguna opción de las posibles. Por muy enojado que yo pueda estar las elecciones no me permiten reflejar mi enojo. Por lo menos las elecciones no me permiten reflejar mi enojo directamente contra ningún partido político, sino que debo votar o no votar. Pero si elijo no votar mi voto quedará perdido en la abstención y no aprovechará a nadie ni servirá de castigo para nadie.

Pero si elijo votar no puedo votar contra mis propias convicciones e ideas, eso sería traicionarme, algo así como suicidarme políticamente. Puedo votar a otro partido que asegura defenderla vida y cumplir su promesa. Puedo volver a votar al partido embaucador y arriesgarme a volver a ser engañado. Puedo realizar cálculos para averiguar dónde será más útil y provechoso mi voto.

Parece razonable pensar que si quiero defender la vida debo votar al partido que me asegure que defiende la vida. Votar a un partido que no me asegure la defensa de la vida no es votar con coherencia. Preferir la utilidad de mi voto y entregarlo a un partido que no defiende la vida es jugar a la utilidad de mi voto pero, desde luego, no es apostar por la defensa de la vida desde el momento en que entrego mi voto y mi confianza a quien no defiende la vida.

¿Qué es lo que quiero: ganar elecciones o defender la vida? Seguro que muchos queremos ambas cosas. Pero la cuestión es que en este momento histórico no parecen posibles las dos. Si entrego mi voto a quien gana elecciones puedo comprobar que no se dedicará a defender la vida, sino que se dedicará a ganar elecciones. Por el contrario, si entrego mi voto a quien defiende la vida no creo que gane las elecciones y poco podrá hacer por defender la vida.


Sin embargo,  me surge una nueva pregunta: ¿se puede conseguir la defensa de la vida sin intentarlo siquiera?■

No hay comentarios: