TEMAS: Vida, aborto, política.
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RESUMEN: 1. La defensa de la vida no es
un dogma católico, ni musulmán, ni confesional. Defender la vida es humano.
2. Si quiero defender la vida debo votar al
partido que me asegure que defiende la vida. Votar a un partido que no me
asegure la defensa de la vida no es coherente.
3. ¿Se puede conseguir la defensa de la vida
sin intentarlo siquiera?
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¿Cómo se defiende la vida? ¿Se defiende desde el silencio? ¿Se
defiende a gritos?
Estamos en tiempo de elecciones y todos los defensores de la vida
desde su concepción hasta la muerte natural se encuentran preocupados sobre cómo
pueden defender la vida con su pequeña aportación electoral, con su voto. Los
partidos políticos convocados a las urnas se disputan el voto de los ciudadanos
presentado programas y propuestas electorales que aseguran cumplir en los próximos
años si se les da el apoyo que necesitan.
Ocurre que los defensores de la vida se encuentran desengañados
porque el partido político que prometió avanzar en la defensa de la vida no ha
cumplido sus promesas electorales y todas aquellas promesas que figuran por
escrito en el programa electoral han quedado en un incumplimiento. Para algunos
ciudadanos no es un simple incumplimiento de una promesa sobrevenido por unas
circunstancias imprevistas que han impedido realizar el programa ofertado. No,
para algunos ciudadanos el incumplimiento es un verdadero engaño que reúne
todos los requisitos necesarios para captar el voto de los defensores de la
vida, asegurarse el poder político y, luego, no defender la vida.
Porque si se hubiera querido defender la vida se hubiera hecho
cuanto antes, desde el primer día del mandato, desde el primer aliento, desde
la primera mayoría absoluta. Además, con cuatro años por delante, el desgaste
electoral que se hubiera producido se podría haber disuelto y asimilado. Además,
como no es incompatible defender la vida con superar una crisis económica, como
la prima de riesgo no exige la promoción del aborto, ni la píldora abortiva, ni
el sostenimiento económico de las clínicas abortivas, podría haberse impedido
todo lo anterior y, a la vez, superar la crisis y llegar al final del mandato
electoral con todas las promesas cumplidas.
La defensa de la vida no es un dogma católico, ni musulmán, ni
confesional. Defender la vida es humano. Uno de los principios naturales que se
pueden reconocer en todos los animales y seres vivos es el mantenimiento y conservación
de la vida y la procreación. Por este instinto natural se mantiene la vida y se
defiende la propia existencia frente a los peligros exteriores. Defender la
propia vida y defender la vida de los propios forma parte de la naturaleza del
hombre y la defensa y protección de los pequeños y necesitados es innato al
instinto natural de conservación. Para las mujeres, que son madres, la defensa
de la vida de sus hijos forma parte del instinto maternal.
Defender la vida no es un principio católico. No se trata de ser
un buen católico, ni tan siquiera se trata de ser un ciudadano decoroso. La
defensa de la vida es algo que forma parte de una vida recta, ordenada,
verdadera, una vida que acierta a vivir conforme a la propia existencia del
hombre. Defender la vida es de buenos ciudadanos, de gente de conciencia, de
hombre cabales, sean o no católicos, musulmanes, budistas o ateos.
Pero el tiempo pasa y así se han pasado cuatro años y nos volvemos
a encontrar ante unas elecciones donde unos partidos políticos vuelven a
prometernos la defensa de la vida. Pero ya sabemos lo que sucede. Ya sabemos lo
que da de sí esa promesa electoral. El primer arrebato —¿es así como se dice?— nos
hace pensar que no merece la pena votar a quien no cumple sus promesas, que no
merece la pena votar a nadie y que se trata de un juego de chamarileros.
Sin embargo, el sistema está dispuesto de otra manera. Las
elecciones se convocan para elegir candidatos. Candidatos que sobre su
conciencia pesa el que cumplan sus promesas electorales. Pero los candidatos
siempre se eligen y la ausencia de voto no impide esa elección ni invalida la
de los elegidos. No es posible votar contra nadie. Solamente es posible el voto
positivo a favor de alguna opción de las posibles. Por muy enojado que yo pueda
estar las elecciones no me permiten reflejar mi enojo. Por lo menos las
elecciones no me permiten reflejar mi enojo directamente contra ningún partido
político, sino que debo votar o no votar. Pero si elijo no votar mi voto quedará
perdido en la abstención y no aprovechará a nadie ni servirá de castigo para
nadie.
Pero si elijo votar no puedo votar contra mis propias convicciones
e ideas, eso sería traicionarme, algo así como suicidarme políticamente. Puedo
votar a otro partido que asegura defenderla vida y cumplir su promesa. Puedo
volver a votar al partido embaucador y arriesgarme a volver a ser engañado. Puedo
realizar cálculos para averiguar dónde será más útil y provechoso mi voto.
Parece razonable pensar que si quiero defender la vida debo votar
al partido que me asegure que defiende la vida. Votar a un partido que no me asegure
la defensa de la vida no es votar con coherencia. Preferir la utilidad de mi
voto y entregarlo a un partido que no defiende la vida es jugar a la utilidad
de mi voto pero, desde luego, no es apostar por la defensa de la vida desde el
momento en que entrego mi voto y mi confianza a quien no defiende la vida.
¿Qué es lo que quiero: ganar elecciones o defender la vida? Seguro
que muchos queremos ambas cosas. Pero la cuestión es que en este momento histórico
no parecen posibles las dos. Si entrego mi voto a quien gana elecciones puedo
comprobar que no se dedicará a defender la vida, sino que se dedicará a ganar
elecciones. Por el contrario, si entrego mi voto a quien defiende la vida no
creo que gane las elecciones y poco podrá hacer por defender la vida.
Sin embargo, me surge una
nueva pregunta: ¿se puede conseguir la defensa de la vida sin intentarlo
siquiera?■
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