FIDELIDAD
Fecha: 26 de noviembre de 2005
TEMAS: Fidelidad, Amor.
RESUMEN: La fidelidad viene determinada por los valores y las metas a los que el hombre quiere ser fiel. El mantenimiento de la fidelidad exigen al hombre y a la mujer una disposición de fondo a unos actos concretos de renuncia que sacrifican lo accesorio para guardar y proteger lo principal. Ser fiel significa superponer la voluntad de querer al desgaste del primer amor producido por el tiempo y la rutina. La fidelidad cuenta con los propios defectos del otro y con sus propios aciertos. Por todo ello, la fidelidad implica necesariamente el perdón y la comprensión que se alcanzan sólo con amor. ¿Por qué es preciso amar siempre al otro cónyuge, incluso cuando muchos motivos, aparentemente justificados, inducirían a dejarlo? La respuesta más radical presupone ante todo el reconocimiento del valor objetivo y esencial del vínculo matrimonial. Y es que la fidelidad matrimonial no se tiene, sino que se conquista, se construye cada día y la conseguida no vale para el día siguiente. El matrimonio fiel tiene un valor propio que es la fidelidad de los esposos querida y vivida como un regalo diario.
SUMARIO: 1. Ser fiel.- 2. El compromiso.- 3. Ser infiel.- 4. A pesar de todo... fiel.- 5. Fidelidad conyugal.- 6. El amor.
1. Ser fiel
Dice Paulo –jurista romano– que «no quedamos obligados por la forma de unas letras, sino por la declaración que aquéllas expresan»[1]. Porque es verdad que un hombre cuando se quiere obligar queda obligado por sí mismo, por su sola voluntad, sin tener que escribir ni firmar nada. Todo eso será un formidable elemento de prueba para recordar el hecho o para compeler a cumplirlo, pero los hombres quedamos obligados por nuestra sola voluntad.
Es fiel quien cumple la palabra dada. Pero no se es fiel a secas porque no existe la fidelidad por sí misma, vacía de contenido. Se es fiel a algo o respecto de algo o de alguien. De manera que la fidelidad viene determinada por los valores y las metas a las que el hombre quiere ser fiel[2]. Se puede ser fiel a la esposa o al equipo de fútbol, o a ambos. A diferencia de otras virtudes que tienen una materia específica, la fidelidad no se presenta tanto como un valor en sí misma, sino más bien como la permanencia de unos valores y la adhesión de la persona a los mismos.
Pero aun siendo fiel a algo o a alguien, tampoco se es fiel respecto de una multitud amorfa de personas o a una realidad indefinida, sino que se es fiel respecto de alguien concreto y de unos valores determinados. Se es fiel a un compromiso que se convierte en un vínculo[3].
Ser fiel se podría equiparar a ser leal. Para nosotros una persona es leal cuando «acepta los vínculos implícitos en su adhesión a otros —amigos, jefes, familiares, patria, instituciones, etc.— de tal modo que refuerza y protege, a lo largo del tiempo, el conjunto de valores que representan»[4]. Pero la fidelidad es una virtud que viene determinada por los valores y las metas a los que el hombre quiere ser fiel. Porque la perseverancia en el logro de un objetivo rastrero o miserable no merece ser llamada fidelidad, sino reincidencia.
Sin embargo, la fidelidad y la lealtad son dos virtudes de la persona humana que en el uso común y hasta filosófico se confunden y pueden resultar equivalentes. Sin embargo, se diferencian en el lenguaje religioso o teológico.
Se podría decir que la lealtad es la actitud consciente o espontánea de cumplir los compromisos adquiridos y atenerse a la palabra dada expresa o tácitamente. Mientras que la fidelidad sería la voluntad libre, firme y constante de mantenerse activamente vinculado a personas, ideales y modos de vida, legítimamente aceptados, a pesar de la erosión del tiempo y de los obstáculos interiores y exteriores, que suelen ocasionar de modo natural cambios en el querer.
Se es leal a los compromisos y se es fiel a los valores y a las personas. Se es leal al lo pasado y asumido y se es fiel a lo futuro y a lo que está por suceder. Los esposos se prometen fidelidad para el resto de su vida y son leales a los compromisos que se dieron.
Así pues, la fidelidad implica una cierta sanción y horizonte espiritual o religioso y no se trata de una disposición estática, sino de una tendencia del alma más que de un estado, porque es dinámica y creativa.
2. El compromiso
Por ser libre, la persona es capaz de comprometerse. Hasta el punto que lo propio de los hombres es comprometerse, en esto se diferencian de los animales. Pero además el compromiso de cada cual le define como tal persona respecto de las demás personas que se han comprometido de otras maneras. No es lo mismo comprometerse con Dios y por Él con los demás, que comprometerse con uno mismo por encima de cualquier otro compromiso, por ejemplo.
Pero el hombre es un ser inacabado y cuando viene al mundo tiene por delante la bella y arriesgada tarea de perfeccionarse continuamente, de acabarse, para llegar a ser el que debe ser[5]. Y tiene que aprender a ser fiel y ejercitarse en la fidelidad.
El mantenimiento de la fidelidad exigen al hombre y a la mujer una disposición de fondo a unos actos concretos de renuncia que sacrifican lo accesorio para guardar y proteger lo principal. Y en este ejercicio y elección cotidiana se aprende la fidelidad. Nadie se hace bueno o malo, fiel o infiel por una sola acción. Quien tiene aciertos todavía puede equivocarse y hasta estropear lo que llevaba conseguido. No sirve conformarse con lo ya conseguido sino que es necesario seguir avanzando[6].
El camino de la fidelidad es de largo recorrido y dada la condición humana, de la que ninguno somos ajenos, suele ser accidentado. Condición humana que aparece disfrazada de altibajos, vacilaciones, desalientos, cansancios, que no son sino el tributo que el hombre debe pagar a su frágil condición. Y por medio de estas circunstancias debe avanzar la fidelidad.
Lo que sí es cierto es que la fidelidad no es una situación estática, quieta, inmóvil. Ser fiel significa superponer la voluntad de querer al desgaste del primer amor producido por el tiempo y la rutina. Fidelidad es querer querer, es una determinada determinación de querer.
Y para saber elegir hay que saber qué se quiere elegir, conocer la realidad de las cosas, su verdadera cara. Sabemos lo que elegimos cuando elegimos lo que verdaderamente queremos y lo queremos porque lo decidimos así en un principio. En el fondo, la fidelidad consiste en elegir lo que de alguna manera ya se había elegido antes, aunque se actualiza dicha elección en el cada día.
Cuando un esposo decide marcharse a casa y evitar cierta «cena de trabajo» está decidiendo ser fiel a su mujer. Pero lo cierto es que está volviendo a elegir a su mujer respecto de cualquier otra porque ya la eligió un día y le prometió seguir eligiéndola cada día y en cada circunstancia.
3. Ser infiel
Pero el espíritu humano alberga como parte integrante de su fragilidad una notable capacidad de ligereza y de banalidad ante bienes importantes que ya posee. Es capaz de distraerse con una hojarasca que vuela en el aire. No siempre, ni en todo caso, se es infiel por malicia, a veces por simple despiste, ignorancia en las prioridades. No tener claro qué es lo importante.
Se puede ser infiel por preferir el éxito profesional que hace merecer a uno mismo delante de sus compañeros, aunque cuando salga a la calle nadie sabe quién es ese señor que parece que se cree alguien. También se puede ser infiel por preferir el deporte, los hobbies o hasta los propios hijos por encima del cumplimiento del compromiso matrimonial que los justificó. Si se piensa detenidamente es un absurdo. Se casa con una señora porque le promete amor eterno y luego a quien quiere de verdad es a los hijos que le dio su señora, pero a la señora no.
Pero las infidelidades que podemos comprobar y hasta padecer o protagonizar nos confirman que solamente quien tiene la posibilidad de ser fiel también tiene la posibilidad de ser infiel. El perro es el mejor amigo del hombre pero no es fiel, ni tampoco infiel. Será agradecido y no morderá la mano que le da de comer, pero no se compromete ni se vincula con su amo.
La fidelidad es cosa humana, de hombres y de mujeres, no de ángeles y de demonios. Y somos fieles como lo puede ser una persona, a veces con heroicidad, pero siempre con sentido de la realidad. Por esto la fidelidad cuenta con los propios defectos e imperfecciones, así como con las propias virtudes. Y por esto, también, la fidelidad cuenta con los propios defectos del otro y con sus propios aciertos. Por todo ello, la fidelidad implica necesariamente el perdón y la comprensión que se alcanzan sólo con amor.
Tan es así que ser fiel es saber perdonar. A veces es más costoso perdonar que pedir perdón. Y para saber perdonar hay que saber ser fiel al compromiso inicial donde lo que se prometió es fidelidad no compensación de activos y pasivos, como si de una contabilidad se tratara. Se perdona porque se es fiel a la promesa realizada.
No quiere decirse que para ser fiel sea necesario ser infiel, como si fuera una premisa imprescindible, sino que la fidelidad y la infidelidad son posibles, reales. Sólo los hombres capaces de ser infieles, porque pueden hacer el mal y no lo hacen, pueden elevarse a la fidelidad[7].
4. A pesar de todo... fiel
Pero el hombre, aunque no quisiera, arrastra consigo el peso de su egoísmo, de sus descuidos, prejuicios y demás circunstancias que se encuentran en el origen de muchos fracasos en la elección de un modo de vivir que debería ser irrevocable. El hombre es un ser racional, pero no siempre obedece a su razón, ni está tan claro que al mundo le muevan las ideas, sino más bien los corazones enamorados. Quizás sea porque el amor es lo único que engrandece a un hombre y al final de los tiempos es lo único que queda.
Hoy día vivimos en una sociedad utilitarista, afanosa de dominar y poseer cosas y bienes[8]. Tendemos a pensar que podemos disponer a nuestro antojo de los seres que tratamos, como si fueran objetos, nuestros juguetes: ahora quiero, ahora no quiero.
Vivimos en una sociedad adolescente, con miedo al compromiso, que vive de películas y de historias fantásticas que nunca podrán hacerse realidad. Lo cotidiano aparece como la espera de un momento excepcional que algún día llegará, en lugar de ser el espacio en el que se teje el compromiso de la vida real, la única que tenemos entre nuestras manos[9].
Para una persona fiel, lo importante no es cambiar y probar otras cosas o personas o situaciones, sino realizar en su propia vida el ideal al que se comprometió y mantener su empeño en ello. El fiel cumple con su voluntad, quiere lo que dijo que iba a querer. Y el que es fiel a una promesa o a un compromiso no es un terco, sino más bien tenaz, perseverante, porque con su fidelidad muestra el valor propio del compromiso.
5. Fidelidad conyugal
Los esposos son ante todo eso mismo, personas que se han esposado, prometido, comprometido el uno con el otro. La mentalidad actual, fuertemente secularizada, que propugna valores apartados de Dios, que es el dueño del bien y del mal, llega a preguntarse ¿por qué un cónyuge debe ser fiel al otro?[10] A esta pregunta se puede contestar con variados motivos, entre ellos, por el propio bien de los hijos. Bien, pero incorrecto. Se puede volver a formular la pregunta de otra manera ¿por qué es preciso amar siempre al otro cónyuge, incluso cuando muchos motivos, aparentemente justificados, inducirían a dejarlo?
La respuesta más radical presupone ante todo el reconocimiento del valor objetivo y esencial del vínculo matrimonial. Marido y mujer son esposos, cónyuges, personas unidas, vinculadas. Pero no unidos como unos esclavos obligados y castigados a permanecer siempre así, sino unidos por el don recíproco y la promesa de amor hecha un día contra toda adversidad, a pesar de los propios errores, mejor, con los propios errores. Promesa que es posible porque queda avalada por Dios mismo. ¡Dios es fiel![11] Y la fidelidad humana, es imagen de la divina, como lo es la propia naturaleza del hombre fundada en su especial dignidad. No hay espacio en la Iglesia para una visión inmanente y profana del matrimonio, simplemente porque esta visión no es verdadera, ni teológica ni jurídicamente[12].
6. El amor
Porque la fidelidad exige amor, pero ¿en qué reside el verdadero amor? El enamoramiento está presidido por emociones y sentimientos, pero el amor está compuesto además del enamoramiento por la voluntad, la inteligencia, el compromiso y la entrega[13]. No se puede confundir el amor con la simple pasión o con el simple sentimiento que es pasajero y efímero, además de condicionado a cantidad de variables entre las que se encuentran algo tan elemental como el frío y el calor.
El amor es un sentimiento y hay que sentirlo así, pero no se agota en eso solamente. Esto es muy poco, es una versión muy descafeinada del verdadero amor. No serviría para explicar por qué una madre se levanta por la noche cada tres horas para dar de comer a su pequeño, por qué un padre espera despierto para ver llegar a sus hijos por la noche, por qué un esposo renuncia a un ascenso por no apartarse de su mujer... Todo esto, y mucho más no se explica con un simple sentimiento, como si se pudiera decir «es que yo lo siento así» o «me apetece».
Y es que la fidelidad matrimonial no se tiene, sino que se conquista, se construye cada día y la conseguida no vale para el día siguiente. La fidelidad no admite vivir a cuenta del pasado, sino que siempre mira hacia delante.
A menudo se confunde la fidelidad con el aguante, como si ser fiel significara aguantar carros y carretas y estar dispuesto a todo. Pero la fidelidad supone un valor más elevado, supone crear en cada momento de la vida lo que uno mismo, un día, prometió crear[14]. Supone cumplir la promesa que se dio de crear un hogar en todas las circunstancias, favorables o adversas, asumiendo las riendas de la propia vida y comprometiéndose a vivirla no a merced de los sentimientos cambiantes de cada momento sino por el valor de la unidad conyugal.
Y es que al hablar de un matrimonio fiel, de un matrimonio indisoluble, por error se piensa siempre en un matrimonio para toda la vida, como si la fidelidad fuera una cuestión de tiempo, para medir la duración de un matrimonio. El matrimonio fiel es duradero o de duración indefinida. No es así.
Cuando se habla de fidelidad a lo que realmente se alude es a la calidad de la unión. Un matrimonio fiel es un matrimonio valioso y por esa razón permanecerá en el tiempo, pero no porque tenga una fecha de caducidad ilimitada, sino porque tiene un valor propio que es la fidelidad de los esposos querida y vivida como un regalo diario, como una riqueza interior de la que se nutre el valor de la propia unión. El matrimonio no dura porque se han prometido fidelidad, sino que porque son fieles el matrimonio será para toda la vida por encima de las dificultades que no faltarán.
Felipe Pou Ampuero
[1] Digesto, 44, 7, 38.
[2] José Morales, Fidelidad, Ediciones Rialp, S.A. , Madrid 2004, p.39.
[3] José Morales, ob. Cit., p.67.
[4] David Isaacs, La educación de las virtudes humanas, Eunsa, Pamplona, 1976, p.239.
[5] José Morales, ob. Cit., p.218.
[6] José Morales, ob. Cit., p.217.
[7] José Morales, ob. Cit., p.166.
[8] Alfonso López Quintás. El valor de la fidelidad matrimonial. www.Catholic.net.
[9] Tony Anatrella. La mentalidad juvenil en el mundo occidental. Aceprensa, 8 de octubre de 2003, servicio 136/03.
[10] Juan Pablo II, El origen de la crisis del matrimonio. Discurso a la Rota romana, 30 de enero de 2003.
[11] Juan Pablo II, El origen de la crisis del matrimonio. Op. Cit.
[12] Juan Pablo II, El origen de la crisis del matrimonio. Op. Cit.
[13] Enrique Rojas, Remedios para el desamor. Mujer Nueva.
[14] Alfonso López Quintás. El valor de la fidelidad matrimonial. www.Catholic.net
2 comentarios:
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