sábado, enero 08, 2011

58. Religión y sociedad

Fecha: 01 de enero de 2011

TEMAS: Religión, Vida pública, cultura.

RESUMEN: 1. La religión enseña a los hombres que existe una dimensión superior a todo lo visible y creado que es el amor de Dios a los hombres.

2. Una perspectiva exclusivamente científica se vuelve peligrosa si ignora la dimensión religiosa y ética de la vida.

3. La religión no puede convertirse en un instrumento de odio, nunca se puede justificar el mal y la violencia invocando el nombre de Dios. Pero es que la religión no enseña ni justifica la violencia.

4. La razón puede hacer una crítica constructiva a la religión, a la vez que debe dejarse criticar por ella, cuando determinados argumentos o actuaciones en nombre de la «razón» dejen de ser humanos.

5. La religión debe ayudar a purificar e iluminar la razón en el descubrimiento de los principios morales objetivos, porque sin la religión, la razón puede ser manipulada por las ideologías y acabar atentando contra la dignidad humana.

6. Existen unas reglas éticas que son anteriores y superiores al debate político y constituyen los cimientos de la democracia sobre los que se puede construir un Estado de Derecho. La tradición católica sostiene que estas reglas éticas son accesibles por la razón, de manera que no es imprescindible ser creyente para reconocerlas.

7. También la religión puede tener expresiones deformadas tales como el sectarismo y el fundamentalismo. Esto sucede cuando se prescinde de la razón como purificadora de la religión y se renuncia a la búsqueda de la verdad.


SUMARIO: 1. La pregunta.- 2. La religión enseña.- 3. La razón enseña.

1. La pregunta
Todos los hombres de todos los tiempos y culturas se han preguntado por la interrogante fundamental de su vida: ¿cuál es el sentido último de la existencia humana?, ¿para qué vivimos?, ¿qué hacemos aquí? Porque para el hombre siempre ha parecido que esta vida —con todos sus logros y adelantos— es muy poco para ser digno del hombre. El anhelo por lo sagrado es la búsqueda de la cosa necesaria y la única que puede satisfacer las aspiraciones del corazón humano[1].

Para responder a esta pregunta y para dar sentido a nuestras vidas, la religión siempre ha sido un elemento decisivo de la identidad de los pueblos y de la propia conciencia histórica. Pero la religión aunque tenga un afán de trascendencia no deja de ser una actividad humana que refleja todas las limitaciones e imperfecciones del hombre. En la actualidad, la creciente dimensión multicultural de la sociedad lleva consigo la oportunidad de abrir un diálogo entre las distintas religiones existentes con el fin de encontrar formas verdaderas de mostrar en la sociedad la dimensión trascendente de la persona humana y su dimensión religiosa.

La religión enseña a los hombres que existe una dimensión superior a todo lo visible y creado, a la física y a la química, que es el amor de Dios a los hombres y de cada hombre a su prójimo a quien ve como hijo del mismo Padre.

La dimensión religiosa, por tanto, no es una superestructura que ahogue el desarrollo del hombre y de la sociedad, sino que es parte integrante de la persona. Sin religión la persona no se comprende, se encuentra incompleta. La religión supone la apertura esencial al otro, al que tengo al lado y hace al hombre más hombre[2].

Al mismo tiempo, la dimensión religiosa, en cuanto que humana, forma parte de la cultura de los pueblos y el respeto a lo sagrado y a cada religión es una muestra del respeto a la propia cultura y, en último sentido, una demostración del respeto al hombre. Quienes se burlan de la religión de los demás ponen de manifiesto que no se tienen respeto a sí mismos porque no reconocen nada sagrado dentro de sí[3].

Para un cristiano, además, la búsqueda de lo sagrado y la presencia real de Dios en la sociedad no deja de ser un misterio en el que la iniciativa la lleva el Señor porque «no se trata tanto de que le buscamos a Él, sino que es Él quien nos busca a nosotros; más aún es quien ha puesto en nuestros corazones ese anhelo de Él»[4].


2. La religión enseña

En la cultura y el saber humanos, una perspectiva exclusivamente científica se vuelve peligrosa si ignora la dimensión religiosa y ética de la vida humana e incapacita para encontrar respuestas al sentido de la propia vida. Gracias a la enseñanza de la religión la cultura se enriquece y faculta al hombre para descubrir el bien y el mal y crecer en la responsabilidad personal y social, aprendiendo de la experiencia del pasado para vivir mejor el presente y el futuro.

La felicidad es algo que todos los hombres quieren, pero no deja ser una de las mayores tragedias de este mundo por la gran cantidad de personas que la buscan en lugares equivocados. La religión nos enseña que la felicidad se encuentra en Dios y solamente en Dios. No en el dinero, el poder, el prestigio, las propias relaciones personales y todos los nuevos ídolos de la sociedad del bienestar[5].

La religión no puede convertirse en un instrumento de odio, nunca se puede justificar el mal y la violencia invocando el nombre de Dios. Pero es que la religión no enseña ni justifica la violencia. Es verdad que en nombre de la religión se han cometido abusos y barbaridades en épocas pasadas. Pero también podemos decir lo mismo de la herencia que nos ha dejado el pasado siglo XX en las ideologías que han excluido a Dios y la religión de la vida pública.

La política busca la justicia, la paz y el bien común. Pero todo esto no son sino valores morales que se refieren a la dimensión trascendente de la persona humana y se descubren dentro de la dimensión religiosa del hombre. Sin religión no hay ética y sin ética no se puede argumentar la justicia ni la paz ni el bien común porque se quedan en palabras vacías, en meros titulares sin sentido.

Hoy día, mostrar a la cultura actual la dimensión religiosa del hombre y, en este sentido, cristianizar la cultura, es una exigencia ineludible. Algunos buscan excluir de la esfera pública las creencias religiosas, relegarlas a la esfera privada, aduciendo que estas creencias son una amenaza para la justicia y la paz. Pero no es así. La religión es la verdadera garantía que asegura y explica la libertad y dignidad del hombre y nos enseña a ver a cada hombre como un verdadero hermano.

Por esto mismo, la religión y las creencias religiosas no solamente no deben permanecer en la esfera privada sino que es necesario plantear en el foro público los argumentos promovidos por la sabiduría y la visión de la fe. «La sociedad actual necesita voces claras que propongan nuestro derecho a vivir, no en una selva de libertades autodestructivas y arbitrarias, sino en una sociedad que trabaje por el verdadero bienestar de sus ciudadanos»[6].

La propia presencia de creyentes comprometidos en diversos ámbitos de la vida social y económica habla por sí misma de que la dimensión religiosa de nuestras vidas es necesaria para comprender al hombre y mostrar el camino de la verdadera felicidad.


3. La razón enseña

Como quedó de manifiesto en los diálogos entre el entonces cardenal Joseph Ratzinger y Jürgen Habermas (Munich, enero de 2004), la razón puede hacer una crítica constructiva a la religión, a la vez que debe dejarse criticar por ella, cuando determinados argumentos o actuaciones en nombre de la «razón» dejen de ser humanos y, por tanto, racionales y respetuosos con la libertad[7]. La religión tiene un importante papel en el debate político que es ayudar a purificar e iluminar la razón en el descubrimiento de los principios morales objetivos, porque sin la religión, la razón puede ser manipulada —y engañada— por las ideologías y acabar atentando contra la dignidad humana, por esto mismo, la religión no debe ser un problema para los legisladores, sino una valiosa ayuda en la resolución de los problemas sociales y políticos.

La libertad religiosa y la libertad de las religiones son algo más que un derecho subjetivo de cada ciudadano y comunidad religiosa. Es, también, una invitación a involucrarse en la sociedad llevando la propia fe a la solución de los problemas cotidianos[8].

Nadie que contemple con realismo el mundo actual podría pensar que los cristianos pueden permitirse el lujo de continuar sus vidas como si no sucediera nada, haciendo caso omiso de su propia fe o confiando en que el patrimonio de valores trasmitido durante siglos por las generaciones anteriores seguirá configurando el futuro de nuestra sociedad[9].

La cuestión fundamental es la siguiente: «¿Qué exigencias pueden imponer los gobiernos a los ciudadanos de manera razonable?, ¿En nombre de qué autoridad pueden resolverse los dilemas morales?»[10]. Se trata de la ineludible cuestión de la fundamentación ética de la vida civil. Porque si resulta que los principios éticos que sostienen el proceso democrático se apoyan solamente en el consenso social el cimiento de la arquitectura social no tiene una base sólida y cada nueva mayoría podría cambiarlo a su antojo. Nada sería seguro y definitivo.

Es verdad que todo no es —ni necesita ser­— seguro y definitivo, ni quedar atado y bien atado. Está la libertad y lo opinable, y lo acorde a cada tiempo y momento de la historia. Pero también es verdad, que tampoco todo es relativo y mudable, porque entonces hasta la misma vida humana y la dignidad del hombre estaría sometida a la aprobación de cada mayoría gobernante.

Existen unas reglas éticas que son anteriores y superiores al debate político y constituyen los cimientos de la democracia sobre los que se puede construir un Estado de Derecho. La tradición católica sostiene que estas reglas éticas —normas morales objetivas— son accesibles por la razón, de manera que no es imprescindible ser creyente para reconocerlas.

Por esto mismo, el papel de la fe católica y, por extensión el papel de las religiones en la sociedad, no consiste en imponer unas reglas éticas que la sola razón de cualquier hombre no creyente podría descubrir. El papel de la religión no es imponer sino ayudar a la razón de todos los hombres, creyentes o no creyentes, a descubrir esas normas morales objetivas, comunes y necesarias para la vida del hombre y de la sociedad.

Es decir, no se trata de renunciar a la razón en nombre de la fe. Se trata de colaborar con la razón para que llegue a descubrir esas normas objetivas e inmutables.

Pero también la religión puede tener expresiones deformadas tales como el sectarismo y el fundamentalismo. Esto sucede cuando se prescinde de la razón como purificadora de la religión y se renuncia a la búsqueda de la verdad. «El mundo necesita de buenos científicos, pero una perspectiva científica se vuelve peligrosa si ignora la dimensión religiosa y ética de la vida. De la misma manera la religión se vuelve limitada si rechaza la legítima contribución de la ciencia en nuestra comprensión del mundo. Necesitamos buenos historiadores, filósofos y economistas, pero si su aportación a la vida humana, dentro de su ámbito particular, se enfoca de manera demasiado reducida, pueden llevarnos por mal camino»[11].■


Felipe Pou Ampuero

[1] Benedicto XVI, Viaje al Reino Unido, Discurso a los líderes de comunidades religiosas, 17 de septiembre de 2010.
[2] Benedicto XVI, Discurso a los maestros de religión católica. Ciudad del vaticano, 25 de abril de 2009.
[3] Jaime Nubiola, El anticatolicismo de moda, La Gaceta de los Negocios, 27 de junio de 2005.
[4] Benedicto XVI, Viaje al Reino Unido, Discurso a los líderes de comunidades religiosas, 17 de septiembre de 2010.
[5] Benedicto XVI, Viaje al Reino Unido, Discurso a los jóvenes estudiantes de escuelas católicas, 17 de septiembre de 2010.
[6] Benedicto XVI, Viaje al Reino Unido, Homilía en Bellahouston Park, 16 de septiembre de 2010.
[7] Ramiro Pellitero, Dios en al plaza pública, www.analisisdigital.com
[8] Horst Köhler, Discurso pronunciado el 25 de septiembre de 2005.
[9] Aceprensa, Lo que enseña Newman al cristiano de hoy, 20 de septiembre de 2010.
[10] Benedicto XVI, Viaje al Reino Unido, Discurso en la Wistminster Hall, 17 de septiembre de 2010.
[11] Benedicto XVI, Viaje al Reino Unido, Discurso a los jóvenes estudiantes de escuelas católicas, 17 de septiembre de 2010.

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