martes, junio 07, 2016

96. Moral de situación

Temas: Moral, verdad, persona.

Resumen: El obrar humano no puede ser valorado como moralmente bueno simplemente porque la intención del sujeto sea buena o porque tiene la voluntad general de no pecar o de amar a Dios.

La llamada moral de situación sostiene que “la bondad o malicia de la acción humana no viene dada por una ley universal e inmutable, sino que se determina por la situación en que el individuo se halle”. Del estado anímico o circunstancial se quiere hacer depender la moralidad de la acción.
La cultura actual exalta la libertad y la conciencia individual hasta tal extremo que, según las circunstancias y el lugar, se llega a dudar de la obligatoriedad de los Mandamientos como expresión de la ley moral universal.
Esta exaltación de la libertad individual llegaría a considerar la propia conciencia como ley moral de cada hombre fundada en su propia voluntad: «yo pienso…, a mí me parece…, yo creo que…».  De tal manera que el Magisterio de la Iglesia no tendría autoridad para intervenir en materia moral dictando instrucciones vinculantes por cuanto tal actuación supondría una violación de la libertad individual que convertiría al hombre en un «esclavo» de la ley moral y le privaría de su «bien más preciado» que es su libertad.
Estas corrientes de pensamiento moderno olvidan que la libertad del hombre tiene como premisa esencial la felicidad del hombre. Porque cuando la libertad se aparta de la verdad el hombre queda encadenado al error y pierde la felicidad.
La Ley moral, los Mandamientos, no son una limitación de la vida del hombre o la negación de su libertad. Con el «no cometerás…» no se priva al hombre de su libertad, no se ahoga su existencia, sino que, al contrario, la Ley moral señala al hombre el camino de la verdadera felicidad y le enseña los principios de su correcto vivir. Así pues, los Mandamientos no limitan al hombre, sino que le enseñan a ser mejor hombre y solamente marcan el mínimo indispensable para una vida correcta permitiendo que el hombre aspire a ser mejor.
La ley moral es ley universal para todos los hombres y para todas las épocas de los hombres porque no es una ley coyuntural o histórica de un tiempo concreto, sino que es la ley que rige la bondad de los actos del hombre en cuanto tal hombre como existe desde siempre.
La conciencia personal debe aplicar la ley moral universal a cada acto del hombre. Es posible que en un caso concreto el hombre se equivoque y, si existiera ignorancia invencible, el acto —malo en sí mismo— no sería imputable al hombre, pero tal acto aunque no imputable seguiría siendo un acto malo. En ningún caso la conciencia puede definir o cambiar la ley moral y convertir en acto bueno lo que es un acto malo.
El obrar humano no puede ser valorado como moralmente bueno simplemente porque la intención del sujeto sea buena o porque tiene la voluntad general de no pecar o de amar a Dios. No es suficiente la buena intención para calificar de bueno a un acto, sencillamente porque la buena intención no es independiente de la ley moral. Es decir, la buena intención será buena porque se ajusta a la ley moral,  no porque haya un deseo general de ser bueno.
La libertad del hombre no consiste en una libertad «respecto de» la verdad, sino que siempre es una libertad «en» la verdad puesto que solo Dios tiene el poder de decidir lo que está bien y lo que está mal. La verdad no se elige puesto que no existen varias verdades equivalentes; la verdad se acepta.
Cualquier acto humano es malo o contrario a la ley moral cuando es contrario a alguno de los preceptos de la ley moral: los «Mandamientos de la ley de Dios», aunque la intención del sujeto fuera buena e incluso aunque el sujeto no pretenda ofender a Dios, puesto que la ofensa de la ley moral ya es ofensa de Dios que es su legislador.

La verdad sobre el hombre no es una simple opinión personal de cada hombre sobre sí mismo y sus circunstancias. La verdad sobre el hombre es la visión divina del hombre que se expresa en la ley moral universal y se concreta en los Mandamientos.  La propuesta de esta ley moral en toda su integridad y sin alterar ni ocultar su contenido comporta una exigencia derivada de la propia dignidad de cada hombre que no se debe rehusar.