domingo, marzo 06, 2005

3. Cristiano



CRISTIANO
Fecha: 05 de marzo de 2005

TEMAS: Religión, Cultura, Educación.

RESUMEN: ¿Qué significa ser cristiano? ¿Cuál es la tarea del cristiano en la sociedad moderna actual? El cristiano quiere vivir como un cristiano y decir a los demás que el hombre es ser creado a imagen y semejanza de Dios. Difundir una cultura humanista en la que se afirme la supremacía del ser sobre el tener, de la ética sobre la técnica.

SUMARIO: 1. El mundo.– 2. Vivir de fe.– 3. Vida pública.– 4. Estilo personal.

1. El mundo
El mundo es bueno porque ha salido de las manos de Dios. El origen del pecado y de la mancha moral no hay que buscarlo en las cosas creadas, pues Dios, tras crear todas la cosas, vio que eran buenas (cfr. Gn, 1,31), sino en el corazón del hombre –en nuestro corazón–. Después del pecado original el hombre fue «mudado en peor». Pero esto no quiere decir que el hombre no sea capaz de vencer, sino que necesita luchar
[1].
Los terremotos no sólo matan y destruyen. También desafían a los hombres a explicarnos el orden de un mundo en el que tales actos aparentemente indiscriminados pueden llegar a ocurrir. Como dice Alejandro Llano
[2] la realidad se puede transformar pero no se puede falsear. Aunque nosotros no lo seamos, la realidad es siempre fiel a sí misma. Y la realidad es que el mundo puede ser un espacio difícil de vivir, poco acogedor y hostil, donde el más fuerte es el que sobrevive a costa de los más débiles que resultan explotados.
No aceptar que el hombre es un ser creado a imagen y semejanza de Dios supone alterar todo el orden natural de lo creado y la realidad misma del hombre que deja de ser entendido como un ser amado por sí mismo, con su propia dignidad, para ser valorado sólo como un instrumento, un medio, para alcanzar otros fines.
La tarea del cristiano se centra, en primer lugar, en elaborar y difundir una cultura humanista en la que se afirme una supremacía del espíritu sobre la materia, del hombre sobre las cosas y de la ética sobre la técnica. Cultura humanista que se opone a la cultura materialista o consumista que defiende la primacía del tener sobre el ser, del placer sobre el amor, del bienestar sobre la felicidad. El cristiano tiene la honrosa tarea de trabajar para que el mensaje divino llegue a su vecino, a su compañero, a su amigo
[3].
Las personas son bienes por sí mismas y no por ninguna otra cualidad. Si no se entiende así la dignidad de la persona se corre el grave peligro de justificar el dominio de los fuertes sobre los débiles, de los sanos sobre los enfermos, de los ricos sobre los pobres, de los integrados sobre los marginados, de los seres «útiles» sobre los seres «inútiles».
La verdad siempre resulta peligrosa, es cierto. Pero es más cierto que la verdad es siempre la verdad y no admite disfraces o variantes menos arriesgadas o comprometidas. La verdad es exigente porque lleva al sentido de las cosas y eso no puede ser otra cosa que su razón de ser, la verdad lleva necesariamente siempre a Dios. Dios es siempre el fin último de todas las criaturas.
Y el mundo grita el nombre de su Creador y habla constantemente de Dios. El cristiano quiere decir a los demás hombres que Dios existe, que no podemos vivir de espaldas a Dios, como si no existiera, como si pudiéramos ignorar su existencia.

2. Vivir de fe
«Ante tantos dramas como afligen al mundo, los cristianos confiesan con humilde confianza que sólo Dios da al hombre y a los pueblos la posibilidad de superar el mal para alcanzar el bien»
[4]. El cristiano debe vivir de la fe. Pero esto no puede significar que la fe sea una creencia mágica o extraña. «El cristianismo es gracia, es la sorpresa de un Dios que, satisfecho no solo con la creación del mundo y del hombre, se ha puesto al lado de la criatura»[5].
Dios existe y es la razón de ser del hombre. Sólo se puede explicar la existencia del hombre desde la existencia de Dios y desde la Creación a su imagen y semejanza. La vida humana es religiosa por esencia, para explicar la existencia del hombre, sin Dios nada tiene sentido.
La fe no es una excusa para soportar la vida. El cristiano no cree en Dios como un remedio para soportar esta vida llena de dolor e injusticias, donde el mal se extiende y nadie puede comprenderlo. La fe es la razón de vivir del cristiano.
La fe del cristiano no es propia, como fabricada a mi medida: para resolverme mis problemas. No se trata de una pasión, de un convencimiento o de una convicción. Por lo menos no se trata sólo de eso, aunque también lo pueda ser.
La fe es un don de Dios. Por ser un don es un regalo gratuito. Y por ser un regalo no es propia, es divina. No se puede reducir la aspiración hacia lo trascendente en una simple necesidad de espiritualidad, como quien necesita jabón y lo compra en la droguería. La fe es una llamada y es un encargo, es una misión, algo por hacer...
Es Dios quien identifica al hombre, quien le manifiesta quién es y cuál es su destino, porque lo conoce, porque lo ha creado. Sólo aceptando la existencia previa de Dios se puede comprender y dar sentido a la existencia humana. Una existencia llena de dificultades, de problemas, de contrasentidos, de dolor y de abandonos, y también de felicidad y de alegrías. Pero todo esto Dios lo explica, lo acoge y hasta nos ha dado ejemplo suficiente en la Encarnación del Verbo. Dios ha asumido toda la existencia humana y ofrece al hombre una explicación de la vida humana.

3. Vida pública
El cristiano quiere vivir como un cristiano y llevar a los demás esta novedad. No le basta con vivir en secreto su misión, sino que quiere sacarla a la calle, a la plaza y manifestar a los demás hombres su verdadera dignidad.
El derecho a vivir en sociedad que corresponde a toda persona –incluidos los cristianos– se refiere necesariamente al libre protagonismo ciudadano en la configuración de la sociedad
[6]. Queremos la sociedad que nos corresponde, humana, libre, plural, verdadera. Y no queremos la sociedad que nos quieran imponer o que nos presenten como ya existente. La libertad de intervenir en la realidad pública y social que nos rodea hay que adoptarla de una vez por todas, sin pedir permiso ni disculpas a nadie, porque no hay más libertades que las que uno se toma y podemos tomarnos la libertad de configurar la sociedad.
Para el cristiano actual y en el mundo actual marcado por el relativismo moral e indiferente pretender mimetizarse como uno más de sus conciudadanos no deja de inspirar compasión como quien quisiera hacerse perdonar las propias convicciones en las que no confía con mucha seguridad.
Nos guste o no el Estado actual ha dejado de ser el centro y el vértice de la vida social. Hoy la sociedad no es nacional, ni mucho menos estatal, sino que es una sociedad compleja, multicéntrica y llena de relaciones que no se puede comprender ni entender si nos empeñamos en verla desde la perspectiva plana de la sociedad tradicional donde se contraponía lo público a lo privado o el estado al individuo. Todo esto ya no existe, hace referencia a otra sociedad, a otro tiempo y a otras circunstancias
[7].
El cristiano viene para decir la verdad, para dar la razón del hombre y, por tanto, la razón de la vida y del mundo. Tiene la valentía civil y cívica de anteponer el valor de la verdad a cualquier conveniencia práctica o coyuntural. Constituye su honor y su deber. El cristiano viene a señalar el camino dentro de su pequeñez personal, con el arrojo y la audacia que sólo la fe pueden dar.
En una sociedad donde la información transforma la comunicación y en la que es el centro de las relaciones, el cristiano viene a decir que la abundancia de información no es equivalente a abundancia de conocimiento, ni mucho menos a sabiduría. Tenemos muchos datos a nuestra disposición y no tenemos ni la más remota idea de para qué estamos en este mundo.
La verdadera sabiduría –que no equivale a cantidad de datos–, es una actividad vital, un crecimiento interno, un avance hacia uno mismo y su propia explicación
[8]. Y en este empeño de adquirir cultura y sabiduría hay que tener siempre presente la verdad de las cosas y recordar que la lectura de los grandes libros es el único camino para lograr una formación armónica y completa, con independencia de la profesión o estudios de cada uno[9].
La misión del cristiano en la sociedad actual es mostrar el hombre al hombre como ser creado a imagen y semejanza de Dios. Una sociedad que ha promovido la centralidad del individuo, pero se ha olvidado del verdadero valor de la persona humana
[10]. Esta sociedad donde la democracia se ha llegado a considerar como el valor supremo, superior hasta a la misma Verdad, y no como un medio privilegiado para discernir, reflexionar y proteger la Verdad misma.
El relativismo en la democracia comporta la negación de la Verdad. Hay que tener muy en cuenta que si no existe una Verdad última que guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente y utilizadas para fines de poder. Porque donde falta la Verdad no existen otras razones que las de la fuerza. Una democracia sin valores se convierte, antes o después, en una tiranía visible o encubierta, primero de la mayoría y luego del poder, que acaba por convertirse en poder absoluto.
El fin debe ser la verdad. Hay que someterse a la verdad, rendirse, bajar la cabeza, y no querer ser como dioses que intentan re-crear la realidad y el mundo. Si la verdad puede ser votada, en lugar de aceptada, la verdad es manipulable: podría ser decidida al capricho del interés del momento, ya no sería la verdad, al menos no sería la verdad de los que no la votaron.

4. Estilo personal
Frente a la simple instrucción o ilustración que responde a la mera información, se impone la educación o formación que responde a la sabiduría y al ser más persona. La educación es decisiva precisamente porque el ser humano no tiene saber innato ni nace enseñado, para saber hacer falta llegar a saber.
Es en la cultura donde se encuentra la formación del hombre. El cristiano debe asumir la tarea de imprimir una mentalidad cristiana a la vida ordinaria, a la cultura actual y cotidiana de su sociedad. Debe contribuir a formar y mostrar un estilo de vida cristiano. Estilo que se debe fundar en la oración y en la contemplación, pues no se trata de desembocar en el activismo, en el hacer por hacer. Tenemos que resistir esta tentación buscando el ser antes que el hacer
[11].
En la sociedad actual puede parecer casi indecente llegar a hablar de Dios. Y no es una tarea fácil poner la fe en palabras y conceptos que pueda entender el mundo moderno. Pero una forma de describir la esencia del cristianismo en lenguaje moderno es describirlo como la historia del amor entre Dios y la Humanidad
[12].
El cristiano ha de ser un testigo convencido de esta verdad: el amor es la única fuerza capaz de llevar a la perfección personal y social, el único dinamismo posible para hacer avanzar la historia hacia el bien y la paz
[13]. Porque el mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo por medio de mecanismos deterministas e impersonales. El mal pasa necesariamente por la libertad humana. La libertad humana está siempre en el centro del drama del mal y lo acompaña. El mal tiene un rostro y un nombre propio: el de los hombres y las mujeres que libremente lo eligen.
Porque ser cristiano significa que quiero ser cristiano. Es querer, que es amor. Después, cada uno será mejor o peor cristiano. Pero primero es necesario querer serlo, aunque no basta sólo con querer. Después hay que saber ser cristiano, hay que formarse, cuidarse, cultivarse, para saber vivir como un cristiano en mi barrio, en mi trabajo, entre mis amigos. No será necesario hablar, porque «hablan» los hechos, las actitudes. El estilo personal del cristiano es un grito elocuente en la plaza pública. Y esto es lo que necesita el mundo moderno: ejemplos vivos, vidas concretas, cristianos corrientes que demuestran que es posible ser cristiano aquí y ahora.
Ser cristiano es precisamente eso, una manera de vivir, no una situación o un estado de las cosas. Cristiano es el que con sus hechos dice que Dios existe, el que vive como si Dios existiera, no el que vive como si Dios no existiera. Y esto no vale sólo para el templo, o para las recitaciones, o para las declaraciones. Además, Dios existe para cuando las cosas van bien, y para cuando la desgracia se acerca; para cuando hay que arrostrar con las consecuencias de los propios actos y para cuando el fin no puede nunca justificar los medios; para cuando parece que la vida no ofrece alternativas y para cuando se ve la salida del túnel; para saber sacrificar el éxito profesional y para dar a las cosas su verdadero valor...
Tenemos la libertad de ser cristianos. Somos libres para elegir vivir como vive un cristiano y dejarnos de discursos. Otros son libres para hacer lo contrario y cada uno responderá de su vida. Soy cristiano cuando trabajo y cuando paseo por el monte. Cuando me baño en la playa y cuando me siento a comer en el restaurante. Cuando me visto para ir a trabajar y, también, para ir de fiesta. Soy cristiano en todo momento porque no puedo –no quiero– dejar de ser cristiano. No es una camisa que se pueda cambiar. Ser cristiano es connatural. Forma parte del ser de cada uno y le acompaña.

Felipe Pou Ampuero


[1] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica. n. 1.707.
[2] Llano Cifuentes, Alejandro, El hombre ante la sociedad de la información: luces y sombras. Ponencia en el Congreso de Católicos y Vida pública.
[3] Decreto Apostolicam Actuositatem (Sobre el apostolado de los laicos), 18 de noviembre de 1965, n. 3.
[4] Juan Pablo II, Mensaje con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de la Paz. Vaticano, 8 de diciembre de 2004.
[5] Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte.
[6] Llano Cifuentes, Alejandro, El hombre ante la sociedad de la información: luces y sombras. Ponencia en el Congreso de Católicos y Vida pública.
[7] Cfr. Llano Cifuentes, Alejandro, ob. Cit.
[8] Cfr. Llano Cifuentes, Alejandro, El hombre ante la sociedad de la información: luces y sombras. Ponencia en el Congreso de Católicos y Vida pública.
[9] Llano Cifuentes, Alejandro, La cultura como proyecto, en Nuestro Tiempo, marzo 2004, nº 597.
[10] Card. Paul Poupard, Conferencia sobre la secularización en occidente, en el Instituto Teológico de los Santos Cirilo y Metodio, en Minsk (Bielorrusia), el día 10 de diciembre de 2004.
[11] Cfr. Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte.
[12] Card. Joseph Ratzinger, entrevista día 19 de noviembre de 2004, diario La República.
[13]
Juan Pablo II, Mensaje con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de la Paz. Vaticano, 8 de diciembre de 2004.

2. Hombre y Mujer



HOMBRE Y MUJER
Fecha: 05 de febrero de 2005

TEMAS: Sexualidad, Familia, Persona.

RESUMEN: La sexualidad humana no es una casualidad, sino algo querido por Dios. No es una sexualidad animal, ni la simple procreación de la especie. Es la manifestación del amor humano. En el amor conyugal se realiza plenamente la sexualidad humana, por esto es necesario aprender a amar.

SUMARIO: 1. La Creación.- 2. Sexualidad humana.- 3. Procreación.- 4. Educación del amor.- 5. Amor humano.

1. La Creación
La Biblia dice: «Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó» (Gn. 1, 27). El hombre y la mujer son creación de Dios. No son una consecuencia accidental o inevitable de un proceso de evolución. Tampoco son el producto de una suma de circunstancias. Son alguien, no algo, querido expresamente, singularmente, por el Creador de todo el Universo.
La Creación divina abarca a todo lo que existe, conocido y desconocido, porque ha salido de las manos del Creador. Entre todo lo creado existe desde lo más pequeño e insignificante como puede ser una molécula, hasta lo más grandioso y espectacular, como puede ser una constelación llena de planetas, estrellas y satélites. Todo ha sido creado por Dios. Además de todo eso Dios también ha creado al hombre. Del propio relato de la Creación se puede considerar que todo ha sido creado por y para el hombre.
El hombre y la mujer fueron creados a imagen de Dios. Dios creó al hombre para Sí y de esta manera «los bendijo» (Gn. 1, 28). El hombre y la mujer son los únicos seres que son amados por Dios, que es su creador, por sí mismos, por ser ellos mismos, no para nada, ni por ser útiles para nada. El valor del hombre y la mujer no reside en las cualidades que tienen o que puedan adquirir, en los conocimientos científicos que lleguen a descubrir, ni en la capacidad de entendimiento. El valor del hombre está en ser imagen de Dios. Esta es la dignidad de la persona humana, de todas y de cada una de las personas humanas. Valen y son dignas por ser ellas mismas. Porque Dios ama al hombre y a la mujer por sí mismos, no por ser de una determinada manera o cultura.
Además, el relato bíblico nos dice otra cosa. Dice no sólo que los creó a su imagen, sino que siendo así, además los creó como hombre y como mujer. Las palabras del Génesis recogen dos verdades fundamentales sobre la persona humana[1]. Su dignidad personal, propia, individual de cada uno, no colectiva, ni de grupo, ni de raza o credo. Cada persona es única y tiene un valor por sí misma porque Dios le ama. Y que la persona, así dicho, no existe. Existen las personas, cada uno y cada una. Y estas personas concretas que son las que Dios ha creado, son hombres o mujeres porque Dios las ha creado así. Dios no crea una persona y luego no se sabe cómo tiene un sexo. No. La persona es un ser sexuado y Dios nos crea particularmente –a cada uno– como hombre o como mujer.
El relato de los hechos parece sugerir que la mujer es inferior o, al menos, posterior al varón en lo que a su creación se refiere. Sin embargo, no es así como debe interpretarse el relato. No es el hombre quien se fabrica una mujer que lo acompañe en la soledad y le ayude en la vida. Es el mismo Dios quien modela a la mujer, de la misma materia que el hombre, para que siga siendo imagen y semejanza de Dios mismo. Así se nos insinúa que la mujer nace más del corazón del hombre que de la costilla de Adán. La mujer no es un producto del varón, sino imagen de Dios que completa al varón «no es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada para él» (Gn. 2, 18) de manera que la unión del varón y la mujer sea una más perfecta imagen de Dios.
De manera que el sexo humano es obra del Creador que vio que era bueno y lo amó. El sexo humano, como el hombre y la mujer han salido de las manos de Dios y es algo bendecido por Dios. Esto nos lleva a considerar que el cuerpo del hombre y el cuerpo de la mujer no es un simple instrumento manejado por un espíritu independiente y ajeno a la materia que lo puede manipular a su antojo: esto sería caer en un espiritualismo barato[2]. El cuerpo humano, sexuado y concreto, es obra del Creador. Es parte esencial de la persona humana, de cada persona, porque ha sido creada con este cuerpo concreto —el de cada uno— y por esto podemos decir con propiedad que el cuerpo humano es personal, es decir, propio, particular, único, irrepetible y digno. Cada uno sin nuestro cuerpo no seríamos nosotros mismos, seríamos otra persona distinta.
Podríamos pensar que el hecho de que el hombre tenga cuerpo no le diferencia de los demás seres creados, que también lo tienen. Sin embargo, a los demás seres creados, Dios no los ama por sí mismos, no son personas, sino individuos —unos más entre sus iguales— de su especie. Hay veces en que por cariño o por interés podemos diferenciar a algún animal de otros semejantes y llegar a tenerle un aprecio especial. Pero ese animal no es amado por sí mismo, sino por nosotros y, sobre todo, ese animal no es amado por Dios por sí mismo.
Lo que hace al hombre y la mujer semejantes a Dios es el hecho de que, a diferencia de los seres vivientes, incluso de los dotados de sentidos animalia, sea también un ser racional[3]. El hombre y la mujer han sido creados como seres racionales y con capacidad de darse cuenta de las cosas que suceden a su alrededor y que le suceden a sí mismo. Por la inteligencia pueden llegar a conocer el bien y el mal. Pero solo este conocimiento no basta. Se debe querer el bien y desechar el mal. Es un acto de la voluntad en el ejercicio de la libertad individual de cada persona.

2. Sexualidad humana
Dios al crear al hombre lo crea como varón y como mujer, lo crea como un ser sexuado. De aquí podemos sacar algunas consecuencias: 1) el sexo humano es querido por Dios; 2) sólo existen dos sexos, el masculino y el femenino y nada más; 3) Dios crea con un sexo determinado y concreto a cada persona; y 4) el sexo humano, por ser humano se refiere al amor y no sólo a la procreación.
1) La sexualidad humana es algo querido por Dios, no sólo tolerado o soportado como una consecuencia inevitable. Luego el sexo es bueno. Dios, que es el Creador del universo, por ser Dios, no tiene límites en su poder de creación. Sin ninguna dificultad podía haber creado al hombre sin sexo, de otra manera. Dios no actúa como los hombres que están sujetos a sus propias limitaciones y, en ocasiones, no tienen más remedio que soportar consecuencias no queridas o no deseadas.
Dios no actúa así. No necesita tolerar ningún efecto no deseado ni querido. Al contrario, si algo es creado por Dios es porque ésa ha sido su voluntad expresa y concreta. Dios quiere el sexo humano. Y lo que Dios quiere es bueno por sí mismo. Dios ama al hombre tal y como lo ha creado, como persona sexuada, es decir, como varón o como mujer según cada caso.
2) No existen más que dos tipos distintos y excluyentes de sexo humano: el masculino y el femenino. La creación del hombre se reduce a varones y mujeres. Y esto se realiza de una manera concreta e individual, particular para cada persona, de la misma manera como cada persona tiene un nombre y una cara propia y personal, también tiene un sexo personal y propio. No existe otro tipo de sexualidad que no sea la creada por Dios, ni tampoco existe la posibilidad de elegir o cambiar la sexualidad con la que hemos sido creados.
El sexo no es un producto cultural o una consecuencia de la educación recibida o del ambiente frecuentado. El sexo de cada persona es personal, forma parte de su propio ser, de su propia dignidad y no queda a la voluntad del sujeto la elección o alteración del mismo. El hombre es varón o es mujer. Y la mujer es persona como persona es el varón.
Necesitamos descubrir que la mujer es una forma o modo de ser persona, que es ser creador, capaz de amor y de fecundidad[4]. No es un cuerpo, una cosa, un objeto de usar y tirar al capricho del varón, como si sólo el varón fuera persona y la mujer fuera un ser inferior o degradado. La mujer es un modo de ser persona como el varón es otro modo o manera de ser persona y varón y mujer se complementan en el modo de ser persona.
3) Dios crea con un sexo determinado y concreto a cada persona y en esta manera de dar el ser y de crear a cada persona debemos descubrir la voluntad divina. ¿Qué quiere Dios al crear varón y mujer? Y sobre todo, ¿para qué los crea con un sexo que hace referencia —necesariamente— al otro sexo?
Porque la sexualidad humana es un referente, es decir, que el varón hace referencia y solicita la presencia de la mujer para dar sentido a su sexualidad y por tanto a su creación, y la mujer hace referencia al varón en el mismo sentido pero en relación contraria. Si existen varones es porque existen mujeres, y si existen mujeres es porque existen varones.
Dios no crea al hombre para que viva solo, por eso son hombre y mujer, para poder formar una familia como comunión de amor. Cada uno de nosotros, hasta lo más profundo del corazón es hombre o es mujer. Cuando la sexualidad se reduce a un mero dato biológico se corre el riesgo de "cosificarla" y "despersonalizarla", convirtiéndola en un mero añadido exterior[5].
4) Con esto llegamos a entender que el sexo humano, por ser humano, se tiene que referir al amor y no sólo a la procreación. Los animales procrean, pero las personas se aman, no sólo realizan la procreación de la especie, sino que dicha procreación es una consecuencia, un fruto del amor que se dan el uno para el otro en la relación sexual a la que son llamados por la creación.
La misma estructura corporal y psicológica de los sexos expresa esa mutua referencia: el hombre está capacitado, en el alma y en el cuerpo, para entregarse enteramente a una mujer, y viceversa[6].


3. Procreación
Somos hombres y mujeres porque hay que tener hijos. Esto ante todo. Es verdad. Pero no es toda la verdad completa, ni por sí sola dice algo verdadero, sino más bien engañoso. La procreación es la principal función del sexo, pero no es la única, ni quizá la más importante. Si volvemos a fijarnos en la creación podemos encontrar muchas formas de vida que no son sexuadas. La procreación de las especies no siempre es sexuada, ni Dios necesita del elemento sexual para conseguir que las distintas especies puedan perpetuarse.
Sin embargo, en el plan divino de la creación del hombre, desde el principio figura la bendición de la procreación unida a la diferenciación sexual del varón y la mujer porque así reconoce el mismo Creador la dignidad de la persona humana al proclamar que la convocatoria de un nuevo ser humano a la existencia sólo se pueda hacer de una manera coherente dentro de la unión sexual humana, de la manera como los humanos se procrean, es decir, por medio del amor conyugal.
La procreación humana es, antes que procreación, humana y, precisamente, por ser humana tiene unas características que la diferencian de la procreación animal. Es decir, no se trata sólo de aparearse, de engendrar nuevos individuos de la especie humana que tras un periodo de gestación de nueve meses vienen al mundo a aumentar el número de individuos de la especie humana que habitan el planeta Tierra. Se trata, sobre todo, de dar el ser a personas que son valiosas por sí mismas desde el mismo momento de su concepción.
Por esta razón, la reproducción humana no es una técnica, ni unas reglas o mecanismos biológicos sujetos a unas leyes físicas o biológicas que se pueden modificar o aprender. Necesitamos un planteamiento ecológico de la sexualidad humana que se adecue a la naturaleza humana, que sea humana de verdad. Porque no todas las posibilidades que ofrece la técnica de vivir la propia sexualidad son de verdad humanas, algunas son animales y otras son hasta contrarias a la naturaleza de los animales y de los hombres.
Tenemos que comprender y aceptar que al igual que en cualquier rama de la técnica, el mero hecho de que sea posible hacer algo nuevo no significa que eso nuevo sea bueno para el hombre, ni que por ser nuevo necesariamente favorezca el progreso, tampoco cualquier posibilidad de comportamiento sexual que la técnica nos pueda ofrecer no tiene que ser buena por el simple hecho de ser nueva. Será buena si es beneficiosa para el hombre porque se acomoda a la naturaleza humana y no será buena en caso contrario.
Y, en este sentido, es fundamental volver a recordar que mientras el hombre ama, los animales solamente se reproducen, no son capaces de amar. Por esto, la sexualidad humana no es sólo reproducción, que también lo es, sino sobre todo es amor. Y como tal amor, humano, de verdad, es entrega, donación total y definitiva, para siempre, como el amor de Dios por los hombres, de quien somos imagen y semejanza.

4. Educación del amor
Si el hombre es capaz de amar, se impone la tarea de aprender a amar y de saber amar, de igual manera que el hombre tiene que aprender a vivir desde el primer momento de su existencia.
La sexualidad es la expresión corporal o material de nuestra capacidad de amar y de darnos por entero, pero si no la educamos, en lugar de servir para expresar y realizar el amor, nos arrastrará a comportarnos como animales y no sabremos expresar nuestro amor, como le pasaría a quien no aprendiese a hablar que no podría comunicarse con los demás hombres.
Para evitar tratar a las demás personas —varones y mujeres— como objetos o cosas, tenemos que ejercer una tarea de autodominio o control que no es fácil, pero sí posible, y que se aprende educando los sentimientos. El dominio del cuerpo, de los apetitos, de la imaginación, de los ojos, es parte indispensable de esa educación de la sexualidad que la convertirá en adecuada expresión de nuestra capacidad de amar[7]. Porque el cuerpo es una parte de la persona, pero no es toda la persona, falta el espíritu. Las tendencias del cuerpo no son siempre humanas: seguro que son animales, pero no siempre humanas.
Educar los sentimientos y los apetitos significa saber guiar lo puramente animal hacia lo humano, llevarlo hacia lo que es conforme con la naturaleza humana y con el hombre concebido como animal racional con cuerpo y alma. Porque quien ama es el hombre entero, el cuerpo y el alma, no ama sólo el alma, de la misma manera que no vive solo el alma, ni se muestra solo el cuerpo, sino que vemos la persona entera.
Pero esto no puede llevar ni a un desprecio de las pasiones por el mero hecho de sentirlas y tenerlas, ni a consentir los sentimientos solo porque existen. Hay que ser humanos, tenemos la obligación de vivir conforme a nuestra naturaleza humana, que es real, y además querida por Dios, luego buena. No hay que tener miedo a quererse. Sí hay que evitar el peligro de agobiarse, de ponerse en situaciones difíciles de las que es posible que no sepamos salir airosos. Pero esto el amor lo comprende y hasta lo implica: si te quiero como persona y quiero lo mejor para ti no quiero hacerte pasar un mal rato —y viceversa—, ni mucho menos quiero cambiar nuestro amor por un simple placer de ahora y que luego se acaba.

5. Amor humano
La capacidad de amar es lo más grande que tenemos, por no decir que es lo que nos diferencia realmente de los demás seres creados. Y como la persona es alma y cuerpo ama con el alma y con el cuerpo a la vez, es decir, que ama la persona que es necesariamente sexuada. Luego amor y sexualidad están relacionados: el amor se expresa con la sexualidad y la sexualidad es para expresar el amor.
Pero el amor no se expresa por ideas, ni por telepatía. El amor humano se expresa de manera humana, por medio de los sentidos: se comunica. Si no existe entrenamiento y aprendizaje no sabremos expresar nuestro amor, es como si no supiéramos inglés, no seríamos capaces de entendernos con un inglés. Nos sentiremos frustrados, porque el cuerpo no sigue a la mente y no expresa amor, sino otras cosas: pasiones, apetitos, instintos, cosas animales que pueden no ser malas de por sí, pero no es lo que queremos comunicar.
Un alma enamorada tiene algo de artista y necesita un cuerpo que sea un instrumento bien afinado, para poder expresar la riqueza de su amor. Y en este entrenamiento es donde entra en acción el ejercicio de la libertad personal. Porque para aprender a amar es necesario elegir una vida humana y desechar una vida animal. Pero no basta sólo con elegir, sino que es necesario mantener la elección y, por tanto, estar constantemente eligiendo un tipo de vida y estar constantemente desechando otro tipo distinto.
Pero en realidad, la entrega de una persona a otra, el amor definitivo y verdadero sólo puede tener lugar dentro del matrimonio. El amor de los esposos es el amor para siempre que se realiza mediante la entrega de la persona entera al otro y se expresa por medio de la sexualidad humana. El acto sexual sólo es auténtico y verdadero cuando se realiza por dos personas que se han entregado totalmente, para siempre, es decir, que el acto sexual sólo es auténtico si es un acto conyugal.
Quienes hacen de la sexualidad humana un coto cerrado para disfrutar sin limitaciones, llegan con facilidad a tal estrechez de miras que para ellos ya sólo cuenta el instinto sexual y su satisfacción: el amor y el matrimonio se convierten, entonces, en un mero instinto y placer.
El matrimonio es el lugar del amor conyugal, del amor de un hombre con una mujer. Y es el amor conyugal el lugar donde se entiende completamente la sexualidad humana creada para amar definitivamente mediante el don de sí mismo. Es el matrimonio el ámbito de la sexualidad humana. La cultura familiar es la cultura del amor y de la vida, centrada en Cristo y abierta al horizonte de la misión en el mundo[8].





[1] Conferencia Episcopal Española. Hombre y mujer los creó. Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida. 26 de diciembre de 2004, n.1.
[2] Santamaría Garai, Mikel-Gotzon, Saber amar con el cuerpo, Eunsa, Pamplona, 1996, p.11.
[3] Dignitatis Mulieris, Enc., n. 6.
[4] Santamaría Garai, Mikel-Gotzon, Saber amar con el cuerpo, Eunsa, Pamplona, 1996, p.77.
[5] Conferencia Episcopal Española. Hombre y mujer los creó. Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida. 26 de diciembre de 2004, n.1
[6] Santamaría Garai, Mikel-Gotzon, Saber amar con el cuerpo, Eunsa, Pamplona, 1996, p.15.
[7] Santamaría Garai, Mikel-Gotzon, Saber amar con el cuerpo, Eunsa, Pamplona, 1996, p.88.
[8] Conferencia Episcopal Española. Hombre y mujer los creó. Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida. 26 de diciembre de 2004, n.4.

1. Si se quieren..., pues que se casen



SI SE QUIEREN... PUES QUE SE CASEN
Fecha: 28 de noviembre de 2004

TEMAS: Matrimonio, Familia, Persona.

RESUMEN: ¿Basta con quererse para casarse o se necesita algo más? ¿La definición del matrimonio depende de la voluntad de los hombres o no? El matrimonio es algo más que quererse, es un compromiso de amor: es «querer quererse» para siempre. El matrimonio es la unión de un hombre con una mujer para siempre y de cara a los hijos.

SUMARIO: 1. El Bien ha ganado al Mal.- 2. Matrimonios inestables.- 3. Si se quieren... que se casen.- 4. El matrimonio es una institución.- 5. Razones.- 6. Matrimonio de homosexuales.- 7. Parejas de hecho.- 8. Matrimonios maduros.

1. El Bien ha ganado al Mal
Cuando se empieza a hablar sobre alguna cuestión de actualidad en la que medie una cuestión ética o moral, casi siempre, ante el estado de las cosas en la sociedad actual, sobreviene una sensación de desánimo, de abatimiento, de sensación de derrota. Parece que se trata de hablar en el desierto, sin esperanza de ser oídos. Porque los que nos escuchan son los convencidos, aquellos a quienes menos falta hace decir nada, mientras que los que deberían escuchar nuestras ideas no quieren oír, o no les interesa lo que tengamos que decirles.
Frente a esta situación de ánimo debemos recordar que el Bien ya venció sobre el Mal, de una vez por todas y eternamente. Dios venció al Diablo desde el principio. La batalla ya fue librada y se ganó. No cabe, por tanto, el desaliento ni la tristeza. No cabe la derrota porque la victoria ya se ha producido.
Al mismo tiempo, y de forma misteriosa, sin que lo podamos entender, Dios quiere necesitarnos. Nos quiere cooperadores suyos en la Redención y permite que libremos junto a Él esta batalla. Una batalla donde no hay tiempo, donde no existe un principio ni un fin, porque es eterna, donde existe sólo un Vencedor y un vencido.

2. Matrimonios inestables
En la sociedad en la que vivimos nos encontramos con un creciente fenómeno de devaluación del matrimonio. El matrimonio pierde valor entre los ciudadanos, no se respeta el significado del matrimonio y casarse. Para unos es una simple formalidad que se cumple por no alarmar a los familiares y padres. Para otros es un trámite administrativo que regula el estado civil de las personas y les atribuye unos derechos como esposos, como hijos o como familiares de alguien. Otro grupo entiende que el matrimonio no tiene ninguna significación y no es más que una simple situación del estado de las cosas: sirve para estar casado y presentarse así en sociedad.
Pronto se llega a comprender que esta devaluación del matrimonio deriva en situaciones de hecho en las que se instrumentaliza el matrimonio para ponerlo a prueba y comprobar si sirve o no o, incluso, quien prescinde del matrimonio mismo declarando su ineficacia real en el mundo actual donde predominan las relaciones auténticas y verdaderas que se basan en el compromiso exento de formas y de trámites oficiales.
Paradójicamente, junto a esta situación aparecen los que quieren realizar una nueva definición del matrimonio para adaptarlo a situaciones y finalidades de nuevo cuño que a primera vista repugnan a la verdadera naturaleza humana. Se pretende explicar así el matrimonio homosexual como una situación de convivencia oficial como si el matrimonio quedara reducido a eso, a una cohabitación de dos personas.
Ante las ideas y los nuevos planteamientos se alzan los hechos y las cifras. Sólo en los seis primeres meses de 2003 en Navarra se rompieron tantas parejas como en todo el año 2001, es decir, 1.000 parejas. Durante el año 2002, en Navarra se casaron 2.412 parejas y se separaron 1.500 parejas. La causa más frecuente es la inmadurez personal de los cónyuges: la mujer busca un hombre ideal inexistente; y el hombre busca una mujer que se parezca a su madre: «que le cuide y le mime».
En el año 2002, en España el número total de separaciones y divorcios fue de 115.188, más del doble de los registrados en 1985. Uno de cada cuatro matrimonios habidos en el año 2002 ha sido civil, y los matrimonios de rito católico han supuesto el 99% de los matrimonios religiosos. Por otro lado, los nacimientos habidos fuera del matrimonio han pasado de ser el 10% en 1991 hasta llegar al 21,4% en el año 2002.

3. Si se quieren... que se casen
El título hace referencia a todos los que piensan que el matrimonio se funda en el amor de los esposos. Esto es verdad, pero no es toda la verdad, o no es suficiente que los esposos se quieran para que se casen, sino que hace falta algo más para que dos personas puedan casarse.
Que dos personas se quieran es un requisito necesario para casarse, porque si no se quieren no se deben casar. Pero además de quererse deben reunir otros requisitos. Así ocurre que cuando se celebra el matrimonio no se pregunta a los novios si se quieren, esto se supone, sino que se les pregunta si quieren casarse que no es lo mismo que quererse.
Si fuera suficiente con quererse para casarse no podríamos negar el matrimonio entre un padre y su hija, o un hijo con su madre, o entre un hombre y una niña menor, o entre un hombre y varias mujeres a la vez. En todos los casos se quieren y quieren casarse, sin embargo, entendemos que existen razones naturales y de orden social que justifican que esas uniones no puedan ser un matrimonio.
Y es que los deseos, por el solo hecho de existir no se convierten en derechos. Yo deseo fervientemente que me toque la lotería, pero no tengo derecho a que me toque, ni me puedo ofender o sentirme discriminado si no me toca la lotería. El amor es necesario para casarse. Pero no es suficiente. Muchos jóvenes no lo entienden así y piensan que basta con quererse para formar un matrimonio; que la ceremonia del casamiento sobra, porque ya se quieren.
El amor no es suficiente. El matrimonio no es sólo una ceremonia o un contrato, sino que es un acto de la voluntad de «querer quererse», de darse al otro de manera total y para siempre. Es un compromiso de amor. El matrimonio no se limita a que los esposos se quieran, va más allá y los esposos se comprometen a quererse contra toda prueba y dificultad, por eso aseguran su amor, porque se prometen fidelidad.
Los esposos no se casan mientras se quieran. El amor no es un fin del matrimonio, será una de las causas del mismo, pero lo esposos se casan para quererse, para ayudarse, para tener hijos. Por cierto, España en los últimos seis años se ha convertido en el cuarto país del mundo con menos hijos (por delante está Macao, Bulgaria y Letonia). Desde 1995 las españolas tienen una media de 1,1 hijos (la mundial es 2,6 y la europea es de 1,5). La verdadera razón no está en la economía, sino en la escasa esperanza de esta sociedad en el futuro.
La cultura actual tiene como proyecto ganar dinero y ser productivo y ahí no caben los hijos.

4. El matrimonio es una institución
Porque lo primero que nos debemos preguntar es ¿qué es el matrimonio? Y la primera cuestión que se debe resolver es si el matrimonio es un contrato humano o es más bien una institución humana acorde con la naturaleza humana creada por Dios a su imagen y semejanza.
Si es un contrato humano su regulación, funcionamiento, duración, cumplimiento, origen, fines y demás características dependerán de la voluntad de los hombres. Pero no ya de la voluntad de los hombres expresada por mayoría en un parlamento y sancionada como ley. No, ¿por qué? Si es un contrato humano la voluntad que debe prevalecer es la de los esposos o contrayentes que al casarse regularán su propio matrimonio y que hasta puede que no se parezca en nada al matrimonio de sus vecinos. Incluso hasta sería posible que se casaran sin casarse, sin ninguna formalidad, porque, para ellos, estar casados es estar como están ellos, sin papeles y con amor.
Por el contrario, si el matrimonio es una institución, algo establecido que nos viene dado y cuya regulación y funcionamiento es ajeno a la voluntad de los esposos a los contrayentes les queda su voluntad para adherirse, para decir que sí o para decir que no. Precisamente eso es lo que se les pregunta: ¿queréis casaros...?, no se les pregunta ¿cómo va a ser vuestro matrimonio? Antes de responder a esta cuestión debemos reparar que estamos hablando de personas —hombres y mujeres— que son bienes en sí mismos, con dignidad propia, que valen por ser lo que son, hijos de Dios a su imagen y semejanza, y no valen por lo que tienen o poseen o conocen. No estamos hablando de simples cosas, ni siquiera de animales de compañía, sino de personas humanas que merecen un respeto y la unión de personas también debe merecerlo, no sería lógico dejar su regulación al arbitrio de los particulares. No basta con que sea querida, sino que debe ser adecuada a la naturaleza humana porque se va a referir a personas.
El matrimonio como tal institución no es definido por ningún hombre, ni por ningún poder o estado. El matrimonio viene definido por la naturaleza humana que nos dice cómo es el hombre y cómo es todo lo que se refiere al hombre. La propia naturaleza humana no queda a la elección de los hombres o del poder estatal, sino que nos viene dada y lo único acertado es conocerla y adecuarse a ella con el fin de evitar daños innecesarios.
Entonces, nos preguntamos ¿quién es capaz de regular el matrimonio? Por lógica sólo será capaz el que ha sido capaz de crear al hombre y a la mujer que es quien mejor conocerá al hombre. ¿Quién si no es su mismo Creador? El matrimonio es una institución que escapa a la regulación del hombre y que ha sido ordenado por Dios desde la creación del hombre. Responde al plan creador de Dios y que, para los bautizados, es sacramento de la gracia de Cristo. Por esto la Iglesia reconoce el valor sagrado de todo matrimonio verdadero. El matrimonio es una institución creada por Dios cuando creó al hombre. Así respondió Jesús cuando dijo al princpio no fue así (Mt, 19, 4-10) situándose por encima de las coordenadas de tiempo y lugar y cultura para aludir a la propia naturaleza humana como referente del matrimonio.
El matrimonio se funda en la diferencia sexual y en la vocación al amor que nace de ella, propio de la naturaleza humana. El matrimonio es la expresión de la entrega recíproca de los esposos que lo convierte en una verdadera comunión de personas y en el lugar digno para acoger nuevas vidas. Es donde el hombre y la mujer encuentran la plenitud de su realización como personas, y no en la profesión o el trabajo o fuera de la familia.
Casarse es entregarse para siempre. En este sentido, es algo tan definitivo como tirarse sin paracaídas: una vez que he saltado, no hay marcha atrás. Cuando me caso, me tiro, me abandono en brazos del otro. Si el otro me falla, me doy el gran batacazo. Esto será arriesgado, pero la verdad es que el amor exige y necesita ese abandono en manos del otro
[1].
El matrimonio como institución es una realidad anterior a cualquier Estado, inscrita en la naturaleza de la persona como ser social. Puede existir una sociedad sin Estado, pero no puede existir una sociedad sin matrimonio. Las leyes justas deben reconocer las leyes de la naturaleza humana. Serán justas si se ajustan a la dignidad de la persona, no son justas por el mero hecho de haber sido aprobadas por la mayoría parlamentaria.
No pueden ser las mayorías o las encuestas los últimos criterios para decidir lo que es bueno y lo que es malo, sino los criterios morales objetivos, aceptados y aplicados por una conciencia recta.
El pluralismo en sí mismo no es una meta definitiva ni un bien último. Desde el pluralismo todos debemos buscar la verdad. Si no es así la democracia puede resultar insostenible y degenerar en una imposición de mayorías fabricadas por quienes controlan y manejan los medios de comunicación.
La democracia que no tenga en cuenta los valores éticos inscritos en la naturaleza del ser humano termina por producir algún tipo de totalitarismo, escondido o manifiesto, pero que termina por aflorar oprimiendo al hombre.

5. Razones
De la naturaleza humana y de las características de la institución matrimonial se pueden obtener algunas razones:
a) Razones de orden antropológico indican que la sexualidad humana tiene unos profundos significados unitivo y procreativo. Esta es la razón de la diferenciación sexual el ser hechos el uno para el otro y no simplemente el uno junto al otro. Si el hombre es para la mujer y al revés, es la unión del hombre y la mujer más trascendente que una simple unión pasajera y también más trascendente que cualquier otra unión que no sea de un hombre y una mujer para la procreación, como sería las uniones de compañeros, de amigos, de colegas y hasta las de personas del mismo sexo. No basta con que dos personas se quieran para que formen un matrimonio, sino que deben estar abiertos a una nueva vida.
El matrimonio es el lugar de la vida humana y el lugar para la vida humana y esto resulta así por la propia forma de ser del hombre, por su realidad antropológica. Es necesario deslindar el matrimonio de las demás uniones o asociaciones de personas, por lícitas que puedan ser algunas de ellas, pero nunca serán un matrimonio.
Cuando dos personas se aman, saben que van a compartir toda su vida, es un amor que, por su misma naturaleza, exige la unidad y la indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca toda la vida de los esposos
[2]. De tal manera que si una persona le dice a otra que le ama, el mismo lenguaje supone la expresión «para siempre», entregarse entero es dar la vida entera. Si no es así, es que no se ha entregado la vida.
Es evidente que esta entrega total de la vida por amor es muy arriesgado. Puede salir mal y no tendrá remedio, porque no existe camino de vuelta atrás. Cuandos se ha entregado la vida ya no se recupera. Éste es el consentimiento matrimonial por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente: «Yo te recibo como esposo»; «Yo te recibo como esposa». Este consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su plenitud en el hecho de que los dos vienen a ser una sola carne
[3].
Esta alianza matrimonial de índole natural es elevada por Cristo a la dignidad de sacramento entre los bautizados (CIC can. 1055) que da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo ama a su Iglesia: perfecciona el amor humano, reafirma su unidad indisoluble y santifica a los esposos en el camino de la vida eterna.
Pero el hombre y la mujer son personas, seres libres de hacer el bien o de hacer el mal. Ser fiel presupone ser libre y presupone también que pudiendo ser infiel, por un acto de la voluntad, se entrega la vida entera siendo fiel al amor matrimonial, como Dios es fiel a sus promesas, recibiendo así el amor y la felicidad que sólo Dios puede dar.
Cuando no es así, sabemos por la fe que el desorden de la infidelidad no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado.
b) Existen razones sociales muy importantes y demostradas por la historia de los pueblos que nos enseñan que el matrimonio es el embrión de la sociedad y de las civilizaciones. Por un lado, porque el matrimonio es la base de la familia que es la primera entidad social de los hombres, donde nacen y viven, donde se forman entre sus semejantes, donde aprenden los valores de la convivencia y de la vida social con los demás hombres semejantes suyos, donde son queridos por sí mismos con independencia de sus dotes o conocimientos. Por otro lado, porque qué es la sociedad sino la suma de las familias que la componen. Bien se podría afirmar que no existen las sociedades sino las reuniones de familias que comparten la misma cultura, el mismo idioma, las mismas costumbres y modos de organizarse.
¿Sería posible una sociedad y una civilización sin familias que lo formen? ¿Sería posible una familia sin un matrimonio entre hombre y mujer, estable, duradero, abierto a la vida, procreador de nuevas vidas que anuncian el futuro y la nueva generación social? No, no sería posible. Querer llamar matrimonio a lo que no lo es y hasta querer regularlo como si fuera posible inventar de nuevo el matrimonio no deja de ser una ilusión y una pretensión irresponsable. Sería tanto como fabricar moneda falsa que devaluase el valor de la verdadera moneda.
c) También existen razones jurídicas para defender el verdadero matrimonio. El poder estatal no es soberano para definir la realidad. La realidad le antecede y le limita al estado en el sentido de que no podrá nunca inventarse la realidad, podrá reconocerla, aceptarla o negarla, pero nunca podrá inventarla.
Además, habrá que tener en cuenta que si lo que realmente se quiere es solucionar un problema jurídico de determinadas uniones de personas, el derecho común ofrece soluciones jurídicas para tutelar situaciones de interés recíproco entre personas, que, todo sea dicho, de siempre han existido. Además el estado siempre podrá reconocer beneficios, asistencias, derechos y deberes a cualquier relación que le parezca oportuno sin tener que encuadrarla bajo la institución matrimonial. El ámbito jurídico es mucho más variado y amplio que el simple cauce del matrimonio.

6. Matrimonio de homosexuales
El matrimonio es una institución que no depende de la voluntad de los hombres, que ha sido creado por Dios y que depende de la naturaleza humana. En la esencia de la institución matrimonial se encuentra que es la unión de un hombre con una mujer, abierto a la vida y para siempre. Con estas exigencias los homosexuales no pueden contraer matrimonio, porque son del mismo sexo y porque no pueden engendrar nuevas vidas.
Esto no significa discriminar a los homosexuales porque no se les deje casarse. No se trata de que no se les permita casarse es que no pueden casarse aunque se les permitiera porque su unión no es un matrimonio por mucho que quieran que lo sea.
El matrimonio es por esencia heterosexual. El simple deseo no se convierte en derecho. Los homosexuales no tienen derecho a contraer matrimonio entre sí. Dos hombres pueden ser buenos padres cada uno de ellos, pero ninguno de los dos podrá ser una buena madre porque no es una mujer.
La realidad es la que es y se impone a los deseos. La realidad es la naturaleza humana, esto es real, lo demás es pensado, deseado, imaginado o inventado. La naturaleza humana se descubre, se acepta, se reconoce, pero no se inventa. El que no se tenga derecho a algo no quiere decir que sea injusto.
Lo prescrito por la ley no es la discriminación ¾es decir, la distinción¾, sino la discriminación injusta. Por lo demás las diferencias o distinciones forman parte de la realidad. No es igual estar vivo que difunto, o casado que soltero, o ser mayor que ser menor. Y estas diferencia no son injustas, son reales. Algunas se solucionan con el tiempo, otras no. La igualdad jurídica de la Constitución no significa que todos tengan a la vez los mismos derechos, no son todos a la vez valencianos y navarros, hombres y mujeres, pensionistas y trabajadores, etc.
Es necesario proteger a los ciudadanos contra toda discriminación injusta, pero también es necesario proteger a la sociedad de las pretensiones injustas de los grupos o de los individuos.
Y por todo esto no se discrimina a los homosexuales cometiendo una injusticia con ellos, porque lo proscrito por la ley no es la discriminación (distinción), sino la discriminación injusta. A los iguales hay qua tratarlos igual y no distinguirlos, pero a los desiguales se les debe tratar desigual y distinguirlos o discriminarlos, esto es lo justo. Y es que el matrimonio es un derecho de la persona humana, no de los homosexuales, ni tampoco de los niños, ni de otros grupos como se ha visto.
El activismo homosexual no quiere formar familias como las demás, más bien lo que pretende es que todas las familias sean como las suyas, para lo cual la clave es desmontar conceptos arcaicos y caducos como fidelidad, monogamia, compromiso, fecundidad.

7. Parejas de hecho
También conviene separar el verdadero matrimonio de las parejas de hecho o simples uniones de un hombre y de una mujer. Bastaría con la sola denominación para entender que el matrimonio es más que una simple unión de dos personas. El matrimonio tiene unos fines y unas características que lo diferencian de las meras situaciones o estados. Entre no bautizados también se diferencia porque el verdadero matrimonio aspira a formar una familia verdadera y necesita el valor del compromiso de los esposos de mantenerse fieles a sí mismos y a sus hijos. Para un hombre de conciencia recta tampoco es matrimonio una unión de hecho donde no existe un compromiso esponsal.
8. Matrimonios maduros
Los matrimonios maduros y experimentados pueden ofrecer una ayuda discreta, sabia y válida, no sólo para los hijos casados, sino también a los nietos. Son parejas que tienen la capacidad de dar testimonio de la hermosura y felicidad de la vida familiar, vivida en plenitud y según el plan de Dios.
En la actual sociedad española el cristiano coherente tiene que estar dispuesto a padecer una cierta marginación social, cultural y hasta profesional y, en consecuencia, tiene que estar dispuesto a renunciar a muchos bienes sociales y económicos.
Nuestra humildad está en la fidelidad al mandato recibido y la mejor misericordia es el ofrecimiento del evangelio de Jesús en su radical originalidad y en total integridad.
El bien más grande que podemos hacer a nuestro amigo, a nuestro vecino, es ayudarle a creer en Dios, ayudarle a descubrir a Jesucristo, a verse a sí mismo como hijo de Dios y heredero de la vida eterna.
Los siete secretos de un amor para toda la vida:
1. Busca siempre el segundo lugar.
2. Sé generoso en tus halagos.
3. En tiempos de crisis sed uno solo.
4. Pasar mucho tiempo juntos.
5. Creer siempre lo mejor del otro.
6. Expresa tu amor frecuentemente y con creatividad.
7. Hacer del matrimonio tu prioridad.
Matrimonio no es sólo vivir juntos uno con el otro. Sino que matrimonio es vivir el uno para el otro.

Felipe Pou Ampuero

[1] Santamaría Garai, Mikel.Gotzon, Saber amar con el cuerpo, Ediciones Palabra, 1996, 6ª edición, p. 34.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, c. 1644.
[3] Catecismo de la Iglesia Católica, c. 1627.