Además de la razón importan los sentimientos porque el hombre
también tiene corazón.
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Somos posmodernos porque vivimos en la actualidad que es la
posmodernidad. La posmodernidad es la continuación de la modernidad que surgió
con la Ilustración en 1789 y cuyo principal postulado era el imperio de la
razón que dio lugar al racionalismo. Cuando todo se juzga por la razón humana y
sólo se admite lo que la razón acierta a comprender se acaba renunciando a lo que
la razón humana no entiende –es decir– se acaba apartando a Dios de la vida
pública. Allá cada uno con sus creencias,
pero sólo son reales las certezas racionales –dirán–.
La modernidad desembocó en dos guerras mundiales, los
totalitarismos comunistas y nacionalistas, los gulag, los campos de
concentración, el holocausto del pueblo judío, la hambruna china con sus
millones de muertos de hambre, etc. Postuló todo para el hombre pero sin el
hombre y, a veces, contra el mismo hombre.
El hombre moderno se olvidó del hombre, de cada hombre y de sus
sentimientos. Sin embargo, además de la razón importan los sentimientos porque
el hombre también tiene corazón. Y la posmodernidad deriva en el
sentimentalismo y el individualismo, que es en lo que estamos ahora.
La posmodernidad tiene postulados buenos porque se fija en la
persona y en sus sentimientos como algo valioso, digno de protección. Reconoce
los derechos humanos, la dignidad de la mujer como igual al hombre, el valor de
la ecología y la naturaleza como algo insustituible
que debemos cuidar, la solidaridad de todos los pueblos en las catástrofes, el
valor de la paz y la mediación en los conflictos, la negociación como parte
esencial en la resolución de conflictos, etc.
Pero la posmodernidad también tiene sus sombras, postulados
erróneos que nacen de ideas preconcebidas y son verdaderos prejuicios. Exalta
la libertad, concebida como una ausencia de compromisos, una libertad para
decir no, en lugar de una libertad para decir sí. Confunde el amor verdadero con
el deseo personal, no se quiere el bien de la persona amada, sino satisfacer los
propios caprichos. Se muestra incapaz de entender los compromisos definitivos y
la fidelidad en las relaciones personales y conyugales porque entiende la vida
como un conjunto de experiencias que se suceden donde nada es definitivo. Y, en
fin, concibe a la persona humana como una yuxtaposición de dos naturalezas –la
animal y la espiritual– que pugnan por convivir juntas en un cuerpo humano,
resistiéndose a admitir que existe una naturaleza humana única, animal y
racional que no puede separarse.
Conviene conocer las luces y las sombras de la posmodernidad
para saber situarse en nuestra cultura y
evitar conceptos erróneos que nos impedirían comprender la verdadera realidad
de las personas y de las cosas y, en fin, aprender a aceptarnos como en
realidad somos.
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