No basta la simple
convivencia entre los esposos, el amor conyugal exige poner amor en la
convivencia, estar pendiente del otro cónyuge, vivir para él.
En qué se diferencia el amor entre
esposos de los demás amores. Todos admitimos que los casados son los que viven
juntos y hacen vida en común. Pero, ¿realmente es así? ¿Se puede afirmar que
vivir juntos es lo propio de los esposos?
Parece que no. Vivir juntos es
necesario pero no es suficiente. La simple convivencia no es determinante de la
vida matrimonial. Porque existen muchas convivencias que no implican un
matrimonio, ni, mucho menos, un amor conyugal entre los convivientes.
Conviven los estudiantes que
comparten un piso. También conviven los colegiales que residen en el mismo
colegio mayor; los internos en una institución sanitaria y hasta penitenciaria.
Y también conviven las parejas que no han contraído matrimonio ni se han
comprometido a quererse para siempre.
Porque la promesa matrimonial de
quererse toda la vida no asegura el amor conyugal, es la causa del mismo o su
antecedente, pero el amor puede llegar a desaparecer si se fía todo a la
promesa que se hizo el día de la boda.
Si nos fijamos en el principio de los
tiempos podemos leer que Dios después de formar al hombre se compadece de su
soledad y decide darle una ayuda semejante a él (Gn 2,18). Pero ninguno de los
animales ni los demás seres vivientes creados es capaz de llenar esa soledad.
Sólo cuando se le presenta la mujer el hombre puede expresar su profundo gozo y
la reconoce carne de su carne y hueso de
sus huesos.
Precisamente porque la mujer se
diferencia del hombre, aunque colocándose a su mismo nivel, puede realmente
servirle de ayuda y viceversa. Como dice Juan Pablo II (Mulieris Dignitatem,
7), esta ayuda semejante es una unidad de los dos –el hombre y la mujer– que
son llamados desde su origen no sólo a existir uno al lado del otro o, simplemente juntos, sino que son llamados
también a existir el uno para el otro.
Y esta unidad del hombre y la mujer alcanza su más perfecta expresión en la
unión conyugal.
Los esposos deben vivir juntos y
compartir mesa, mantel, vida e ilusiones. Pero no deben vivir como simples
convivientes, sino como esposos que se aman. ¿Y en qué consiste? Pues consiste
en no “vivir con” sino en “vivir para”. Vivir
pensando en el esposo o la esposa, en hacerle la vida más agradable, en
escucharle, acompañarle, animarle, defenderle, en fin, querer lo mejor para él
o ella.
No basta la simple convivencia entre
los esposos, el amor conyugal exige poner amor en la convivencia, estar
pendiente del otro cónyuge, vivir para él, vivir pendiente de él. Si el
matrimonio no se vive de esta manera se convierte en una rutina que será una
triste imagen del verdadero amor conyugal.■
BIBLIOGRAFÍA
- Adolfo J. Castañeda, ¿Qué
es la Teología del cuerpo?, www.catholic.net
- Blanca Castilla de Cortázar Larrea, Varón y mujer en la “teología del cuerpo” de Karon Wojtyla, www.arvo.net, 2 de marzo de 2006.
- San Juan Pablo II, Encíclica Mulieris dignitatem, nn. 6, 7 y 8.
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