Amar y respetar
al hombre es condición necesaria para amar y respetar a la naturaleza.
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El hombre es un ser natural,
porque ha sido creado al igual que toda la naturaleza y forma parte de ella,
aunque no de la misma manera. Desde siempre se ha distinguido la naturaleza
mineral, vegetal y animal y, por encima de todas ellas, la naturaleza humana.
La naturaleza se rige por sus propias leyes, que por eso se llaman leyes
naturales o de la naturaleza. Son leyes inflexibles porque no admiten excepciones (las cosas siempre caen hacia
abajo).
Sin embargo la naturaleza humana
también se rige por su ley natural, pero tiene una peculiaridad. El hombre es
libre: puede hacer el bien o el mal. La ley que rige la naturaleza humana tiene
esto en cuenta y es una ley que ordena los actos libres y voluntarios de los
hombres, por eso es una ley moral y, por eso, la moral es natural a los
hombres. Esta ley moral no es una ley física y admite sus excepciones.
La naturaleza humana supone un
estilo de vida que por ser el propio de los hombres es un estilo de vida
natural, es decir, el más apropiado para los hombres. Como el hombre es libre,
puede elegir vivir conforme a otro estilo de vida, por ejemplo, como un
cefalópodo. Pero será un estilo de vida inapropiado que no le hará feliz.
La felicidad del hombre consiste
en vivir naturalmente como un hombre y esto implica vivir conforme a la ley
natural del hombre. Pero ¿cuál es la ley natural del hombre? Es la ley impresa
en el corazón del hombre que puede
conocer cada hombre. Todos sabemos que hay cosas que no se deben hacer: hacer
daño a otro, apropiarse de lo ajeno, engañar a los demás, faltar a la verdad,
no reconocer a Dios como supremo hacedor… Pero no siempre es fácil acertar en
la decisión.
Para facilitar su comprensión y
conocimiento esa ley natural se ha codificado en los Diez Mandamientos que formulan un estilo de
vida que es aplicable a todos los hombres de todos los tiempos y de todas las
culturas.
La actitud del hombre ante la
naturaleza debe ser la de conocer el mundo como una creación de Dios de manera
que todo lo natural evoca la mano creadora y amorosa de Dios sobre todas las
cosas, también sobre el hombre. Ante la naturaleza el hombre debe sentirse como
administrador de un tesoro que debe cuidar y mantener para transmitir a las
generaciones siguientes, pero sin confundirse con las demás criaturas. El
hombre es superior al resto de los animales, aunque también es un ser natural.
Y este amor a la naturaleza exige una vida de virtudes que valore la vida como
un regalo de Dios junto con el mundo que nos rodea para que sea la casa común
de todos los hombres. Porque la esencia de la naturaleza es la vida. Amar la
naturaleza significa amar la vida en todas sus manifestaciones, mineral,
vegetal, animal y humana. No es coherente amar la naturaleza y defender el
aborto o la eutanasia.
Cuando se niega el vínculo
trascendente de la naturaleza y del hombre con su creador, que es Dios, no se
entiende la naturaleza como un don sino como una propiedad absoluta sobre la
que el hombre puede disponer caprichosamente hasta su agotamiento. Entonces ya
no se cuida la naturaleza sino que se consume y se acaba gastando. Amar y
respetar al hombre es condición necesaria para amar y respetar a la naturaleza.
Bibliografía
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n. 51.
2. Catecismo de la Iglesia Católica, nn.
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3. Pontificio
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