RESUMEN: Jesús
nos enseña a llamar a Dios “Padre” (Abbá) que es el modo familiar de decir
padre en hebreo (papá).
Catecismo
Iglesia Católica nn. 2142 al 2167.
Segundo
mandamiento: « No
tomarás el nombre de Dios en vano».
1. Este
mandamiento pide respetar y honrar el
nombre de Dios, que se debe pronunciar para bendecirlo, alabarlo y
glorificarlo. Al igual que el primer mandamiento éste forma parte de la virtud
de la religión y concreta el uso de nuestras palabras referidas a las cosas de
Dios y sagradas.
Este
mandamiento enriquece el primero, puesto que no solo manda adorar a Dios sino
que además permite que el hombre pueda poner a Dios mismo como testigo de las
grandes decisiones de su vida y hasta permite que el hombre pueda comprometer
su vida en el nombre de Dios por medio de promesas y votos.
Esta
es la razón por la cual los cristianos comenzamos el día invocando el nombre
del Señor en nuestras oraciones al ofrecer la jornada y también, de ordinario,
en los actos de culto a Dios con la señal de la cruz al recitar «En el nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
2. Este
mandamiento prohíbe todo uso inconveniente del nombre de Dios y, en particular,
la blasfemia que consiste en
proferir contra Dios, interior o exteriormente, palabras de odio, de reproche,
de desafío. La blasfemia es un insulto al Señor y es de suyo pecado grave,
materia de confesión.
También
prohíbe el juramento en falso. Jurar
es poner a Dios por testigo de lo que se afirma como garantía de veracidad de
nuestras palabras o promesas. El que jura en falso, el que hace una promesa que
no tiene intención de cumplir o que no está dispuesto a mantener después de
realizada es un perjuro. El perjurio
es una grave falta de respeto hacia Dios que es el dueño de toda palabra. Es
una falta grave contra el Señor que siempre es fiel a sus promesas.
Las
palabras malsonantes que emplean el nombre de Dios sin intención de blasfemar
son una falta de respeto a Dios y constituyen una falta que se debe evitar, de
la misma manera que también se debe evitar el uso irreverente del nombre de
Dios, por ejemplo, en chistes o bromas acerca del Señor o de las cosas dedicadas
al culto divino porque demuestran falta de cariño al Señor.
3. El
respeto del nombre de Dios exige no recurrir a él por motivos vanos o sin
verdadera necesidad. Se honra el nombre
de Dios haciendo una promesa agradable al Señor o que muestre alabanza al
nombre del Señor. También se le honra en el culto público, en las procesiones
y, sobre todo, haciendo un acto de
reparación interior cada vez que se pronuncia sin respeto el nombre de Dios
diciendo, por ejemplo, «bendito sea el nombre de Dios».
El
cristiano tiene un modo propio de hablar y de nombrar a Dios en sus necesidades
y en sus alegrías. Expresiones tradicionales de la cultura cristiana como
«gracias a Dios» o «si Dios quiere» pueden servir de ayuda para tener presente
al Señor en nuestra conversación y en nuestros actos.
Cuando
un hombre y una mujer realizan el sacramento del matrimonio, se hacen una serie
de promesas poniendo a Dios como testigo de ellas. De esta forma Dios entra en
la historia de ese matrimonio y se le hace partícipe de sus alegrías y de sus
penas.
4. El
cristiano conoce el nombre del Señor por especial revelación de Dios mismo.
Entre todas las palabras de la revelación hay una de singular importancia que
es el nombre de Dios. Dios confía su nombre a los que creen en Él. Revelar el
nombre es una confidencia y un acto de intimidad de Dios que muestra el infinito
amor que tiene al hombre.
Dios
manifestó a Moisés su nombre como el Ser por esencia al decir “Yo soy el
que soy”. Dios es “Yo soy” “Yahvé: Él es”. Por respeto a la santidad de Dios el pueblo
de Israel no pronunciaba su nombre sino que lo sustituía por el título “Señor”
(Adonai, en hebreo; Kyrios, en griego). En el Nuevo
Testamento Dios revela el misterio de su vida trinitaria: Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Jesús nos enseña a llamar a Dios “Padre” (Abbá) que es el modo familiar de llamar al padre en hebreo (papá).
En la
oración del Padrenuestro que nos enseña el mismo Jesús rezamos “Santificado sea
tu nombre” y esto es lo que hacemos cuando adoramos y alabamos al Señor. Pero
también pedimos que su nombre sea santificado a través de nosotros, es decir,
que le demos gloria con nuestra vida y que los demás le glorifiquen.
Dios
mismo llama a cada uno de nosotros por nuestro nombre. Nos ama a cada uno
personalmente, de uno en uno. Para Dios no somos multitud, siempre somos uno y
nos llama por nuestro nombre. El nombre de todo hombre es sagrado, es la imagen
de la persona y pide respeto en señal de la dignidad de quien lo tiene. En el
Bautismo, la Iglesia da un nombre al cristiano.
El
nombre de Dios es admirable, en su nombre se obran maravillas, se hablan nuevas
lenguas, se curan enfermedades. Bendito sea el nombre del Señor, El nombre de Dios es Misericordia.■
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