01 de junio de 2013
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TEMAS: Fe, Cultura.
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RESUMEN:
1. Las certezas racionales —las verdades— que se admiten sin ninguna reserva en
la actualidad solamente son aquellas que derivan del conocimiento científico y
tecnológico.
2. Ante esta mentalidad,
la fe —la existencia de Dios y de Jesucristo como el único Salvador del hombre—
queda en entredicho o cuando menos en la duda racional de las afirmaciones
genéricas no comprobadas racionalmente.
3. En nuestra sociedad
todavía perviven tradiciones religiosas y celebraciones sociales de carácter
religioso, pero la cultura actual no está fundada en la fe en Cristo.
4. Para el cristiano no
bastan las tradiciones y fiestas religiosas, sino que la fe supone una
verdadera conversión del corazón y la adhesión de amor y obediencia a
Jesucristo muerto y resucitado.
5. Así las cosas, la
mayoría, vive, de hecho, en un ateísmo práctico que puede coexistir con algunas
prácticas religiosas, pero que termina imponiéndose y ahogando la fe y la vida
cristiana de la mayoría de los que se confiesan creyentes.
6. Para vivir como si Dios
existiera hay que creer que Dios vive realmente. Y esto supone creer en la
Palabra de Dios revelada por Jesucristo. El creyente tiene que estar convencido
que Jesús es el Salvador del hombre.
7. En el Año de la Fe se
nos pide un cambio de mentalidad y un cambio de actitud, un cambio en la manera
de ser y de vivir nuestra fe y nuestro misterio.
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1.
La fe en la sociedad actual
La
fe en el mundo actual se encuentra sometida a una serie de interrogantes que
tienen su origen en el cambio de mentalidad sufrido como consecuencia del
triunfo de la revolución cultura. Si tuviéramos que reducir las causas de este
cambio de mentalidad a una sola, en mi opinión, deberíamos concluir que el
hombre actual ha renunciado al modo de conocer propio de la fe.
Las
certezas racionales —las verdades— que se admiten sin ninguna reserva en la
actualidad solamente son aquellas que derivan del conocimiento científico y
tecnológico, es decir, las que provienen de una manera de conocer experimental
que todo lo basa y lo confía en la comprobación física y científica de los
experimentos.
Ante
esta mentalidad, la fe —la existencia de Dios y de Jesucristo como el único
Salvador del hombre— queda en entredicho o cuando menos en la duda racional de
las afirmaciones genéricas no comprobadas racionalmente.
Ante
esta situación, Benedicto XVI dirigió a todos los católicos una Carta Apostólica
en forma de “Motu propio” titulada «La Puerta de la Fe» y fechada en Roma el
día 11 de octubre de 2011, por la cual estableció la celebración de un Año de
la Fe que terminará este próximo 24 de noviembre de 2013, solemnidad de
Jesucristo, Rey del Universo.
Esta
Carta es una llamada de atención a todos los creyentes para recordar que la
vida de comunión con Dios no es consecuencia de una convicción racional humana,
sino que es un don que se recibe de Dios y se acoge en el corazón de cada uno
de los hombres transformando por entero la propia vida. Así, la fe no es —no
puede ser— algo anecdótico, superficial, intranscendente, sino que la fe debe
ser, y es, el hecho central de nuestra vida: creo en Dios.
Si
salimos a la calle de paseo nos encontramos con un mundo en el que la cultura,
la prensa, las conversaciones, la economía, la política, en suma, eso que
denominaríamos la «gente» no vive como si Dios existiera. Dios no es la
referencia del mundo actual. La ley de Dios no es la suprema ley que inspira
cualquier otra ley humana, ni su trasgresión se tiene por peligrosa o
prohibida.
Con
cierta tristeza, pero con sentido de la realidad, podríamos decir que en la
sociedad actual la mayoría de los bautizados no viven la fe:
— De 100 niños que nacen, 80 reciben el bautismo,
60 la comunión, 20 la confirmación y sólo 5 viven como cristianos.
— De cada 100 parejas, 30 son de hecho, 35 son
matrimonios civiles y 35 son sacramentales.
— De cada 100 familias, 40 llevan a sus hijos a
colegios católicos, pero sólo 15 lo hacen por razones religiosas.
En nuestra
sociedad todavía perviven tradiciones religiosas y celebraciones sociales de
carácter religioso, pero la cultura actual no está fundada en la fe en Cristo.
Para el cristiano no bastan las tradiciones y fiestas religiosas, sino que la
fe supone una verdadera conversión del corazón y la adhesión de amor y
obediencia a Jesucristo muerto y resucitado.
La fe cristiana está dejando de ser patrimonio
general de la sociedad, elemento central de la cultura influyente. Lo culturalmente
válido es la abstención, la omisión de lo religioso, el desconocimiento de lo
sagrado, la pura dimensión material y sociológica de la vida.
El hombre se considera como el resultado fortuito
de una evolución ciega, que nadie explica, en virtud de la cual ha tenido la
suerte de alcanzar la autoconciencia y la libertad. Una libertad, por tanto,
indeterminada, sin normas ni fines de ninguna clase, por tanto, la propia naturaleza
humana no tiene por qué ser vinculante para ninguno de nosotros.
Así las cosas, la mayoría, vive, de hecho, en un
ateísmo práctico que puede coexistir con algunas prácticas religiosas, pero que
termina imponiéndose y ahogando la fe y la vida cristiana de la mayoría de los
que se confiesan creyentes.
Y ante esta situación ¿qué nos propone la Iglesia
por medio de la Carta Apostólica de Benedicto XVI?, pues nos propone
fundamentalmente dos cosas:
— Primero ayudar a creer a todos los hombres,
creyentes y no creyentes.
— Segundo,
“redescubrir” la fe.
Esto supone que la idea de la fe que estamos
acostumbrados a manejar y a entender es una idea imperfecta y, en parte,
errónea. Porque la fe no es tanto creer en Dios y que Dios existe, que desde
luego así es, sino sobre todo la fe consiste en una conversión radical de la
persona que vive como que Dios es el centro y la raíz de su vida y de su
existencia, que da sentido a su vida que se centra en el amor a Dios sobre
todas las cosas y el deseo de vida eterna con Cristo.
2.
Una manera de entender la vida
Pero
la fe no queda reducida a una fórmula verbal, una recitación, unos textos, ni
siquiera unas formalidades u horarios semanales, sino que la fe que transforma
la vida significa que el creyente, porque sabe que Dios es su Padre, vive
abandonado en su Señor. La fe no renuncia al hombre, ni a su cuerpo, ni a sus
potencias, ni menos aún a su inteligencia, pero la fe se apropia del corazón
del hombre y si no es así la fe no convierte al hombre en creyente.
Tener fe no solo supone conocer una lista de
preceptos. La fe es un acto de voluntad y supone un acto de amor y de entrega
de la propia vida a la voluntad de Dios. También hoy es necesario renovar la fe
personal y descubrir la alegría de creer. La Iglesia y la sociedad esperan de
los creyentes que seamos ejemplos creíbles de personas que tienen fe, que
nuestra fe sea concreta, real, material,
hecha de cosas y sucesos cotidianos. Sobran los textos y las frases y
faltan modelos hechos realidad.
Porque la fe es un don de Dios, pero ese don
necesita ser acogido en el corazón del hombre para hacerlo vida propia. La vida
del creyente debe ser un desbordamiento de la fe interior. Por esto, la fe
nunca puede ser un hecho privado, íntimo, casi secreto del interior de un
cristiano, sino que la fe tiene que ser algo manifiesto, público y hasta notorio.
¡Se tiene que notar que soy creyente! Si no es así, si vivo, digo y hago como
si no fuera creyente no será mucha la fe que tengo.
3.
Algo tiene que cambiar
Para vivir como si Dios existiera hay que creer que
Dios vive realmente. Y esto supone creer en la Palabra de Dios revelada por
Jesucristo. El creyente tiene que estar convencido que Jesús es el Salvador del
hombre. La felicidad del hombre, de la sociedad y del mundo no es el progreso,
ni la ciencia, ni la tecnología, ni la economía de escala ni nada de todo eso,
siendo todo eso muy importante y nada despreciable. Pero la felicidad del
hombre no se encuentra ahí. Solo Jesús es el Salvador necesario con una
exclusividad absoluta y total porque tiene «palabras de vida eterna» y porque
es «el camino, la verdad y la vida».
El centro del mensaje de la Iglesia y de la fe no
es el hombre. La Iglesia ha sido
instituida para salvar al hombre, pero el centro de la Iglesia es Dios. Y el
mensaje de la fe es que Jesús salva. La palabra de Jesús, su Evangelio, explica
el sentido de la vida y del hombre. El que quiera salvarse y dar sentido a su
vida debe vivir conforme al Evangelio y no de otra manera.
También muchas personas que no tienen el don de la
fe buscan el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del
mundo. Esta búsqueda es un auténtico “preámbulo” de la fe porque conduce a las
personas al misterio de Dios. La misma razón humana tiene inscrita la exigencia
de que la vida y el hombre es permanente y tiene un valor por encima de todo lo
demás que existe.
En el Año de la Fe se nos pide un cambio de
mentalidad y un cambio de actitud, un cambio en la manera de ser y de vivir
nuestra fe y nuestro misterio. Para que esto suceda es necesario lo siguiente:
«1) Tenemos que convertirnos, ponernos enteramente
en manos del Señor para ser sus enviados. Cambiar en nuestra manera de pensar,
de sentir, de razonar.
2) Cambiar nuestra visión de la Iglesia y del
mundo. La Iglesia ha sido fundada por Cristo para anunciar el Evangelio y el
anuncio es para todo el mundo, no sólo para los que ya son creyentes, también
para los incrédulos, los desinteresados, los apartados.
3) Aprender mejor nuestra fe, estudiar el Catecismo
de la Iglesia Católica.
4) Ser testigos de Cristo, vivir la fe como
testimonio en público y con sinceridad, sin miedos ni vergüenzas» (Mons.
Fernando Sebastián, Anunciar la fe…). ■
Felipe Pou Ampuero
Bibliografía
1. Benedicto XVI, Carta apostólica
Porta fidei, Ciudad del Vaticano, 11 de octubre de 2011.
2. Mons. Javier Echevarría, Carta pastoral con
ocasión del Año de la Fe, Roma 29 de septiembre de 2012.
3.
Mons.
Fernando Sebastián, Anunciar la fe en la sociedad actual, conferencia pronunciada en el Encuentro de
sacerdotes de Iranzu (Navarra), agosto 2012, publicada en La Verdad, nº 3896,
p. 22 y ss.
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