TEMAS: Economía, Empresa, Libre mercado.
RESUMEN: 1. El libre mercado
es la manera por la cual los agentes económicos se comunican y ponen de acuerdo
entre sí para asignar los recursos disponibles y determinar qué producir,
cuánto y a qué precio.
2. La crisis ha demostrado
que el mercado, dejado a sí mismo, no solamente puede resultar ineficiente,
sino que puede acabar promoviendo prácticas inmorales y generar un desastre global.
3. El libre mercado debe
servir a la sociedad y a la justicia y, por esta razón, debe estar ordenado
hacia esos mismos fines. Las leyes deben asegurar que siempre se obtendrá el
precio de mercado de los bienes y que siempre existirá la libre competencia
entre los agentes económicos.
4. Quedan fuera del libre
mercado todas las personas y pueblos que careciendo de poder adquisitivo no
pueden acceder al mercado ni beneficiarse de los bienes ofrecidos.
5. Existen necesidades de los
hombres que no están en el comercio de los hombres, son ajenas al libre
intercambio de bienes y servicios pero son aún más necesarias para los hombres.
Tal es el caso, por ejemplo, del hogar, de la familia, del respeto a la
dignidad de la persona, del debido descanso, del acceso a la cultura y las
formas de conocimiento.
6. La cultura, la familia, la
educación y la religión, proporcionan a los hombres y a la sociedad el
verdadero sentido de la vida y sitúan a la economía en sus justos límites al
servicio del hombre y de la sociedad no permitiendo que ningún hombre se
convierta en un siervo de otro hombre o de un sistema económico.
7. No es malo el deseo de
vivir mejor y de querer conseguir avances técnicos y mejoras en la calidad de
vida. Pero el fin debe ser siempre el crecimiento del hombre. El fin de la
actividad económica es permitir al hombre ser mejor persona y madurar en su
personal desarrollo.
SUMARIO: 1. El fin
del mercado.- 2. Para la sociedad.- 3. Los límites.
1. El
fin del mercado
La actividad
económica está destinada a satisfacer las necesidades de los hombres y no está
destinada a aumentar el lujo o el poder.
El
libre mercado es la manera por la que los agentes económicos se comunican y
ponen de acuerdo entre sí para asignar los recursos disponibles y determinar
qué producir, cuánto y a qué precio[1]. Es un
instrumento, una herramienta por la cual los vendedores ofrecen y los compradores
demandan algo y convienen en el precio y la forma de pago.
Pero
el hecho de ser un instrumento o un medio no significa necesariamente que sea
moralmente neutro. Aparecen dos elementos importantes: a) de una parte, se funda
en la libertad de los agentes económicos a los que nadie obliga a vender ni a
comprar. Y esta libertad de contratar es algo inicialmente bueno. En general,
la libertad es siempre inicialmente buena y deseable. Pero la libertad no es un
fin en sí misma y siempre hay que tener en cuenta el fin perseguido con el
ejercicio de la libertad. Se puede usar para el bien, pero también es posible usar
la libertad para el mal.
b)
En segundo lugar, aparece también la competencia puesto que el libre mercado
supone que los vendedores y compradores concurren y en función de lo que unos
ofrecen y otros demandan se encuentra un punto de concurrencia que determina el
mejor precio del contrato: el precio de mercado.
La
competencia es buena también, porque estimula la mejora de la oferta y la
perfección del trabajo personal para resultar finalmente elegido entre todos
los candidatos. Es decir, la competencia favorece la eficiencia y la mejora de
la productividad.
Desde
el punto de vista técnico, el libre mercado es una manera de organizar la
actividad económica que comparada con otros sistemas posibles logra una
eficiencia bastante contrastada. Además, la sola concurrencia de distintos
compradores y de distintos vendedores es capaz de generar el precio de los
bienes atendiendo no a los intereses de una persona en particular, sino a la
estimación general de unos y otros hasta conseguir lo que se llama precio de mercado.
De
esta manera, el libre mercado modera posibles excesos y se convierte en un
instrumento que facilita la justicia en los intercambios de bienes y servicios.
Así se podría concluir que el libre mercado en sí mismo considerado no es malo,
sino que respeta la libertad humana y favorece el ejercicio de la justicia
mediante el ejercicio de los propios talentos en la actividad económica.
Sin
embargo, también por experiencia sabemos que, a veces, se producen abusos de
poder, faltas de cumplimiento o de respeto a las reglas establecidas y, en
definitiva, injusticias. Así ocurre, cuando un vendedor baja los precios por
debajo del coste del producto para causar pérdidas a sus competidores y procurar
su eliminación definitiva con la intención de dominar el mercado. O también,
cuando se producen reducciones excesivas en los costes de producción al no
cumplir con las debidas medidas de seguridad, de higiene, de abono de salarios
mínimos, etc. En estos casos, y en otros parecidos, se está utilizando la
libertad de mercado con fines torcidos puesto que no se pretende realizar una
actividad económica justa, ni ajustar el precio real de las cosas, sino
conseguir una posición dominante del mercado con el propósito de eliminar del
mercado a todos los demás posibles agentes sociales.
La
crisis ha demostrado que el mercado, dejado a sí mismo, no solamente puede
resultar ineficiente, sino acabar promoviendo prácticas inmorales y generar un
desastre global. No se trata de ningún modo de negar lo que de beneficioso y
necesario tiene el mercado; sin embargo, no es cierto que lo mejor para el bien
común sea dejar que el mecanismo del mercado obre con entera libertad sin
ninguna interferencia de ningún tipo[2].
Para
evitar los abusos e injusticias en el mercado es necesario regular y controlar
la actividad económica. Regular es ordenar la economía pero no impedirla ni
asfixiarla. La ordenación del libre mercado debe atender a favorecer la misma
existencia del mercado y de sus fines primordiales que consisten en obtener el
intercambio de bienes y servicios al mejor precio posible.
Lo
que no es posible es que el mercado se regule a sí mismo puesto que tendería a
la mayor ganancia del vendedor o al mayor beneficio del comprador que siempre procuraría
eliminar los posibles competidores para negociar desde una posición de
fortaleza. El libre mercado debe servir a la sociedad y a la justicia y, por
esta razón, debe estar ordenado hacia esos mismos fines. Leyes deben asegurar
que siempre se obtendrá el precio de mercado de los bienes y que siempre
existirá la libre competencia entre los agentes económicos.
La
economía tiene por finalidad el bienestar de la sociedad y el correcto uso y
reparto de la riqueza y de los bienes de la tierra. Es un fin común para toda
la sociedad extraño al enriquecimiento exclusivo de unos pocos a costa de la
explotación de otros. Al mismo tiempo, este fin común aplica la justicia y
pretende beneficiar al que trabaja y aplica su esfuerzo e ingenio en producir
bienes al mejor precio para conseguir la mejor venta.
2. Para la sociedad
Esta
misma regulación del libre mercado debe atender no solamente a las necesidades
económicas del mercado y de los intercambios comerciales, sino de la propia
sociedad y de las personas que la integran. No podemos olvidar que el mecanismo
del libre mercado considera tan solo a unos vendedores que ofrecen unos bienes
y a unos compradores que ofrecen un dinero por ellos. Quedan fuera del libre
mercado todas las personas y pueblos que careciendo de poder adquisitivo no
pueden acceder al mercado ni beneficiarse de los bienes ofrecidos.
El
libre mercado tiene, ciertamente, limitaciones por su mismo objeto. Unas veces
porque solamente atiende a la solución de problemas que se puedan resolver con
poder adquisitivo[3], es decir,
problemas económicos, pero no culturales, sociales, de desarrollo humano. Otras
veces, porque existen necesidades de los hombres que no se pueden comprar ni
vender porque no están en el comercio de los hombres, son ajenas al libre
intercambio de bienes y servicios pero son aún más necesarias para los hombres.
Tal es el caso, por ejemplo, del hogar, de la familia, del respeto a la
dignidad de la persona, del debido descanso, del acceso a la cultura y las
formas de conocimiento.
Es
decir, no todos los problemas de los hombres se resuelven comprando ni
vendiendo, ni con arreglo a las normas del libre mercado. Tampoco todos los
problemas se resuelven solamente con arreglo a los criterios de justicia. La
sola dignidad de cada hombre exige algo más que el cumplimiento de lo justo, de
lo debido. La dignidad del hombre no es algo que se paga, que se cumple con
justicia, sino que es algo que se admira y se contempla por su misma dignidad y
ante la cual no basta con la justicia, sino que es necesario ir más allá de los
planteamientos justos para llegar a la generosidad y al don[4].
Ya
se ve que la economía no lo es todo en la vida humana. Si lo fuera, la vida
humana no gozaría de la dignidad que tiene y quedaría muy limitada. Luego a
nadie puede extrañar que existan límites al libre mercado. Límites sí, impedimentos
no.
3. Los límites
La
persona es el centro de la actividad económica lo que significa mucho más que
un reparto equitativo de la riqueza. El problema de fondo estriba en que el
éxito de la actividad económica se mide en términos de rendimiento económico o
beneficio, y, por tanto, su búsqueda lleva naturalmente a convertir a las
personas empleadas en “factores de producción” al servicio de dicho éxito[5].
Y
¿cómo se determinan los justos límites al mercado? Curiosamente, los límites del
mercado no se determinan por leyes económicas, sino por leyes culturales y por
pautas de estilo de vida. Estos límites se fijan por medio del fortalecimiento
de las instituciones que defienden y aseguran la dignidad de hombre. La
cultura, la familia, la educación y la religión, proporcionan a los hombres y a
la sociedad el verdadero sentido de la vida y sitúan a la economía en sus
justos límites al servicio del hombre y de la sociedad no permitiendo que
ningún hombre se convierta en un siervo de otro hombre o de un sistema
económico.
Pero
si se descuidan estas instituciones, si la cultura no es trascendente, si la
educación es solamente técnica, si la familia se desestructura, si la religión
se ignora, la actividad económica acaba convirtiéndose en consumismo, es decir,
en afán de poseer bienes, servicios y riquezas con olvido de la dignidad del
mismo hombre. Aún más, acaba por convertir a las riquezas en un verdadero fin
de la vida para el hombre que solo tendrá sentido si es para tener más bienes y
más bienestar material.
No
es malo el deseo de vivir mejor y de querer conseguir avances técnicos y
mejoras en la calidad de vida y de bienestar material y social. Pero el fin
debe ser siempre el crecimiento del hombre entero, en cuerpo y alma. El fin de
la actividad económica no es el permitir al hombre tener más bienes, sino ser
mejor persona y madurar en su personal desarrollo.
Detrás
del consumismo se esconde una visión materialista de la vida y de la felicidad,
donde lo único que tiene importancia son los bienes y la comodidad personal adquirida
olvidando la vida espiritual del hombre y, al fin, al mismo hombre.
No
es que los bienes materiales no sean buenos ni convenientes, es que son
insuficientes para la felicidad del hombre. No satisfacen las ansias de felicidad
humanas y por esta razón es preciso atender a un verdadera cultura que pueda
orientar la vida y las necesidades de los hombres, también las necesidades del
libre mercado.
Los
bienes son necesarios para el desarrollo de las personas y de la sociedad. Se
trata de erradicar el consumismo, pero no el consumo de los bienes y ofrecer un
estilo de vida más sobrio que busque la verdad, el bien y la belleza, así como
la solidaridad con los demás hombres para un crecimiento común[6].
La respuesta obviamente es compleja. Si
por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel
fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de
la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre
creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es
positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa»,
«economía de mercado», o simplemente de «economía libre». Pero si por
«capitalismo» se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito
económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al
servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular
dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta
es absolutamente negativa.[7] ■
[1] Gregorio Guitián, Negocios
y moral, Eunsa, Pamplona, 2011, p. 85.
[2] Una economía al servicio de las personas, Carta pastoral de los
Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Cuaresma Pascua
2011, n. 18.
[3] Juan
Pablo II,
Encíclica Centesimus annus, n. 34.
[4] Benedicto XVI, Encíclica Caritas
in veritate, n. 34.
[5] Una economía al servicio de las personas, Carta pastoral de los
Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Cuaresma Pascua
2011, n. 20.
[6] Juan
Pablo II,
Encíclica Centesimus annus, n. 34.
[7] Juan
Pablo II,
Encíclica Centesimus annus, n 42.
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