Fecha: 1 de marzo de 2008
TEMAS: Justicia, Razón, Naturaleza.
RESUMEN: 1. Los hombres tenemos un sentido natural de la justicia y de lo justo, de lo que está bien y de lo que está mal. Hablar de la ley natural del hombre es tanto como hablar de la ley de la razón del hombre. Esta ley natural no tiene más eficacia que la que cada uno de nosotros libremente le queramos reconocer. Pero de ese reconocimiento depende en gran medida nuestro propio bien y el bien común de la sociedad.
2. Lo que nos hace iguales a todos los hombres es que todos tenemos la misma naturaleza y reconocemos la misma ley que nos manda hacer el bien y evitar el mal. La ley más democrática de todas no es la que se encuentra respaldada por mayor número de votos, sino la ley natural, porque es la ley de todos los hombres. El criterio de la mayoría no es necesariamente bueno ni suficiente, además debe ser correcto.
3. La ley natural es una ley que descubrimos en nuestra propia razón en tanto que directiva de nuestro comportamiento. La ciencia no nos dice si un comportamiento es bueno o malo. Obrar bien requiere introducir orden en nuestros actos y deseos, para lo cual es indispensable preguntarse a dónde nos llevan nuestros actos y deseos y anticipar sus fines y objetos y valorarlos.
4. Esta es la alternativa: o somos espíritus racionales que obedecemos los valores que se desprenden de la ley natural de nuestra razón, o somos materia moldeable al capricho de los instintos o de quien los quiera manipular
SUMARIO: 1. Ley racional.- 2. Ley interior.- 3. Ley moral.- 4. Una sociedad más justa.
1. Ley racional
Dice Cicerón que no existe en absoluto la justicia si no está fundada sobre la naturaleza, porque si la justicia se funda sobre un interés, otro interés la destruye (Cicerón, Sobre las Leyes, I, 15)[1]. Los hombres tenemos un sentido natural de la justicia y de lo justo, de lo que está bien y de lo que está mal, que nos dice que existen ciertos comportamientos que son correctos y otros, al contrario, son incorrectos.
Para reconocer que la tortura contradice la naturaleza del hombre no hace falta grandes estudios: basta con preguntar al torturado. Y quien dice que la tortura no debería existir no está expresando tan sólo la repugnancia personal a la tortura sino que está afirmando un principio universal de respeto al hombre y a su dignidad[2]. Y es que para el sentido común de los hombres calificar algo como antinatural equivale a desaprobarlo y calificar cualquier conducta como natural equivale a defenderla de posibles desaprobaciones.
Pero lo natural en el hombre es la naturaleza humana. Esto es lo más natural y aquello en que nos igualamos todos. Unos serán rubios, otros bajos, unos listos, otros ricos, otros hábiles... pero todos son humanos, tienen la misma naturaleza humana y están hechos de los mismos materiales: carne, huesos y... alma. Y lo propio y característico de la naturaleza humana es la razón, porque la razón es lo que diferencia al hombre de los demás seres vivos. Y hablar de la ley natural del hombre es tanto como hablar de la ley de la razón del hombre[3].
Esta ley natural o de la razón es la que dice a cada hombre lo que está bien o lo que está mal. No se trata de una ley de fuerza o de poder, sino de una ley de razón, de autoridad, de argumentos, que dice lo que es justo y corresponde a cada cual. Esta ley natural inspira a la razón la convicción de que ciertas actitudes son realmente verdaderas y buenas y otras son realmente falsas y nocivas[4].
Esta ley de la razón es accesible de por sí sola a todos los hombres y les indica las normas primeras y esenciales que regulan la vida moral: lo bueno y lo malo en la conducta del hombre. Por ser común a todos los hombres se trata de una gran oportunidad de unir y aunar a los hombres. Esta ley natural es lo que nos iguala y nos une frente a cualquier otra posible diferencia o discrepancia.
En la historia del pensamiento occidental, el concepto de ley natural siempre ha representado la aspiración de la racionalidad por encima de la brutalidad y de la universalidad por encima del localismo. Esta aspiración racional y universal es propia de la ética y la ética es lo propio de los hombres cabales.
La referencia a la ley natural es lo que nos permite distinguir entre leyes justas y leyes injustas —¿qué otra cosa si no?—, o discernir si una ley, tal vez justa en sí misma, no debe aplicarse en un caso determinado[5]. Desde luego, la referencia a la ley natural no inspira el uso de las armas, la violencia contra el débil y el abuso de poder.
Estamos de acuerdo en que el hombre tiene un valor absoluto, por encima de intereses y componendas de otros hombres. Pero si esto es así es porque existe Alguien absoluto que respalda el valor del hombre incluso allí donde los hombres no lo respetan. El ejercicio de la libertad humana implica la referencia a una ley natural de carácter universal que precede y aúna todos los derechos y deberes[6]. Esta ley es inmutable y no está sujeta a cambios o mudanzas de acuerdo con las modas, las costumbres y los avances del progreso. Lo siento, pero pegar a una madre es algo muy feo desde siempre y me temo que siempre lo será por mucho que adelante la biociencia.
Creo que estamos de acuerdo en que hablar de ley natural es tanto como hablar de unos principios morales básicos cuya vigencia no depende de ninguna autoridad política o eclesiástica, pues precede a una y a otra. Y creo también que este concepto se nos ha ido olvidando. Para Aristóteles la ley natural no era una realidad pre-política, sino algo propio y constituyente de la vida política[7].
Pero esta apelación a la naturaleza, a la ley natural de la razón resulta incómoda para los políticos porque entraña el reconocimiento de que su poder tiene un límite que no se puede traspasar sin graves peligros. La renuncia a la ley natural como criterio de praxis jurídica y política conduce inmediatamente a imponer el descriterio y el capricho de unos pocos sobre todos los demás.
Esta ley natural no tiene más eficacia que la que cada uno de nosotros libremente le queramos reconocer. Pero no hace falta ser muy listo para advertir que de ese reconocimiento depende en gran medida nuestro propio bien y el bien común de la sociedad.
2. Ley interior
La ley natural de la razón humana aprecia como una verdad primera y original a todo hombre el principio que dice «haz el bien y evita el mal». En esto estamos todos de acuerdo porque todos los hombres —absolutamente todos— somos seres morales por naturaleza. Se podría decir que lo que hace a los hombres iguales de verdad no es una afirmación constitucional, ni una declaración universal de derechos, ni una manifestación parlamentaria. Lo que nos hace iguales a todos los hombres es que todos tenemos la misma naturaleza y reconocemos la misma ley que nos manda hacer el bien y evitar el mal.
Por esto se puede afirmar con contundencia que la ley más democrática de todas no es la que se encuentra respaldada por mayor número de votos, sino la ley natural, porque es la ley de todos los hombres. Venimos al mundo con la ley natural puesta. Claro está, todos queremos hacer el bien, pero no coincidimos en qué cosa sea el bien. Pero esto es la segunda parte de la cuestión. La primera es que la ley natural es humana y de todos los hombres.
Y en esta universalidad de la ley natural a veces se confunde la defensa de la ley natural con una profesión de fe concreta. Que los cristianos defendamos la existencia de la ley natural, que es una ley de todos y que no cambia con el tiempo, no quiere decir que la ley natural sea un asunto cristiano, ni siquiera que la ley natural sea una ley religiosa o cristiana.
Considerada en sí misma, la ley natural no es un asunto cristiano, sino que es un asunto profundamente humano en el que todos podemos coincidir. La Iglesia reconoce en la ley natural una huella del plan original de Dios sobre el hombre, una verdad básica que permite enlazar con la plenitud de la verdad sobre el hombre que la Iglesia descubre en Jesucristo[8].
Pero no se trata de que la ley natural coincida con el Decálogo de la Ley de Dios. Más bien, se trata de que el Decálogo expresa por escrito y con más claridad verdades de la ley natural que pueden oscurecerse por diversos motivos. Porque algunos problemas morales son bastante complejos y para estar a su altura el juicio de conciencia debe refinarse. Así el Decálogo nos dice que evitar el mal es no matar, no robar, no insultar; que hacer el bien es amar a Dios, amar a los demás y desearles el bien.
Por esto, la mayor parte de nuestros desacuerdos no se refieren a la ley natural, sino a su materialización práctica en unas determinadas circunstancias. Podemos estar de acuerdo en hacer el bien, pero Stalin no pensaba que hacía mal cuando «libraba» a ciertas personas de su pueblo, tampoco Hitler pensó traicionar a su nación eliminando al pueblo judío y tantos ejemplos que nos vienen a la cabeza.
Habrá que afinar el criterio moral, estudiar y formarse. Pero algo ya queda claro desde el principio. El criterio válido es el de la ley natural que es un criterio racional. Y la razón hace referencia necesariamente a la verdad, no al poder o a la fuerza o la simple mayoría. El criterio de la mayoría no es necesariamente bueno ni suficiente, además debe ser correcto y racional.
3. Ley moral
Las leyes físicas —la gravedad, por ejemplo— sólo se pueden formular sobre la base de regularidades empíricas comprobadas, de tal manera que si se prueba la excepción ya no puede propiamente hablarse de ley. En el espacio no hay gravedad, pero en la Tierra siempre la hay, es inevitable.
Sin embargo, esto no ocurre con la ley natural, que a menudo es conculcada —matar a un inocente— y no por eso la ley del no matarás deja de ser ley. Porque la ley natural no es una ley que podamos descubrir y comprobar en la naturaleza de las cosas y del mundo creado, sino que es una ley que descubrimos en nuestra propia razón en tanto que dirige y ordena nuestro comportamiento.
La ciencia no es una norma de conducta del hombre. La ciencia no nos dice si un comportamiento es bueno o malo. Para saber que matar es hacer daño y está mal no hace falta consultar a un médico. Sin embargo, el conocimiento de un médico puede ser relevante para saber si una persona está o no está muerta. Porque al hablar de la conducta de los hombres no me refiero a la ley física, ni a la ley de la ciencia, sino a la sabiduría de la vida, a saber vivir. Y para saber vivir hay que saber qué es el hombre. Esto no nos lo dice la ciencia. La medicina nos dirá cómo es el hombre, sus órganos, su anatomía. Sin embargo, para saber qué es el hombre hay que contestar al sentido de su vida, al porqué de sus actos. Y esto lo contesta la ley natural que nos dice el criterio de bondad o maldad de la actuación de cada hombre.
4. Una sociedad más justa
La ley natural se presenta como una participación de una ley mayor, superior y anterior al mismo hombre que es la ley eterna con la que Dios dirige el mundo. No podemos olvidar que también para Dios la ley natural es, ante todo, la ley de nuestra razón práctica, el principio último de nuestras actuaciones.
Dios —si puedo hablar así— también sabe que la religión no es la primera fuente de las convicciones éticas del hombre. Estas convicciones (hacer el bien, no matar, no robar) se abren paso en la vida del hombre por la propia ley natural impresa en cada corazón humano. Y este bien que cada hombre quiere hacer se concreta de entrada en las inclinaciones naturales y primarias que todo hombre tiene: hacia la vida, hacia la sexualidad y procreación y hacia la convivencia y vida en sociedad con los demás.
Estos primeros principios son verdades originales por cuanto se distinguen de los demás conocimientos adquiridos por estudio y discurso[9]. Estos principios originales son la concreción de una convicción filosófica que dice que la norma moral no es la consecuencia de unas convicciones humanas, sino que es anterior a ellas. La ley natural pone orden en nuestras inclinaciones a la vida, a la sexualidad y a la sociedad para que en todas se haga el bien y se evite el mal, para que nuestras acciones sean siempre justas y equitativas.
Por esta razón la ética es una forma de sabiduría, en el sentido de que sabio no es la persona que sabe mucho de algo o hasta de todo, sino la persona que sabe vivir en general. Obrar bien requiere introducir orden en nuestros actos y deseos, para lo cual es indispensable preguntarse a dónde nos llevan nuestros actos y deseos y anticipar sus fines y objetos y valorarlos. Todo esto es obra de la razón, no de los impulsos sensuales, desde luego.
Obrar bien entraña en la práctica cumplir una serie de preceptos, pero desde el punto de vista moral importa, y mucho, la manera de cumplirlos. Y, precisamente, porque el hombre no es razón pura, sino cuerpo y razón, su misma corporalidad no es irrelevante a la hora de ordenar sus actos al bien. La vida personal no es indiferente de nuestras creencias. Esta es la alternativa: o somos espíritus racionales que obedecemos los valores que se desprenden de la ley natural de nuestra razón, o somos materia moldeable al capricho de los instintos o de quien los quiera manipular[10].
Si por un lado el hombre sólo alcanza a desarrollar su humanidad en sociedad, por otro, la sociedad sólo es realmente humana cuando respeta la naturaleza del hombre, es decir, cuando encuentra en la naturaleza humana su pauta de desarrollo[11].
Felipe Pou Ampuero
[1] Cfr. Ana Marta González, La naturaleza y lo natural como límite al poder. Nuestro Tiempo, mayo 2005, n. 611, p. 102.
[2] Robert Sapemann, ¿Son ‘natural’ y ‘antinatural’ conceptos moralmente relevantes?, www. Aceprensa.com
[3] Benedicto XVI, Discurso a la Comisión Teológica Internacional. Ciudad del Vaticano, 5 de octubre de 2007.
[4] Juan Manuel de Prada, La abolición del hombre, El Semanal, 7 de octubre de 2007.
[5] Ana Marta González, Nuestro Tiempo, marzo 2007, n.633, p.64.
[6] Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, n.61
[7] Ana Marta González, La naturaleza y lo natural como límite al poder. Nuestro Tiempo, mayo 2005, n. 611, p. 104.
[8] Ana Marta González, entrevista de Corina Dávalos publicada en Zenit La ley que usamos con más frecuencia, la más democrática de todas es la ley natural.
[9] Alejandro Llano, La ética puede aprender de la naturaleza, Alga y Omega, 4 de mayo de 2006.
[10] Juan Manuel de Prada, La abolición del hombre, El Semanal, 7 de octubre de 2007.
[11] Ana Marta González, La naturaleza y lo natural como límite al poder. Nuestro Tiempo, mayo 2005, n. 611, p. 107.
1 comentario:
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Un cordial saludo,
Santiago Chiva
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