sábado, marzo 03, 2007

23. Vida pública

Fecha: 1 de marzo de 2007
TEMAS: Vida pública, Política, Cristiano.
RESUMEN: 1.El laicismo es aquella actitud por la que el Estado no reconoce la vida religiosa de los ciudadanos como un bien positivo que forma parte del bien común de los ciudadanos.

2. Los católicos no son un pueblo segregado o separado o marcado. Son una parte del pueblo, por tanto, son el mismo pueblo y les asiste todo el derecho a participar en las cosas de su pueblo.

3. El cristianismo es un hecho: el Verbo se hizo carne, Dios con nosotros. La reclamada y necesaria actuación de los católicos en la vida pública presupone una apropiación personal del anuncio evangélico.

4. La búsqueda del bien común de una sociedad es un derecho y es un deber de todos sus ciudadanos. Nadie debe quedar excluido, ni tan siquiera los católicos.

5. El problema actual de la cultura es que la humanidad moderna se divide sobre la relación entre la técnica y la ética: éstos serán los dos nuevos bloques del futuro. Una visión de la técnica desligada de la ética convierte al hombre en un producto histórico, un resultado cultural. El hombre deja de ser un proyecto y se convierte en algo proyectado.

6. El respeto de la verdad integral del hombre se convierte en un imperativo moral para la cultura democrática de nuestro tiempo No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una reflexión filosófica, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.

7. Una educación verdadera debe suscitar la valentía de las decisiones definitivas que son indispensables para crecer ya alcanzar algo grande en la vida.


SUMARIO: 1. En público.- 2. En busca de la dignidad perdida.- 3. La alegría de vivir.- 4. La esperanza

1. En público

Vivimos en una época en la que existe bastante confusión intelectual. En nuestra opinión pública hay mucha pasión, fuerte voluntarismo, abundante improvisación y demasiada manipulación[1]. Por falta de experiencia muchos católicos no saben situarse en democracia. Nos sorprenden con nuevos argumentos de relativismo, de tolerancia y de respeto al contrario y su mala digestión ha provocado que algunos buenos católicos se hayan pasado al bando contrario identificando la militancia cristiana con el socialismo.

De ahí nos ha venido una cierta repugnancia hacia la religión y lo religioso como si fuera un torpe recuerdo de un pasado autoritario, ruin y mezquino que no hizo el bien y llenó de odio a muchos. Los nuevos gobernantes predican un laicismo del Estado en lugar de la justa neutralidad hacia el fenómeno religioso. La laicidad del Estado consiste en que el poder político respete y favorezca por igual el desarrollo de cada religión y de la visión laica de la vida.
Por el contrario el laicismo es aquella actitud por la que el Estado no reconoce la vida religiosa de los ciudadanos como un bien positivo que forma parte del bien común de los ciudadanos y que debe ser protegido por los poderes públicos, sino más bien lo considera como un elemento perjudicial que se debe combatir[2].

No es esto la laicidad. Es más bien que el Estado y todas las instituciones políticas son neutrales ante las diferentes preferencias religiosas de los ciudadanos. Querer lo contrario, defender el laicismo como una única ideología y pretender adoctrinar a la juventud en estas ideas no deja de ser una confesionalidad laicista. Por el contrario, todos queremos que el Estado sea aconfesional y eso implica necesariamente que sea laico y que no sea laicista.
De esto se sigue que el Estado y los poderes públicos no han de extrañarse porque un católico intervenga en la cosa pública como tal, es decir, con sus creencias y sus convicciones. El compromiso del cristiano en el mundo, en dos mil años de historia se ha expresado de diferentes modos. Uno de ellos ha sido el de la participación en la acción política[3]. Los católicos no son un pueblo segregado o separado o marcado. Son una parte del pueblo, por tanto, son el mismo pueblo y les asiste todo el derecho a participar en las cosas de su pueblo tanto que como enseña el Concilio Vaticano II no pueden abdicar de la participación en la política.

La fe cristiana, el hecho de ser cristianos no nos priva de ningún derecho civil sino que más bien nos añade un plus para poder actuar con más clarividencia puesto que en la política se ventilan muchos asuntos que afectan al bien o al mal de nuestros ciudadanos y de nosotros mismos[4]. Los cristianos pueden y deben intervenir en la vida pública de una sociedad democrática, no confesional, tratando de influir en ella según la inspiración de sus convicciones religiosas y morales. Claro que pueden, como puede cualquiera respetando a los demás y siguiendo las mínimas reglas de la convivencia.

Lo que ocurre es que si esto es así, resulta patético reaccionar con un llamamiento categórico al estilo del «hay que comprometerse»[5]. Lo que está en juego no es un alistamiento, ni un calmante de conciencias aburguesadas, sino algo más originario, profundo y crucial.

No está de más recordar, ahora y siempre, que el cristianismo no es una idea, una doctrina o una ideología. Tampoco es un conjunto de normas morales ni un espiritualismo de almas bellas. El cristianismo es un hecho: el Verbo se hizo carne, Dios con nosotros.

La reclamada y necesaria actuación de los católicos en la vida pública presupone una apropiación personal del anuncio evangélico de modo que la fe crezca y sea cada vez más la experiencia y el significado de una vida personal y propia que redunda en los demás.

Nadie discute que corresponde a la jerarquía eclesiástica enseñar e interpretar auténticamente los principios morales que deben guiar la conducta de los fieles, pero corresponde a los laicos, con la propia iniciativa y sin esperar consignas oficiales penetrar el espíritu cristiano en las costumbres, relaciones sociales, cultura y toda la sociedad en la que viven[6]. Y a este nivel es notoria la desproporción que existe entre la generosa participación de unos laicos en las tareas de asistencia y ayuda como agentes de pastoral, revestidos de los más diversos ministerios no ordenados y, por otro lado, la diáspora muchas veces conformista y anónima de los laicos católicos en «dar la cara» en público.

Hasta tal punto llega la confusión que muchos laicos empiezan a considerar más importante para su vida cristiana si pueden ejercer tal o cual función pastoral que el mismo hecho de estar tomando cada día decisiones importantes en su vida familiar, laboral, social y política. Como si ser católico fuera algo que no tuviera la menor trascendencia en el trabajo, en la educación de los hijos, en el gasto del dinero, en el empleo del tiempo libre ...

Correlativamente, algunos sacerdotes terminan considerando a los laicos más como ayudantes de la labor parroquial y asistentes de la pastoral que como la verdadera y auténtica presencia «secular» en la búsqueda de la construcción de formas de vida más humanas y, por esto mismo, más cristianas.

¿Dónde están nuestros Adenauer, los De Gaspieri, los Monnet, los Schumann, que estén afrontando los caminos efectivos de la vida pública de los católicos?[7] ¿Dónde están los católicos de hoy?

No hay que temer a la Iglesia. Nunca ha quedado definida por las coyunturas históricas que le ha tocado vivir en un país y en otro. Menos aún la define el poder, como si necesitara de él para poder subsistir. La salvación del hombre no es fruto de la política y cuando la política pretende ser salvífica no hace más que generar infiernos de destrucción y de muerte de los cuales el pasado siglo XX ha sido un muestrario bastante variado.

La fe no es un programa de acción política ni puede convertirse en eso. Por esto no puede existir un partido que pretenda acumular en exclusiva la presencia de las católicos en la política, no puede existir un partido que sea el «partido católico»[8]. La presencia de los católicos en la vida pública no se puede entender como un deseo de agrupar a los católicos en la defensa de sus propios intereses, sino como un deseo de movilizar a los cristianos para que sirvan al bien común de todos los ciudadanos.

Esto implica pluralidad de partidos y de opciones políticas, dentro de una misma fe y unas mismas convicciones, pero que permiten una variedad y pluralidad de formas y maneras de alcanzar el bien común. La variedad es necesaria y siempre enriquece, pero no es indiferente a la fe cristiana. Pluralismo político no es equivalente a ausencia de convicciones y de creencias.


2. En busca de la dignidad perdida

La búsqueda del bien común de una sociedad es un derecho y es un deber de todos sus ciudadanos. Nadie debe quedar excluido, ni tan siquiera los católicos, que como todos los demás, pueden utilizar todos los medios lícitos para buscar el bien común, que es buscar la justicia, el respeto a la vida, a la persona y que, en definitiva, es buscar la verdad.

Pero el hombre no es capaz por sí solo de conocer la verdad. En virtud de la revelación de Dios, nadie conoce la verdad sobre el hombre como la misma Iglesia y, por tanto, nadie está en situación de defender esa verdad como la misma Iglesia de Dios[9]. Sólo desde su Creador se puede conocer verdaderamente al hombre. Por esto Dios, en Jesucristo, manifiesta al hombre su verdad.

Por la fe los cristianos tenemos un mayor y mejor conocimiento de la dignidad de la persona humana, del valor de la vida de cualquier persona. Por la misma fe se aclaran y se fortalecen una cuantas normas morales de comportamiento fundadas en la recta rezón común a todos los hombres y mujeres de bien. Sin un bagaje moral no puede existir vida democrática[10]. La libertad humana necesita moverse en el ámbito de unos valores morales que le ayuden a mantenerse en la verdad y en la búsqueda del verdadero bien común, no del bien aparente que acaba siendo una burda estafa.

Para el cristiano ser tolerante y ser artífice de una cultura de la convivencia no es un añadido sino que por el mandato del amor al prójimo pertenece a la misma esencia de su fe. El cristiano es una persona de comunión, de diálogo, de encuentro...[11].

El problema actual de la cultura es que la humanidad moderna se divide sobre la relación entre la técnica y la ética: éstos serán los dos nuevos bloques del futuro. Unos sostienen que la libertad de hacer se debe fundamentar sobre algo distinto de sí misma, en definitiva, sobre la dignidad de la persona humana. Éste es su fundamento y, por tanto, su límite. Otros sostienen que la libertad de hacer tiene una dignidad en sí misma que es la que fundamenta la dignidad del hombre para los cuales solo será digno si está libre de ataduras.

Una visión de la técnica desligada de la ética convierte al hombre en un producto histórico, un resultado cultural. El hombre deja de ser un proyecto y se convierte en algo proyectado. Entonces el hombre deja de tener deberes y solo tiene derechos[12].

El respeto de la verdad integral del hombre se convierte en un imperativo moral para la cultura democrática de nuestro tiempo en la que se ha difundido la opinión de que el ordenamiento jurídico de la sociedad debería limitarse a registrar y recibir las preferencias de la mayoría. Para mayor dislate los legisladores creen que respetan la libertad de la persona formulando leyes que prescinden de los principios de ética natural condescendiendo con las modas culturales como si todas las concepciones de la vida tuvieran el mismo valor[13].

Ante esta situación, no basta con enunciar buenos propósitos, sino demostrar efectivamente que el cristianismo es la respuesta más radical, más total y satisfactoria a los deseos de verdad y de libertad, de justicia y de felicidad que constituyen el corazón del hombre y son la suma de sus aspiraciones.


3. La alegría de vivir

La mayor amenaza para conseguir la presencia de los católicos en la vida pública no reside en las hostilidades y ataques contra la Iglesia, sino en el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual todo sucede con aparente normalidad pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en algo sin vida y alejado de la realidad.

No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una reflexión filosófica, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva[14]. Si es verdadero el encuentro cambia a la persona e imprime con su forma la vida matrimonial y familiar, las amistades, el trabajo, las diversiones, el uso del tiempo libre y del dinero, el modo de mirar toda la realidad e incluso los mismos gestos.

El Estado y el mercado tienen necesidad no solo de ciudadanos-súbditos o de productores-consumidores, sino de sujetos libres que afronten la realidad de la vida con anhelos de verdad y de felicidad, que son los más grandes recursos de humanidad que tenemos. La persona no es solamente razón e inteligencia, aunque son sus elementos constitutivos. Lleva inscrita en lo más profundo de su ser la necesidad de amor, de ser amada y de amar a su vez[15].

Hay que enseñar a reconstruir la persona humana como hijo de Dios. Hay que recordar la grandeza de ser hombre, su dignidad, su vocación, el don y el drama de la libertad, de una libertad que es regalo del Creador y que no podemos suprimir.

Hay que buscar puntos de unión con los demás hombres. Hacer el bien, evitar el mal, dar a cada uno lo suyo, respetar la igualdad del hombre y de la mujer, la misma dignidad de los pueblos son lugares de encuentro de los hombres de bien, creyentes o no creyentes, en los que un cristiano puede y debe estar sin ningún complejo ni extrañeza.


4. La esperanza

Ante el panorama actual mucho más que cualquier razonamiento humano nos ayuda la novedad conmovedora de la revelación bíblica: el creador del cielo y de la tierra, el único Dios que es la fuente de todo ser, este único Logos creador, esta Razón creadora ama personalmente al hombre[16].

Porque nos ama de verdad, Dios respeta y salva nuestra libertad. Al poder del mal y del pecado no se opone un poder más grande, sino que prefiere el límite de su paciencia y de su misericordia. Es la educación del amor. Una educación verdadera que debe suscitar la valentía de las decisiones definitivas que son indispensables para crecer y alcanzar algo grande en la vida, especialmente para que madure el amor a toda belleza, para dar consistencia a nuestra libertad.

De esta educación en el amor brotan nuestros «no» a formas débiles y desviadas de amor y a las falsificaciones de la libertad, así como a la reducción de la razón sólo a lo que se puede calcular y manipular. En realidad estos «no» son más bien el «sí» al amor auténtico, a la realidad del hombre tal y como ha sido creado por Dios[17].

La necesidad de presentar en términos culturales modernos el fruto de la herencia espiritual, intelectual y moral del catolicismo se presenta hoy con una urgencia impostergable, para evitar además, entre otras cosas, una diáspora cultural de los católicos[18].

Felipe Pou Ampuero

[1] Mons. Fernando Sebastián Aguilar, Análisis del Manifiesto del PSOE sobre Constitución y laicidad, Pamplona, 9 de diciembre de 2006.
[2] Mons. Fernando Sebastián Aguilar, Análisis del Manifiesto del PSOE...
[3] Congregación para la doctrina de la fe. Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y conducta de los católicos en la vida política. Vaticano, 24 de noviembre de 2002.
[4] Mons. Fernando Sebastián Aguilar, Católicos y vida pública, Pamplona, 27 de octubre de 2006.
[5] Guzman Carriquiry Lecour, Católicos y vida pública en América Latina, Santiago de Chile, 26 de agosto de 2006. www.zenit.org
[6] Guzman Carriquiry Lecour, Católicos y vida pública en América Latina ...
[7] Guzman Carriquiry Lecour, Católicos y vida pública en América Latina ...
[8] Mons. Fernando Sebastián Aguilar, Católicos y vida pública ...
[9] Card. Renato R. Martino, Los derechos humanos, fundamento para la construcción de una cultura universal. Toledo, 4 de noviembre de 2006, n. 4.
[10] Mons. Fernando Sebastián Aguilar, Católicos y vida pública ...
[11] Card. Antonio Cañizares, El relativismo ético amenaza la convivencia. Toledo, 4 de noviembre de 2006. www.zenit.org
[12] Card. Renato R. Martino, Los derechos humanos,...
[13] Congregación para la doctrina de la fe. Nota doctrinal...
[14] Benedicto XVI, Enc. Deus Caritas est, n.1.
[15] Benedicto XVI, Política y desafíos de los católicos, Verona, 19 de octubre de 2006, www.zenit.org.
[16] Benedicto XVI, Política y desafíos de los católicos ...
[17] Benedicto XVI, Política y desafíos de los católicos ...
[18] Congregación para la doctrina de la fe. Nota doctrinal... n. 7.

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