Fecha: 2 de mayo de 2006
TEMAS: Mal. Conciencia. Bien.
TEMAS: Mal. Conciencia. Bien.
RESUMEN: 1. El mal tiene nombre y apellidos, el de los hombres y las mujeres que libremente han elegido hacer el mal en lugar de hacer el bien.
2. El mal no es una creación de Dios. Más bien es el resultado de la ausencia de Dios. Lo que existe es el bien de la Creación. Pero la más excelsa de las criaturas, el hombre, ha sido creado con libertad. Libre para amar y libre también para odiar.
3. El mal está en algunas personas, no está en las cosas, ni en las situaciones, ni en las ocasiones, ni en el mundo, ni en nada de fuera. El mal está donde no está Dios.
4. La primera manera de evitar el mal, incluso antes de hacer el bien, es no cooperar al mal, no ayudar a echar a Dios de nuestros corazones, de nuestras inteligencias.
5. Podemos también reciclar nuestras acciones para evitar el mal y conseguir el bien.
SUMARIO: 1. ¿Existe el mal?.— 2. El mal tiene nombre.— 3. No cooperar al mal.— 4. El amor vence al mal.
1. ¿Existe el mal?
Cuenta Alfonso Aguiló en su sección de anécdotas[1] que un profesor universitario retaba a sus alumnos argumentando que si Dios creó todo, también Dios creó el mal. Por tanto, si las obras reflejan a su creador, Dios es malo. Con esto y ante el estupor de los alumnos el profesor demostraba que la fe cristiana era un mito antiguo superado por las luces de la razón.
Pero un estudiante levantó la mano y le preguntó al profesor: ¿Cree usted que existe el frío? Claro que existe el frío contestó el profesor, ¿acaso usted no ha tenido frío nunca? El estudiante contestó: de hecho el frío no existe. Según las leyes de la Física, lo que consideramos frío es, en realidad, ausencia de calor. Hemos creado el término frío para designar la ausencia de calor, pero el frío en sí mismo no existe, sólo podemos estudiar el calor.
¿Y cree que existe la oscuridad? Continuó preguntado el estudiante. Claro que existe, respondió el profesor. Pues creo que tampoco existe la oscuridad, volvió a contestar el estudiante. La oscuridad es, en realidad, la ausencia de la luz. La luz se puede estudiar, se descompone, tiene intensidad y color. La oscuridad no se puede estudiar si no es porque tenga algo de luz. ¿Cómo puede saber lo oscuro que está un sitio? La oscuridad es un término que el hombre ha desarrollado para referirse a la ausencia de luz.
Por fin, el estudiante preguntó al profesor: ¿Cree que existe el mal? El mal no existe, continuó, es sólo la ausencia del bien. El mal es el resultado de que la humanidad no tenga a Dios en sus corazones. El profesor quedó callado. El estudiante se llamaba Albert Einstein.
2. El mal tiene nombre
El mal no es una creación de Dios. Más bien es el resultado de la ausencia de Dios. Donde no está Dios está el mal y los únicos seres que tenemos libertad para hacer el bien o hacer el mal somos los hombres: los animales no tienen libertad, solo tienen instinto. Por tanto, si nos encontramos con acciones malas, es que algún hombre las ha elegido, las ha hecho. El mal tiene nombre y apellidos, el de los hombres y las mujeres que libremente han elegido hacer el mal en lugar de hacer el bien.
¿Qué es el mal? El mal no es algo, ni mucho menos es alguien. El mal no existe por sí mismo, como un hado o fatalidad del mundo pagano que anduviera errante por el cosmos. Lo que existe es el bien de la existencia y de todo lo que existe, existe la bondad del Creador y también existe la bondad de las criaturas[2]. Pero la más excelsa de las criaturas, el hombre, ha sido creado con libertad. Libre para amar y libre también para odiar.
En la Creación podemos apreciar el bien que Dios promueve y la invitación que realiza al hombre a participar y continuar en la bondad. El mal surge como un rechazo por parte del hombre de la iniciativa divina[3]. Dios podría acabar con el mal de una vez por todas. De hecho, en la eternidad de Dios, el bien ya ha vencido al mal. Sin embargo, Dios permite el mal porque respeta —ama— la libertad del hombre, de cada hombre, de apartarse de la ley divina y de sus designios.
El mundo creado por Dios es bueno. La Redención de Cristo ha vencido todos los pecados de los hombres que se apartan de la ley divina en un mal uso de su libertad. Nosotros sabemos que Cristo ha vencido al pecado y que —amparados en su Redención— podemos hacer el bien, no estamos determinados para hacer el mal por muy mal acompañados que andemos por el camino[4].
3. No cooperar al mal
Luego el mal, como tal no existe. Lo que existe es la ausencia de acciones buenas. Lo que existe son acciones malas que algunos hombres y mujeres realizan por su propia decisión, pudiendo no hacerlas. El mal está en algunas personas, no está en las cosas, ni en las situaciones, ni en las ocasiones, ni en el mundo, ni en nada de fuera. El mal está en los corazones donde no está Dios.
«El mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo por mecanicismos deterministas e impersonales. El mal pasa por la libertad humana. (...) El mal tiene siempre un rostro y un nombre: el rostro y el nombre de los hombres y mujeres que libremente lo eligen»[5].
El mal proviene de un alejamiento voluntario del hombre del bien. Con el Racionalismo y la Ilustración se puso en duda la existencia real y objetiva del mundo —que las cosas son lo que ellas son—, para empezar a discurrir que la realidad que nos rodea sólo existe en la medida que la podemos percibir. Algo así, como si a mi gato le dijera que existe porque yo le veo, no porque exista realmente.
Desde este momento, el hombre «ilustrado» queda encerrado en el interior de su propio mundo, cerrando las puertas a la realidad de las cosas, sobre todo, cerrando la inteligencia a la luz de la fe que viene de Dios. El hombre se erige en un nuevo creador que dictamina lo que es bueno y lo que es malo, y —sobre todo— niega a Dios el fundamento último para determinar lo que es bueno. Por esta pendiente, se acaba por negar que exista una naturaleza humana creada por Dios. Se niega que eso sea real, objetivo, existente. Y se «piensa» que el hombre es lo que nuestra inteligencia percibe, es un producto de nuestro pensamiento, del pensamiento de cada uno. Ya no existe una sola naturaleza humana, sino tantas como hombres y además cambian libremente según las circunstancias[6].
Si pensamos que Dios no existe, no existe el Bien absoluto. Tampoco existe ninguna referencia del Mal. Caemos en la cuenta que el solo hecho de pensar que Dios no existe es apartar al Creador de nuestras inteligencias y esta ausencia es ya en sí misma un mal. Para nosotros el mayor mal.
La primera manera de evitar el mal, incluso antes de hacer el bien, es no cooperar al mal, no ayudar a expulsar a Dios de nuestros corazones, de nuestras inteligencias. Si Dios no está en nosotros ya padecemos un mal. Si el mal es la ausencia del bien no debemos ayudar a ausentar el bien de los corazones de los hombres. Porque es ahí mismo donde se aposenta el mal. Un corazón vacío de Dios es un corazón sin referencia del bien. No tendrá más referencia que su propio beneficio o provecho.
El mensaje del materialismo ateo es hacernos entender que el bien común consiste solamente en un bienestar económico y físico, carente de toda trascendencia. El bien común, en cambio, tiene también una dimensión trascendente, porque Dios es el fin último de sus criaturas[7]. Porque el verdadero mal no es mal físico, la ausencia de salud, la falta de dinero o de recursos necesarios. El verdadero mal es la lejanía de Dios, la ausencia de Dios.
Para nosotros, los hombres, es importante poder andar y no tener enfermedades. Para Jesús, sin embargo, es más importante no ofender a Dios. Por eso, para demostrar su importancia, cuando hizo el milagro primero perdonó los pecados y luego le ordenó caminar al paralítico (Mc 2, 1-12).
¿Qué cómo puedo no cooperar al mal? Con lo poco que tengo. No comprar en aquel kiosco donde venden determinadas publicaciones ofensivas. No entrar en una farmacia que ayuda a cegar las fuentes de la vida. No comprar un periódico y sí otro. No ver una cadena de televisión y sí otra, o casi ninguna. Es lamentable comprobar el gran daño y el mal que unas empresas pueden realizar gracias a los medios económicos de muchos cristianos que compran sus productos[8].
Nos estamos educando para reciclar la basura y los residuos con el fin de evitar la erosión y para conservar la naturaleza. Podemos también reciclar nuestras acciones para evitar el mal y conseguir el bien.
4. El amor vence al mal
Y en este asunto de reciclar todos estamos implicados, porque es algo que nos afecta. No luchar contra el mal ya es un mal. El vacío del mal hay que llenarlo con el bien. Y ¿cómo se hace esto? Si Dios es el Bien, si el mal es la ausencia de bien, donde esté Dios no estará el mal. Y si Dios es amor, sobre todo amor y se podría decir que nada más que amor, el vacío del mal se llenará con amor.
Para evitar el mal es necesario hacer el bien, no sólo es conveniente, sino necesario. Porque ser solidario no consiste en compadecerse de los que sufren y tener un sentimiento superficial por los males que se afligen a tantas personas en lugares lejanos o cercanos. Al contrario, ser solidario es una virtud que consiste en la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y de cada uno[9]. Ser solidario consiste en «ser» antes que en «hacer» acciones solidarias.
Y en esta tarea de vencer el mal con el bien los cristianos, especialmente los fieles laicos, nos tenemos que comportar de tal modo que hagamos brillar el Evangelio en la vida diaria, familiar, laboral y social. Debemos mostrar que somos hijos de la promesa, fuertes en la fe y en la esperanza, que aprovechamos el tiempo presente y esperamos con paciencia la gloria futura.
La Iglesia enseña al hombre que Dios ofrece realmente la posibilidad de superar el mal con el bien, a pesar de la debilidad del hombre y de los males cometidos. La promesa divina garantiza que el mundo no permanece encerrado en sí mismo, sino que está abierto al reino de Dios: que ha sido redimido, porque el hombre es imagen de su Creador bajo el influjo redentor de Cristo[10].
Debemos tener mucho cuidado con el afán de dinero porque es la raíz de todos los males (1 Tm 6, 10), y algunos por dejarse llevar de él se extraviaron de la fe. La riqueza existe para ser compartida y toda forma de acumulación indebida es inmoral porque se halla en abierta contradicción con el destino universal que Dios creador asignó a todos los bienes[11]. Y de este afán de poseer también hay que liberar al hombre como si de una cadena se tratara. El materialismo ateo endiosa los bienes como si fueran fines en sí mismos. Hace olvidar que los bienes y la riqueza y el dinero no son más que medios para conseguir los verdaderos bienes, aquellos que hacen bien al hombre porque lo hacen más digno.
«La misión de los católicos en la sociedad puede ser vista así: portadores de una pequeña —¡y a la vez grande!— semilla de paz y alegría»[12]. Los cristianos han de ser testigos convencidos de esta verdad; han de saber mostrar con su vida que el amor es la única fuerza capaz de llevar a la perfección personal y social, el único dinamismo posible para hacer avanzar la historia hacia el bien y la paz[13].
Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida[14].
Felipe Pou Ampuero
[1] Alfonso Aguiló, www.interrogantes.net, Anécdotas ¿Existe el mal?.
[2] Juan Pablo II, Salvifici doloris, Carta apostólica sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, Vaticano, 11 de abril de 1984.
[3] José Luis Illanes, La cosmovisión de Juan Pablo II en su último libro Memoria e identidad, Aceprensa, servicio 35/06, 6 de abril de 2005.
[4] José Luis Illanes, op. Cit.
[5] Juan Pablo II, No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien, Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz. Vaticano, 8 de diciembre de 2004.
[6] Juan Pablo II, Memoria e identidad, La esfera de los libros, Madrid, 2005.
[7] Juan Pablo II, No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien, Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz. Vaticano, 8 de diciembre de 2004.
[8] Francisco Fernández Carvajal, Hablar con Dios, Tomo III, p. 428.
[9] Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Librería Editrice Vaticana, Vaticano, 2005, n. 193.
[10] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, n.47
[11] Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Librería Editrice Vaticana, Vaticano, 2005, n. 328.
[12] Mons. Javier Echeverría, Nuestro Tiempo, Junio 2005, n.612, p.42.
[13] Juan Pablo II, No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien, Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz. Vaticano, 8 de diciembre de 2004.
[14] Benedicto XVI, Homilía en el inicio ministerio petrino, Vaticano, 24 de abril de 2005.
3 comentarios:
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