domingo, junio 30, 2024

123. Natural

 

Amar y respetar al hombre es condición necesaria para amar y respetar a la naturaleza.

* * * * *

El hombre es un ser natural, porque ha sido creado al igual que toda la naturaleza y forma parte de ella, aunque no de la misma manera. Desde siempre se ha distinguido la naturaleza mineral, vegetal y animal y, por encima de todas ellas, la naturaleza humana. La naturaleza se rige por sus propias leyes, que por eso se llaman leyes naturales o de la naturaleza. Son leyes inflexibles porque no admiten  excepciones (las cosas siempre caen hacia abajo).

Sin embargo la naturaleza humana también se rige por su ley natural, pero tiene una peculiaridad. El hombre es libre: puede hacer el bien o el mal. La ley que rige la naturaleza humana tiene esto en cuenta y es una ley que ordena los actos libres y voluntarios de los hombres, por eso es una ley moral y, por eso, la moral es natural a los hombres. Esta ley moral no es una ley física y admite sus excepciones.

La naturaleza humana supone un estilo de vida que por ser el propio de los hombres es un estilo de vida natural, es decir, el más apropiado para los hombres. Como el hombre es libre, puede elegir vivir conforme a otro estilo de vida, por ejemplo, como un cefalópodo. Pero será un estilo de vida inapropiado que no le hará feliz.

La felicidad del hombre consiste en vivir naturalmente como un hombre y esto implica vivir conforme a la ley natural del hombre. Pero ¿cuál es la ley natural del hombre? Es la ley impresa en el corazón del hombre que  puede conocer cada hombre. Todos sabemos que hay cosas que no se deben hacer: hacer daño a otro, apropiarse de lo ajeno, engañar a los demás, faltar a la verdad, no reconocer a Dios como supremo hacedor… Pero no siempre es fácil acertar en la decisión.

Para facilitar su comprensión y conocimiento esa ley natural se ha codificado en los  Diez Mandamientos que formulan un estilo de vida que es aplicable a todos los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas.

La actitud del hombre ante la naturaleza debe ser la de conocer el mundo como una creación de Dios de manera que todo lo natural evoca la mano creadora y amorosa de Dios sobre todas las cosas, también sobre el hombre. Ante la naturaleza el hombre debe sentirse como administrador de un tesoro que debe cuidar y mantener para transmitir a las generaciones siguientes, pero sin confundirse con las demás criaturas. El hombre es superior al resto de los animales, aunque también es un ser natural. Y este amor a la naturaleza exige una vida de virtudes que valore la vida como un regalo de Dios junto con el mundo que nos rodea para que sea la casa común de todos los hombres. Porque la esencia de la naturaleza es la vida. Amar la naturaleza significa amar la vida en todas sus manifestaciones, mineral, vegetal, animal y humana. No es coherente amar la naturaleza y defender el aborto o la eutanasia.

Cuando se niega el vínculo trascendente de la naturaleza y del hombre con su creador, que es Dios, no se entiende la naturaleza como un don sino como una propiedad absoluta sobre la que el hombre puede disponer caprichosamente hasta su agotamiento. Entonces ya no se cuida la naturaleza sino que se consume y se acaba gastando. Amar y respetar al hombre es condición necesaria para amar y respetar a la naturaleza.

 

 

 

Bibliografía

1. Benedicto XVI, Caritas in veritate, 29-VI-2009, n. 51.

2. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 279-314; 337-349; 2415-2418.

3. Pontificio Consejo «Justicia Y Paz», Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Ed. Vaticana, Città del Vaticano 2005, nn. 451-487.

4. Francisco, Laudato si,   24-V-2015, nn. 66 y ss.

5. Gaudium et Spes, n. 13, 17.

miércoles, mayo 29, 2024

122. Libre

 

Libertad y amor van unidos. Sin libertad no hay amor y solo se ama libremente.

* * * * *

El hombre es libre porque puede hacer el bien o hacer el mal. El hombre puede comer “de cualquier árbol del jardín”, pero debe detenerse ante el árbol de la ciencia del bien y del mal porque ha sido creado para aceptar la ley moral que Dios le da (cf. Gn, 2,17) y está impresa en su corazón: los Diez mandamientos. En realidad, cuando el hombre los acepta es cuando podemos decir que es libre.

La libertad es para amar. Y el amor es un acto de la voluntad, es decir, querer. No en vano el amor se expresa con un “te quiero”. Y para poder querer es necesario ser libre. Solo pueden amar los libres. Los esclavos no aman: obedecen o respetan, pero  no aman.

Todos elegimos lo que pensamos que es bueno y nos hace bien y rechazamos lo que pensamos que es malo y nos hace daño. Pero nuestro conocimiento puede estar equivocado. La ley moral nos enseña lo que es bueno y nos hace bien y lo que es malo y nos hace daño. Por esto lo contrario a la ley moral es lo que nos hace daño, no la libertad. Y lo que asegura la ley moral es la elección buena, es decir, la que hubiéramos elegido de haber tenido el suficiente conocimiento. Por tanto, la ley moral hace posible la libertad, porque nos indica el camino que lleva a la felicidad.

La modernidad sostiene como uno de sus pilares culturales que el hombre es autónomo en sí mismo y no depende de Dios, de tal manera que la esencia de la libertad del hombre consiste en ser su propio fin y hacer su propia historia. Este postulado es incompatible con el reconocimiento de Dios como principio y fin de todas las cosas. Al negar a Dios como principio y creador del hombre, también se niega que sea Dios el fin último del hombre.

Ésta es la cuestión fundamental. Pero, entonces, el debate no se centra en la libertad del hombre, sino en la existencia de Dios. Y “Si Dios no existe, todo está permitido” (Iván Karamazov en Los hermanos Karamazov de Dostoyevski).

La libertad humana es la libertad de un ser creado, por tanto, no puede ser algo propio, sino que también es un don que recibimos junto con la vida y todo lo demás. Es una libertad sometida a las leyes de la creación, a las leyes de la naturaleza humana.

Por ser el hombre libre puede elegir el mal y despreciar el bien, es el gran misterio de la vida humana. El hombre no está determinado para hacer el bien siempre y en todo caso, sino que debe querer hacer el bien. Por eso, la libertad no consiste tanto en no tener obstáculos para hacer el bien, sino en querer el bien. Libertad y amor están unidos: no hay amor que no sea libre, ni verdadera libertad si no se quiere de verdad. Por esto, la libertad no se opone a la entrega y al compromiso, incluso para toda la vida. Es necesario ser libre de verdad para poder amar y entregarse y comprometerse, y para mantener el compromiso durante toda la vida como un acto de amor en libertad.

 

Bibliografía

1. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. n. 135 y ss.

2. Gaudium et Spes, n. 13, 17.

3. Catecismo Iglesia Católica, n. 1730-1748.

4. Enc. Veritatis Splendor, n. 35, San Juan Pablo II.

5. La libertad, don de Dios, Amigos de Dios, n. 23-38, San Josemaría.

domingo, abril 28, 2024

121. Solidario

 

Ser solidario es natural al hombre.

* * * * *

¿Dónde está tu hermano Abel? (Gn 4,9). Esa es la pregunta que cada hombre debe responder. Todos los hombres procedemos de un mismo linaje. No somos hermanos por convicción o por iniciativa propia. La fraternidad universal de todos los hombres tiene su causa en que somos hijos de un mismo padre y, por eso mismo, somos hermanos.

Que al hijo se le pregunte por su hermano es algo que resulta natural: los hermanos tienen en común la vida, los padres, el hogar, la familia. Si esto es así en la familia nuclear que convive bajo un mismo techo, también sucede entre todos los hombres aunque la distancia de la convivencia sea mayor. Porque seguimos siendo hermanos que se preocupan por sus hermanos. De alguna forma se puede decir que nada de los demás me es ajeno.

Ser solidario no es una opción de vida; es una determinación de la naturaleza humana. Porque si quiero ser un hombre auténtico debo ser solidario y tener todo lo de los demás como algo propio. Desde luego con sentido de la medida y proporción, empezando por lo más cercano y siguiendo por lo más lejano y sin hacer cosas extrañas, pero el sentido vital de un hombre es ser solidario, todos los hombres tenemos algo en común.

La solidaridad no se manifiesta como un sentimiento o emoción que pertenece al mundo de los sentidos. Ser solidario significa ser consciente que los demás pueden necesitar mi ayuda y asumir la responsabilidad de ofrecerla. La vida de los hombres está llamada a ser una vida en comunidad donde los hombres no viven aislados unos de otros, sino ayudándose mutuamente.

Pero no solamente se trata de una ayuda material, de cosas. Sobre todo se trata de una ayuda integral que además de la ayuda material (Primum vivere, deinde philosophare) incluye la ayuda para conseguir una vida digna, propia de una vida humana. Ser solidario es ayudar a mi hermano a ser hombre, a vivir con la dignidad de un hombre o una mujer.  La solidaridad no se queda en las manos, sino que sabe llegar al corazón y a la cabeza del hombre.

Y aquí viene la paradoja actual: el estado del bienestar con la pretendida asunción exclusiva de la satisfacción de las necesidades materiales de los ciudadanos provoca un individualismo egoísta y no permite que cada hombre sea consciente y ejerza la solidaridad que por derecho propio le corresponde. La verdadera solidaridad une a los hombres en el sentido familiar que por origen les corresponde, mientras que el materialismo –teórico o práctico– aísla a los hombres y les hace ser verdaderos extraños entre ellos mismos.

La solidaridad “no es, pues, un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos.”(Sollicitudo Rei Socialis, n.  38).

Bibliografía

1. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. n. 192 y ss.

2. Sollicitudo Rei Socialis, Juan Pablo II.

3. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?, Rafael Luciani, www.aleteia.org

4.  Gaudium et Spes, n. 24, 25, 35.

5.  Catecismo Iglesia Católica, n. 1882 y ss.

viernes, marzo 29, 2024

120. Trabajador

 

El trabajo pertenece a la imagen de Dios que existe en todo hombre.

* * * * *

«El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén para que lo trabajara y lo guardara» (Gn 2,15). El trabajo es natural en el hombre. Es lo propio de su naturaleza humana, el hombre ha sido creado para trabajar. El resto de los animales no trabajan, siguen su instinto y viven, crecen y se reproducen, pero no trabajan.

El trabajo pertenece a la imagen de Dios que existe en todo hombre, forma parte de la condición de co-creador que tiene el hombre por encargo divino. Por tanto, el trabajo no es un castigo,  ni una maldición, al contrario, el trabajo es una bendición divina porque eleva al hombre a la condición de imagen del Creador. Por esta razón, el hombre debe acercarse a la tierra con respeto y señorío y realizar su trabajo con sentido ecológico venerando la creación en las cosas que le rodean y de las cuales se sirve para su existencia. El hombre debe comprender que más que dueño de la tierra es su custodio y  administrador.

Sin embargo, el trabajo no es el fin último del hombre ni la razón de su existencia. Supeditar el afán de la vida y la ilusión de vivir al trabajo o a los logros alcanzados por medio del trabajo es un error porque supone poner el trabajo en un lugar que solo está reservado para Dios y por medio de esta nueva idolatría del trabajo el hombre acaba por situarse en el centro del universo usurpando el lugar que solamente le corresponde al Creador.

El respeto del trabajo y del propio hombre se significa en el descanso sabático, que para los cristianos es el descanso dominical para dar gloria a Dios.  Descansar el domingo significa poner el trabajo en su lugar adecuado dentro de los afectos del corazón, no dejarse deslumbrar por los éxitos profesionales y el orgullo laboral y reconocer que hay algo más importante que el propio trabajo al cual debe ceder nuestro interés.

En nuestra cultura actual, es importante no dejarse dominar por el trabajo, más aún, cuando el sentido materialista actual fundamenta la importancia de todo en los resultados obtenidos que se puedan tocar y palpar con los sentidos y busca el reconocimiento público de nuestros logros laborales.

Pero el trabajo cansa, fatiga y es costoso. Es la consecuencia de la naturaleza caída del hombre. Aun así, este cansancio del trabajo es ocasión de participar no solo en la creación del mundo, sino, también, en la redención del mundo por medio de la cooperación en la obra redentora de Jesús. Podemos aprender que lo realmente importante del trabajo no es tanto el “qué” se hace sino el “cómo” se hace: el amor que se pone en el trabajo y por medio del trabajo. Un trabajo realizado con dignidad, honrado, que respete y reconozca al hombre en su propio valor es un trabajo que mejora al hombre, que lo hace mejor persona; al contrario, un trabajo que considere al hombre como un elemento más de la cadena de producción, que ignore la persona que trabaja y sus condiciones laborales, por muchos beneficios económicos que reporte, es un trabajo indigno que hace peor al hombre y al sistema político que lo fomenta.

 

Bibliografía

1. San Juan Pablo II, Laborem exercens, 14-IX-1981.

2. Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 21-XI-1964, nn. 36, 41 y 48; Gaudium et spes, 7-XII-1965, nn. 34, 36, 37, 57 y 69.

3. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2427 y ss.

4. Pontificio Consejo «Justicia Y Paz», Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Ed. Vaticana, Città del Vaticano 2005, nn. 251 y ss.

5. San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, Rialp, Madrid 2002.

6. Tema 8. El dominio sobre la creación. El trabajo. La ecología. Tomás Trigo. Síntesis de la fe. www.opusdei.org

 

miércoles, febrero 28, 2024

119. Familiar

 

La familia forma parte del plan de Dios

* * * * *

El hombre no es un ser individual, aislado de los demás, sino que por naturaleza es un ser familiar. Esto quiere decir que los hombres nacen, crecen y viven en la familia. Una familia que se fundamenta en el matrimonio de los padres como una unión de un hombre con una mujer comprometidos para siempre por amor y abierta a la acogida de nuevas vidas. La familia es una comunidad de personas unidas por el amor de los padres que se prolonga entre los hermanos y parientes.

En el ambiente familiar el hombre se reconoce a sí mismo en la convivencia con los demás miembros y aprende que las verdaderas relaciones humanas se fundan en el reconocimiento de los demás y de uno mismo por sí mismos y no por sus cualidades personales.

Es en la familia donde tiene lugar el afecto natural que une a sus miembros que son reconocidos y respetados en su integridad. En el ámbito familiar el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por consiguiente, qué quiere decir en concreto ser una persona.

Las relaciones entre los miembros de la comunidad familiar están inspiradas y guiadas por la ley de la «gratuidad» que, respetando y favoreciendo en todos y cada uno la dignidad personal como único título de valor, se hace acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda.

La familia se presenta como una auténtica comunidad de personas basada en el amor de los padres que enseña que el hombre se realiza mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente.

Porque el distintivo de la familia es el amor. El amor de los esposos que se extiende al amor de los hijos y los hermanos entre sí y con los demás parientes. Así como sin amor la familia no es una comunidad de personas que comparten una vida, también sin el amor la familia no puede vivir, crecer y desarrollarse.

En la familia se pasa del tú al nosotros y el hombre comienza a reconocer a los demás hombres como hijos y hermanos de unos mismos padres, como primos de unos mismos abuelos. El prójimo no es un “individuo” de la colectividad humana; es “alguien” que, por sus orígenes, siempre 'próximos' por una u otra razón, merece una atención y un respeto singulares (Catecismo, 2212).

Urge devolver a la familia el plan original del Creador y volver a vivir la familia como un plan de Dios para cooperar en la creación del mundo y también en la creación del hombre por medio de su desarrollo integral más allá de su nacimiento.

Y la cultura actual tiene grandes dificultades para reconocer el valor de la familia porque no quiere entender dos verdades fundamentales: la primera, que el hombre está llamado a vivir en la verdad y en el amor; y la segunda, que cada hombre se realiza mediante la entrega sincera de sí mismo (Carta a las familias, S. Juan Pablo II, n. 16).

 

Bibliografía

1. Instrucción pastoral La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad.  LXXVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. 2001.n. 47 y ss.

2. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. n. 209 y ss.

3. San Juan Pablo II, Carta a las familias, 1994.

4. La dignidad de la familia. www.opusdei.org

5. Catecismo Iglesia Católica, n. 2212

6. San Juan Pablo II, Exh. Apos. Familiaris consortio, 22-XI-198.

sábado, enero 27, 2024

118. Social

 

En la convivencia social el hombre se realiza.

* * * * *

Dios puso al hombre en el paraíso y le presentó todos los animales para que les pusiera nombre y dominara sobre ellos. Pero el hombre se sentía solo porque no encontraba la compañía adecuada. Solamente al ver a la primera mujer el hombre es capaz de exclamar «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!» (Gn 2, 23).

La primera admiración del hombre sólo tiene lugar al ver a la mujer –alguien como él– que sí resulta ser su compañía adecuada. Al ver a otra persona  el hombre es capaz de comprender la grandeza de la creación y también su propia dignidad y su diferencia esencial sobre el resto de todo lo creado.

El hombre ha sido creado para vivir con los demás hombres y solamente en la convivencia social podemos percibir la grandeza del hombre y su capacidad de desarrollo. El hombre es por naturaleza un ser social y la vida comunitaria no es algo ajeno y extraño a los hombres.

Sin embargo, esta naturaleza social del hombre podría entenderse sólo en el sentido de vivir en compañía con otros hombres y mujeres. Pero el hecho de vivir en comunidad no es sólo una cuestión de cercanía física. La sociabilidad humana afecta a la propia vida del hombre. Los hombres se necesitan recíprocamente unos de otros para reconocerse como hombres en su pleno sentido. Y esto implica que la vida social no se limita solamente a una cercanía física, sino que también implica una cercanía del corazón. El “vivir con los demás” se debe entender, entonces, como un “vivir para los demás”, porque en la soledad el hombre acabaría siendo un extraño para sí mismo.

El hombre solitario, el que vive desinteresado de los demás hombres, el que ignora a los que le rodean, no es un hombre realizado y no podrá alcanzar una vida lograda. El hombre antisocial es un hombre dañado, herido, que termina por no comprenderse como hombre, del mismo modo que el primer hombre no encontraba una compañía adecuada entre toda la creación. Nada es suficiente para realizar una vida si no es para poder compartirla y hasta entregarla a los demás.

Este carácter social del hombre se manifiesta, en primer lugar, en la propia familia. El hombre necesita de la familia para poder vivir y desarrollarse en los primeros años de su existencia, pero como la vida del hombre no se limita solo a su existencia biológica, la familia es la primera escuela de sociabilidad del hombre. En la familia el hombre aprende a vivir “con” los demás y “para” los demás, aprende a ser un don para los otros y a recibir el don de los demás para su propia vida. La naturaleza social del hombre no se opone a la naturaleza familiar, sino que la predispone y la integra: es familiar por ser social y es social en lo familiar.

La reunión de varias familias forma un núcleo de población donde los hombres desarrollan su propia vida. Podemos concluir que la sociedad será cada vez más humana en la medida en que la convivencia social  sea capaz de integrar y asumir los valores familiares.

Una sociedad en la que se valore y reconozca a cada persona como lo sería en su propia familia será una sociedad que sitúe al hombre en el centro de todos sus valores y fines. Donde se valore a cada persona por su dignidad al margen de las demás habilidades o capacidades personales, donde se reconozca que “el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene” (Gaudium et Spes, n.35).

 

Bibliografía

1. Gaudium et Spes, n. 24, 25, 35.

2. Catecismo Iglesia Católica, n. 1882 y ss.

3. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. n. 149, 295.

4. Francisco, Enc. Laudatio si, Ciudad del Vaticano 24 - V - 2015. n. 213.

5.  San Juan XXIII, Enc Pacem in terris, n.36.

6.  San Juan Pablo II Enc centesimus annus, n.48.

martes, diciembre 26, 2023

117. Hombres y mujeres

 

No se alcanza la felicidad contra la propia naturaleza.

* * * * *

“Dios creó el hombre a imagen suya (...) hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27). Si tuviera que hablar con propiedad no podría decir que en el mundo hay personas, porque el término “persona” es una construcción intelectual. En el mundo lo que hay son hombres y mujeres.

Nacemos con un sexo determinado que no elegimos, sino que nos viene dado con nuestra naturaleza. Somos hombres o mujeres. Y el sexo no es una circunstancia de la persona, todo lo contrario: el sexo determina el tipo de persona que cada uno somos. El sexo de cada uno constituye su forma de ser persona. Unos serán hombres y otras serán mujeres.

Pero como los humanos somos el resultado de una unión inseparable del cuerpo y del espíritu, el sexo de cada cual determina su forma de ser humano. El sexo no es un accidente del que se pueda prescindir en un momento dado. Cada uno vive, siente, se expresa, piensa, ama y desea como lo que es: es decir, unos como hombres y otras como mujeres.

Esta determinación significa que para entender la sexualidad humana no sirve la analogía con la sexualidad animal, como una simple función reproductora. El sexo es más que una función concebida para perpetuar la especie. La sexualidad humana participa de todo lo humano y, en concreto, participa de lo que es esencial y propio de los humanos como es su capacidad de amar y de ser amados.

La sexualidad humana supera la reproducción biológica y manifiesta lo que la biología no alcanza a expresar por sí sola: el amor. Así es, la sexualidad está destinada y llamada al amor que se expresa en un matrimonio verdadero de un hombre con una mujer comprometidos por amor para siempre y abiertos a la vida. Porque la dignidad de cada persona exige que sólo se pudiera convocar  una nueva vida a este mundo por medio del amor de un hombre y una mujer.

Si el sexo determina la manera de ser persona de cada uno, el sexo se convierte en una oportunidad para ser mejor persona; para entender el desarrollo personal como un hombre o como una mujer. Y es que solamente se puede desarrollar la naturaleza propia de cada uno aceptándola como es y no tratando de cambiarla.

Al comprender que la sexualidad forma parte integral y no accesoria de cada persona podemos ver en cada hombre y en cada mujer una persona en lugar de ver un cuerpo o una simple cosa manipulable, disponible y venal.

Comprender la sexualidad humana desde la creación del hombre nos permite entender que la propia sexualidad no es una limitación o una carga que debamos soportar (a pesar de las concepciones culturales erróneas existentes), sino que es una oportunidad para crecer como persona y que la propia felicidad nunca la podremos encontrar al margen de nuestra propia naturaleza.

 

Bibliografía

1. Gaudium et Spes, n. 15 y ss.

2. Catecismo Iglesia Católica, n. 2331 y ss.

3. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. n. 110, 223.

4. “Varón y mujer los creó” – Documento sobre la cuestión de género en educación. Congregación para la educación católica. Roma, 2019.