Libertad y amor
van unidos. Sin libertad no hay amor y solo se ama libremente.
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El hombre es libre porque puede
hacer el bien o hacer el mal. El hombre puede comer “de cualquier árbol del
jardín”, pero debe detenerse ante el árbol de la ciencia del bien y del mal
porque ha sido creado para aceptar la ley moral que Dios le da (cf. Gn, 2,17) y
está impresa en su corazón: los Diez mandamientos. En realidad, cuando el
hombre los acepta es cuando podemos decir que es libre.
La libertad es para amar. Y el
amor es un acto de la voluntad, es decir, querer. No en vano el amor se expresa
con un “te quiero”. Y para poder querer es necesario ser libre. Solo pueden
amar los libres. Los esclavos no aman: obedecen o respetan, pero no aman.
Todos elegimos lo que pensamos
que es bueno y nos hace bien y rechazamos lo que pensamos que es malo y nos hace
daño. Pero nuestro conocimiento puede estar equivocado. La ley moral nos enseña
lo que es bueno y nos hace bien y lo que es malo y nos hace daño. Por esto lo
contrario a la ley moral es lo que nos hace daño, no la libertad. Y lo que
asegura la ley moral es la elección buena, es decir, la que hubiéramos elegido de
haber tenido el suficiente conocimiento. Por tanto, la ley moral hace posible
la libertad, porque nos indica el camino que lleva a la felicidad.
La modernidad sostiene como uno
de sus pilares culturales que el hombre es autónomo en sí mismo y no depende de
Dios, de tal manera que la esencia de la libertad del hombre consiste en ser su
propio fin y hacer su propia historia. Este postulado es incompatible con el
reconocimiento de Dios como principio y fin de todas las cosas. Al negar a Dios
como principio y creador del hombre, también se niega que sea Dios el fin
último del hombre.
Ésta es la cuestión fundamental.
Pero, entonces, el debate no se centra en la libertad del hombre, sino en la
existencia de Dios. Y “Si Dios no existe, todo está permitido” (Iván Karamazov
en Los hermanos Karamazov de Dostoyevski).
La libertad humana es la libertad
de un ser creado, por tanto, no puede ser algo propio, sino que también es un
don que recibimos junto con la vida y todo lo demás. Es una libertad sometida a
las leyes de la creación, a las leyes de la naturaleza humana.
Por ser el hombre libre puede
elegir el mal y despreciar el bien, es el gran misterio de la vida humana. El
hombre no está determinado para hacer el bien siempre y en todo caso, sino que
debe querer hacer el bien. Por eso, la libertad no consiste tanto en no tener
obstáculos para hacer el bien, sino en querer el bien. Libertad y amor están
unidos: no hay amor que no sea libre, ni verdadera libertad si no se quiere de
verdad. Por esto, la libertad no se opone a la entrega y al compromiso, incluso
para toda la vida. Es necesario ser libre de verdad para poder amar y
entregarse y comprometerse, y para mantener el compromiso durante toda la vida
como un acto de amor en libertad.
Bibliografía
1. Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. n. 135 y ss.
2. Gaudium et Spes, n. 13, 17.
3. Catecismo Iglesia Católica, n.
1730-1748.
4. Enc. Veritatis Splendor, n. 35, San Juan
Pablo II.
5. La
libertad, don de Dios, Amigos de Dios, n. 23-38, San Josemaría.