Ser solidario es
natural al hombre.
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¿Dónde está tu hermano Abel? (Gn
4,9). Esa es la pregunta que cada hombre debe responder. Todos los hombres
procedemos de un mismo linaje. No somos hermanos por convicción o por
iniciativa propia. La fraternidad universal de todos los hombres tiene su causa
en que somos hijos de un mismo padre y, por eso mismo, somos hermanos.
Que al hijo se le pregunte por su
hermano es algo que resulta natural: los hermanos tienen en común la vida, los
padres, el hogar, la familia. Si esto es así en la familia nuclear que convive
bajo un mismo techo, también sucede entre todos los hombres aunque la distancia
de la convivencia sea mayor. Porque seguimos siendo hermanos que se preocupan
por sus hermanos. De alguna forma se puede decir que nada de los demás me es
ajeno.
Ser solidario no es una opción de
vida; es una determinación de la naturaleza humana. Porque si quiero ser un hombre auténtico debo ser
solidario y tener todo lo de los demás como algo propio. Desde luego con
sentido de la medida y proporción, empezando por lo más cercano y siguiendo por
lo más lejano y sin hacer cosas extrañas, pero el sentido vital de un hombre es
ser solidario, todos los hombres tenemos algo en común.
La solidaridad no se manifiesta
como un sentimiento o emoción que pertenece al mundo de los sentidos. Ser solidario
significa ser consciente que los demás pueden necesitar mi ayuda y asumir la
responsabilidad de ofrecerla. La vida de los hombres está llamada a ser una
vida en comunidad donde los hombres no viven aislados unos de otros, sino
ayudándose mutuamente.
Pero no solamente se trata de una
ayuda material, de cosas. Sobre todo se trata de una ayuda integral que además
de la ayuda material (Primum vivere,
deinde philosophare) incluye la ayuda para conseguir una vida digna, propia
de una vida humana. Ser solidario es ayudar a mi hermano a ser hombre, a vivir
con la dignidad de un hombre o una mujer.
La solidaridad no se queda en las manos, sino que sabe llegar al corazón
y a la cabeza del hombre.
Y aquí viene la paradoja actual:
el estado del bienestar con la pretendida asunción exclusiva de la satisfacción
de las necesidades materiales de los ciudadanos provoca un individualismo
egoísta y no permite que cada hombre sea consciente y ejerza la solidaridad que
por derecho propio le corresponde. La verdadera solidaridad une a los hombres
en el sentido familiar que por origen les corresponde, mientras que el
materialismo –teórico o práctico– aísla a los hombres y les hace ser verdaderos
extraños entre ellos mismos.
La solidaridad “no es, pues, un sentimiento superficial por
los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la
determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir,
por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente
responsables de todos.”(Sollicitudo Rei Socialis, n. 38).
Bibliografía
1. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. n. 192 y ss.
2. Sollicitudo Rei Socialis, Juan Pablo II.
3. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?, Rafael Luciani, www.aleteia.org
4. Gaudium et Spes,
n. 24, 25, 35.
5. Catecismo Iglesia Católica, n. 1882 y ss.