El trabajo pertenece a la imagen de Dios que existe en todo
hombre.
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«El Señor Dios tomó al hombre y
lo colocó en el jardín de Edén para que lo trabajara y lo guardara» (Gn 2,15).
El trabajo es natural en el hombre. Es lo propio de su naturaleza humana, el
hombre ha sido creado para trabajar. El resto de los animales no trabajan, siguen
su instinto y viven, crecen y se reproducen, pero no trabajan.
El trabajo pertenece a la imagen
de Dios que existe en todo hombre, forma parte de la condición de co-creador
que tiene el hombre por encargo divino. Por tanto, el trabajo no es un
castigo, ni una maldición, al contrario,
el trabajo es una bendición divina porque eleva al hombre a la condición de
imagen del Creador. Por esta razón, el hombre debe acercarse a la tierra con
respeto y señorío y realizar su trabajo con sentido ecológico venerando la
creación en las cosas que le rodean y de las cuales se sirve para su
existencia. El hombre debe comprender que más que dueño de la tierra es su
custodio y administrador.
Sin embargo, el trabajo no es el
fin último del hombre ni la razón de su existencia. Supeditar el afán de la
vida y la ilusión de vivir al trabajo o a los logros alcanzados por medio del
trabajo es un error porque supone poner el trabajo en un lugar que solo está
reservado para Dios y por medio de esta nueva idolatría del trabajo el hombre
acaba por situarse en el centro del universo usurpando el lugar que solamente
le corresponde al Creador.
El respeto del trabajo y del
propio hombre se significa en el descanso sabático, que para los cristianos es
el descanso dominical para dar gloria a Dios.
Descansar el domingo significa poner el trabajo en su lugar adecuado
dentro de los afectos del corazón, no dejarse deslumbrar por los éxitos
profesionales y el orgullo laboral y reconocer que hay algo más importante que
el propio trabajo al cual debe ceder nuestro interés.
En nuestra cultura actual, es
importante no dejarse dominar por el trabajo, más aún, cuando el sentido
materialista actual fundamenta la importancia de todo en los resultados
obtenidos que se puedan tocar y palpar con los sentidos y busca el
reconocimiento público de nuestros logros laborales.
Pero el trabajo cansa, fatiga y
es costoso. Es la consecuencia de la naturaleza caída del hombre. Aun así, este
cansancio del trabajo es ocasión de participar no solo en la creación del
mundo, sino, también, en la redención del mundo por medio de la cooperación en
la obra redentora de Jesús. Podemos aprender que lo realmente importante del
trabajo no es tanto el “qué” se hace sino el “cómo” se hace: el amor que se
pone en el trabajo y por medio del trabajo. Un trabajo realizado con dignidad,
honrado, que respete y reconozca al hombre en su propio valor es un trabajo que
mejora al hombre, que lo hace mejor persona; al contrario, un trabajo que
considere al hombre como un elemento más de la cadena de producción, que ignore
la persona que trabaja y sus condiciones laborales, por muchos beneficios
económicos que reporte, es un trabajo indigno que hace peor al hombre y al
sistema político que lo fomenta.
Bibliografía
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II, Lumen Gentium, 21-XI-1964, nn.
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3. Catecismo de la
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4. Pontificio Consejo
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251 y ss.
5. San Josemaría
Escrivá, Amigos de Dios, Rialp,
Madrid 2002.
6. Tema 8. El
dominio sobre la creación. El trabajo.
La ecología. Tomás Trigo. Síntesis de la fe. www.opusdei.org