No se alcanza la
felicidad contra la propia naturaleza.
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“Dios creó el hombre a imagen
suya (...) hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27). Si tuviera que hablar con
propiedad no podría decir que en el mundo hay personas, porque el término
“persona” es una construcción intelectual. En el mundo lo que hay son hombres y
mujeres.
Nacemos con un sexo determinado
que no elegimos, sino que nos viene dado con nuestra naturaleza. Somos hombres
o mujeres. Y el sexo no es una circunstancia de la persona, todo lo contrario:
el sexo determina el tipo de persona que cada uno somos. El sexo de cada uno
constituye su forma de ser persona. Unos serán hombres y otras serán mujeres.
Pero como los humanos somos el resultado
de una unión inseparable del cuerpo y del espíritu, el sexo de cada cual
determina su forma de ser humano. El sexo no es un accidente del que se pueda
prescindir en un momento dado. Cada uno vive, siente, se expresa, piensa, ama y
desea como lo que es: es decir, unos como hombres y otras como mujeres.
Esta determinación significa que
para entender la sexualidad humana no sirve la analogía con la sexualidad
animal, como una simple función reproductora. El sexo es más que una función
concebida para perpetuar la especie. La sexualidad humana participa de todo lo
humano y, en concreto, participa de lo que es esencial y propio de los humanos
como es su capacidad de amar y de ser amados.
La sexualidad humana supera la
reproducción biológica y manifiesta lo que la biología no alcanza a expresar
por sí sola: el amor. Así es, la sexualidad está destinada y llamada al amor
que se expresa en un matrimonio verdadero de un hombre con una mujer
comprometidos por amor para siempre y abiertos a la vida. Porque la dignidad de
cada persona exige que sólo se pudiera convocar
una nueva vida a este mundo por medio del amor de un hombre y una mujer.
Si el sexo determina la manera de
ser persona de cada uno, el sexo se convierte en una oportunidad para ser mejor
persona; para entender el desarrollo personal como un hombre o como una mujer.
Y es que solamente se puede desarrollar la naturaleza propia de cada uno
aceptándola como es y no tratando de cambiarla.
Al comprender que la sexualidad
forma parte integral y no accesoria de cada persona podemos ver en cada hombre
y en cada mujer una persona en lugar de ver un cuerpo o una simple cosa
manipulable, disponible y venal.
Comprender la sexualidad humana
desde la creación del hombre nos permite entender que la propia sexualidad no
es una limitación o una carga que debamos soportar (a pesar de las concepciones
culturales erróneas existentes), sino que es una oportunidad para crecer como
persona y que la propia felicidad nunca la podremos encontrar al margen de
nuestra propia naturaleza.
Bibliografía
1. Gaudium
et Spes, n. 15 y ss.
2. Catecismo
Iglesia Católica, n. 2331 y ss.
3. Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. n.
110, 223.
4. “Varón
y mujer los creó” – Documento sobre la cuestión de género en educación.
Congregación para la educación católica. Roma, 2019.