Somos racionales
para razonar nuestros actos.
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El hombre es racional y la razón
es un don que nos asemeja a Dios. Por medio de la razón podemos discernir entre
lo bueno y lo malo y distinguir lo que nos hace bien de lo que nos hace daño.
Por la razón el hombre es capaz de elevarse sobre el mundo material y
trascender las cosas y los animales y preguntarse por el origen de todo lo que
existe y por el sentido de su vida. Puede ir más allá de lo que ven sus ojos y
conocer las cosas por su realidad interior superando las simples apariencias.
Chesterton decía que «para entrar
en la Iglesia hay que quitarse el sombrero, no la cabeza». Dios que nos ha
creado racionales no quiere que dejemos de pensar, ni que nos comportemos como
autómatas, al contrario, desea que utilicemos la razón para conocernos a nosotros
mismos y para conocerle a Él como nuestro Creador.
En nuestra propia naturaleza se
encuentra la capacidad –que a la vez es obligación– de ser razonables, de
pensar y argumentar, de vivir cabalmente y no de otro modo. También de conocer
nuestras limitaciones y posibilidades. Una razón autónoma y orgullosa se
convierte en una razón enloquecida que se cree todopoderosa hasta la violencia
y el holocausto.
El hombre no nace enseñado sino
que debe aprender a vivir y en ese aprendizaje se recorre toda la vida. Como
todas las potencias humanas la razón debe desarrollarse y se perfecciona por
medio de la sabiduría la cual atrae con suavidad la mente del hombre a la
búsqueda y al amor de la verdad y del bien. Persuadido por la sabiduría el
hombre se alza por medio de lo visible hacia lo invisible.
La razón debe estar a la altura
de su Creador y ser una razón que, aun siendo humana, no se conforma con
certezas comprobables sino que aspira a buscar la razón última de las cosas.
Una razón que se deja iluminar por la fe para alcanzar el conocimiento de lo
que no podemos alcanzar con nuestras solas fuerzas. Una razón que no se
conforma con conocer cómo es la vida del hombre, sino que aspira a conocer para
qué es la vida del hombre.
Puesto que el hombre no se ha
creado a sí mismo debe saber responder
al sentido último de su existencia para tener una vida lograda. Una cultura y
una filosofía que no den respuesta al sentido de la vida humana no serán
válidas y empujarán al hombre a la desesperación. Por esto, en la actualidad
resuena con nuevo significado la máxima latina sapere aude (atrévete a saber, ten el valor de usar tu propia
razón) para no dejarse engañar por los prejuicios de la cultura posmoderna que
ha renunciado a buscar la verdad.
Bibliografía
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Vaticano II, Gaudium et Spes, n. 15 y ss y 57 y ss.
2. Catecismo
Iglesia Católica, n. 1730, 1778.
3. Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia. Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. n.
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4. Benedicto
XVI, Enc, Deus caritas est, n. 28.
5. San
Juan Pablo II, Enc. Fe y Razón, n. 80 y ss.