Llevamos nuestro
ambiente y nuestra cultura allá donde vamos.
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Somos padres y madres y eso no es
un simple hecho biológico. Es un derecho fundamental y, al mismo tiempo, es un
deber que nos obliga en conciencia.
Derecho a educar y formar a nuestros hijos como pensamos que les conviene. Y
deber de no abandonar la misión, ni delegarla en terceros sin ninguna
supervisión. Son nuestros hijos.
Educamos a nuestros hijos para
que puedan ser felices en la vida: para que tengan una vida lograda. Esto no es
equivalente a educarlos para ser hombres y mujeres de éxito, triunfadores. No
siempre el éxito es sinónimo de felicidad. Pero tenemos el derecho y el deber
de enseñarles a descubrir lo importante de la vida y a saber despreciar los
señuelos de felicidad que les puedan deslumbrar.
En definitiva, los padres tienen
el derecho y el deber de formar las conciencias de sus hijos. Porque lo más
digno para cualquier persona es ser leal a lo que su conciencia bien formada le
presenta como verdad, una verdad que no oprime ni limita, sino que les hace
libres.
La cultura actual –bien lo
sabemos– no va por estos caminos. Por decirlo de una manera suave, la cultura
actual ha vuelto la espalda al sentido común, al orden natural de las cosas. En
esta situación, la tentación es segregarse, apartarse del mundo y formar un
pequeño y reducido grupo de amigos y familiares que piensen como nosotros y
ahí, en esa zona de seguridad, educar a nuestros hijos.
En mi opinión, eso no sería una
buena idea porque, entre otras cosas, no solucionaría el verdadero problema que
es educar a nuestros hijos para la vida. ¿Qué sucedería cuando los hijos
abandonen la casa familiar y con ella abandonen la zona de seguridad? ¿Acaso
nos les estaríamos educando en un mundo irreal?
No se trata de apartarse del mundo.
Se trata de transformar el mundo estando en el mundo. No se trata de combatir
una cultura descabezada y loca, sino que se trata de cambiar la cultura
llevando nosotros mismos nuestra cultura. Hacer ambiente donde no hay ambiente.
Pero para crear ambiente y cultura es requisito ineludible estar presente en el
ambiente y en la cultura.
Estar presente es participar y
tomar parte activa en la vida social. Es decir, estar presentes en los actos,
en las reuniones, en las asociaciones, en las juntas, en la vida pública. No se
cambia una sociedad solo con el pensamiento o con el deseo, por muy excelentes
que sean, sino con hechos concretos. Hechos concretos como pueden ser algunos
de los siguientes:
1.- Defender la dignidad de la
persona haciendo descubrir que el hombre es siempre un valor en sí mismo y eso
constituye el fundamento de la igualdad de todos los hombres.
2.- Venerar el inviolable derecho
a la vida humana en cada fase de su desarrollo, desde la concepción hasta la
muerte natural y cualquiera que sea su condición de salud o minusvalidez.
3.- Exigir el reconocimiento de
la dimensión religiosa del hombre. No se trata de ser confesional sino de
respetar la relación personal de cada hombre con Dios.
4.- Reconocer el valor
insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad. La primera
dimensión social del hombre es el matrimonio y la familia.
5.- Multiplicar el servicio de la
caridad como lo que va más allá de la justicia hasta superarla atendiendo a
todas las necesidades del ser humano.
6.- Participar activamente en la
acción política promoviendo el bien común de todos los hombres con espíritu de
servicio a toda la sociedad.
7.- Situar al hombre en el centro
de la vida económica y social, en la organización del trabajo y de la economía, convirtiendo el lugar de
trabajo en una comunidad de personas y no de intereses.
8.- Hacerse presentes en el mundo
de la ciencia, la investigación, la universidad, la creación artística y la
reflexión filosófica. En especial,
hacerse presente en los medios de comunicación social para transmitir un estilo
de vida conforme con la dignidad del hombre.
Los padres y las madres que
quieren lo mejor para sus hijos no renuncian al mundo, sino que intentan
mejorarlo.
Bibliografía
1. Exhortación apostólica Christifideles Laici, Juan Pablo
II, Roma, 30 de diciembre de 1988, nn.
36-44.
2. Exhortación apostólica, Amoris Laetitia, Francisco, Roma, 19 de
marzo de 2016, nn. 263 y ss.
3. Mariano Fazio, Contracorriente hacia la libertad, Ed.
El buey mudo, 2021.