La fidelidad implica el perdón y la comprensión que se alcanzan con
amor y respeto.
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El
25 de julio de 1968 San Pablo VI publicó la profética encíclica Humanae
Vitae. Curiosamente, esta encíclica que trata sobre la vida humana, tiene
como fondo el amor humano de un hombre y una mujer, el amor de los esposos. El
Papa quería explicar el amor al hombre moderno del siglo XX porque a todas
luces era evidente que el hombre moderno no sabía amar.
El
Papa señala que el amor conyugal tiene las siguientes características: 1) es un
amor plenamente humano; 2) es un amor total; 3) es un amor fiel y exclusivo
y 4) es un amor fecundo. Más aún, señala que si falta alguna de esas notas el
amor ya no es un amor matrimonial sino otro tipo de amor. Conviene saberlo para
estar seguros de cómo es nuestro amor conyugal.
Por
ser humano es un amor digno, entre personas iguales que se respetan y se
quieren como se quieren las personas: con la cabeza y con el corazón a
diferencia de los animales que solo quieren por puro instinto o pasión.
Por
ser total es un amor que implica la totalidad de la persona que se entrega a la
otra persona y viceversa. Esta totalidad abarca al otro en todos los niveles:
sentimiento, voluntad, cuerpo y espíritu. Es necesario amar íntegramente al
cónyuge, sin excluir ninguno de los aspectos que lo encarnan. En frase castiza
se quiere la col y las hojas de alrededor. No es conyugal excluir la
sexualidad, o quedarse solamente con el sexo y excluir todo lo demás.
Por
ser fiel y exclusivo no es un amor a prueba. La fidelidad implica excluir de la
relación conyugal todo aquello –cosas o personas– que la entorpecen. Se trata
de guardar el corazón para el cónyuge y también se trata de no sacar a pasear
el corazón como si se vendiera una mercancía. La fidelidad, a veces, puede
resultar difícil pero siempre es posible y, además, los cristianos contamos con
la ayuda de la gracia. ¡Dios es fiel!
Y
por ser fecundo no es amor que se encierra en sí mismo, sino que está abierto a
los demás porque es acogedor y sobre todo está abierto a la vida de los nuevos
hijos a los que recibe como un regalo y
encargo divinos. Es un amor que no se reserva nada para sí mismo.
La
fidelidad es cosa humana, de hombres y de mujeres, no de ángeles y de demonios.
Y seremos fieles como lo puede ser una persona: algunas veces con heroicidad,
pero siempre con sentido de la realidad. Por esto la fidelidad cuenta con los
propios defectos e imperfecciones, así como con las propias virtudes. Por todo
ello, la fidelidad implica necesariamente el perdón y la comprensión que se
alcanzan sólo con amor y respeto.
¿Por
qué es preciso amar siempre al otro cónyuge, incluso cuando muchos motivos,
aparentemente justificados, inducirían a dejarlo?
La
respuesta más radical presupone ante todo el reconocimiento del valor objetivo
y esencial del vínculo matrimonial. Marido y mujer son esposos, cónyuges,
personas unidas, vinculadas. Pero no unidos como unos esclavos encadenados y
castigados a permanecer siempre así, sino unidos por el don recíproco y la
promesa de amor hecha con los propios defectos.■
BIBLIOGRAFÍA
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matrimonio. Discurso a la Rota romana,
30 de enero de 2003.
2. ENRIQUE
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4. DAVID
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6. TONY
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octubre de 2003, servicio 136/03
7. TOMAS
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8. Pablo
VI, Encíclica Humanae Vitae, n.9