RESUMEN: Lo importante es ir a lo esencial: el gran
amor de Dios hacia nosotros.
Quien pretende comunicar
la verdad afirma que existe. A veces, se confunde la verdad con la propia
opinión. Pero la verdad no nos pertenece.
Más bien, nosotros pertenecemos a la verdad si somos veraces.
La verdad no es un objeto
que se posee y se trasmite. La verdad no
es algo, sino Alguien: Jesús. Así lo dijo de Sí mismo.
El problema es que
podemos esconder la verdad entre una maraña de preceptos, de costumbres, de
ritos y otras cosas que en lugar de mostrar el rostro de Jesús lo ocultan.
Lo importante es ir a lo esencial: el gran amor de Dios
hacia nosotros, la vida apasionante de Cristo, la actuación misteriosa del
Espíritu Santo en nuestra mente y en nuestro corazón...
Es necesario darse cuenta
y saber transmitir que un cristiano no es una persona “piadosa”, un escrupuloso
cumplidor de preceptos, sino una persona
feliz que ha encontrado el sentido de su vida. Precisamente por esto es
capaz de transmitir a los otros el amor a la vida, que es tan contagioso como
la angustia.
Si queremos hablar sobre
la fe, es preciso tener en cuenta el ambiente actual. Tenemos que conocer el
corazón del hombre de hoy —con sus dudas y perplejidades—, que es nuestro
propio corazón, con sus dudas y perplejidades. El hombre actual es más sensible
y tiene una preocupación social mayor debido a la gran cantidad de información
que recibe.
Lo necesario es no
ocultar la verdad. Brilla por sí misma. La verdad no necesita imponerse:
convence. Tampoco cambia con los tiempos ni con las culturas. No tiene acepción
de personas. Siempre será la verdad, la proclame quien la proclame.
Si fuéramos capaces de
mostrar el verdadero rostro de Jesús bastaría. ¿Y cómo se consigue? Ser
verdaderos, he aquí la cuestión. Para conseguirlo hay que empezar por ser mejores, es decir, adquirir virtudes:
humanas y sobrenaturales, quizás por ese orden pues la naturaleza lleva a la
gracia. Leales, justos, considerados, fieles, sociales, alegres, piadosos,
esperanzados, etc. Y, sobre todo, humanos, muy humanos e iguales, muy iguales a
nuestros iguales, los demás hombres.