TEMAS: Libertad, matrimonio.
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RESUMEN: La libertad es para el
compromiso, para obligarse libremente en
el ejercicio de ese don que tenemos porque somos hombres.
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Una de las ideas que se sobrevuelan la crisis de la fidelidad de
los matrimonios y de la propia existencia de las familias es la creencia de que
la libertad personal de cada persona es una cualidad que tenemos y se pierde
cuando nos comprometemos con alguien. Por eso mismo, si una persona le promete
amor y fidelidad a otra para siempre y por cualquier circunstancia estaría
perdiendo su libertad porque –por virtud de ese compromiso– ya no podría ser
libre nunca más.
Todos tenemos libertad, es así, y somos libres porque somos
humanos. Los animales no son libres ni pueden hacer lo que su voluntad quiera,
sino que obedecen ciegamente a su instinto. Pero la libertad personal del
hombre no es un fin en sí misma. No somos libres para ser libres y ¡ya está!
Como si ser libres fuera el fin de la vida del hombre, lo que le hace feliz,
aquello para lo que ha nacido: para ser libre.
No parece que las cosas sean así. El hombre nace libre y es libre.
Incluso en las situaciones más extremas de prisión o esclavitud el hombre tiene
su libertad interior de conciencia y de voluntad que le permite seguir siendo
libre a pesar de todas las cadenas que le aten. La libertad es un don muy
valioso, pero con la libertad a solas el hombre no consigue nada más que eso
mismo: ser libre; y la pregunta es la siguiente: ¿y luego qué?
Parece que la libertad no es un fin en sí misma, es un medio para
conseguir otras cosas más importantes que la misma libertad como es la propia
felicidad de la persona. Porque una persona es feliz cuando puede sentirse
llena, satisfecha, realizada, cuando encuentra un sentido a su vida y a sus
actos. Y esto es independiente y hasta concurrente con las dificultades y los
problemas. Son como dos planos distintos.
Para que la persona encuentre su sitio en la vida debe elegir
entre los posibles sitios que la vida le presenta. Y para elegir hay que
ejercer la libertad. Ahora se hace presente cuál es el sentido de la libertad personal.
Es un medio para poder elegir y también para mantener esa elección en el tiempo
por encima de las circunstancias temporales e históricas que sucederán.
La libertad es un medio. Un medio para elegir. Y para elegir hay
que saber qué elijo y qué no elijo, no vaya a ser que elija mal y luego me
arrepienta o no tenga remedio. La elección exige conocimiento, saber lo que se
elige no vaya a suceder como a aquel niño que llegó a la estación de trenes de
alta velocidad de una gran ciudad y quedó fascinado por los trenes y sus máquinas.
Una como una góndola, otra como una flecha, otra más como una lanza. A cual más
aerodinámicos y más modernos. Nuestro niño miró todas las máquinas, sus
colores, sus cristales, las antenas, el uniforme de los maquinistas y las
azafatas y eligió el tren más bonito: el mejor. Se subió al tren y el tren se
puso en marcha y se fue a su destino y nuestro niño se fue con el tren sin
saber dónde iba ni cuán lejos estaría.
Qué razón tenía san Juan Pablo II cuando dijo “En efecto, verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen
miserablemente.” (Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et Ratio, Ciudad
del Vaticano, 14 de septiembre de 1998, n. 90.)
La libertad es precisamente para el compromiso, para obligarse libremente en el ejercicio de ese
don que tenemos porque somos hombres. La libertad que no se compromete, que no
se ejerce, que no decide, acaba oxidada y ese óxido es la cara de la soledad y
del egoísmo. ■