TEMAS: Economía, Empresa, Ética.
RESUMEN: 1. Una de las aportaciones del
cristianismo a la economía es la de ofrecer una visión panorámica del sentido y
finalidad del mundo, del sentido de la vida y del hombre.
2. Los bienes de la tierra
son un don que debemos usar con generosidad, con la misma con la que los hemos
recibido. Los bienes son para compartirlos para que a nadie le falte lo
necesario para llevar una vida digna y en este sentido, las riquezas que se
poseen tienen un sentido social.
3. Las diferencia iniciales
de la Creación y de la misma situación de los hombres no son diferencias
constitucionales, sino diferencias estructurales que los mismos hombres con su
libertad y son su inteligencia pueden solucionar para contribuir al desarrollo
de la Creación.
4. Por el principio de
subsidiariedad todo lo que el hombre pueda hacer y desarrollar por sí mismo y
en el ejercicio de su libertad y de su inteligencia no es lícito impedírselo.
5. Hay que «dejar hacer» a
los hombres y también hay que «hacer hacer» a los hombres lo que ellos puedan
hacer por sí mismos, sin fomentar la pereza, la apatía, la comodidad y la falta
de responsabilidad.
6. No es malo el deseo de
vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume mejor cuando
está orientado sólo a tener más bienes y no a ser mejor persona. Es necesario
realizar un esfuerzo social y político para implantar estilos de vida a tenor
de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien sean los
elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las
inversiones.
SUMARIO: 1. El plan general.- 2. Las diferencias.- 3. La
realidad económica.- 4. Una oportunidad.
1.
El plan general
El sector económico no es
ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad
del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e
institucionalizada éticamente[1].
Una de las aportaciones más
generales del cristianismo a la economía es la de ofrecer una visión panorámica
del sentido y finalidad del mundo, del sentido de la vida y del hombre. Importa
saber cómo se fabrican los productos y cuáles son las mejores técnicas de
producción y los más eficientes procedimientos de venta y de distribución, pero
por encima de todo esto está el conocimiento del hombre y del mundo que nos
rodea, en definitiva, saber para qué se hacen las cosas vale más que el mismo
hecho de poder hacerlas.
La economía debe estar al
servicio del hombre, considerado siempre como un fin en sí mismo, y ser la
consecuencia de la participación de todos y para beneficio de todos, por esto
debe estar debidamente regulada y supervisada como garantía del bien común.
Además de lo anterior, en el actual momento histórico, la economía debe tener
un enfoque y una autoridad global[2].
Todo empieza con la
Creación, con el origen del universo. Todos los bienes y las riquezas de la tierra son buenos porque
proceden de Dios y en Él tienen su fin. Pero la Creación no es un absurdo,
tiene una lógica, unas leyes y unos principios que rigen la naturaleza y los
mismos bienes. La Creación está bajo el gobierno y cuidado del Creador que no
abandona el mundo a su suerte, sino que se implica en su futuro y lo mantiene.
Dentro de este plan divino
se encuentra el hombre, también creado por Dios como una criatura más de todas
pero, a la vez, con unas cualidades tales que le asemejan a su Creador y le
hacen acreedor de una dignidad superior a todo lo creado. El hombre, creado
como varón y mujer, recibe el encargo de dominar la tierra.
Pero el hombre no gobierna
la tierra de cualquier manera, sino que debe gobernarla conforme a las leyes
naturales. Existe una ecología natural y un respeto de la naturaleza, pero
antes aún, existe una ecología humana y un respeto del hombre por el mismo
hombre.
El hombre es libre, mientras
que las demás criaturas no son libres, sino que están determinadas por su
propia naturaleza y por su instinto. El hombre puede querer colaborar en la
Creación o puede no querer, de él depende y por eso es libre. Pero la libertad
del hombre no es absoluta porque no procede de él mismo, sino que al ser
recibida como un don más tiene una limitación. La libertad del hombre no le
permite fijar el orden moral (el bien y el mal), sino que éste responde al
designio del Creador. Pero el hombre, por ser racional, puede reconocer ese
orden y puede amarlo o rechazarlo.
Pero una cosa es clara, el
hombre ha sido creado para gobernar la tierra y hacerla crecer y, por tanto, la
administración de los bienes —la
economía— no es algo ajeno a los planes de la Creación sino que forma parte de los mismos y de la vida
ordinaria de los hombres. Dedicarse a la economía no es nada extraño, ni contrario
a la dignidad humana, sino que forma parte de la misma puesto que ninguna otra
criatura puede dedicarse a la economía.
Los bienes de la tierra son
un don que debemos usar con generosidad, con la misma con la que los hemos
recibido. Los bienes son para compartirlos para que a nadie le falte lo
necesario para llevar una vida digna y en este sentido, las riquezas que se
poseen tienen un sentido social[3].
2.
Las diferencias
Al
contemplar el mundo podemos observar dos cosas: a) por un lado, que los bienes
no están repartidos de manera uniforme entre todas las personas, sino que
mientras unos tienen bienes en abundancia a otros les falta hasta lo
necesario; y b) que existen bienes
suficientes para todos de tal manera que si los bienes se repartieran con equidad
todos los hombres podrían poseer los bienes necesarios para tener una vida
digna ellos y sus familias.
El
plan de la Creación cuenta con que el mundo no es igualitario, existen
diferencias entre los hombres y las mujeres, entre los altos y los bajos, los
listos y los menos listos, los de arriba y los de abajo, etc.: el igualitarismo
generalizado no entra en los planes de la Creación.
Pero,
al mismo tiempo, todos los hombres y todas las mujeres participan de la misma
dignidad —son la misma imagen y semejanza— y están llamados a la misma
excelencia luego tenemos que concluir que las diferencia iniciales de la Creación
y de la misma situación de los hombres no son diferencias constitucionales,
sino más bien diferencias estructurales que los mismos hombres con su libertad
y son su inteligencia pueden solucionar para contribuir al desarrollo de la
Creación[4].
3.
La realidad económica
Hay
tres principios generales que tienen aplicación en el campo económico[5]:
a)
Principio de la dignidad de la persona. Este principio, ya lo sabemos, dice que todo ser humano
tiene valor en sí mismo, con independencia de lo que tenga o posea, de su raza,
credo, cultura o situación. El hombre vale por lo que es y no vale por lo que
tiene o significa. Por tanto, todos los hombres valen igual.
El
fundamento y razón de la dignidad de los hombres y de las mujeres es haber sido
creados a imagen y semejanza de Dios, es decir, poder amar y ser amados. Por la
fuerza de la dignidad de los hombres, toda la creación está puesta a su
servicio y también la actividad económica y la administración de los bienes y
las riquezas de la tierra.
b) Principio de
subsidiariedad. El segundo principio
general es el que dice que todo lo que el hombre pueda hacer y desarrollar por
sí mismo y en el ejercicio de su libertad y de su inteligencia no es lícito
impedírselo. También dice que todo lo que una estructura social inferior pueda
realizar no debe realizarlo una estructura social superior[6].
c) Principio
de solidaridad. Pero el hombre no vive aislado y despreocupado de sus
semejantes, sino que debe preocuparse de los demás hombres porque tienen su
misma dignidad y son sus iguales.
Hay que «dejar hacer» a los
hombres y también hay que «hacer hacer» a los hombres lo que ellos puedan hacer
por sí mismos, sin fomentar la pereza, la apatía, la comodidad y la falta de
responsabilidad en el desarrollo económico y social de los pueblos. Los hombres
tenemos talentos para ejercerlos en bien de todos, no para enterrarlos
cuidadosamente. Hay que trabajar por el común de todos y hay que arriesgar los
talentos, no es lícito guardarlos.
La solidaridad está unida al
bien común que es el conjunto de condiciones de la vida social que permiten a
las asociaciones y a cada uno de sus miembros perfeccionarse más fácilmente[7].
Pero el bien común —por definición— es común a todos los pueblos de la tierra,
no sólo a los desarrollados o a los de cultura occidental. El verdadero test
del bien común es la efectiva solidaridad con las personas que corren grave
riesgo de quedar socialmente descolgados del desarrollo como pueden ser los
mayores, los inmigrantes y los jóvenes[8].
Junto con los principios
señalados también existen otros principios de aplicación en el orden económico
que conviene recordar:
d) La centralidad de la persona.
El hombre es el autor,
el centro y el fin de cualquier actividad económica (Gaudium et Spes,
n.63). Es más importante la persona del trabajador que el resultado de su
trabajo.
e) El destino universal de
los bienes. Los bienes creados son para todos los hombres y pueblos que
tienen un legítimo derecho a disfrutar de ellos. Es la función social de la propiedad. Este
derecho lleva aparejada la obligación ética de los pueblos desarrollados de no
impedir y hasta de facilitar el acceso a los bienes de la tierra a todos los
hombres y pueblos que la habitan.
f) El desarrollo integral
del hombre. El desarrollo de los
hombres y de los pueblos no deben atender solamente a las condiciones
económicas, materiales y técnicas de la producción de bienes y servicios, sino,
sobre todo, al desarrollo de la persona en todas sus dimensiones: materiales,
espirituales, familiares, culturales, artísticas, sociales, deportivas, etc.
No es malo el deseo de vivir
mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume mejor cuando está
orientado sólo a tener más bienes y no a ser mejor persona. Por esto es
necesario realizar un esfuerzo social y político para implantar estilos de vida
a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien sean
los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las
inversiones[9].
g) La sostenibilidad de la naturaleza. El hombre es
el administrador de la naturaleza y no un devastador o depredador de la misma. Mientras se
sirve de la naturaleza para su desarrollo y el de todos los pueblos también
debe cuidarla y mantenerla —administrarla— y conservarla para que la naturaleza
pueda seguir sirviendo a los demás hombres, sin divinizarla, pero tampoco sin
despreciarla.
4.
Una oportunidad
Una
auténtica democracia solamente es posible en un Estado de Derecho y sobre la
base de una recta concepción de la persona humana. Es necesario reconocer que
si no existe una verdad última que guía y orienta la acción política y
económica, entonces las convicciones humanas pueden ser instrumentadas para
fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un
totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia[10].
El
problema de fondo estriba en que el éxito de la actividad económica se mide en
términos de rendimiento económico o beneficio empresarial y, por tanto, su
búsqueda lleva a convertir a las personas empleadas en «factores de producción»
al servicio de dicho éxito.
Esta
crisis es mucho más que financiera y económica, tiene raíces éticas, culturales
y antropológicas, y nos obliga a cambios profundos de toda índole. Por ello, el
tiempo presente no puede ser baldío. La crisis debe ser una oportunidad para
reconocer nuestras carencias técnicas, institucionales y, sobre todo, éticas y
culturales, y para avanzar por caminos de humanidad; caminos que sitúen a la
persona en su integridad, y a todas las personas por igual, en el centro de
nuestra economía y de nuestra sociedad global[11].
■
[1] Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, n.36.
[2] Una economía al
servicio de las personas, Carta pastoral de los Obispos de Pamplona y
Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria,
2011, n. 40.
[3] Gregorio Guitián, Negocios
y moral, Eunsa, Pamplona, 2011, p.
65.
[4] Catecismo de la
Iglesia Católica , nn. 1936-1937.
[5] Gregorio Guitián, Negocios y moral, Eunsa, Pamplona, 2011, p. 75.
[6] Juan
Pablo II,
Encíclica Centesimus annus, n. 15.
[7] Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, n. 26.
[8] Una economía al
servicio de las personas, Carta pastoral de los Obispos de Pamplona y
Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria,
2011, n. 35.
[9] Juan
Pablo II,
Encíclica Centesimus annus, n. 36.
[10] Juan
Pablo II,
Encíclica Centesimus annus, n. 46.
[11] Una economía al
servicio de las personas, Carta pastoral de los Obispos de Pamplona y
Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria,
2011, n. 40.